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General: Política fiscal burguesa y política proletaria{PARTE 1}
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De: ATTACmx (Mensagem original) |
Enviado: 09/01/2004 08:48 |
FORO DEBATES http://groups.msn.com/ATTACPRAXISMEXICO/
http://groups.msn.com/ATTACMEXICO/ Política fiscal burguesa y política proletaria Cualquier política fiscal que quiera ser algo distinto de un pillaje de la población debe en primer lugar plantearse esta cuestión: ¿de qué fuentes de riqueza social pueden u deben extraerse los impuestos? La cuestión de en que medida y en que manera los individuos particulares deben ser objeto de gravamen fiscal es una cuestión secundaria a la cual no podrá responderse de una manera satisfactoria más que cuando se haya respondido a la primera. Considerando la producción total anual de la sociedad, puede descomponerse en dos partes: una parte sirve al mantenimiento y la reproducción de las fuerzas de trabajo, la cual debe necesariamente ser adjudicada a los obreros si la sociedad quiere seguir existiendo. El excedente constituye el sobreproducto con el cual se mantienen las clases no productivas . En una sociedad capitalista este sobreproducto reviste la forma de la plusvalía que se adjudican los capitalistas. Si examinamos esta situación económica bajo esta forma simplificada, es evidente que los impuestos no pueden ni deben provenir más que de una fuente: el sobreproducto, y respectivamente la plusvalía. Esto se manifestó claramente en tiempos de feudalismo. Las funciones del Estado estaban entonces en manos del rey, de la Iglesia y de los señores de la tierra; todos ellos obtenían sus ingresos, no de los impuestos tal como hoy los concebimos, sino de sus tierras, es decir, del trabajo de los agricultores. Era el sobreproducto de estos agricultores el que ellos recibían, por completo o en parte, bajo la forma de tributos es especie y de servicios personales, y a cambio de los cuales se encargaban de las funciones de la autoridad pública 짯justicia, policía, defensa del país, relaciones con el exterior, etc. Estos tributos y servicios generalmente no sobrepasaban el sobreproducto; en primer lugar porque la economía natural, como ya hizo notar Marx, no comportaba la avidez desmesurada que caracteriza la economía monetaria, y después porque, al estar poco desarrollada la técnica militar, el campesinado no estaba absolutamente indefenso cara a los señores feudales; en fin, porque el campesinado oprimido podía huir siendo bien recibido en cualquier parte, dada la escasez de fuerzas de trabajo, tanto al servicio de otro señor como en la ciudad. En la ciudad es donde surge la producción de mercancías donde surge la economía monetaria. El producto se transforma en una mercancía de valor y precio determinados, el sobreproducto reviste también la forma de un valor, y la parte del sobreproducto que debía servir al mantenimiento del Estado se convirtió en una parte del valor, realizado en dinero, de las mercancías. En lugar de los tributos y servicios feudales se estableció el impuesto en dinero. Ya al comienzo de nuestro trabajo hemos descrito la situación que de ello se derivó. El nuevo Estado que acababa de nacer con la burguesía y que tenía como base los impuestos en dinero, debía ante todo reprimir a los que habían sido los señores de la colectividad o sea la iglesia y la aristocracia feudal. La lucha se terminó, por la destrucción de los antiguos amos, sino mediante un compromiso que aseguró su existencia sobre nuevas bases. Los amos del Estado se convirtieron en sus servidores pero en contrapartida la autoridad protegió sus intereses materiales. Los nacientes impuestos estatales no reemplazaron a los tributos y a los servicios feudales, sino que se les yuxtapusieron. Y el Estado centralizador, con su nueva técnica militar, con los fusiles y los cañones de los ejércitos profesionales y con la insaciable avidez de dinero de la economía monetaria, supo obtener mayores sumas de los campesinos 짯a quienes no resultaba tan fácil escapar a la policía del Estado como al señor de un pequeño dominio짯 que los antiguos señores. Los tributos y servicios feudales fueron más bien incrementados que disminuidos bajo la protección del nuevo Estado, al mismo tiempo que los nuevos impuestos en dinero crecieron desmesuradamente. Los príncipes arramblaban con el dinero donde quiera que se encontrase, sin la