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General: Cuba situacion actual y desenlaces posibles
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De: Valerio1939fv  (Mensaje original) Enviado: 23/03/2004 19:03
  language=JavaScript>document.write( dayNames[now.getDay()] + " " + now.getDate() + " de " + monthNames[now.getMonth()] + " " +" de " + year);  Martes 23 de Marzo de 2004  
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CUBA: LA SITUACIÓN ACTUAL, LOS DESENLACES POSIBLES Y LA ESTRATEGIA ADECUADA

1898-1998

CARTA A TODOS LOS CUBANOS

Unión Liberal Cubana

Partido Liberal Democrático de Cuba

North-South Center, University of Miami

Coral Gables, Florida/28 de marzo de 1998

PREÁMBULO

Castro, aparentemente, está muy enfermo. La economía de Cuba continúa hundiéndose. El Papa pasó por la Isla y allí dejó sembrada una esperanza de cambio. En Estados Unidos muchas fuerzas políticas se replantean la estrategia del embargo. Se sabe que el régimen vive su última etapa. Y ante todo esto, la Unión Liberal Cubana se propone hacer una seria evaluación dirigida a todos los cubanos.

Varias fechas recientes despertaron inútilmente las esperanzas de los cubanos. En octubre pasado la convocatoria al Quinto Congreso del Partido Comunista dejó abierta por un breve periodo la puerta al cambio político. Se rumoraba que, al fin, el gobierno rectificaría sus errores y comenzaría una suerte de transición. Pero no sucedió nada de esto. Por el contrario, "unánimemente", como siempre suceden las cosas en la Cuba de Castro, se aprobó un documento en el que se ratificaba la línea estalinista más dura, pero ahora trenzada con una confusa interpretación histórica.

En las elecciones de enero del '98 volvió a suceder el mismo fenómeno. Sotto vocce, circuló la "noticia" de que permitirían la presentación de algunas candidaturas independientes. Oswaldo Payá y una docena de los miembros de su ilegal organización --no los dejan inscribirse, pese a que actúan dentro de las reglas del gobierno-- intentaron participar, pero fueron olímpicamente ignorados. Y las elecciones, naturalmente, produjeron los resultados previstos: los 601 un candidatos únicos seleccionados por el "aparato" fueron electos por el 98 por ciento de los sufragios, mientras los voceros del gobierno no dejaban de repetir que Cuba era el país más democrático del mundo.

A los pocos días de ese mismo mes de enero llegó el Papa y por cuatro inolvidables jornadas se levantó parcialmente la veda totalitaria. Muchos pensaban que ése era el principio del cambio, pues Su Santidad había solicitado una amnistía. Otra frustración: unos cuantos presos fueron puestos en la calle o depositados en el aeropuerto, pero nada fundamental cambió en el país.

En febrero la ilusión desvanecida tuvo que ver con el propio Castro. La novísima Asamblea del Poder Popular se reuniría el 24 para elegir al Presidente del país y a los miembros del Consejo de Estado, el órgano decisorio supuestamente más poderoso, y muchos creyeron que un Castro gravemente enfermo comenzaría el inevitable cambio cediéndole su lugar a alguien --por ejemplo-- como Ricardo Alarcón. Falso: Castro retomó absolutamente todas las posiciones clave y, además, desplazó del Consejo de Estado a algunos diputados a los que se les suponían actitudes reformistas.

Pero nada de esto podrá impedir que Cuba retome el camino de la democracia y de la libertad económica. Parafraseando a Lincoln, se puede aherrojar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no es posible aherrojar a todos todo el tiempo.

En el verano pasado cuatro compatriotas ilustres --Vladimiro Roca, Marta Beatriz Roque Cabello, Félix Bonne Carcasses y René Gómez Manzano-- escribieron un bien razonado documento al que titularon "La patria es de todos". Por ese simple hecho fueron detenidos y ni siquiera la clemencia solicitada por Juan Pablo II conmovió a Castro. Siguen presos. A ellos dedica la Unión Liberal Cubana los papeles que siguen. Merecen honor.

Hace un siglo, tras el abrupto final de la guerra de independencia, precipitado por la intervención de Estados Unidos, los cubanos comenzamos una etapa diferente de nuestra historia, al fin alejados de la tutela española. Aquel año, terminada la batalla, el panorama nacional resultaba bastante desolador: miles de viudas ojerosas y extremadamente delgadas vestían de negro y deambulaban por los pueblos y caseríos buscando algo de comer para ellas mismas y para sus hijos. En las veredas, a la espera de sepultura, se apilaban numerosos cadáveres. Los hospitales estaban llenos de enfermos de paludismo y disentería. El comercio y la industria habían disminuido sustancialmente, arrastrando en su caída el nivel de vida de la que fuera una de las sociedades más ricas de Occidente en la segunda mitad del siglo XIX, aunque bien es cierto que, en gran medida, esa prosperidad se debía al poderío azucarero sustentado por la esclavitud de los negros. Cerca de un diez por ciento de la población cubana había tenido que marcharse al exilio --un porcentaje similar había muerto dentro de la Isla por causa de la guerra--, y ello había bastado para que sus propiedades hubiesen resultado confiscadas y luego asignadas mediante procedimientos judiciales inescrupulosos a nuevos propietarios, casi siempre españoles y cubanos adictos a España. Nunca, por cierto, los legítimos dueños pudieron recuperar lo que el gobierno colonial les había expropiado poco antes del fin de la guerra.

Pero no todo resultaba triste y desesperanzador. Curiosamente, cuentan las crónicas de la época, dos actitudes parecían prevalecer entre los criollos de aquel fin de siglo: la certeza de que se iniciaba una nueva y prometedora etapa, y la convicción de que la nación contaba con los recursos humanos y el entusiasmo necesarios para emprender con éxito la nueva andadura. Un dato basta para probarlo: en poquísimo tiempo, cien mil cubanos --entonces Cuba apenas tenía un millón trescientos mil habitantes-- avecindados en Estados Unidos, muchos de ellos profesionales y comerciantes triunfadores en el país de adopción, regresaron a la patria de origen. Fue entonces cuando algunos la pisaron por primera vez, pues eran los hijos de los desterrados. Se trataba de jóvenes nacidos en el exilio durante la larga Guerra de los Diez Años (1868-1878).

A un siglo de aquellos hechos, la historia se repite parcialmente: el país padece toda clase de penurias materiales, no ya como consecuencia de una guerra cruenta, sino de resultas de las ineficiencias propias del sistema marxista, lateralmente agravadas por el embargo norteamericano, y los cubanos intuyen que se avecina un cambio total en el signo del modelo económico y político que les ha sido impuesto. No hay nadie, prácticamente, que piense que por mucho tiempo más continuará imperando un modelo de economía estatal planificado por la burocracia gubernamental, sujeto a los caprichos administrativos de un régimen de partido único. Todos --o casi todos-- coinciden en que la era comunista de Cuba llega a su fin, y que tal cosa se hará evidente y se acelerará en el momento en que desaparezca Fidel Castro, hoy probablemente enfermo, o, en todo caso, bastante anciano. Pero, al contrario de lo que acontecía hace cien años, en la sociedad cubana de nuestros días no se advierten signos de entusiasmo sino de desgana, incredulidad y desconfianza. Es lo que suele ocurrir cuando varias generaciones sucesivas experimentan diversas formas crecientes de frustración. Las personas acaban por asumir de una manera casi instintiva la expectativa del fracaso. No se trata de una forma patológica de pesimismo, sino de la respuesta natural a las experiencias vividas. Temerle al futuro, aunque se deteste el presente, es la reacción dolorosa pero incontrolable de quien ha aprendido que mañana siempre es peor que hoy. Sería un crimen no ponerle fin a este penoso círculo de horror y desaliento que embarga a los cubanos, y especialmente a los más jóvenes e intelectualmente débiles, pues la nación --como señalara Ortega y Gasset-- presupone y exige la existencia de un ilusionado proyecto de vida en común. Si falta la esperanza en un mejor destino colectivo, falta todo.

Las premisas

Establezcamos, de inicio, varias premisas clave, para poder construir luego una propuesta coherente:

La inevitabilidad del cambio

Admitamos que Cuba ni puede ni debe seguir siendo la excepción totalitaria en Occidente. Carece de sentido que Cuba --un país latinoamericano situado en la encrucijada del Hemisferio-- reclame un destino excéntrico, esencialmente basado en el fallido modelo soviético, diferente al de su entorno cultural, especialmente cuando la tendencia planetaria inclina a la homogeneidad política en el sentido de la democracia y en el de la economía de mercado cuando se trata de las transacciones comerciales. Esa unificadora fuerza centrípeta forma parte del concepto de "aldea global" y resulta absurdo intentar escapar de su influjo. Insistir, como ha hecho Castro después de las elecciones de enero de 1998, que "mientras haya cubanos habrá socialismo", es condenar a nuestro pueblo al anacronismo y al error, o --algo aún más grave-- es convertirlo en la indefensa cobaya de un experimento histórico que no tiene otra perspectiva que el creciente atraso y pobreza relativos de los cubanos.

Por consiguiente, reivindicar en nombre de una supuesta expresión de la soberanía el "derecho" de los cubanos a organizar la convivencia ciudadana de acuerdo con el paradigna totalitario diseñado por Lenin y "perfeccionado" por Stalin es, por una punta, un sofisma --un partido excluyente, como el de los comunistas, jamás puede expresar la voluntad soberana de la totalidad de una sociedad--, y, por la otra, una forma de voluntaria marginación de todos los mecanismos de concertación internacional. Hoy, para formar parte de la OEA, del Grupo de Río, del Mercosur o del TLC, o para poder reclamar ayuda urgente y sustancial de las instituciones financieras internacionales, hay que exhibir formas democráticas de gobierno, con todo lo que eso implica de pluralismo y respeto por los derechos humanos y políticos, así como economías abiertas en las que prevalezcan las actividades comerciales privadas realizadas por la sociedad civil, pues carece de racionalidad pedirles a las demás naciones que nos faciliten recursos duramente ganados para sostener artificialmente modelos económicos totalmente ineficientes. Fuera de la "aldea global" sólo quedan la pobreza y la marginalidad. Pero dentro existe la posibilidad de alcanzar el desarrollo.

Por otra parte, la exitosa y entusiasta visita del Papa a Cuba a fines de enero de 1998, y las consignas coreadas con emoción por cientos de miles de gargantas --"el Papa, libre/ nos quiere a todos libres", o "no tenemos miedo"--, consignas a las que, lógicamente, no se sumaron los comunistas invitados a las plazas por Castro, demuestra la falsedad del pretendido respaldo que el gobierno dice tener de los cubanos y, por consiguiente, la escasa legitimidad de un sistema electoral en el que el 99% de la población vota por la lista única de candidatos oficiales.

