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LA CUBA DEL GRAN PAPIYO
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Da: tatu_cu  (Messaggio originale) Inviato: 20/03/2003 15:51


La fuga de capitales es una de las peores formas de
sangría económica que han estado sufriendo los países de América Latina en las
últimas décadas. No se trata de remesas de ganancias obtenidas por
inversionistas extranjeros; no se trata del saqueo que se deriva del pago de una
deuda externa contraída muchas veces por gobiernos tiránicos y corruptos que
despilfarraron y malversaron los fondos recibidos, o para asumir
responsabilidades derivadas de deudas privadas y en ocasiones de robos o
negocios turbios de la banca privada, ni tampoco de las pérdidas
crecientes que ocasiona el conocido fenómeno del intercambio desigual; se trata
de fondos creados dentro del país, plusvalía arrancada a los obreros mal
pagados, o ahorros bien habidos de trabajadores intelectuales y
profesionales, o ganancias de pequeñas industrias, comercios y
servicios.


El yugo estrangulador que ata a los países
latinoamericanos a la fuga de capitales, es la compra libre, sin restricción ni
requisito alguno, de divisas convertibles con moneda nacional, fórmula
impuesta como sagrado principio neoliberal por las organizaciones financieras
internacionales. Se estima que tales fugas ascendieron,
en algunos países como Venezuela, durante un período de más de 40
años, a 250 mil millones de dólares aproximadamente. Súmese a esta cifra
los fondos nacionales que escaparon de Argentina, Brasil, México y el resto de
América Latina.


¡Gloria al bravo pueblo venezolano y a su valiente líder,
que acaban de establecer el control de cambio!, con lo cual ponen fin en su país
a la tragedia que he mencionado.



¿Cuál es la causa por la cual esta región del hemisferio
no hubiese alcanzado en la posguerra un desarrollo que pudiera ser similar
a Canadá, Nueva Zelandia o Australia, que fueron colonias europeas en un tiempo
menos ricas y desarrolladas que nosotros? ¿No se debe acaso en parte al dudoso
privilegio de ser el patio trasero de Estados Unidos? ¿O será porque somos un
despreciable conjunto de blancos, negros, indios y mestizos,
y por tanto la negación de lo que los estudios del genoma humano y las
investigaciones científicas han demostrado: que no existen diferencias de
capacidad intelectual entre las distintas etnias que integran la especie humana?
¿Dónde está la culpa?


Comencé expresando que todo cuanto existió y existe
ha sido impuesto a la humanidad. Coincido enteramente con Carlos Marx, quien
afirmó que cuando el sistema de producción y distribución capitalista no exista,
y con él desaparezca la explotación del hombre por el hombre, la sociedad humana
habrá salido de la prehistoria. Basaba sus razonamientos en el desarrollo
dialéctico de la historia de nuestra especie.


Este pensamiento puede parecer a muchos demasiado simple y
demasiado distante. Marx estudió el capitalismo en su primera etapa, que
coincidió con el nacimiento de una nueva clase llamada a transformar aquella
sociedad, que inevitablemente devino explotadora y despiadada, y dar paso a una
nueva época y a un mundo justo. Cuando tales puntos de vista sustentó, no
existían siquiera la electricidad, el teléfono, los motores de combustión
interna, los barcos modernos de gran velocidad y capacidad de carga, la química
moderna, los productos sintéticos, los aviones que cruzan el Atlántico con
cientos de pasajeros en cuestión de horas, la radio, la televisión,
las computadoras. Se libró de la terrorífica visión de la forma
irresponsable en que la técnica moderna ha sido utilizada por el
hombre para destruir bosques, erosionar
la tierra, desertificar cientos de millones de
hectáreas de suelo fértil, sobreexplotar y contaminar los mares,
liquidar especies vegetales y animales, envenenar el agua potable y la
atmósfera.


Marx, que elaboró su teoría en las condiciones de
Inglaterra, el país más desarrollado de la época, no planteó la necesidad de una
alianza obrero-campesina, ni pudo percibir todavía el colosal problema que
sobrevendría del mundo colonial de aquel entonces, algo que Lenin, su genial
discípulo, siguiendo la línea de su pensamiento en las circunstancias
especiales del Imperio Ruso, descubriría y profundizaría después.


En época de Marx, que observaba el desarrollo acelerado de
la revolución industrial inglesa y la incipiente industrialización de Alemania y
Francia, nadie habría sido capaz de prever, salvo que asumiese una actitud de
adivino, algo tan ajeno a su carácter, el papel que vendría a
desempeñar Estados Unidos de Norteamérica apenas 60 años después de su
muerte.