menor consideración con el progreso de la producción ni con la prosperidad de la población. Pero así, la protección estatal a la propiedad feudal de la tierra, ya en plena bancarrota económica, no conducía a un progreso de la producción sino mas bien a un retroceso de la misma. En estas circunstancias, el sobreproducto se hizo cada vez más insuficiente para satisfacer las exigencias del Estado, por lo que debió sacrificarse, al menos en el campo, a la avidez del gobierno y de sus recaudadores arrendatarios de impuestos, una parte creciente de lo que era necesario para el mantenimiento y la reproducción de las clases trabajadoras. El campesinado, todavía próspero en los siglos XIV y XV, se empobreció visiblemente en los siglos XVII y XVIII; las explotaciones agrícolas retrocedieron y el campesino comenzó poco a poco a morirse de hambre. Este estado de cosas era, en parte, debido a la opresión feudal que no permitía una explotación agrícola racional y, en parte, a las exigencias crecientes de la economía monetaria, mientras que la economía natural de los campesinos sólo muy lentamente adquirió el carácter de producción para el mercado; pero también en parte, y no en una medida despreciable, se debió a la expoliación directa practicada por el fisco. Fue en Francia donde esta situación se manifestó con características más agudas y también donde durante la gran revolución se produjo una reacción igualmente aguda contra este terrible estado de cosas. Fue en Francia donde los teóricos de la burguesía ascendente se esforzaron por implantar, antes que cualquier otra cosa, un sistema racional de impuestos. Los fisiócratas establecieron clara y decididamente que la política fiscal dependía de la economía nacional y que debía estar sometida a ella. La consecuencia natural de ello fue el principio de que el impuesto tenía que ser pagado sólo por el sobreproducto. Pero el único trabajo que, a sus ojos, podía crear un plusproducto era el trabajo agrícola y por consiguiente exigieron que todos los impuestos fuesen abolidos y reemplazados por un impuesto único (impot unique) que recayese sobre el excedente agrícola (produit net). Este impuesto, que habría terminado por afectar esencialmente a los grandes propietarios, no les parecía demasiado pesado, dado que reduciría al mínimo las funciones del Estado. En anterior Estado, ligado a la aristocracia feudal, se había convertido en una sanguijuela inútil que obstaculizaba en todas partes la actividad económica, de forma que la eliminación de este Estado era la primera condición para la prosperidad económica. Fueron los fisiócratas quienes lanzaron al mundo la famosa frase laissez faire, laissez aller. Lo que comenzaron los fisiócratas lo continuaron más tarde los librecambistas radicales, quienes han proseguido en nuestro siglo la lucha de la burguesía contra las supervivencias del Estado feudal. Su base teórica era ciertamente otra, la economía clásica inglesa. Pero igual que los fisiócratas, también ellos ensalzaban el principio de laisser aller, laisser faire y pedían también la reducción al mínimo de las funciones del Estado; y al igual que aquéllos, aspiraron a un sistema de impuestos en armonía con las necesidades de la producción. Su sistema de impuestos se asemejaba mucho al de sus predecesores. Ciertamente, ellos no pensaron nunca en reducir verdaderamente todos los impuestos a uno solo, al impuesto sobre la plusvalía. La cuestión de la plusvalía ni siquiera existía para ellos. Sin embargo rechazaron los impuestos indirectos, al menos los que gravaban los artículos de primera necesidad y exigieron un impuesto sobre la renta con exención para las rentas bajas; éste es un impuesto que ciertamente no se identifica con el impuesto sobre la plusvalía pero que se le asemeja mucho. Pero el manchesterianismo no ha triunfado por completo en ninguna parte. El Estado burgués se ha mostrado igual de belicoso que el Estado feudal. La revolución francesa, basada en las ideas de los fisiócratas, desencadenó una serie de espantosas guerras generales que durante más de dos décadas devastaron a toda Europa e impusieron a los pueblos terribles tributos en sangre y en dinero. La revolución de 1848 que despejó el camino hacia la dominación del librecambismo radical, amenazó con desencadenar una segunda era de guerras. El fracaso de la revolución aplazó estas guerras, que fueron llevadas a cabo más tarde por los ejecutores