Nadie en el mundo toma en serio esas elecciones. Los cubanos acuden a votar dócilmente donde les indican que lo hagan --como ocurría en Bulgaria, Rumanía o Albania-- por no arriesgarse a un enfrentamiento con un estado tan poderoso que puede privarlos de la libertad, de la fuente de trabajo y hasta de los alimentos, si se comprueba el rechazo que secretamente sienten por un gobierno y un sistema que los mantiene en la miseria y la opresión. De donde se deduce que, como sucedió en el resto de los países comunistas, en el momento en que les sea dado optar otras formas más racionales de organizar la convivencia, seguramente elegirán la libertad política y la económica, pues, según todos los síntomas, los cubanos no son diferentes a las demás criaturas del planeta. Aspiran a vivir mejor, y, si les es dable, rechazan lo que les perjudica.

La conveniencia del cambio.

Al margen de su carácter inevitable, el cambio de modelo político y económico es también muy conveniente para los cubanos. La llegada de la democracia significará el alivio de las tensiones que padece nuestra sociedad, tras la excarcelación de sus innumerables presos políticos y la desaparición del triste espectáculo --inédito en la historia de Cuba hasta la aparición del comunismo-- de los balseros que huyen del desastre aún a riesgo de perder la vida. El cambio traerá la disminución de las enormes y costosísimas fuerzas policiacas dedicadas a la represión y el fin de las periódicas condenas internacionales por la violación de los derechos humanos, terminando de una vez el conflicto con Estados Unidos, lo que desbloqueará inmediatamente el acceso a los créditos bancarios, a los grandes capitales internacionales destinados a la inversión en infraestructura y al enorme y cercano mercado norteamericano. Asimismo, desaparecerá ese "muro" de agua que hoy cruelmente separa a dos millones de cubanos radicados en Estados Unidos y en otras partes del mundo de sus once millones de familiares situados en la Isla.

Asimismo, si hay algo que resulta obvio para cualquier observador medianamente informado, es que no se trata de una casualidad ni encierra misterio alguno que las veinte naciones más prósperas del planeta sean democracias en las que la economía se rige por la existencia de propiedad privada y por normas de mercado. Una cosa es consecuencia de la otra. La prosperidad es el resultado de la expansión de las libertades, no de su limitación. En el momento en que Cuba haga esas necesarias transformaciones, los capitales comenzarán a fluir hacia la Isla y la recuperación del país podría ser sorprendentemente rápida, dada la excelente formación técnica y profesional alcanzada por una buena parte de la población tras el intenso esfuerzo educativo del gobierno revolucionario. Esfuerzo que, lejos de verificar los aciertos de la revolución, confirman el desastre del sistema, pues si una sociedad con semejante capital humano --excelente, como demuestran los cubanos cada vez que se trasladan al exterior-- no sólo no consigue despegar, sino cada vez se hunde más, este extraño fenómeno sólo puede explicarse por la incapacidad intrínseca del modelo impuesto. Ni fallan los cubanos ni el culpable es el gringo. Falla el sistema.

En efecto, si algo hemos aprendido en el último medio siglo, es la forma de acelerar el desarrollo de los pueblos mediante la utilización inteligente de normas adecuadas de gobierno. Un país como Chile, que en 1959 tenía una población y una economía más o menos equivalentes a las de Cuba, como consecuencia de haber apostado, primero, por las libertades económicas, y luego, afortunadamente, por las políticas --unas no pueden sostenerse sin las otras demasiado tiempo--, hoy exhibe un percápita ocho veces mayor que el de la Isla, crece desde hace más de una década al ritmo de más del siete por ciento, mientras año tras año se reducen los índices de pobreza. En 1991 el 44% de los chilenos era calificado como "pobre"; en 1998 ese porcentaje ha disminuido hasta el 22. En otra década de expansión, la opción por la libertad económica y política asumida por los chilenos convertirá a ese país en una nación del Primer Mundo, y la franja de pobreza extrema estará por debajo del 10% y podrá gozar del auxilio generoso del 90% restante.

Otro ejemplo: en 1959 Cuba y Singapur tenían percápitas parecidos, pero la potencialidad de desarrollo era mucho mayor en Cuba que en el pequeñísimo enclave asiático. No obstante, sin que nadie tratara de impedirlo, en 1998 los singapurenses poseen dieciocho veces el percápita de los cubanos, han erradicado totalmente la pobreza extrema, y gozan de un alto nivel de desarrollo basado en la ciencia y la tecnología. Es una falsedad afirmar que si Cuba toma el camino de la democracia y la economía de mercado le aguarda "un destino haitiano". Ningún poder económico le impone a país alguno la pobreza. Sucede a la inversa: lo que la historia contemporánea demuestra, es que las naciones integradas en la economía mundial, cuando tienen problemas, lejos de sufrir el acoso imperial de las grandes potencias o el saqueo de sus despojos, reciben el inmediato auxilio de los poderosos, como se puede comprobar en los recientes casos de México y Corea.

Sencillamente, ni es verdad ni se compadece con los hechos lo que el gobierno cubano sostiene sobre la inevitabilidad del subdesarrollo en los pueblos del Tercer Mundo que adoptan la economía de mercado, cruel destino resultado del malvado designio de los países más prósperos. A fines del siglo XX, salvo los ideólogos más delirantes y anticuados, ninguna persona informada cree que algún pueblo puede beneficiarse de la miseria de su vecino. Por el contrario, los economistas intelectualmente solventes saben que lo que conviene es que nuestro vecino sea poderoso para poder realizar con él la mayor cantidad posible de transacciones mutuamente satisfactorias, pues es en el comercio intenso donde los pueblos consiguen enriquecerse. El "milagro chileno", por lo tanto, es perfectamente repetible en Cuba. Pero si los cubanos continúan padeciendo una dictadura comunista empeñada en el partido único, en la producción planificada y en la propiedad estatal, sólo pueden esperar unas crecientes cotas de miseria, atraso y aislamiento cultural y científico. Ahí sí no tenemos otro futuro que la creciente haitianización del país.

Tampoco parece muy sensato utilizar el argumento del igualitarismo para defender el ineficiente modelo económico cubano, enarbolando la coartada ética de que "es más justa una sociedad en la que todos tengan un poco" que otra en la que las diferencias sean extremas. Nadie niega que en las democracias liberales regidas por economías de mercado se dan, en efecto, grandes diferencias entre los que mucho tienen y los que, a veces, nada poseen, pero no resulta menos cierto que en estos países donde hay desigualdades también existen unos enormes niveles sociales medios que, en algunos casos, alcanzan al 90% del censo. Y esas clases medias viven infinitamente mejor que lo que pueden soñar los cubanos o cualquier pueblo sometido a la supersticiosa búsqueda del igualitarismo. Dato que es muy fácil de comprobar con sólo observar la composición social del turismo europeo o canadiense que visita a Cuba: obreros, funcionarios, trabajadores, asalariados todos en un sistema en el que, es cierto, hay grandes millonarios, pero en el que también se genera una gran cantidad de riqueza que repercute en las condiciones de vida de quienes dependen de su trabajo y de un sueldo medio para subsistir. Un sueldo que hasta alcanza para recorrer seis mil kilómetros con el objeto de pasar quince días de vacaciones en el Caribe y durante ese periodo vivir de una cierta y grata manera que le está vedada a casi toda la población de Cuba, como pueden comprobar los cubanos con el tipo habitual de turista que llega a nuestra Isla: fundamentalmente trabajadores y asalariados.

Hace varios años, uno de los reformadores chinos, con el objeto de criticar el pasado colectivista e igualitarista de su país --aquellos años de la hambruna, la miseria y las "revoluciones culturales"-- con la habilidad tradicional de los chinos para los apotegmas, explicó el cambio de rumbo con la siguiente frase: "antes, para evitar que unos cuantos chinos anduvieran en Rolls-Royce, condenamos a toda la población a desplazarse a pie o en bicicleta"; lección que deben aprender los comunistas cubanos, pues el igualitarismo, lejos de ser una bendición para los que nada tienen, es exactamente lo contrario: hunde a los pobres cada vez más en la miseria y les impide prosperar a todas aquellas personas con formación intelectual, virtudes personales y capacidad de trabajo que luchan por labrarse un mejor destino. ¿Se han dado cuenta los comunistas cubanos, defensores del igualitarismo, que Cuba es el único país del mundo en el que los ingenieros, médicos, abogados, profesores y hasta oficiales de las fuerzas armadas viven miserablemente? No hay duda de que la pobreza de las personas es un espectáculo triste, pero cuando quienes la sufren cuentan con los instrumentos necesarios para crear riqueza, cuando los que la padecen son víctimas de la injusta imposición de un disparatado modo de organizar la sociedad, entonces ese espectáculo se vuelve indignante. ¿Para eso ha hecho la revolución un notable esfuerzo en el campo educativo? ¿Para que los técnicos y profesionales vivan como indigentes? Se suponía que los "logros de la revolución en materia educativa" tenían como objetivo que, mediante la formación académica, las personas mejoraran su nivel de vida y no para contar ahora con legiones de profesionales que vivan como miserables.



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Respuesta  Mensaje 2 de 5 en el tema 
De: Valerio1939fv Enviado: 23/03/2004 20:20

En este aspecto, la terca insistencia de los comunistas cubanos en el igualitarismo parte de un antiguo y difundidísimo error intelectual surgido de un análisis de la economía basado en el mercantilismo: suponer que la economía consiste en la existencia de un número fijo de bienes que deben repartirse equitativamente. No entienden que el proceso de creación de riquezas es elástico, y que el hecho de que unas personas, por su imaginación, por su capacidad de trabajo, o hasta por la suerte, se enriquezcan más que otras, puede ser beneficioso para todos. Un ejemplo concreto y sonado: en los últimos veinte años, ante nuestros ojos, el norteamericano Bill Gates se ha convertido en el hombre más rico del planeta. No se conoce, sin embargo, a ningún compatriota suyo o a ningún extranjero que, debido a eso, hoy sea más pobre. Se sabe, en cambio, de cientos de miles de personas vinculadas a las empresas de Gates que devengan salarios más altos que el promedio nacional norteamericano.

Otro ejemplo, más cerca del drama cubano, quizás sea más fácil de entender: a principios de la década de los sesenta el ingeniero Roberto Goizueta se exilió en Estados Unidos y continuó trabajando en Coca-Cola. Cuando murió, en 1997, era el presidente de la compañía, y bajo su orientación el valor de las acciones de esa empresa, como señalara la prensa, había alcanzado un nivel más alto que el valor de toda la producción de Cuba bajo el gobierno comunista. El mismo murió con una fortuna personal calculada en mil trescientos millones de dólares --el cubano más rico de todos los tiempos--, pero no hay nadie que pueda alegar que cuanto Goizueta hizo por enriquecer a los accionistas de su compañía ni por enriquecerse él mismo, fuera a costa de privar a alguien de sus bienes. Por el contrario: favoreció a decenas de miles de personas. Si los comunistas cubanos entendieran que la economía no es una operación de suma-cero, suponemos que abandonarían la búsqueda de ese nefasto igualitarismo que tan cruelmente ha empobrecido a los cubanos.