Mientras Malthus sembraba el pesimismo, él alentaba
la esperanza.


En aquel tiempo la geografía del planeta y las leyes
que rigen la biosfera —tierras, bosques, mares y atmósfera— eran poco conocidas.
Muy poco se sabía del espacio. No existía la teoría de la relatividad ni se
había escrito una palabra sobre la gran explosión, el «big bang».


Marx no podía imaginar que el teléfono celular permitiría
comunicarse de un extremo a otro del mundo a la velocidad de la luz, que
millones de millones de dólares en acciones, monedas, operaciones de resguardo,
productos básicos que no se moverían de su sitio, y otros títulos, pasarían de
mano cada día, y que el valor de las ganancias especulativas superaría el
valor de la plusvalía.


Marx creía por encima de todo en el desarrollo de las
fuerzas productivas y las posibilidades infinitas de la ciencia y el talento
humano. Concibió un mundo cabalmente desarrollado como condición sine qua non
de la existencia de un sistema social capaz de producir los bienes
necesarios para la plena satisfacción de las necesidades materiales
y espirituales de la sociedad. No concebía la Revolución en un solo país, y
vio tan lejos, que fue capaz de generar la idea de un mundo globalizado, tal
como lo entendí siempre, hermanado en la paz y en el acceso al disfrute pleno de
las riquezas que fuera capaz de crear. No podía pasar por su mente la idea de un
mundo dividido entre pobres y ricos. "Proletarios de todos los países,
uníos", proclamó, que en el mundo real de hoy podría interpretarse como
un llamado a la unión de todos los trabajadores manuales e intelectuales,
los campesinos y los pobres de todos los países, en busca de lo que se ha dado
en llamar "un mundo mejor".


Por primera vez en la historia humana,
nuestra especie corre un riesgo real de extinción. La amenazan no solo
la destrucción de su medio natural de vida, sino también graves riesgos
políticos, armas cada vez más sofisticadas de destrucción y exterminio masivo y
doctrinas extremistas que podrían apoyarse en mortales y aniquiladoras
fuerzas.


La paz no vive sus mejores días de gloria y esperanzas.
Una guerra está a punto de estallar. No se trataría de un enfrentamiento entre
fuerzas equiparables. De un lado estaría la superpotencia hegemónica con toda su
abrumadora fuerza militar y tecnológica, apoyada por un aliado principal,
otro país nuclear y miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Del
otro lado, un país cuyo pueblo ha sufrido más de 10 años de diarios bombardeos y
la pérdida de cientos de miles de vidas, principalmente niños, por hambre y
enfermedades, después de una desigual guerra provocada por la ilegal ocupación
iraquí de Kuwait, que era un estado independiente y reconocido por la comunidad
internacional. La inmensa mayoría de la opinión mundial rechaza con unánime
oposición la nueva guerra. No acepta en primer lugar la decisión unilateral del
gobierno de Estados Unidos, que ignora las normas internacionales y las
facultades que corresponden a las Naciones Unidas, que ya de por sí son
bastante pocas. Se trata de una guerra innecesaria, bajo pretextos nada creíbles
ni probados.


Completamente debilitada por la anterior guerra que tuvo
lugar en 1991 frente a Estados Unidos, Iraq —que en su conflicto con Irán fue
apoyada y armada en no poca medida por Occidente— carece en absoluto de
capacidad para contrarrestar el armamento ofensivo y defensivo con que cuenta
Estados Unidos —capaz de anular cualquier riesgo de uso por parte de Iraq de un
arma nuclear, química o biológica si ese país contara con alguna de ellas, lo
cual es muy poco probable—, y sería además absurdo políticamente y suicida desde
el punto de vista militar que intentara hacerlo.


El verdadero peligro radica en que tal acción bélica se
convertiría para el pueblo iraquí en una guerra patriótica, y nadie podría de
antemano asegurar cuál sería su reacción y su resistencia, cuánto duraría esa
guerra, cuántas muertes y destrucción ocasionaría, y cuáles serían las
consecuencias humanas, políticas y económicas de la misma para cada uno de los
contendientes. El mundo sin duda sería sometido a colosales riesgos
económicos en medio de la profunda crisis que hoy afronta. No podría calcularse
lo que ocurriría en esas circunstancias con los precios del petróleo.


El pasado 29 de enero, cuando hablé en ocasión del 150º
aniversario del natalicio de José Martí, recordé y analicé varios discursos
pronunciados por el Presidente de Estados Unidos. Citaré en esta ocasión solo
algunos párrafos que hablan por sí mismos:


"Vamos a utilizar cualquier arma de guerra que sea
necesaria."


"Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que
tomar una decisión: o está con nosotros o está con el terrorismo."


"Esta es una lucha de la civilización."


"Los logros de nuestros tiempos y la esperanza de todos
los tiempos dependen de nosotros."


"Y sabemos que Dios no es neutral." [Septiembre 20 del
2001].


"Nuestra seguridad requerirá que transformemos a la fuerza
militar que ustedes dirigirán en una fuerza militar que debe estar lista para
atacar inmediatamente en cualquier oscuro rincón del mundo, [...] que estemos
listos para el ataque preventivo" [...]


"Debemos descubrir células terroristas en 60 o más
países."


"Estamos ante un conflicto entre el bien y el
mal."


[Discurso ante los cadetes en el 200º aniversario de West
Point, junio 1º del 2002]


"Estados Unidos le pedirá al Consejo de Seguridad de la
ONU que se reúna el 5 de febrero para considerar los hechos sobre los desafíos
de Iraq al mundo."


"Vamos a consultar, pero que no haya malos entendidos. Si
Saddam Hussein no se desarma plenamente, por la seguridad de nuestro pueblo y
por la paz del mundo encabezaremos una coalición para desarmarlo."


"Y si nos obligan a ir a la guerra, vamos a luchar con el
pleno poderío de nuestras Fuerzas Armadas."


[Declaración ante el Congreso, enero 28 del
2003]


Aunque el Presidente Bush expresa su convicción de que
Dios no es neutral, lo cierto es que el Papa Juan Pablo II y casi todos los
jefes religiosos del mundo están contra esa guerra. ¿Quién interpreta realmente
los designios del Señor?


Aquí se discutía hace dos días cuál será el futuro de la
humanidad. Algunos preguntaban qué vendría después de la globalización, si sería
largo o breve el actual orden económico mundial, cuánto durará el nuevo sistema
imperial. Intentaré con gran riesgo improvisar una respuesta a esas preguntas,
sobre las que he meditado más de una vez.


Parto de algunas convicciones íntimas, en las cuales creo
firmemente. Los hombres no hacen la historia. Los factores subjetivos pueden
adelantar o retrasar los grandes acontecimientos, incluso por períodos
relativamente largos, pero no constituyen el factor determinante, ni pueden
impedir el desenlace final. Accidentes de gran trascendencia de origen humano o
de origen natural, una guerra nuclear, la destrucción acelerada del medio
ambiente y el cambio relativamente brusco del clima, pueden alterar todos los
cálculos o pronósticos que hacen los más preclaros talentos de nuestra especie.
Ambas cosas podrían todavía evitarse.


Los factores objetivos derivados del propio desarrollo de
la sociedad humana son los que determinan los acontecimientos.


La economía no es una ciencia natural, no es ni puede ser
exacta; es una ciencia social. Conceptos e ideas, tendencias y leyes surgidas en
una época dentro de un sistema económico y social determinado, tienden a
perdurar en el tiempo, aun cuando tales sistemas estén agotados o hayan
desaparecido, lo cual no pocas veces perturba la interpretación más correcta de
los acontecimientos. La enorme diversidad de opiniones y teorías que se escuchan
en los encuentros o reuniones de las ciencias sociales son una prueba de ello.
Servirán igualmente de ejemplo los enormes errores que se cometen en cualquier
proceso revolucionario profundo.


De la política me parecería mejor decir que es una mezcla
de ciencia y de arte, aunque más de arte que de ciencia.


Nunca debe olvidarse que tanto en uno u otro caso, la
responsabilidad de la tarea corresponde a los seres humanos, y éstos son tan
variados y variables como partículas llevan en las combinaciones de su mapa
genético.


De la historia se puede sacar una lección en la que suelo
insistir. Solo de las grandes crisis han surgido las grandes soluciones.
Entiendo que de esta regla escapan muy pocas excepciones.


Nos encontramos hoy ante una gran crisis generalizada,
tanto económica como política. Tal vez la primera de carácter plenamente
global.