testamentarios de la revolución, los tres déspotas Luis Napoleón, Bismarck y Alejandro II. A la era de veinte años de guerra, que empezó y terminó con una guerra en Oriente, sucedió la era de la paz armada, que apenas fue más soportable para los pueblos que las guerras anteriores. El resultado fue, para todos los pueblos civilizados, un aumento continuo de los impuestos y de la deuda pública, el pago de cuyos intereses exigiría nuevos impuestos. Al mismo tiempo crecieron las exigencias de que el Estado actuase como factor civilizador, por mucho que los gobiernos quisiesen hacer “economías” estrictas en este sentido. La enseñanza superior, las comunicaciones, etc., exigieron gastos cada vez mayores que era imposible eludir. En lugar del estado de paz que los hombres de Manchester habían soñado, en realidad se vivió en un campamento de guerra permanente; en lugar de laisser faire se vivió dentro de un Estado que, cada vez más, extendía la esfera de su intervención en el mecanismo social. ¿Pero con qué cubrir las necesidades crecientes del Estado? ¿Se acudió a la plusvalía, es decir, los impuestos sobre la renta, sobre la riqueza ,sobre los derechos de sucesión, o bien a los impuestos indirectos que gravan las necesidades del pueblo? Esta es la cuestión. Pero la burguesía es la clase dominante y como tal ha sabido siempre librarse de las principales cargas que impone el Estado. Hay Estados, por ejemplo Francia, que todavía no tienen impuestos sobre la renta, gracias al dominio exclusivo de la burguesía, que en Francia ha conseguido ya hace cien años desembarazarse de la nobleza y oponer al proletariado el dique de la pequeña burguesía y los campesinos. Por esto es por lo que, en contrapartida, esta tan desarrollada en Francia la imposición sobre los víveres del pueblo; los aranceles sobre los cereales, los impuestos indirectos, entre ellos sobre la sal, el azúcar, las bebidas, el monopolio del tabaco, proporcionan los principales ingresos. La cuantía total de los ingresos estatales fue de 3 386 millones. Los impuestos sobre negocios bursátiles proporcionaron 8 700 000 y el impuesto sobre la renta mobiliaria 65.800.000 francos. Los demás impuestos (timbre, etc.) están bien lejos de poder reemplazar los impuestos sobre la renta. Entre todos los Estados modernos, Inglaterra es el país donde, hasta hoy la burguesía ha disfrutado de un poder menos exclusivo; y precisamente porque la producción capitalista se ha desarrollado allí en su forma más pura, la consecuencia es la constitución de un proletariado potente, no estorbando por la pequeña burguesía y el campesinado, que se opuso a la burguesía en una época en que ésta estaba todavía enfrentada con la nobleza. Tampoco encontramos casi en Inglaterra impuestos indirectos que graven los artículos de primera necesidad. Pero en cambio también la plusvalía se encuentra bien protegida. El sistema de impuestos reposa en Inglaterra sobre un compromiso: se ha establecido un impuesto sobre la renta pero no es progresivo; las rentas inferiores a 160 libras esterlinas (=3,200 marcos) no son gravadas; la ley de 1894 establece una cierta regresión para las rentas comprendidas entre 160 y 500 libras. Las grandes rentas no están en ninguna medida más fuertemente gravadas que las rentas medias. El impuesto sobre sucesiones actúa en el mismo sentido que el impuesto sobre la renta. Junto a esto hay impuestos indirectos y aranceles elevados sobre artículos de lujo de consumo popular, sobre todo el tabaco y las bebidas alcohólicas. Estos impuestos indirectos produjeron en 1896, 48 714 000 de libras esterlinas, alrededor de 1 000 millones de marcos; los impuestos sobre la renta y del timbre, de los cuales los impuestos sobre herencias se llevan la parte del león, han aportado 34.830 de libras, 700 millones de marcos. El total de los impuestos se elevaba a más de 100 millones de libras, más de 2 000 millones de marcos. Los demás Estados civilizados han adoptado un sistema de impuestos intermedio entre el inglés y el francés. Pero en todos los países del continente (excepto en la Suiza democrática) la plusvalía está mucho menos gravada que los artículos de primera necesidad. Y en general hay la tendencia a aumentar estos impuestos indirectos, no sólo en términos absolutos, sino también en términos relativos. No puede concebirse un sistema más irracional, ya que a menudo estos impuestos gravan más (como por ejemplo el impuesto