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De: tatu_cu  (Mensagem original) Enviado: 20/03/2003 15:49



Discurso pronunciado por el Presidente de la República de
Cuba Fidel Castro Ruz, en la clausura del V Encuentro sobre Globalización y
Problemas del Desarrollo, en el Palacio de las Convenciones,La Habana, el 14 de
febrero del 2003.



Muy estimados participantes en el Encuentro sobre
Globalización y Desarrollo:


Distinguidos invitados:


Nos hemos reunido aquí a debatir con respeto
y escuchar puntos de vista diferentes. Hemos tenido el honor de
contar con la presencia de eminentes y lúcidos pensadores así como
representantes de organismos internacionales, que tuvieron la amabilidad de
aceptar la invitación que se les hizo, a pesar de conocer que en este evento la
mayoría de los que asisten tienen opiniones discrepantes de las
políticas que siguen las instituciones que representan. Se ha convertido en
tradición de estos encuentros la hospitalidad y el respeto para los que
sostienen criterios diferentes. ¿De qué valdrían nuestros análisis si las ideas
no entrasen en confrontación con otras absolutamente opuestas sostenidas con
valentía por los que sustentan otra concepción del mundo?


Los que no somos académicos también necesitamos una dosis
de valor. Aun cuando procuremos estar lo mejor informados posible de cuanto
ocurre en el mundo, escasea a veces terriblemente el tiempo con que satisfacer
nuestras ansias de conocer el creciente número de hechos y opiniones
relacionadas con el singular proceso histórico que estamos viviendo y tratar de
adivinar el incierto porvenir que tenemos delante.


No podemos quejarnos. Nos ha tocado el privilegio de vivir
lo que me atrevo a calificar como la más extraordinaria y decisiva época
que ha conocido hasta hoy la especie humana. Del mismo modo que el profesor
norteamericano Edmund Phelps, de la Universidad de Columbia, cuando alguien
abordaba una cuestión que se apartaba del tema económico que estaba exponiendo,
respondía: "ese no es mi tema", debo adelantarme a decir que la economía no
es hoy mi tema. Mi tema es político. Aunque no hay economía sin política, ni
política sin economía.


Todo cuanto hasta hoy existió o existe le ha sido impuesto
a la humanidad. Desde las leyes naturales que la hicieron evolucionar hacia la
categoría de seres pensantes, hasta el origen étnico y el color de la piel;
desde la condición de grupos que vagaban por los bosques recogiendo frutas y
raíces, cazando o pescando, hasta las sociedades capitalistas de consumo con que
hoy esquilman a la Tierra un grupo de naciones ricas.


El capitalismo desarrollado, el imperialismo moderno y la
globalización neoliberal, como sistemas de explotación mundial, les fueron
impuestos al mundo, igual que la falta elemental de principios de justicia
durante siglos reclamados por pensadores y filósofos para todos los seres
humanos, que aún están muy lejos de existir sobre la Tierra. Ni siquiera los que
en 1776 liberaron las 13 colonias inglesas de Norteamérica proclamando "como
verdades evidentes" que todos los hombres nacían iguales y a todos les confería
su Creador derechos inalienables como la vida, la libertad y la
consecución de la felicidad, fueron capaces de liberar a los esclavos,
por lo que la monstruosa institución se prolongó durante casi un siglo,
hasta que, anacrónica e insostenible, una cruel guerra la sustituyó por formas
más sutiles y "modernas", aunque no mucho menos crueles,
de explotación y discriminación racial. Del mismo modo que los que bajo el
emblema de libertad, igualdad y fraternidad proclamadas en 1789 por
la Revolución Francesa no fueron capaces de reconocer la libertad de sus
esclavos en Haití y la independencia de esa rica colonia en ultramar. En
lugar de esto, enviaron 30 mil soldados para reprimirlos, en intento inútil de
someterlos nuevamente. Por encima de los deseos o las intenciones de los
hombres de la Ilustración, se iniciaba, por el contrario, una etapa colonial que
durante siglos abarcó África, Oceanía y casi todo el Asia, incluidos
grandes países como Indonesia, India y China.