Un cambio en las relaciones con Estados Unidos.

No es razonable continuar percibiendo a Estados Unidos como una amenaza militar y como un enemigo de la voluntad soberana de los cubanos. Tampoco lo es mantener como eje o leit motiv de la sociedad cubana el enfrentamiento con un vecino que resulta ser la nación más poderosa de la tierra. A estas alturas del milenio que termina, y cuando ya se han desclasificado los papeles secretos del KGB, y se sabe que los vínculos entre Moscú y La Habana no fueron la consecuencia del previo enfrentamiento de Washington con Castro, sino exactamente lo opuesto, una calculada provocación (One hell of a gamble, Aleksander Fursenko y Timothy Naftalí, Norton, 1997) de Castro y de los rusos, es ridículo tratar de sostener el papel de víctima o seguir recurriendo a la metáfora del pequeño David frente a Goliat.

Eso --esa actitud-- no constituye una "gesta heroica" sino una insensatez sin gloria a la que hay que ponerle fin. Además, esa inmadura conducta, ese belicoso espíritu de cruzada fundado en el error intelectual, forma parte de la guerra fría y de una manera muy antigua de entender las relaciones entre los dos países, anclada en una visión decimonónica de la historia. Los norteamericanos de 1998 nada tienen que ver con los de 1898 y ni siquiera con los de 1959. Los de hoy no son los del "Destino Manifiesto" ni los del "big stick", sino los del Tratado de Libre Comercio, una sociedad convencida de que la prosperidad de todos aumenta con la colaboración, no con la exclusión y la hostilidad.

Negar que las sociedades cambian y adoptan nuevos puntos de vista es negar el carácter dinámico de la historia y hasta el concepto marxista de la dialéctica. No existen apetencias anexionistas en la nación norteamericana de hoy, y el sentido común indica que Washington, por la cuenta que le tiene, preocupado por la frontera migratoria del Estrecho de la Florida, de producirse un cambio en Cuba, hará lo que esté a su alcance para estabilizar la situación económica y política de un vecino situado a 90 millas de sus costas. Un vecino, por cierto, que en el pasado ya ha trasladado al veinte por ciento de su población adentro del territorio de la Unión, dato que se comprueba cuando sabemos que el millón de exiliados ha tenido un millón de hijos en el destierro.

¿Cómo se conjuga, entonces, el cambio de actitud de Estados Unidos y la desaparición de sus reflejos imperiales con el mantenimiento del "embargo" al gobierno de Castro? Obvio: tanto la llamada Ley Torricelli como la conocida Ley Helms-Burton, aprobada a regañadientes por Bill Clinton tras el derribo de unas avionetas norteamericanas de Hermanos al Rescate --piezas legislativas que perjudican, pues los excluyen, a los propios intereses económicos norteamericanos--, fueron dictadas por iniciativas y maniobras de parte de la oposición exiliada más que por impulsos autónomos de la propia clase política norteamericana. Ambas fueron aprobadas con desgana, sin convicción, y ambas contienen provisiones para su virtual derogación en caso de que se produzca la democratización de Cuba. Esas leyes no reflejan el talante actual de la sociedad o de la mayoría de los políticos norteamericanos, sino la voluntad anticastrista de una oposición cubana que ha visto en su capacidad de cabildeo en el parlamento norteamericano una forma legítima de luchar contra un adversario que le niega la posibilidad de hacer oposición pacífica dentro de Cuba, y contra el que a estas alturas de la historia nada puede ni debe intentar en el campo de la violencia.

Hasta ahora, y por casi cuarenta años, pero especialmente tras la desaparición de los subsidios que otorgaba la URSS, el gobierno cubano ha intentado infructuosamente que se derogue el embargo, pero sólo como resultado de una negociación directa entre la Habana y Washington, sin hacer ninguna concesión en el terreno de las libertades, y sin tomar en cuenta a la oposición interna y externa, ignorando que sus adversarios cubanos tienen cierta capacidad para obstaculizar o hacer fracasar sus maniobras. Por otra parte, Estados Unidos siempre puede parapetarse tras la historia para explicar su intransigencia frente a las múltiples críticas que provoca el embargo: ¿no censuraban a Washington por tener buenas relaciones con dictadores como Batista, Somoza o Stroessner? ¿No criticaban a los norteamericanos por su supuesta "complicidad" con las dictaduras, atribuyéndoles a estos vínculos la existencia misma de esos regímenes? No parece coherente condenar a Estados Unidos tanto porque boga como porque no boga.

Tampoco resulta muy convincente la extendidísima opinión de que "el fin del embargo supondría el fin de la dictadura cubana, pues dejaría a Castro sin argumentos para explicar los fracasos de la revolución." Es posible encontrar buenas razones para solicitar el fin del embargo norteamericano, pero nunca fundadas en las anteriores premisas. Sería el primer caso en la historia de un dictador que no encuentra alguna manera de explicar su dictadura. Por otra parte, los Somoza se mantuvieron cuarenta años en el poder sin que Estados Unidos tuviera embargo alguno sobre el comercio con Nicaragua. Paraguay padeció treinta y cinco años a Stroessner con buenas relaciones comerciales con todo el mundo. La dictadura de Franco se sostuvo pese al aislamiento decretado por Naciones Unidas tras el fin de la Segunda Guerra, y sin él, cuando Estados Unidos y Europa occidental decidieron reanudar las relaciones. Rumanía padecía la peor dictadura entre todos los países comunistas de Europa del Este, y llegó a tener, no obstante, trato de nación más favorecida por parte de Estados Unidos.

Independientemente de que el embargo norteamericano contra el gobierno de Castro pueda o no ser legítimamente calificado como una política errónea, lo que explica la permanencia de una dictadura en el poder no es con quién comercia o deja de comerciar, sino quién posee los mecanismos de hacer las reglas de juego, la fuerza de los cuerpos represivos que estrictamente vigilan su cumplimiento, y la información que se disemina. Y esos tres factores, en Cuba, están férreamente controlados por un caudillo que no permite la menor desviación en nada que parezca fundamental para el sostenimiento de su poder, aunque tenga que fusilar a su mejor general o reprimir a una buena parte de la población.

No obstante, no debe caerse en el razonamiento retorcido de quienes intentan establecer un quid pro quo entre el embargo norteamericano y los cambios hacia la democracia en Cuba. En primer término, porque si el gobierno cubano subordina el modelo de Estado propio a la política exterior de otra nación, está actuando de una manera más vil y entreguista que ningún gobierno en la historia del país; en segundo lugar, porque Castro nunca ha dicho ni sugerido que si los norteamericanos levantan el embargo va a proceder a impulsar la democratización de la Isla; y en tercero, porque son dos problemas absolutamente independientes. Es posible que el embargo norteamericano sea un sinsentido que afecta al conjunto de la población más que al propio gobierno cubano --algo que no se pensaba, por ejemplo, en el caso de Sudáfrica--, pero el fin de esa y de todas las dictaduras hay que solicitarlo sin condiciones, sólo por el carácter perverso que éstas poseen.

Los "logros" de la revolución.

Una tras otra las encuestas más solventes parecen demostrar que los cubanos valoran como algo positivo la educación y el sistema de salud pública que les brinda el gobierno, aunque todos reconocen el inmenso y progresivo deterioro en que se encuentran ambos servicios como resultado del raquítico PIB generado por el ineficaz aparato productivo del país. Obviamente, si no hay producción ni excedentes, no pueden brindarse servicios a la población, y tanto la educación como la salud son dos de los más costosos rubros con que tiene que enfrentarse cualquier sociedad moderna. De donde debe deducirse una conclusión inevitable: si los cubanos desean mantener unos programas de educación y de salud públicos y universales, sufragados por los presupuestos generales del Estado y no directamente por los consumidores, inevitablemente deberán adoptar un sistema productivo capaz de crear la riqueza que esa obligación conlleva.

Lo que no es sensato --desparecido el millonario subsidio que otorgaban los soviéticos-- es insistir en los torpes modos de producción comunistas y esperar de ellos el mantenimiento de los "logros" de la revolución. En la Unión Europea o en algunos países de América --Uruguay y Costa Rica son buenos ejemplos-- en donde la salud y la educación públicas alcanzan a la totalidad de la población, este costoso sacrificio puede asumirse porque se produce lo suficiente. Y se produce lo suficiente porque imperan la democracia y la economía de mercado.

Dos últimas observaciones: primera, es conveniente revisar la política cubana en materia sanitaria. El hecho de que un pobre país como Cuba cuente con un médico por cada 195 personas no demuestra que la Isla es una potencia médica, sino que la asignación de recursos es totalmente disparatada. Dinamarca, que acaso cuenta con el mejor sistema sanitario público del mundo, puede brindar sus excelentes servicios con un médico por cada 450 personas. Si la proporción de médicos cubanos fuera como la danesa, tal vez el presupuesto sanitario alcanzaría para que no faltaran la anestesia, los antibióticos o los hilos de sutura. Segunda observación: los cubanos nada deben temer. En ninguna de las sociedades que han transitado del comunismo a la democracia se han desmontado los sistemas de salud o de educación. Por el contrario, tras la llegada de la libertad han mejorado notablemente, aunque sólo sea porque en casi todos los casos se ha procedido a descentralizar la administración y a despolitizar los mecanismos de toma de decisión.

El inexistente revanchismo.

Cuando se produzca el cambio, nadie debe temer esa apocalíptica visión de hordas de exiliados que regresan a vengar agravios particulares o a recuperar por la fuerza las propiedades confiscadas. Eso no ha sucedido en ningún país de los que han abandonado el comunismo, y no sucederá en Cuba. Eso no está en el ánimo de los exiliados ni en el de los cubanos de la Isla (la inmensa mayoría de los propietarios de bienes muebles e inmuebles nunca abandonó Cuba). Por el contrario, los cubanos de la Isla se podrán beneficiar del capital acumulado por muchos de los exiliados; capital que llegará a Cuba en forma de inversiones, y de las relaciones que estas personas han establecido en los países en los que han sido acogidos durante tantos años. Esos vínculos repercutirán de manera muy conveniente para todos los cubanos tan pronto como Cuba se abra al comercio internacional y a los naturales de nuestro país no les esté vedado poseer propiedades. Como en todos los países que abandonaron el comunismo, habrá, eso sí, que arbitrar formas de compensación para quienes han sido víctimas de ilegales confiscaciones, y será importante encontrar fórmulas flexibles de compaginar la justicia con las posibilidades materiales de la nación, pero sin que la solución de este inevitable conflicto paralice las rápidas trasformaciones que el país necesita. En todo caso, prácticamente todos los exiliados que tienen peso político están de acuerdo en que la vivienda debe mantenerse en las manos de quienes hoy las habitan. Afortunadamente la experiencia acumulada en lo que fuera Europa del Este tras casi una década de postcomunismo nos permitirá evitar errores que otros cometieron e imitar aciertos que vale la pena emular.