sobre la sal) a las familias pobres y numerosas que a las acomodadas. También son irracionales dado que, por ejemplo, en los impuestos aduaneros, el costo de la percepción de los impuestos absorbe a menudo la mayor parte de los ingresos. Pero en cambio son cómodos; el pueblo siente menos su peso que el de la imposición directa y, lo que es decisivo, la masa del pueblo no les opone la resistencia que opone la burguesía a todo impuesto directo que grave seriamente sus rentas. Y todavía hoy la burguesía es la clase que decide. Las clases que se hunden los artesanos y los campesinos, favorecen ellos mismos el desarrollo de los impuestos indirectos en virtud de su política aduanera. La industria para la exportación es casi exclusivamente la gran industria: los artesanos y los campesinos no necesitan más que el mercado interior y quieren asegurárselo. Por esta razón, favorecen los derechos protectores que, en realidad, no les protegen sino que se convierten en nuevos impuestos indirectos de los cuales ellos mismos soportan la mayor parte. Los partidos burgueses no llegan más allá de los dos sistemas de impuestos que acabamos de esbozar, a saber, el sistema manchesteriano y el sistema proteccionista; lo mismo ocurre con la democracia burguesa que no es ni un partido capitalista ni un partido anticapitalista, sino el partido de la reconciliación de los intereses de clase, el partido de aquellos intereses que son comunes a los capitalistas y a los proletarios, a los pequeñoburgueses y a los campesinos. Le falta a la democracia burguesa resolución frente a los capitalistas . No se atreve a imponerles todas las cargas fiscales pero quiere, al mismo tiempo, aligerar a las clases inferiores, y así todo su sistema viene a parar en reducir los impuestos al máximo posible, un ideal que es inconciliable con las obligaciones crecientes del Estado moderno. Sobre el terreno de la democracia burguesa, la transformación del Estado en un Estado civilizador se hace imposible, por muy bien intencionada que sea, el respecto, esta democracia. Muy distinto es el sistema de impuestos de la democracia proletaria de la socialdemocracia. Su consigna no es la disminución de los impuestos sino la de cargar los impuestos sobre los hombros de quienes pueden soportar su peso. Hace suya de nuevo la vieja pretensión de los fisiócratas, quienes exigían que los impuestos gravasen la plusvalía. Es verdad que el desarrollo del modo de producción capitalista no permite determinar la plusvalía tan fácilmente como el produit net de los fisiócratas; en el siglo pasado, durante la época de la economía natural, cuando el campesino producía él mismo caso todo lo que necesitaba, el producto neto era el excedente en especie de sus productos sobre sus propias necesidades, e iba a parar al propietario de la tierra. La plusvalía sólo se manifiesta después de numerosas divisiones y transformaciones, de manera que es imposible evaluarla directa e íntegramente. La imposición de fuentes o componentes particulares de la plusvalía conduce fácilmente sobre los menos afortunados. Así es como los propietarios de la tierra, en las ciudades, aprovechan su situación de monopolio para trasladar a sus inquilinos el impuesto sobre la renta de la tierra. No intentamos aquí encontrar el medio más racional de gravar la plusvalía ya que esto nos llevaría demasiado lejos. Nos contentamos con remitir al programa de la socialdemocracia alemana. Para pagar todos los gastos públicos, en cuanto puedan se cubiertos por los impuestos, la socialdemocracia reclama impuestos progresivos sobre la renta y sobre el capital y un impuesto sobre la sucesión, creciendo progresivamente con la importancia de la herencia y el grado de parentesco. Esta es una combinación que, a nuestro parecer, acertará, muy probablemente, a afectar a la plusvalía. La democracia burguesa reclama igualmente estas clases de impuestos y los ha hecho adoptar en parte; pero no tiene la suficiente falta de miramientos como para arrancar, por esta vía, sumas considerables al capital. La socialdemocracia es la única que no tiene miramientos con el capital; sólo ella puede reclamar reformas sociales que necesitarán gastos considerables por parte del Estado, proponiendo al mismo tiempo remplazar los otros impuestos por el impuesto sobre la renta, el impuesto sobre las riquezas y sobre los derechos de sucesión.
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