¿Quién dijo que Panda es un oso? Panda no es el nombre de un oso, sino de un televisor. Así se llama el equipo televisivo de origen chino que la comisión creada en mi trabajo, para el otorgamiento de estímulos, decidió darme en mi condición de trabajadora destacada que cumplía dos requisitos básicos: no tener TV y una destacada trayectoria laboral. Luego que el team creado al efecto decidió que yo era una de las elegidas (sin contar las discusiones, los comentarios cuestionadores sobre los méritos, la visita a mi barrio para comprobar que yo no tenía tele y que era decente —y toda la chismografía asociada al asunto que tuve a bien ignorar—), comenzó la historia verdadera del reconocimiento laboral; es decir, los trámites para comprar (con mi dinero) el televisor con el que la revolución, a través de mi sindicato, me premió. ¿Por qué un estímulo? Pues porque eso me permite varias ventajas en comparación con los no destacados, que no tendrán un televisor Panda. Primero, la posibilidad de adquirirlo en moneda nacional, pues todos los equipos electrodomésticos existen sólo en divisa convertible a precios que no detallaré. Yo, por sólo 4.000 pesos (153 dólares), es decir, por el salario de aproximadamente 20 meses, podré comprar el equipo, pagando cada vez 67 pesos, o sea, pagando durante 4 años y 9 meses una mensualidad que el banco me adelantó en servicio crediticio. Cuando llegué al banco que me corresponde no había planilla y tuve que volver en otra ocasión. El formulario fue llenado por los compañeros de la dirección económica de mi trabajo sin mayores contratiempos. Tocó entonces el turno a recoger el bono que me autoriza la compra. O sea, el bono que el Sindicato Municipal de Trabajadores de la Educación y la Ciencia de la Habana Vieja, me daría como constancia de que soy la elegida. La recogida del bono sólo puede realizarse los martes, jueves y sábados de 9 a 2 p.m. Téngase en cuenta que bajo similar status de elegida están otros 2.000, que por sus sindicatos, CDR, asociaciones de combatientes o círculos de abuelos fueron estimulados. Como el tumulto cada vez se extendía, ya el pasado martes decidí quedarme a recoger mi bono las horas necesarias en una cola que había abandonado dos veces anteriores. Por suerte, un amigo había llegado al lugar a las 6:04 a.m. Agobiado por la misma situación y previendo que algún conocido estaría en iguales circunstancias, cogió dos de los primeros 50 tickets distribuidos por los compañeros del sindicato en aras de ordenar la cola. De esta manera, con el número 39, luego de seis horas sentada en el salón de reuniones de aquel lugar, rodeada de un centenar de compañeros en idéntica situación, sudando los 33 grados en un local cerrado concebido para el aire acondicionado que hace años no funciona, así, llegó mi memorable momento de recoger el bono. Sin mayores enredos me fue entregado, luego de comprobar que mi nombre en el carné de identidad se correspondía con el del acta de la reunión de otorgamiento, me dieron mi bono y, presurosa, a las 2:30, corrí hacia el banco que me correspondía, a unas 15 cuadras del lugar. Para mi suerte, el banco no cerró a las tres, no se fue la luz ni se rompió la impresora. El único desajuste fue la lentitud de la muchacha inexperta que me atendía y se rascaba constantemente la planta del pie izquierdo, por demás sucia, en sus sandalias beige. Tampoco hubo mayores inconvenientes, y una hora y media después ya tenía el cheque de mi crédito, que casi no me lo dan por no saberme el número de zona y CDR (ella admitió que lo inventara). Estaba lista para dirigirme a la tienda donde debo comprar mi "Panda". Como mi dirección de carné de identidad está en el municipio Plaza y ahora vivo en Centro Habana, hube de negociar para acceder a los televisores situados en la tienda más cercana, es decir, en Centro Habana. Pero, pequeño inconveniente, dicha tienda está en inventario. Al día siguiente, pasé bien temprano en la mañana y los 80 compañeros que ya habían organizado la cola de ese día me instaron a leer el cartel en la puerta: "Sólo atendemos a 25 personas diarias". Desolada me fui al trabajo y aún no he decidido cuál de los próximos días madrugaré, para estar entre los primeros 25 de mi tienda, en la que me inscribiré para que en el mes siguiente un técnico en electrónica vaya a mi casa y me instale el Panda. No puedo llevarlo yo misma e instalarlo, sino con un técnico de la tienda. Las instalaciones están demorando porque no hay transporte con que llevarlo a las casas, así que más o menos en un mes alguien irá a mi puerta, entre 10 de la mañana y 5 de la tarde, justo a la hora en que yo trabajo, a instalarme la tele. Teóricamente, ese mes no debo trabajar esperando al técnico con el equipo, pues, de no estar en mi vivienda, paso nuevamente al final de la lista de los inscritos. Esto sí sería desastroso, pues en dos semanas, como homenaje al 26 de julio, serán repartidos nuevos Pandas y esos nuevos beneficiados se sumarán a la lista de pendientes. Sí, porque ahora —luego de los 50.000 que fueron donados al pueblo bolivariano con sus respectivos vídeos, y que allí serán gratis— seguirán repartiendo en Cuba. Supe también en mi cola de espera del bono que, además de la donación que el presidente Chávez agradeció públicamente, los chinos envían el televisor Panda con un equipo de vídeo y una mesita metálica, y que en Cuba separan en tres equipos y ponen los otros dos (al fin y al cabo no son esenciales, ¿eh?) a la venta en divisas, mientras los televisores (esenciales en este momento decisivo de la batalla de ideas) se otorgan como estímulos. Los mantendré al tanto de la llegada del Panda a mi casa y de la programación de verano, mientras se me ocurre dónde guardar la caja vacía, pues si se rompiera en los próximos cinco años de garantía, debo llevarlo al consolidado en su caja original, de lo contrario no será recibido. Durante estos enredos he pensado mucho en ustedes, pues de veras no imagino lo oprobioso que deba ser en el capitalismo la compra de un televisor Panda. De hecho, si algún día en sus sindicatos se lo entregan, piénsenlo dos veces porque si en el socialismo —donde se satisfacen las necesidades siempre crecientes del hombre— es un poquito complicado, me imagino que en el capitalismo será horrendo. Voilà. |