Los actores del cambio

Establecidas estas premisas, conviene ahora identificar las instituciones que, de una u otra manera, por acción o por omisión, deberán participar en el cambio para que éste pueda llevarse a cabo:

Las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior.

En diversas oportunidades, siempre en privado, Fidel Castro y algunos de sus militares de alta graduación, han expresado la siguiente obscenidad política, a medio camino entre un lamentable matonismo y una idea "patrimonialista" de la nación cubana, como si la revolución del 59 les hubiera granjeado el derecho a un permanente e inagotable botín de guerra: "a los que piden cambios les decimos que nosotros tomamos el poder por la fuerza, y si ellos ahora quieren quitárnoslo, que recurran a la fuerza, que nos lo arrebaten a tiros, tal y como nosotros lo conquistamos." Triste aseveración para quienes se reclaman patriotas, discípulos de Martí y revolucionarios al servicio del pueblo cubano.

Una de las grandes diferencias entre Cuba y los desaparecidos "países del Este" es la institución donde realmente radica el poder. En la URSS y en los satélites europeos el poder estaba en el Partido Comunista. En Cuba, dictadura caudillista ante todo, en primer término, está en las manos de Fidel Castro, por delegación en las de su hermano Raúl, y a partir de ahí en el aparato militar-policiaco del Minfar/Minint. Ese Minfar/Minint de manera creciente está presente en el sector económico --posee hoteles, fábricas, granjas, sembradíos--, y los jefes cercanos a Fidel y a Raúl además ocupan posiciones en la dirección del Partido Comunista y en la Asamblea Nacional del Poder Popular. Las personas clave de esta institución tal vez alcancen la cifra de doscientos oficiales, y la totalidad de los profesionales no pasa de varios millares.

La pregunta obvia es la siguiente: ¿por qué los militares cubanos, tras la hipotética desaparición de Fidel Castro como consecuencia de muerte natural, van a dar paso, voluntariamente, a un cambio de modelo político y económico en el que ellos perderían el poder que hoy detentan? ¿Qué "ganarían" ellos con este cambio? Para responder, habría que definir quiénes son los oficiales cubanos que se benefician extraordinariamente del sistema, pues la regla general es que la oficialidad cubana, de coroneles abajo --el 90% del "aparato"--, vive en condiciones de pobreza mayores que las de simples cabos o sargentos de cualquier ejército sudamericano. No obstante, el cambio no solamente sería propiciado por las ventajas materiales que esto les traería, sino porque la muerte de Castro acelerará la descomposición económica del régimen, privándolo de la legitimidad indiscutible que aportan los caudillos respaldados por el peso de la historia. En el momento en que Castro muera, la reacción internacional será de parálisis ante el periodo de incertidumbre que se abrirá en la nación. Nadie cree que el comunismo perdurará en la Isla como forma de gobierno, y en la comunidad económica internacional todos quedarán a la espera de ver qué sucede. Esa actitud multiplicará exponencialmente la crisis económica que experimenta el país y agravará notablemente las carencias y las carestías.


Respuesta  Mensaje 3 de 5 en el tema 
De: Valerio1939fv Enviado: 23/03/2004 21:33

Queda, además, el componente moral. Se suponía, en un primer momento, allá por los años sesenta, que el aparato militar cubano fuera el escudo de la revolución contra sus enemigos internos y externos. Ese fue el discurso de los tiempos iniciales, y en él se le asignaba a los militares cubanos una función de defensivo patriotismo doméstico. Luego, en los setenta, ese aparato se convirtió en la punta de lanza de la revolución planetaria en el Tercer Mundo, y los cubanos acudieron a los morideros de Angola, Etiopía, y a otra larga docena de aventuras menores, a luchar "contra el imperialismo" y en favor de la causa socialista interpretada en clave soviética.

¿Cuál es ahora el rol que le depara la revolución a sus militares? ¿El de fuerza económica hegemónica para uso y disfrute del Estado Mayor en un país arruinado? ¿El de guardaespalda de la oligarquía que detente el poder político? Sin el apoyo soviético y con un raquítico aparato productivo como el que proporciona el comunismo, Cuba ni siquiera puede tener unas Fuerzas Armadas mínimamente complejas. La aviación cubana ha sido reducida a una treintena de aviones, la marina ha tenido que convertirse en chatarra, y las unidades blindadas y el grueso de la artillería del ejército de tierra poco a poco se van diezmando por la falta de piezas de repuesto o reposan en los túneles destruyéndose lentamente a la espera de una guerra contra Estados Unidos que probablemente nunca sucederá. ¿Cuál es el destino de ese aparato militar si se persiste en el derrotero comunista? ¿Devenir en algo así como los tonton macutes de lo que va quedando del castrismo para asegurarse de que los cubanos nunca podrán abandonar la miseria en la que viven?

Claro que el fin del comunismo en Cuba provocará un cambio en la institución militar, y es obvio que los militares deben sacar sus manos de la economía y dedicarse a cumplir la ley y a proteger a la nación de sus enemigos, pero estos adversarios ya no serán países extranjeros o sistemas políticos distintos, sino el narcotráfico, las mafias, la delincuencia, y los cubanos de irredimible vocación totalitaria que intenten vulnerar las leyes que libremente se dé la sociedad.

Existe, pues, un papel importantísimo para los militares del Minfar/Minint en una Cuba democrática, pues no hay que deshacer esas instituciones ni prescindir de sus cuadros cuando llegue el momento del cambio: lo que hay que hacer, como sucedió en España y en Chile, en Hungría o en la República Checa, es reorientar sus actividades, establecer unos objetivos acordes con la nueva dirección que tomará la república, y proporcionarles los medios para que desempeñen a cabalidad y con honor las nuevas funciones que el país les asigne, al tiempo que la sociedad les abona un salario digno, de acuerdo con el rango y la preparación que tengan. No parece justo o sensato que un simple soldado del ejército de México o de República Dominicana gane en un mes, convertido en dólares, lo mismo que un coronel cubano obtiene en un año de salario.

El Partido Comunista de Cuba.

La dirigencia del PCC debe irse acostumbrando a la idea del fin del unipartidismo en Cuba. El documento aprobado en 1997 por el Quinto Congreso del PCC no contiene un solo razonamiento mínimamente respetable, pero el más risible es el que busca legitimar el unipartidismo en la propia historia del país, dada la evaporación del marxismoleninismo. Fidel Castro --por ejemplo-- ha fundado dos partidos --el "26 de julio" y el PCC--, y hasta ha militado en un tercero: el "Ortodoxo" de Eduardo Chibás, aquella formación pequeñoburguesa, tibiamente socialdemócrata, por la que aspiraba a congresista en 1952. La coartada de que Martí fundó sólo un partido y no dos o tres, no es un argumento que se pueda tomar en cuenta. Martí también escribió páginas muy entusiastas a favor de la democracia, la propiedad privada y el esfuerzo individual, o se manifestó claramente en contra del comunismo, y el PCC ignora esos textos paladinamente. Si la palabra de Martí fuera el dogma por el que se guía la revolución, y si se admite que los papeles de Martí dan vida al corpus ideológico por el que debe organizarse el estado cubano, entonces habría que abandonar inmediatamente los lineamientos marxistas. Lo que no es lógicamente concebible, lo que constituye una falta de respeto intelectual al pueblo cubano, es tomar de Martí dos párrafos y una anécdota personal y convertirlos en normas de permanente y obligado cumplimiento para toda la sociedad, como si eso fuera la esencia del pensamiento martiano, o como si una nación estuviera condenada a organizar su convivencia de acuerdo con unos criterios que festinadamente se le atribuyen a una persona que vivió cien años antes, por muy justamente venerada que sea esa persona.

La arbitrariedad de que "la revolución" es la continuación de la lucha de los mambises contra España y por la soberanía, no es más que buscar un burdo pretexto nacionalista para tratar de justificar la dictadura. La lucha de los mambises, muy dentro de su época, tenía como objetivo lograr el autogobierno y la creación de un Estado cubano independiente, y --como recordara frente al Papa en su ya famosa homilía el obispo de Santiago, don Pedro Meurice-- entre aquellos mambises prevalecía un profundo sentimiento cristiano y de amor a la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba. Esa --la visión mambisa-- nada tiene que ver con la erección de una dictadura del o para el proletariado concebida dentro del modelo marxista de corte soviético. Por el contrario: si un modelo de estado tenían los mambises en la cabeza cuando se alzaron contra España, era el de la república norteamericana, con sus libertades civiles y su equilibrio de poderes, como inequívocamente se refleja en las muy liberales constituciones que redactaron en la manigua y en 1901.

La afirmación de que Cuba, en el pasado, ya experimentó sin éxito con el multipartidismo, tampoco se sostiene, y es algo que podrían haber dicho los suizos tras la sacudida de 1848, los franceses coetáneos de Napoleón III, los norteamericanos de la era de Lincoln, cuando republicanos y demócratas no pudieron evitar la Guerra Civil, o los españoles tras la muerte de Franco. La democracia es un sistema que permite la paulatina y pacífica corrección de los errores. El sistema democrático, per se, nunca es pernicioso. Los hombres que lo operan, en cambio, víctimas de las pasiones, pueden llegar a serlo. La democracia no es más que un sistema objetivo y perfeccionable de tomar decisiones colectivas sin recurrir a la violencia o al aplastamiento de las minorías. No garantiza la prosperidad o el éxito material sino los posibilita si se toman las decisiones adecuadas.

Además, no fue el multipartidismo lo que creó los problemas que ha padecido la República de Cuba, sino el militarismo, el autoritarismo, la ilegítima voluntad de permanecer en el poder, y la violación de las leyes por parte de "hombres fuertes" como Machado, Batista o el propio Castro. Es decir, lo que provocó la crisis institucional de Cuba a lo largo de la República fue el aplastamiento del multipartidismo por una fuerza que pretendía sacar del juego político o anular a todas las demás.

El multipartidismo sólo expresa el carácter plural de sociedades complejas en las que muchas personas tienen ideas diferentes e intereses diversos. Es una forma de darle cauce a la diversidad. Tampoco es verdad que las naciones en las que impera el multipartidismo haya un mayor nivel de corrupción, o que exista una relación entre el sistema de partidos y ese vicio condenable: de acuerdo con Transparency, el acreditadísimo organismo que "mide" en el mundo el grado de corrupción, Holanda, Suecia, Dinamarca, Finlandia, Israel, Estados Unidos, Canadá, Uruguay, Chile o Costa Rica son países en los que el sector público se comporta con arreglo a la decencia y en los que impera el multipartidismo. En Cuba no tiene que ocurrir de otro modo.

