OPINIÃN
El inquietante nuevo rostro
de EE UU, por Jimmy Carter. Premio Nobel 2002
Se
están produciendo cambios fundamentales en la trayectoria política de EE UU con
respecto a los derechos humanos, nuestro papel en la comunidad de naciones y el
proceso de paz en Oriente Próximo, la mayoría de las veces sin debates
concluyentes, excepto los que a veces se celebran dentro del Gobierno.
JIMMY CARTER FUE PRESIDENTE DE EE UU
DESDE 1977 HASTA 1981
Algunos planteamientos nuevos
han evolucionado comprensiblemente desde reacciones rápidas y juiciosas por
parte del presidente George W. Bush ante la tragedia del 11-S, pero otros
parecen provenir del núcleo de conservadores que, bajo la tapadera de la
proclamada guerra contra el terrorismo, intenta conseguir objetivos que
ambicionaba desde hacía largo tiempo.
Hasta ahora admirado casi universalmente como el principal adalid de los
derechos humanos, nuestro país se ha convertido en el primer blanco de
respetadas organizaciones internacionales preocupadas por estos principios
básicos de la vida democrática.
Hemos
ignorado o perdonado abusos en naciones que apoyan nuestra campaña contra el
terrorismo, mientras arrestábamos a ciudadanos estadounidenses como
'combatientes enemigos', encarcelándoles en secreto e indefinidamente sin que
estuvieran acusados de ningún crimen y sin tener derecho a un asesor jurídico.
Esta política ha sido condenada por los tribunales federales, pero el
Departamento de Justicia parece inflexible, y la cuestión sigue siendo dudosa.
Varios centenares de soldados talibanes
capturados permanecen encarcelados en la bahía de Guantánamo en las mismas
circunstancias, mientras el secretario de Defensa declara que no serán liberados
aunque un día se les juzgue y se les declare inocentes. Estas acciones son
similares a las de regímenes abusivos que históricamente han sido condenados por
los presidentes estadounidenses.
Aunque
el presidente Bush se ha reservado su opinión, la gente se ve inundada por
declaraciones del vicepresidente y de otros altos cargos de la Administración de
EE UU en las que afirman que las armas de destrucción masiva de Irak suponen una
amenaza devastadora y prometen derribar del poder a Sadam Husein, con o sin el
apoyo de nuestros aliados.
Como ha sido
puesto de relieve enérgicamente por aliados extranjeros y líderes responsables
de anteriores administraciones y funcionarios de la actual, Bagdad no representa
actualmente ningún peligro para EE UU. Enfrentado a un intenso control y a la
abrumadora superioridad militar de EE UU, cualquier acción beligerante por parte
de Sadam Husein contra un vecino, o incluso la más mínima prueba nuclear
(necesaria antes de la construcción de armas), una amenaza tangible de emplear
un arma de destrucción masiva o de compartir esta tecnología con organizaciones
terroristas, sería suicida. Pero es bastante posible que se emplearan esas armas
contra Israel o las fuerzas estadounidenses en respuesta a un ataque de EE UU.
No podemos pasar por alto el desarrollo
de armas químicas, biológicas o nucleares, pero una guerra unilateral contra
Irak no es la respuesta. Es imperiosamente necesaria la acción de Naciones
Unidas para imponer inspecciones sin restricciones en Irak.
Hemos retado de modo contraproducente al
resto del mundo, al renegar de los compromisos estadounidenses con acuerdos
internacionales laboriosamente negociados. Los rechazos terminantes a los
acuerdos sobre armas nucleares, la convención de armas biológicas, la protección
del medio ambiente, las propuestas contra la tortura y el castigo a los
criminales de guerra, han estado a veces combinados con amenazas económicas
contra aquellos que no están de acuerdo con nosotros. Estos actos y afirmaciones
unilaterales aíslan cada vez más a Estados Unidos de las mismas naciones que
necesita que se unan a la lucha contra el terrorismo.
Trágicamente, nuestro Gobierno está
abandonando cualquier patrocinio de negociaciones importantes entre palestinos e
israelíes. Al parecer, nuestra política consiste en apoyar prácticamente
cualquier acción israelí en los territorios ocupados y condenar y aislar a los
palestinos como blancos generales de nuestra guerra contra el terrorismo,
mientras los asentamientos israelíes se amplían y los enclaves palestinos
encogen.
Todavía parece existir una lucha
dentro de la Administración en cuanto a la definición de una política
comprensible en Oriente Próximo. Los claros compromisos del presidente de
cumplir resoluciones clave de la ONU y apoyar la creación de un Estado palestino
han sido esencialmente negadas por las declaraciones del secretario de Defensa
de que en sus años de vida 'habrá alguna especie de entidad que será
establecida' y por su referencia a la 'así llamada ocupación'.
Esto indica un alejamiento radical de las
políticas de todas las Administraciones estadounidenses desde 1967, siempre
basadas en la retirada de Israel de los territorios ocupados y en una paz
auténtica entre los israelíes y sus vecinos.
Voces beligerantes y que crean división
parecen ser las que dominan ahora en Washington, pero todavía no reflejan las
decisiones finales del presidente, el Congreso o los tribunales. Es crucial que
los compromisos históricos y bien fundados de Estados Unidos prevalezcan: con la
paz, los derechos humanos, el medio ambiente y la cooperación internacional.
Fuente: EL PAíS-THE WASHINGTON POST
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