Las puertas de Japón al comercio fueron abiertas a
cañonazos de la misma forma que hoy, aun después de una guerra que costó
cincuenta millones de muertos en nombre de la democracia, la independencia
y la libertad de los pueblos, se abren a cañonazos las puertas para la OMC y
el Acuerdo Multilateral de Inversiones, el control
de los recursos financieros mundiales, la privatización de
empresas de las naciones en desarrollo, el monopolio de patentes y tecnologías,
y la pretensión de exigir el pago de deudas ascendentes a millones de
millones de dólares, imposibles de cobrar por los acreedores e imposibles de
pagar por los deudores, cada vez más pobres, más hambrientos y más alejados de
los niveles de vida alcanzados por las que fueron sus metrópolis durante siglos
y vendieron a sus hijos como esclavos o los explotaron hasta la muerte, como
hicieron con los nativos de este hemisferio.


No podría afirmarse que en la segunda mitad del siglo
xx tuvo lugar un nuevo reparto del mundo como ocurrió a finales del xix y
principios del xx. El mundo hoy ya no puede repartirse por ser posesión
casi exclusiva de la que al final de esta azarosa historia emerge como
superpotencia única y el más poderoso imperio que jamás existió. Basta observar
cómo casi todas las capitales del mundo tiemblan ante la última palabra o la
última declaración que se pronuncie o esté a punto de pronunciarse en
Washington. Si existió alguna vez la ilusión de que la Organización de las
Naciones Unidas existía, esta fue prácticamente disuelta por decisión
imperial después del fatídico 11 de septiembre, hace apenas 17 meses, y el más
feroz unilateralismo ocupó enteramente su lugar.


Cuando en estos días escuchaba a nuestros distinguidos
ponentes e invitados esgrimir afilados argumentos para discutir temas como la
crisis económica mundial y especialmente en América Latina, el ALCA, los
obstáculos para el desarrollo de los países pobres en el mundo actual, el
papel de las políticas sociales y los hechos reales, muchas veces en
detalle, que tales temas suscitaban sobre las causas de tantas y tales
tragedias; cuando escuchaba que el PIB aumentó o se redujo, que el crecimiento
sostenido se produjo y luego se detuvo, que el aumento de las exportaciones es
el único camino para reducir el déficit, equilibrar balanzas, crear empleos,
reducir el número de pobres, impulsar el desarrollo, cumplir obligaciones;
o en otras ocasiones, cuando se afirmaba que las privatizaciones
pueden ser muy útiles, crear confianza, atraer inversiones a toda costa,
buscar competitividad, etcétera, etcétera, no dejaba de admirar la
persistencia con que hace medio siglo se nos recomienda la forma
de salir del subdesarrollo y la pobreza.


Dije anteriormente que toda opinión era respetable.
Pero también pueden serlo las múltiples interrogantes y preguntas que
asaltan nuestras mentes. ¿En qué mundo idílico estamos viviendo? ¿Dónde están
las mínimas condiciones de igualdad que hagan posibles las soluciones que nos
enseñan en las escuelas de economía para el desarrollo de los países del Tercer
Mundo? ¿Existe acaso verdaderamente la libre competencia, igual disponibilidad
de recursos, libre acceso a las tecnologías pertinentes, monopolizadas por
aquellos que poseen no solo los frutos del talento propio sino también del
ajeno, sustraído de los países


La globalización neoliberal constituye la más
desvergonzada recolonización del Tercer Mundo. El ALCA, como ya se reiteró aquí,
es la anexión de América Latina a Estados Unidos; una unión espuria entre partes
desiguales, donde el más poderoso se tragará a los más débiles, incluidos
Canadá, México y Brasil. Un inmoral acuerdo para el tránsito de capitales y
mercancías, y la muerte de los "bárbaros" que traten de cruzar los límites del
imperio por el matadero de la frontera entre México y Estados Unidos. Para ellos
no existe Ley de Ajuste que conceda derecho automático a residencia y empleo
—cualesquiera que fuesen las violaciones y delitos que hayan cometido—,y que fue
inventada para desestabilizar a Cuba como castigo por los cambios
revolucionarios que tuvieron lugar en nuestra Patria.