El unipartidismo, por otra parte, conduce al empobrecimiento moral y material. Donde los que gobiernan son los mismos que se autoevalúan, donde los que sacan las cuentas son los mismos que realizan la auditoría, no puede esperarse la rectificación de los errores, sino su ocultamiento y su reiteración. Cuando sólo hay una fuente de iniciativas, y éstas ni siquiera pueden contrastarse con otras opiniones, lo predecible es que se instale un ambiente de tosca mediocridad. Entre otras razones, eso es lo que explica la diferencia que en su momento se observaba entre las dos Alemanias o entre Austria y Checoslovaquia y Hungría, tres países que tuvieron equivalentes grados de desarrollo cuando compartían el Imperio Austro-Húngaro. Donde había pluripartidismo --Alemania occidental o Austria-- las élites se renovaban, se rectificaban los errores, y la sociedad vibraba con dinamismo. Donde imperaba un partido monocorde --Alemania oriental, Hungría, Checoslovaquia--, se producía el estancamiento.

Más aún: ¿cuánto tiempo de continuados fracasos necesita el PCC para darse cuenta del creciente daño que le inflige a la sociedad cubana? Ya lleva casi cuarenta años en el ejercicio del poder. Es la más larga dictadura que ha conocido la cultura hispánica --Franco y Stroessner incluidos--, pero es la única que ha logrado dejar en peores condiciones materiales a la nación sojuzgada con relación al punto en que comenzó. Seguir insistiendo en las virtudes del partido único y del "centralismo democrático", a la luz de la experiencia cubana, no revela tenacidad ni sujeción a los principios, sino la terca adhesión al poder de una camarilla indiferente a los padecimientos morales y políticos de sus ciudadanos.

Incluso, un examen profundo de la manera en que se ha conducido el estado cubano en las últimas cuatro décadas revela que en ninguna de las decisiones importantes asumidas por el gobierno ni siquiera el partido ha sido consultado: ¿consultaron al PC --o a los partidos y movimientos que entonces realizaban las funciones de formar gobierno-- cuando Fidel y un ínfimo grupo de seguidores decidieron sovietizar la Isla? ¿Consultaron al partido cuando invitaron a los soviéticos a sembrarla de cohetes atómicos? ¿Consultaron al partido cuando le sugirieron a Kruschev que lanzara los cohetes sobre USA, pues siete millones de cubanos, al decir de Castro, estaban dispuestos a morir por la causa del socialismo? ¿Consultaron al partido cuando mandaron guerrillas a medio planeta y embarcaron al país en la guerra africana, durante quince años de inútil carnicería? ¿Consultaron al partido cuando se produjo la perestroika en la URSS y en Europa del Este? ¿Lo consultaron, siquiera, cuando se invitó al Papa? No puede haber la menor duda: el partido comunista no ha sido nunca la fuente de poder en Cuba. Ha sido la correa de trasmisión para que se llevaran a cabo los caprichos de Castro, y el organismo encargado de la poca edificante tarea de perseguir opositores, delatar disidentes e impedir que la sociedad se manifestara espontáneamente.

¿Cuál sería el destino de los comunistas cubanos en un país en el que se estableciera un régimen multipartidista? Posiblemente, el mismo de los comunistas europeos. Esa formación se rompería en dos fragmentos: uno mayoritario que derivaría hacia posiciones socialdemócratas, y en el que probablemente se sentirían muy gustosamente personas como Eusebio Leal, Carlos Lage, Ricardo Alarcón, Roberto Robaina, Alfredo Guevara, y otro de orientación estalinista, presumiblemente dirigido por comunistas "inasequibles al desaliento" del corte de José Machado Ventura o Raúl Valdés Vivó. Y si en Cuba se reproducen las tendencias que se observan en Europa, los comunistas reciclados como socialdemócratas, siempre que se comporten de acuerdo con las nuevas reglas de tolerancia y respeto por los derechos humanos, alcanzarán notables cuotas de poder, y quién sabe si hasta la mayoría, pues la historia política de Cuba, para bien y para mal, demuestra que las tendencias populistas --los viejos liberales de José Miguel Gómez, los auténticos de Ramón Grau, los ortodoxos de Eduardo Chibás, y hasta el "26 de julio" de los primeros tiempos-- siempre han despertado el fervor de las masas cubanas.

Un partido de esa naturaleza, si fuera flexible, acaso tendría como aliados, o en su propio seno, otras fuentes, hoy en la oposición frontal, como las que en Cuba representa Elizardo Sánchez, en el exilio la Coordinadora Socialdemócrata fundada por el inolvidable Enrique Baloyra, o, a caballo entre Cuba y el exilio, figuras como Eloy Gutiérrez Menoyo y el exdirigente de la "ortodoxia" histórica, Max Lesnik. Es decir: para los socialdemócratas cubanos, sin duda alguna hay un amplio espacio político tras la desaparición del comunismo. Para la "línea dura", en cambio, aunque pueda y deba participar en la vida pública del país, lo predecible es que, en unas elecciones libres, no tendría más apoyo electoral que el que en el pasado la sociedad cubana le concedía al PSP: menos del cinco por ciento del censo de votantes. Lo que en ningún caso querría decir que por ello deberían estar expuestos a la represión o a la indignidad, pues la democracia y el Estado de Derecho garantizan que todas las personas son tratadas con respeto, siempre que se comporten con arreglo a la ley.

Tras la introducción del multipartidismo, si se logra mediante una fórmula sosegada, lo que veremos en Cuba, reflejo de cuanto acontece en el mundo, es la "globalización de la política", con familias ideológicas que comparten una común cosmovisión, reproduciéndose en la Isla las tendencias dominantes en todo el planeta: democristianos, liberales, socialdemócratas, conservadores, y un casi seguro pequeño núcleo duro de comunistas. De alguna manera, por lo menos en la oposición interna y externa, esas fuerzas ya existen en la sociedad cubana, como prueba la acosada vigencia dentro del país de líderes --por sólo mencionar unos pocos-- como Oswaldo Payá (socialcristiano), Osvaldo Alfonso Valdés, Leonel Morejón Almagro, Félix Bonne (liberales), Vladimiro Roca, Marta Beatriz Roque Cabello y Elizardo Sánchez (socialdemócratas), en cierta forma asociados o equivalentes a los grupos y partidos afines radicados en el exterior, organizaciones estas últimas ya vinculadas de pleno derecho a las Internacionales que hoy vertebran colegiadamente los esfuerzos de los partidos a ellas afiliados.

Por qué y cómo democratizar a Cuba

Tenemos, pues, perfectamente identificadas las premisas básicas del cambio y los actores que pueden llevarlo a cabo: ¿por que lo harían? ¿por qué, en su defecto, deberían hacerlo? Porque saben, o debieran saber, que, en rigor, no hay alternativa. Sin cambios, acaso pueden permanecer en el poder cierto periodo, corto o largo, pero sometidos a la enorme presión moral de la provisionalidad, percibiéndose como servidores de un régimen deshauciado y caduco; portadores de la amarga convicción de que jamás podrán sacar a Cuba de la miseria y la desesperanza, condenando con ello a las jóvenes generaciones, esto es, a sus propios hijos, a una vida sin más destino que tratar de marcharse de un país en el que lo único seguro es la infelicidad y la pobreza material y espiritual, porque ha desaparecido cualquier ilusión racional de alcanzar un destino personal mínimamente venturoso.

En 1991, cuando el Partido Comunista celebró su Cuarto Congreso, Fidel Castro explicó cómo sacaría al país del atolladero en que lo había colocado la desaparición del bloque del Este. La fórmula económica era sorprendentemente sencilla: el milagro sería realizado con una combinación de exportaciones de productos relacionados con la biotecnología, turismo masivo y "joint ventures" pactados con capitalistas extranjeros que se asociarían al estado cubano para explotar la buena, educada y dócil mano de obra de los trabajadores del país. A los dos años --prometió Castro-- se habría resuelto el gravísimo problema de la alimentación del pueblo. El mismo se pondría al frente del "plan alimentario" para lograr ese crucial objetivo.

Lo que sucedió, sin embargo, es de todos conocido: a los dos años, en 1993, Cuba vivía el peor momento de su historia, decenas de miles de cubanos eran víctimas de la desnutrición, y ochenta mil de ellos, además, padecieron una peligrosa intoxicación, nunca suficientemente explicada con claridad por el gobierno, que les provocó esa neuritis óptica y periférica que de manera permanente ha afectado a tantas personas, ninguna, por cierto, dirigente político de cierto rango o su familiar inmediato.

Tras el fracaso de los planes de 1991, aunque a regañadientes, llegaron las tibias reformas de 1993 y 1994: la despenalización de la tenencia de divisas, la conversión de las granjas estatales en cooperativas, la aparición de los trabajadores por cuenta propia, y, como consecuencia de esta minúscula "apertura", cierto alivio a la escasez para todo aquel que tuviera acceso a dólares. Demostración, aunque fuera embrionaria, de que cuando el Estado deja a la sociedad la iniciativa y el protagonismo de las actividades económicas, inmediatamente se produce un incremento en la creación de riquezas y en el bienestar de la población, aunque, en efecto, también se observen desniveles sociales.

Es posible que el gobierno, ensayando medidas capitalistas para "salvar el socialismo", como siempre se encarga de subrayar, se haya propuesto mostrar al mundo su decisión de "resistir", "resistir" y "resistir", pero la lección que se deriva de todo esto es diferente: en el terreno económico el camino de la solución de la crisis cubana pasa por la transmisión de los activos en poder del Estado a manos de la sociedad, y en el político, por ampliar los márgenes de participación, de manera que los comunistas dejen de ser los únicos intérpretes de la voluntad popular o los exclusivos detentadores de la imaginación y la creatividad.

Nadie en sus cabales duda que esto es algo que va a suceder tarde o temprano, pero no resulta tan claro cómo va a suceder. A examinar varios posibles escenarios van encaminados los epígrafes que siguen.

Castro inicia los cambios

El desenlace más procurado, el que, sin el menor éxito, han solicitado desde Fraga Iribarne hasta Felipe González, desde Adolfo Suárez hasta Miterrand, desde Menem hasta Gaviria; el que, en medio de los peores ataques y las mayores burlas han pedido, en todos los registros posibles, Gustavo Arcos, Oswaldo Payá, Elizardo Sánchez, la Plataforma Democrática Cubana, Gutiérrez Menoyo y otros prominentes miembros de la oposición interna y externa, es el menos traumático: consiste en que el propio Castro, acosado por la evidencia, se entregue al sentido común e inicie los cambios. ¿Cómo? Por ejemplo: reuniendo al Consejo de Estado o a la Asamblea Nacional del Poder Popular para proponer un referendo que libere a los prisioneros políticos, autorice el pluripartidismo, permita la libre emisión del pensamiento y se admita el regreso de los exiliados que deseen regresar a su país a visitarlo, a residir y --si lo desean-- a participar en la vida pública del país.

