Luis Ortega: El Comandante tiene quien le escriba
He tenido la paciencia de leerme las 589 páginas de las memorias del Comandante Hubert Matos y me he quedado muy impresionado. La portada del libro es magnífica. Se ve en ella a Fidel Castro entrando con Matos en La Habana, en 1959, en enero. Al escoger esta portada, obviamente, Hubert Matos está declarando que el momento más importante de su vida es la entrada con Castro en la capital, lo cual, probablemente, es cierto. Algunos ha dicho que no se explican cómo y por qué Matos abandonó su puesto como jefe militar de Camagüey para incorporarse a la caravana de Castro. Ninguno de los otros jefes de la Sierra, ni Raúl Castro, ni el Ché, ni Camilo, ni Almeida, ninguno, se preocupó de robar cámara junto a Castro. Este simple detalle sirve para entender la personalidad de Hubert Matos. Se incorporó a la Sierra Maestra nueve meses antes del triunfo de la revolución, so pretexto a traer en avión un cargamento de armas que enviaba José Figueres desde Costa Rica.
El libro de Matos, a pesar de su extensión, es muy interesante. Yo estoy seguro de que no lo escribió él, pero eso no tiene importancia. Los grandes hombres, como Mirabeau, por ejemplo, siempre tienen gentes que "le trabajan la prosa", como decía Ortega y Gasset. El libro está bien escrito y se lee con facilidad. El autor, en su vejez, se ha inventado una vida heróica.
La primera parte está toda dedicada a la epopeya de Hubert Matos. Fidel lo recibe con los brazos abiertos porque le trae unas armas. El avión, en que viajan otros combatientes llega a la Sierra Maestra el 31 de abril de 1958. Ya, desde diciembre de 1956, y durante todo el año 1957, y parte del 58, se ha estado peleando en la Sierra y hay varias figuras que se han destacado en la lucha por su coraje. Pero el relato de Matos se basa en el hecho de que la lucha comenzó, realmente, cuando él, Hubert Matos, llegó a la Sierra con unas armas. Fidel, agradecido, lo asciende a capitán. Y luego lo hace Comandante.
Ya, cuando asciende a Comandante, faltan pocos meses para el triunfo del 1 de enero de 1959. Pero eso no importa. Si nos ajustamos al interesante relato de Hubert Matos, todo el movimiento en la Sierra gira alrededor de él. Los demás desaparecen. Inclusive la figura de Fidel Castro palidece ante las hazañas del nuevo Comandante. El lector desprevenido que tenga la audacia de leerse las 589 páginas podría llegar a creer que fue Hubert Matos el que ganó la guerra y que los demás eran sólo figuras decorativas que se paseaban todo el tiempo descansando en las hamacas. El maestro de escuela metido a guerrillero tiene un ego que no cabe en la Sierra Maestra.
Después del triunfo, lo nombran Jefe Militar de la provincia de Camagüey. Parece que el hombre fue implacable. En el libro oculta la cantidad de gentes que fusiló arbitrariamente. Inclusive, fusiló a un pobre hombre que había sido oficial de la policía de Batista y que estaba inválido. Matos tiene el récord universal de haber fusilado a un hombre en una silla de ruedas.
Me contó el ex senador auténtico Lomberto Díaz que, en los primeros días del triunfo, él fue con el también ex senador Tony Varona a Camagüey y fueron al cuartel desde donde operaba Hubert Matos a solicitar un permiso para celebrar una pequeña asamblea del PRC. Después de una larga espera, el Comandante accedió a recibirlos. Entraron en su despacho. El Comandante estaba firmando y no levantó la vista de sus papeles. Los dos ex senadores esperaron un rato hasta que el hombre se dignó a dirigirles la palabra. "Estoy firmando los cheques de mis soldados", explicó. Entonces les preguntó qué es lo que querían. Cuando le explicaron el motivo de la visita, inmediatamente dijo que no. Nada de asambleas.
El abogado Luis Buch, en un libro publicado en La Habana este mismo año de 2002 con el título de Otros pasos del gobierno revolucionario cubano relata los hechos que llevaron a la destitución de Hubert Matos como jefe militar de Camagüey. Buch fue Secretario de la Presidencia desde enero de 1959 y al morir, recientemente, era magistrado del Tribunal Supremo de Justicia. Dejó varios libros muy interesantes. En el que acabo de mencionar cuenta cómo Hubert Matos, desde abril de 1959, empezó a conspirar para apoderarse del gobierno. Buch fue un testigo excepcional de aquel proceso y los datos que ofreció, al cabo de los años, parecen ser muy objetivos. La vanidad de Hubert Matos lo llevó al extremo de creer que él debía ser el jefe de la revolución. Castro, sin embargo, no lo fusiló. Lo tuvo veinte años en la prisión.
El final del libro de Hubert Matos es muy interesante. Lo que uno no se explica es cómo, después de tantas torturas, tantos golpes, tantas infamias, pudo salir de la cárcel rebosando salud. El relato que hace de su larga prisión podría conmover hasta a las piedras. Sin embargo, el ya fallecido Ernesto de la Fe me contó en Miami, como de pasada, que la época en que mejor pudo comer en la cárcel fue cuando coicidió con Hubert Matos en su galera. Era el preso mejor alimentado de la prisión. El mejor tratado.
De todos modos, hay algo admirable en Hubert Matos. Después de veinte años en la prisión tuvo el coraje de venir a Miami, negociar con los americanos, recibir una gruesa cantidad de dinero, pasarse muchos años recorriendo el mundo y recolectando dinero para tumbar a Castro, hablar infatigablemente por la radio de Miami pidiendo dinero, probablemente llegar a amansar una fortuna de millones de dólares, y al final, cuando las pobres gentes de Miami esperaban que se tirara en Cuba con un ejército bien armado, lo que ha hecho es publicar un libro de 589 páginas describiéndose a sí mismo como un héroe. Hace pocos días apareció en una foto, detrás del presidente, aplaudiendo a rabiar a George W. Bush. Es obvio. La cantidad de idiotas que hay en Miami es asombrosa.
Otro pícaro, llamado Raúl Rivero, que es el único cubano que come y bebe como un prícipe en La Habana, publica en el Herald un artículo casi que comparan al autor con Homero. Pero tiene, al menos, la honestidad de decir que cuando acabó de leerlo se acostó a dormir. Podría ser al revés. Que empezó a dormir cuando empezó la lectura.
Tomado de el diario /LA PRENSA de Nueva York
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