Debo expresar resueltamente y sin vacilación alguna, como
revolucionario y luchador que cree realmente que un mundo mejor es posible, el
criterio de que la privatización de las riquezas y los recursos naturales de un
país a cambio de inversión extranjera constituye un gran crimen, y equivale a la
entrega barata, casi gratis, de los medios de vida de los pueblos del Tercer
Mundo, que los conduce a una nueva forma de recolonización más cómoda y egoísta,
en la que los gastos de orden público y otros esenciales, que antaño
correspondían a las metrópolis, correrían ahora a cargo de los nativos.


En sus relaciones con el capital extranjero,
Cuba recurre a formas de cooperación mutuamente beneficiosas y bien
calculadas que no enajenan la soberanía ni ponen a merced del capital y el
poder extranjero el control de las riquezas y la vida política, económica y
cultural del país.


Como norma, no regalamos absolutamente nada y, puestos en
el dilema de pagar un precio, damos al César lo que es del César y al
pueblo lo que es del pueblo. Nadie se engañe, somos un país socialista y
seguiremos siendo socialistas. Y pese a colosales obstáculos, estamos
construyendo una sociedad nueva y más humana, con más experiencia,
entusiasmo, vigor y sueños que nunca. Circula el dólar y comienza a circular el
euro, a las que pudieran seguir otras para facilitar el turismo,
pero circulan también fundamentalmente el peso cubano normal y el peso cubano
convertible. La situación monetaria está bajo control. El valor de nuestra
moneda nacional se mantuvo estable durante todo el año en el 2002, algo inusual
en otros países, y no hay escape de divisas.


Entre los inmensos males que agobian a este hemisferio
—como es de sobra conocido— está la gigantesca deuda externa, cuyo pago de
capital e intereses absorbe a veces hasta el 50 por ciento de los
presupuestos nacionales, en detrimento de servicios vitales para cualquier
país: la salud, la educación y la seguridad social.


Los enormes intereses que se ven obligados a pagar
los gobiernos por los depósitos en los bancos, para defenderse
precariamente de los asaltos especulativos y la fuga de capitales, hacen
absolutamente imposible todo desarrollo con los fondos propios de cualquier
país.


El libre cambio de monedas impuesto por el nuevo orden
económico, constituye un instrumento mortífero para las débiles economías de los
países que pretendan desarrollarse. Hace rato el dinero ha dejado de ser
inevitablemente un valor en sí, como lo fuera en pasados tiempos, que podía ser
guardado y enterrado dentro de una botija como piezas de oro o plata.



Nadie podía imaginarse cuán colosal especulación se
desataría después con la compraventa de monedas, que hoy asciende a cifras
siderales de transacciones que superan el millón de millones de dólares
cada día.


Por la credibilidad adquirida, el hábito de usar
el dólar como instrumento de cambio aceptado por todos, el enorme
poder económico del país que lo emitía, y la ausencia de otro instrumento,
el dólar continuó ejerciendo su papel.


De ese privilegio no gozaban ni podían gozar
los países latinoamericanos y otros del Tercer Mundo. Nuestras monedas son
simples papeles en el mercado internacional. Su valor se limita
a la cantidad de reservas en moneda externa, fundamentalmente dólares,
con que cuente el país. Ninguna moneda nacional en los países de América Latina
y el Caribe es ni puede ser estable. Su valor real puede equivaler hoy a 100, y
en cuestión de meses, semanas o días, en dependencia de factores externos o
internos, puede ser 50, 40, o el 10 por ciento del valor que tenían.
Lo ocurrido con el idílico, utópico y folklórico intento en Argentina de
mantener la paridad entre el peso y el dólar, terminó, como era lógico, en
desastre; otro tanto ocurrió entre el real y el dólar. Países como Ecuador
terminaron lanzando su moneda al basurero, adoptando el dólar directamente como
única moneda de circulación interna.


En México, como norma, cada seis años el cambio de
gobierno producía una fuerte devaluación que reducía considerablemente el valor
de su moneda. Brasil, a raíz del último ataque especulativo y la crisis de 1998,
perdió en apenas ocho semanas los casi 40 mil millones de dólares que había
obtenido con la privatización de muchas de sus mejores empresas de producción y
servicios.




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