Esta fórmula tendría para el poder la ventaja de la iniciativa. No se trata de un gobierno que actúa bajo la presión de sus adversarios, sino de unos gobernantes que voluntariamente rectifican el rumbo del país ante un cambio de circunstancias. Y no es la primera vez que algo así ocurre en América. En la década de los cincuenta, el político boliviano Paz Estenssoro hizo una revolución nacionalista, estatista y antimercado. En los ochenta, ante los inconvenientes resultados de algunas de aquellas medidas --la hiperinflación, la inestabilidad democrática, el militarismo--, propició un cambio radical de sentido opuesto. Otros dos casos notables: el panameño Ernesto Pérez Balladares fue una importante figura del populismo torrijista, pero hoy gobierna de una manera moderna, totalmente adaptado a la realidad internacional. El argentino Carlos Menem --por su parte-- llegó al poder al frente del Partido Justicialista --una de las instituciones latinoamericanas más decididamente populistas--, pero no tardó en comenzar a gobernar en dirección opuesta. No son "traidores a las ideas". Son personas sensatas capaces de aprender de la experiencia.

En realidad, no existe ninguna razón metafísica que impida que Castro revoque las decisiones equivocadas que ha tomado en su vida y modifique el rumbo. Eso, precisamente, es lo que distingue a las personas inteligentes de las que no lo son, y eso es lo que secretamente han deseado muchos de los más íntimos colaboradores del "máximo líder": que el propio Castro encabece el cambio. No hay, saben perfectamente, mérito alguno en la obcecación.


Respuesta  Mensaje 4 de 5 en el tema 
De: Valerio1939fv Enviado: 23/03/2004 22:46

Pero esa transformación no parece que vaya a suceder. Castro no está interesado en salvar el futuro de los cubanos, incluido el de sus partidarios. Lo único que le interesa es salvar su pasado. Mantener vivo el personaje histórico que ha cultivado durante tantos años; que no muera el héroe rebelde que jamás se rindió. No quiere pasar a la historia como el político hábil y flexible que entendió el signo de los tiempos, sino como el último soldado de la guerra fría, el último antiimperialista, el último comunista, el que no entregó la plaza al enemigo. Quiere que lo entierren con su régimen intacto, sin haber hecho una sola concesión a la realidad. Vive y morirá confundiendo los principios con la terquedad y el carácter con las rabietas voluntariosas. Es, lamentablemente, un autista político. Un caso perdido, como ya aceptan hasta sus más íntimos y desalentados colaboradores.

Fidel muere y Raúl inicia los cambios

Admitamos que Fidel muere en la cama y lo sucede --por lo menos de momento-- su hermano Raúl. Quienes conocen a Raúl Castro saben que se trata de una persona totalmente diferente a su hermano. Es una persona mucho más sencilla, menos laberíntica, más cercana a la realidad. A principios de la década de los cincuenta, muy joven, era comunista, antiamericano y prosoviético. Fidel entonces era sólo un confuso revolucionario antiimperialista, inclinado a la violencia y a los análisis extremistas, dotado de una personalidad extremadamente autoritaria. Fidel hizo la revolución. Probablemente Raúl, con la ayuda del Che, la inclinó definitivamente hacia la órbita soviética y desplazó al "Movimiento 26 de julio" de una posición programática más o menos socialdemócrata a otra francamente marxista.

Pero en aquellos tiempos no era tan difícil o inusual suscribir el ideario comunista. Entonces la URSS crecía al ritmo del 10% anual, y en 1957, cuando Fidel y su hermano estaban en la Sierra Maestra, Moscú colocaba en órbita el primer satélite. Tres años antes, en 1954, la CIA había propiciado el golpe militar que sacó del poder a Jacobo Arbenz. Para cualquier miembro del PSP la lección era clara: para consolidar una revolución radical, especialmente de corte comunista, había que conseguirle un guardaespaldas, y sólo existía una potencia en el planeta capaz de desempeñar esa tarea frente a la segura hostilidad de Estados Unidos. Había que colocar a Cuba bajo la advocación de los rusos. Eso, por lo menos, pensaba un comunista práctico.

Cuarenta años después esta misma lógica apunta en la dirección contraria. Para cualquiera con dos dedos de frente, capaz de leer los periódicos, no puede haber duda: el marxismo era un error intelectual que conducía al atraso relativo y a la creación de sociedades terriblemente represivas. La URSS, además, y el campo socialista, especialmente el de Occidente, el que cobijaba a Cuba, ya no existen. Se desplomaron bajo el peso de su ineficiencia y a causa de su fundamental desajuste con la naturaleza humana. Es verdad que Gorbachev, la perestroika y el pensamiento de Alexander Yakolev precipitaron la caída, pero la manera en que esto ocurrió puso de manifiesto la fragilidad del sistema y la endeblez de los dogmas que le daban sustentación. Un partido con veinte millones de supuestos afiliados fue disuelto por decreto y nadie derramó una lágrima o exhibió una pancarta. Era un cascarón vacío.

¿Es Raúl Castro, como afirman quienes lo conocen, una persona realista? Si esto es así, lo predecible es que al día siguiente de ser proclamado Presidente por el Consejo de Estado, cuarenta y ocho horas después de enterrar a su hermano, comience el proceso de cambios. ¿Cómo? Por ejemplo, a la manera española, de la misma forma con que en Madrid las Cortes se hicieron el hara-kiri con el objeto de liquidar al insostenible franquismo. Es decir, reformando la Constitución y las leyes para dar paso a un sistema democrático que poco a poco, elección tras elección, vaya cambiando el perfil del país hasta acomodarlo a los tiempos presentes.

¿Qué puede hacer Raúl si no toma este camino? Insistir en el modelo comunista es una locura en la que su hermano incurría basado en su indiscutible peso histórico, pero un mínimo sentido de la realidad le dejará en claro a Raúl que él ni remotamente tiene ese peso específico. Esto es lo que le sucedió a Adolfo Suárez cuando murió Franco. Suárez no era el Generalísimo ni había ganado la Guerra Civil. Había llegado a ser jefe político del "Movimiento" --el aparato político del franquismo-- y no se le conocían inclinaciones democráticas. Pero era un posibilista inteligente y enseguida se dio cuenta de que para continuar el franquismo hubiera tenido que apelar a una dictadura militar administrada por los militares. ¿Es eso lo que va a hacer Raúl? ¿Repartirse el poder con los militares a la manera tradicional latinoamericana, pero con un modelo económico comunista? ¿Tal vez repartir las riquezas del país entre los militares y partidarios, a la manera sandinista, en medio de una desvergonzada "piñata"? ¿No es obvio que el aislamiento internacional será radical e inmediato si tal cosa sucede? ¿Cuánto tiempo cree, en ese caso, que tardará la hambruna en apoderarse del país? ¿Cuánto en que la división de los propios militares conduzca el país a la violencia? La fórmula democrática tras la muerte de los caudillos "insustituibles" no es un milagro de la persuasión política, sino la única salida de la ratonera.

Fidel muere, pero no es Raúl quien lo sucede

Pudiera ocurrir, sin embargo, que, tras la muerte de Fidel, el Consejo de Estado elija otro sucesor. Se sabe que Ricardo Alarcón es candidato a la presidencia del país. Lo ha admitido a la prensa y probablemente tiene el secreto apoyo, tanto de la mayoría de la Asamblea Nacional del Poder Popular como del Partido Comunista. Se le percibe como un hombre talentoso, más abierto, experimentado, que no en balde vivió un cuarto de siglo en Estados Unidos como jefe de la diplomacia cubana. No proviene del PSP, sino de cierto catolicimo radical de los años cincuenta. No era marxista. Se hizo marxista. Y pese a su --a veces-- discurso ortodoxo, quienes lo conocen bien saben que eso no es más que un ejercicio de recitación. Pura retórica declamada por una inteligencia bien organizada para la polémica y para armar adecuadamente los sofismas. Tan hábil es, que Fidel ladinamente lo sacó del mundillo seguro y fulgurante de la diplomacia para exponerlo a los conflictos de un parlamento amaestrado, pero ha conseguido mantener su relevancia política y su ascendencia entre sus compañeros. Se le tiene como un verdadero hombre de estado. Uno de los pocos que en Cuba proyectan esa imagen.

Muerto Fidel, si Alarcón le planta cara a Raúl, es posible que lo derrote en el terreno político. Pero Alarcón no tiene ni el apoyo ni la simpatía de los militares. En rigor, ningún político o funcionario lo tiene. En ese terreno Raúl se ha ocupado de colocar a sus hombres de confianza. Es probable, en ese caso, que se produzca una transacción: Raúl a los cuarteles, a custodiar los polvorines, a mantener a raya a la población y bajo estricta vigilancia a los políticos, mientras Alarcón se ocupa de gobernar y de ensayar una apertura gradual y retardada. Sería una especie de pinochetismo de izquierda o de sandinismo. Un sandipinochetismo. Sólo que esa fórmula, en la que el aparato de poder se rompería en facciones contradictorias, no sería más que una lentísima, enrevesada y peligrosa manera de llegar al mismo punto: la inevitable democracia y la indeclinable economía de mercado.

Golpe civil contra Fidel Castro

Muy improbable, pero no imposible, es un golpe de estado a Fidel Castro provocado por su incapacidad para gobernar física y --sobre todo-- mental. Se conoce con toda precisión que la cúpula de gobierno está absolutamente cansada de la terquedad de Castro, de sus excentricidades, de sus caprichos. A los dirigentes les avergüenzan y les humillan las peroratas de siete horas, las incongruencias, las tonterías que dice, o sus alocadas iniciativas económicas. Cuando su hermano Raúl, que no está exento del miedo que le tienen todos los dirigentes, se atreve a llamarle la atención tras un discurso maratónico, es porque todos están hartos de esa irritante variación de la tortura que es la incontinencia oral.

No es nueva esa sensación de fatiga frente a Fidel Castro. A fines de los ochenta Carlos Aldana y José Abrantes comenzaron a pensar en un honroso retiro para el Comandante. Quedaría como Reina Madre, como un símbolo glorioso, mientras otras personas más jóvenes tomarían el relevo. Pero no ocurrió: Abrantes, como se sabe, murió en la cárcel, y Aldana fue relegado a un puesto sin importancia tras haber sufrido la humillación de ser calificado de corrupto.

Dado el deterioro evidente de Fidel, si tarda en morir es posible que algunos políticos en activo intenten desplazarlo. Y eso, si se trata de civiles, sólo puede ocurrir en el parlamento, pues el Partido no es un órgano deliberativo que pueda tomarse en serio. Es lo que suele llamarse el "desenlace a la Robespierre". Algunos diputados se ponen de acuerdo, vencen el miedo que los paraliza, y se atreven a decir en voz alta lo que hoy sólo le cuentan a la almohada: "que Fidel Castro, tras una vida de servicio a la patria, ya no es capaz de seguir gobernando porque la senilidad lo ha incapacitado". No lo han derrotado los yanquis, sino la vejez. Entonces la mayoría, envalentonada, se atreve a pedir la sustitución del Presidente. Hace dos años, en una de las escasas reuniones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Castro temió que algo parecido sucediera y se apresuró a apoderarse de la palabra para impedirlo. Y en fecha tan reciente como el 24 de febrero pasado, algunos soñaban con el milagro de que Castro, voluntariamente, diera paso a otro Presidente y comenzara, al fin, un proceso gradual de cambios. Alarcón, se dice, quedó muy inconforme con que tal cosa no hubiera sucedido.