El orden económico prevaleciente ni es sostenible ni es
soportable. No tiene solución posible sin grandes y profundos cambios. No es
necesario abundar en datos, que aquí y en todas partes se repiten, para
comprender la realidad. Los ejemplos de crisis locales, regionales y
hemisféricas que se repiten con creciente frecuencia lo demuestran. De ellas no
se libran ni países pobres ni países ricos. Muchos partidos están sumidos en
total descrédito. Los pueblos se hacen cada vez más ingobernables. Los
organismos financieros internacionales e instituciones afines como la OMC, o
grupos de superricos como el de los 7, no encuentran ya dónde reunirse. Las
organizaciones y los movimientos sociales afectados o sensibilizados por la
tragedia que vive el mundo se multiplican en todas partes. Las tecnologías
modernas han hecho posible la transmisión de mensajes sin acudir a la ayuda de
los medios tradicionales de comunicación.


A pesar de los 800 millones de analfabetos que todavía
existen, miles de millones de personas de una forma o de otra tienen acceso a
determinadas informaciones y sufren a diario las calamidades del desempleo,
pobreza, carencia de tierras, insalubridad, inseguridad; falta de escuelas,
techos, condiciones higiénicas mínimas, autoestima y reconocimiento social.
Hasta la propia publicidad comercial consumista exacerba la conciencia de sus
propias carencias y desesperanzas.


No hay forma de continuar el engaño sistemático, no es
posible matarlos a todos; son ya más de 6 220 millones los habitantes del
planeta, que en solo un siglo se han multiplicado por más de cuatro veces. Al
ejército de descontentos del Tercer Mundo se unen millones de trabajadores
instruidos, y hombres y mujeres de los sectores profesionales y de las capas
medias de los países desarrollados, cada vez más preocupados por su propio
destino y el de sus hijos, al ver envenenarse el aire, las aguas, los suelos,
las plantas y desaparecer lo agradable de cuanto los rodea, producto de la
irresponsabilidad y la anarquía en el uso de los recursos naturales. La
existencia de los ciudadanos en cualquier parte se convierte cada vez más en una
lucha por la supervivencia.


Que la humanidad no tiene otra alternativa que cambiar de
rumbo, es algo que no puede dudarse. ¿Cómo cambiará? ¿Qué nuevas formas de vida
política, económica y social adoptará? Es la pregunta de más difícil respuesta,
lo cual me conduce a la última idea que deseo expresar.


En esto el factor subjetivo deberá desempeñar su papel más
importante, y para ello debe ser informado e incitado a pensar. Transmitir
información, alentar debates, crear conciencia, será tarea de los más avanzados.
Un ejemplo alentador de nuevos métodos de lucha fue el Foro Social Mundial de
Porto Alegre. Las cien mil personas que allí se reunieron a meditar y debatir
han mostrado una imagen de las fuerzas emergentes e impulsoras de los cambios
que objetivamente se imponen en el mundo.


En Cuba llamamos a esta lucha Batalla de Ideas. En ella
estamos fuertemente enfrascados hace ya tres años y dos meses. Más de cien
programas sociales han surgido de esa lucha, la mayoría consagrados a la
educación, la cultura general y artística, la masificación del conocimiento, la
revolución de los sistemas de enseñanza escolar, la divulgación de conceptos
sobre los más variados temas políticos y económicos, el trabajo social, la
multiplicación de las posibilidades de realizar estudios superiores, la búsqueda
a fondo de los problemas sociales más sensibles, causas y soluciones; la meta de
alcanzar una cultura general integral, sin la cual no bastaría obtener un título
profesional universitario para dejar de ser analfabeto funcional.


Son ambiciosos nuestros planes, pero estamos realmente
alentados por los resultados que vamos obteniendo.


A pesar de que el mundo atraviesa una gran crisis
económica, nuestro país ha logrado reducir el desempleo a 3,3 por ciento;
esperamos a finales de este año reducirlo a menos de 3, con lo cual
ingresaríamos a la condición de país con pleno empleo.


Quizás lo más útil de nuestros modestos esfuerzos en la
lucha por un mundo mejor será demostrar cuánto se puede hacer con tan poco si
todos los recursos humanos y materiales de la sociedad se ponen al servicio del
pueblo.


Ni la naturaleza debe ser destruida, ni las podridas y
despilfarradoras sociedades de consumo deben prevalecer. Hay un campo donde la
producción de riquezas puede ser infinita: el campo de los conocimientos, de la
cultura y el arte en todas sus expresiones, incluida una esmerada educación
ética, estética y solidaria, una vida espiritual plena, socialmente sana, mental
y físicamente saludable, sin lo cual no podrá hablarse jamás de calidad de
vida.


¿Acaso algo impide que podamos alcanzar tales
objetivos?


¡Queremos demostrar lo que todos proclamamos: que un mundo
mejor es posible!


¡Ha llegado la hora de que la humanidad comience a
escribir su propia historia!


Muchas gracias.



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