Golpe militar contra Fidel Castro

¿Es posible que el final de Castro sea como el de Ceaucescu? Es poco probable. Raúl Castro mantiene un estricto control de las Fuerzas Armadas y del Ministerio del Interior, y, aunque no está de acuerdo con el noventa por ciento de las cosas que hace su hermano, y ni siquiera comparte el mismo círculo de amistades íntimas, su sentido de la lealtad y su subordinación emocional a Fidel convierten este "escenario" en una remotísima posibilidad. Es posible que Raúl piense que ya es hora de que su hermano muera y el país comience a tomar otra dirección, pero muy difícilmente él adelantará un minuto ese momento.

Por otra parte, no es obvio que las Fuerzas Armadas cubanas posean lo que los militares llaman "espíritu de cuerpo". No es una institución surgida de la historia institucional del país, sino de la propia revolución. Es un organismo "brotado" de otro que se marchitó con el tiempo. Los generales o los oficiales de alta graduación no despiertan la admiración o la obediencia ciega de los subordinados, pues la autoridad, se les ha dicho, está en otra parte, en el Partido Comunista, o, mejor aún, en Fidel Castro, padre de la patria. Existe, por añadidura, una férrea labor de inteligencia y de contrainteligencia. Todos se saben vigilados por todos y eso les impide juntarse aunque compartan el diagnóstico más crítico.

No obstante, cuando la legitimidad se resquebraja, como ha sucedido en Cuba, y cuando se otea en el ambiente el olor a fin de régimen, quienes tienen las armas siempre son un peligro potencial para el poder constituido. Pero si en Cuba hay una conspiración militar, lo previsible es que se concrete en un foco muy pequeño que, como en el ajedrez, cifre todo su esfuerzo en dar jaque mate al rey, o a los reyes, Raúl incluido, en una operación relámpago que luego puede desembocar en cualquier cosa, lo que convierte la especulación en un ejercicio inútil carente de sentido práctico.

La oposición interna y externa precipitan el cambio

Una sexta variante podría derivarse de la vertebración dentro de Cuba de una fuerza pacífica de oposición, apoyada y coordinada con grupos políticos afines del exilio, que alcance un grado tal de respaldo en la Isla, que el gobierno cubano se vea obligado a admitir su carácter de interlocutor válido en un proceso de transición hacia la democracia. Al fin y al cabo, la transición en la URSS no comenzó hasta que Gorbachev descolgó el teléfono y llamó al disidente Sajarov.

La tarea no es fácil, pues una de las principales labores del Ministerio del Interior -y para lo cual dispone de unidades especiales- consiste en tratar de confundir, desacreditar, penetrar y desorientar a las organizaciones de disidentes, al tiempo de que intenta impedir que se coordinen con grupos, partidos e instituciones radicadas en el exilio, pero el surgimiento de Concilio Cubano en 1995 demostró que la oposición interna había alcanzado un grado de madurez y capacidad de estructuración realmente notables.

Si se produjera un nuevo impulso cohesionador dentro de Cuba, es posible que las autoridades, ante el peligro de perder el control sobre la oposición, respondan con un masivo espasmo represivo en todo el país, provocando un desorden político generalizado, pero eso seguramente generaría condenas mundiales y respuestas de las instituciones internacionales más importantes, agravando sustancialmente con ello la crisis por la que atraviesa el gobierno de Castro y su aislamiento político y económico.

Lo razonable, por otra parte, sería que en el momento en que el gobierno cubano admita que no sólo es conveniente sino inevitable un aumento en la participación política de la sociedad, acepte que la oposición interna y externa puedan actuar libremente dentro de Cuba en el terreno político, más o menos dentro de los esquemas que en su momento se vieron en países como Polonia, Hungría o la propia España durante sus respectivas transiciones.

Un mensaje final

Este es, en síntesis, nuestro análisis de la situación cubana, al que han contribuido desde Cuba algunos disidentes y hasta anónimos reformistas formalmente vinculados al gobierno. A partir de estas reflexiones ¿qué podemos aportar para contribuir al bienestar de nuestra nación? Ante todo, comunicarle a la sociedad cubana, a toda --gobierno, oposición o indiferentes--, un mensaje muy claro: si el medio es legítimo y si el fin va encaminado a restablecer en Cuba la democracia y el Estado de Derecho, quienes precipiten un desenlace razonable, pueden contar con nuestro apoyo sincero.

En 1990, junto a democristianos y socialdemocrátas, la ULC contribuyó a la creación de la Plataforma Democrática Cubana para añadir a nuestro esfuerzo el peso de las grandes fuerzas de moderación y aliento agrupadas en las Internacionales de corte democrático. La ULC, creada en España, pero con inmediatas ramificaciones en Estados Unidos, Venezuela y Puerto Rico, había visto el gran impacto que la solidaridad política internacional había tenido en países como España y Portugal durante sus transiciones, y nos parecía que ese elemento era demasiado valioso para desperdiciarlo. Asimismo, pensábamos --y pensamos-- que era sano para Cuba extraer el conflicto cubano de la habitual querella entre Washington y La Habana para instalarlo donde verdaderamente corresponde: un conflicto, primero, entre cubanos demócratas y cubanos no demócratas; y, segundo, un conflicto entre demócratas del mundo entero y los partidarios cubanos del totalitarismo. En gran medida ese objetivo fue cumplido.

Pero en el recorrido hemos aprendido bastante y hemos forjado lazos internacionales extremadamente convenientes para la Cuba futura. No hay, probablemente, un gobierno, centro político o financiero de primer orden en el mundo occidental con el que la ULC no encuentre un modo instantáneo, directo y eficaz de relacionarse. No hay una mano amiga potencialmente útil en la reconstrucción de Cuba a la que no sepamos acudir cuando llegue la hora cero. No hay un país que haya transitado del comunismo a la democracia que nos niegue su experiencia si se la pedimos, pues hemos sabido crear una trama de solidaridad y amistad que, en su momento, se pondrá incondicionalmente al servicio de la democratización de Cuba.

Carece de sentido, sin embargo, hacer hoy planes detallados sobre la reconstrucción de Cuba, pues todo dependerá de si el país se encamina o no en la dirección de la libertad. Por otra parte, la ULC sostiene la convicción de que son los cubanos en las urnas los que tienen que decidir sobre el futuro económico y político del país, y no un partido, por bien intencionado que se muestre.

Nosotros, por supuesto, poseemos ideas generales muy claras y --en su momento-- trataremos de persuadir a la población de sus bondades, pero quienes creemos en la libertad jamás intentaremos imponerle al pueblo lo que tiene que hacer. Nuestra tarea, por el contrario, se limita a proponer la creación de las instituciones adecuadas para que los individuos, libremente, escojan lo que les parece más conveniente a sus ideales e intereses, pues la experiencia nos ha enseñado que las personas son mucho más eficientes que los Estados o las tendencias ideológicas a la hora de formular expectativas racionales, actuar en consecuencia y crear riquezas. La experiencia ha demostrado que los "constructivistas", los que juegan a la ingeniería humana, con sus benévolos caprichos suelen crearles enormes dificultades a los pueblos

Creemos conocer, sin embargo, la secuencia básica de una transición feliz hacia la libertad:

Primera etapa

90 días

1. Amnistía para todos los presos condenados por delitos de origen político, y reforma del Código Penal vigente, con el fin de que desaparezcan los tipos de supuestos delitos que hoy atentan contra las libertades.

2. Reforma de la Constitución actual y de las leyes secundarias, con el fin de permitir la actuación conforme a Derecho de todas las fuerzas políticas.

3. Respeto irrestricto a la libertad de asociación y prensa con el objeto de hacer posible la libre emisión del pensamiento.

4. Libre entrada y salida de los exiliados y sus hijos y familiares, así como la recuperación de todos sus derechos ciudadanos.

Segunda etapa

90 días

5. Celebración de un referendum para votar sobre dos aspectos:

a) Convocatoria a elecciones pluripartidistas y

b) Amnistía o "Ley de borrón y cuenta nueva" para todos los delitos de carácter o intencionalidad política cometidos desde 1952 a la fecha de la consulta.

Tercera etapa

180 días

6. Celebración de elecciones generales y constitución de un nuevo gobierno y parlamento democráticos. Una comisión constitucional de expertos del propio parlamento redactaría y propondría una nueva Constitución, inspirada en la Constitución de 1940, especialmente en su parte dogmática, texto que primero sería aprobado por el propio cuerpo legislativo y luego sancionado por la población mediante referendum.

Tareas de la ULC

Para la ULC, en el momento actual, mientras operemos en el exilio, la estrategia que desarrollamos con el objeto de contribuir a la transición puede concretarse esquemáticamente de la siguiente manera:

1. Continuar coordinando nuestro trabajo y colaborando fraternalmente con la Coordinadora Socialdemócrata y con el Partido Demócrata Cristiano de Cuba dentro de la coalición conocida como Plataforma Democrática Cubana.

2. Mantener nuestros lazos con todas las organizaciones que dentro y fuera de Cuba buscan un desenlace democrático por vías pacíficas, y especialmente con aquellas que comparten nuestro ideario liberal. La unidad de todas las fuerzas democráticas oposicionistas es un objetivo primordial de la ULC.

3. Contactar a los reformistas del gobierno cubano y ofrecerles nuestra discreta y sincera colaboración para la búsqueda de una transición hacia la democracia.

4. Respaldar a la disidencia interna y denunciar en los medios de comunicación, los foros internacionales y por medio de trasmisiones radiales hacia Cuba las violaciones de los Derechos Humanos que ocurren en la Isla.

5. Estudiar la realidad cubana y las transiciones en las naciones que abandonaron el comunismo para proponer medidas concretas que contribuyan al bienestar inmediato de los cubanos en el momento en que se inicien los cambios en el país. Publicar y difundir todo aquello que nos parezca relevante a estos fines.

6. Cultivar las relaciones con todas las naciones y organismos políticos del mundo democrático de Occidente.

7. Informar a todas las Cancillerías, medios de comunicación y centros de poder sobre el curso de los acontecimientos en Cuba.

La ULC también posee una clara visión de su papel durante la transición. Una vez en Cuba, junto a otras fuerzas democráticas:

a) Contribuirá a la consolidación de la democracia haciendo un llamado enérgico al perdón y la reconciliación, para lo cual invitará al país a numerosas figuras internacionales de peso moral y autoridad intelectual.

b) Creará --dentro de la pluralidad democrática--, un gran partido para la defensa de las libertades política y económica, desarrollando simultáneamente una gran campaña que explique en términos comprensibles cómo se consolida la democracia política y cómo se crea o se destruye la prosperidad. La democracia sólo sobrevive cuando hay partidos políticos sólidos y maduros que entienden plenamente su responsabilidad social. En una democracia la sociedad no debe temerle al cambio, pues sólo se trasformará lo que las personas libremente decidan en las urnas.

c) Defenderá con argumentos sólidos la necesidad de transferir todo el aparato productivo, hoy en manos del Estado, a manos de la sociedad civil, procurando que la mayor parte de los propios trabajadores constituyan empresas y tengan acceso a la propiedad privada de los medios de producción, especialmente en aquellos centros de trabajo con menos de cien empleados.

d) Abogará porque los inquilinos de las viviendas o las empresas de cooperativistas rurales que no posean un título claro sobre las propiedades que habitan o en las que trabajen se conviertan en propietarios de pleno derecho.

e) Defenderá vigorosamente el derecho de los antiguos propietarios a recibir una compensación justa por los bienes que les fueron confiscados y que por razones de fuerza mayor no puedan recuperar.

f) Atraerá al país a financieros y empresarios internacionales que se interesen en invertir en una Cuba democrática.

g) Convocará con sus contactos a la solidaridad internacional con los cubanos para que los frutos materiales de la libertad y la democracia se obtengan en el menor plazo posible. Asímismo, invitará a los más acreditados grupos y organismos internacionales para que asesoren, supervisen y legitimen el proceso de cambio y las consultas electorales.

h) Contribuirá a procurar recursos del exterior para que puedan garantizarse plenamente los servicios de salud y educación para toda la población.

i) Colaborará estrechamente con las Fuerzas Armadas y con las de orden público para que las personas integradas en esos organismos que deban pasar a la sociedad civil, dada la natural e inevitable reducción de estas instituciones en una nación democrática, puedan adaptarse sin traumas ni especiales problemas a la nueva situación.

Todos sabemos que estamos en el último acto de una larga tragedia. Y todos percibimos que nuestro momento histórico pudiera tener un triste parecido al fin del siglo pasado. Hemos hecho un inmenso y doloroso recorrido para retornar al punto de partida. Es nuestra responsabilidad aprender de los errores y ser capaces de superar las adversidades. Existe un camino diáfano por delante. No es fácil y no está exento de dificultades, pero si actuamos con cordura y buena voluntad podemos llegar a la meta sin violencia y sin vencedores ni vencidos, sin mirar hacia atrás, porque todos, unas veces por acción y otras por omisión, en alguna medida, hemos contribuido al error. Hace unos años los obispos católicos escribieron un hermoso y esperanzador documento bajo el título de "El amor todo lo puede". El patriotismo, el sentido del deber y la responsabilidad también lo pueden todo. Pueden hasta rescatar a nuestra nación en su momento más amargo.

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Respuesta  Mensaje 5 de 5 en el tema 
De: mfelix28 Enviado: 23/03/2004 22:46

El Salvador y las ideas zombi
En pocas semanas los salvadoreños creen que elegirán a un nuevo presidente y a un nuevo gobierno, pero el asunto es bastante más dramático.
La alternativa no es entre dos partidos de la misma familia democrática, sino entre dos sistemas de valores, dos modelos económicos y dos concepciones de la realidad política y de las alianzas internacionales totalmente diferentes.

“Será peor que en Venezuela”
Entrevista a Carlos Alberto Montaner por Lafitte Fernández
El Diario de Hoy
, El Salvador, febrero 10, 2004

Kirchner wants Argentina to be 'normal' country
President Néstor Kirchner has said that he wants Argentina to be a serious and normal country. Wonderful. That seems like a reasonable hope.

Argentina quiere ser un país normal
El presidente Néstor Kirchner ha dicho que desea que Argentina sea un país serio y normal. Magnífico. Parece una aspiración razonable. No definió qué es un país normal, pero probablemente se refería a una de esas veinte democracias estables y prósperas que hay en el planeta. Seguramente pensaba en Dinamarca o Australia, en Canadá, Holanda o Francia. Es decir, en países bien organizados, pacíficos, sin sobresaltos, en los que funciona el estado de derecho, el valor de la moneda no se desploma cada cierto tiempo, la autoridad se transmite rítmicamente mediante elecciones democráticas, la economía funciona razonablemente bien, y el conjunto de la sociedad puede soñar con un futuro mejor.

Bush's actions reasonable, not so Hussein's
President Bush was mistaken. In Iraq, as it has been suspected for months, there are no ''weapons of mass destruction,'' whose existence was the main reason invoked by the White House to hurl its devastating offensive against Iraq last March.

Por qué se equivocó Bush
Madrid -- El presidente Bush se equivocó. En Irak, como se sospechaba desde hace unos meses, no hay armamento de ''destrucción masiva'', cuya existencia fue la principal razón invocada por la Casa Blanca para lanzar su fulminante ofensiva contra Irak en marzo del 2003.

Una lección aprendida
Taking a page out of Cuba's book hardly wise

Esclavos educados
Castro - 45 rokov poton
Chile offers Bolivia best chance possible to reach the Pacific

Más artículos

El texto es de 1998, Valerio.
El autor, que aunque no lo digas, es el "ilustre" Carlos Alberto Muntaner, tiene otras joyas literarias más actuales, actuales en fecha, porque por lo demás Fidel sigue "muy enfermo" la economía no "da para más" y del 98 acá han pasado 6 años.
Mira, para que veas que me preocupo por tu formación anticastrista:
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Creada hace veinte años para servir a la prensa de habla española:
grandes columnistas, artículos de interés general, caricaturas, pasatiempos...

La columna semanal de
Carlos Alberto Montaner

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“Se estima que su columna sindicada es leída por seis millones de personas. Sus opiniones hacen que tiemblen políticos en España y América Latina ... Mantendrá su posición como uno de los más respetados periodistas de la región”.
‘The Powerful 100’, Poder, marzo de 2003.

“His syndicated column is read by an estimated 6 million readers. His opinions make politician in Spain and Latin America tremble … He will maintain his position as one of the region’s most respected journalist”.
‘The Powerful 100’, Poder, March 2003.


 

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CARLOS ALBERTO MONTANER - OBRAS CASI COMPLETAS
Nuevos textos agregados: "Los latinoamericanos y la cultura occidental" y
                                        "Cuba: un siglo de doloroso aprendizaje"

Nuevo libro de Carlos Alberto Montaner:

LOS LATINOAMERICANOS
Y LA CULTURA OCCIDENTAL

Entrevistas a C. A. Montaner 

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Veinticuatro horas antes de los bombazos del 11 de marzo parecía seguro el triunfo del Partido Popular en España. Las últimas encuestas le otorgaban al PP mayoría absoluta. ¿Qué sucedió? En esencia, el aumento súbito del número de electores, y muy especialmente de los jóvenes que votaban por primera vez. Sacudidos por el horror y convocados por cierta demagogia, acudió a las urnas un ocho por ciento más de votantes, y en España, cuando la participación es muy alta --esta vez alcanzó un 77%--, inevitablemente triunfa la izquierda.

ETA y sus cómplices
Casi doscientos muertos y mil quinientos heridos ha sido el saldo de los actos terroristas ocurridos en Madrid el 11 de marzo. La espantosa masacre tiene todas las características de los atentados de ETA. El tipo de explosivo y la forma de actuar apuntan en esa dirección. Incluso, en diciembre pasado la banda asesina intentó sin éxito una carnicería similar. Sin embargo, Arnaldo Otegui, a quien se le supone la cara política de ETA, rápidamente opinó que podía tratarse de una represalia de la ''resistencia árabe'' por el apoyo de España a la invasión a Irak.

Don't let the Flame of the Valley be extinguished
In Ecuador, a brilliant engineer has formulated an original theory about the origin and workings of the universe. His name is Antonio Mortensen, he studied at Notre Dame University in the United States and has devoted almost all of his long life to observing nature and drawing his own conclusions.

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Es probable que esa subordinación del Frente Amplio a la dictadura cubana acabe por costarle los próximos comicios a la izquierda radical uruguaya.

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En Ecuador, un brillante ingeniero ha formulado una original hipótesis sobre el origen y funcionamiento del universo. Se llama Antonio Mortensen, estudió en Notre Dame, en Estados Unidos, y ha dedicado casi toda su ya larga vida a observar la naturaleza y a sacar sus propias conclusiones. Tiene, pues, la frescura de los pensadores griegos que hace veinticinco siglos se asomaron al mundo con una mezcla de curiosidad y audacia intelectual cuyos efectos llegan hasta nuestros días y le dan forma a nuestra manera de entender la realidad.

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Without doubt, Aznar leaves Spain in a better position than it was when he attained power.

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Es poco frecuente que los políticos abandonen el poder voluntariamente en la cúspide de su carrera. Eso es exactamente lo que hará el español José María Aznar dentro de pocas semanas. Con apenas 51 años, y tras ocho de exitoso gobierno, se retira. ¿Por qué lo hace? Una posible respuesta es que en la campaña de 1996, cuando aspiró y conquistó la presidencia por primera vez, lo había prometido. En esas fechas el socialista Felipe González llevaba 13 años al frente del gobierno, y Aznar, desde la oposición, lo acusaba de haberse convertido en un burócrata sin imaginación ni proyectos novedosos. Si Aznar lograba derrotarlo limitaría su mandato a dos periodos consecutivos.

Pressure Chavez to obey the law
Hugo Chávez has accused President Bush of murdering 19 Venezuelans and wounding 300 others during the demonstrations in Caracas on April 11, 2002. What is the intent of such an absurd statement? Undoubtedly to escalate the crisis into which he has plunged his country by artificially heating up a conflict with Washington. Fidel Castro, his mentor, has taught him that the most efficient way to evade problems at home is to transform them into a confrontation with the United States.

Venezuela en manos de Carter y de Gaviria
Hugo Chávez ha acusado a George W. Bush de asesinar a 19 venezolanos y herir a otros 300 durante las manifestaciones en Caracas el 11 de abril de 2002. ¿Qué sentido tiene una declaración tan absurda? Sin duda, acelerar la crisis en la que ha precipitado a su país, caldeando artificialmente el conflicto con Washington. Castro, su mentor, le ha enseñado que la manera más eficaz de evadirse de los problemas domésticos es transformarlos en un enfrentamiento con Estados Unidos. Es la vieja historia del líder comunista que sorprende a su mujer en la cama con un amante e inmediatamente sale a la calle a apedrear la embajada norteamericana.

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Ichikawa, Varela y los obstáculos
Presentacion al coloquio 'Teatro y filosofia: una reflexion sobre el obstaculo', sostenido por Emilio Ichikawa y Victor Varela en el Design District de Miami la noche del 13 de febrero de 2004



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