De compras en La HabanaEntre autos anacrónicos y edificios sin tiempo los cubanos resisten al bloqueo.

Por: Por Vicente Rodríguez Aguirre / El Siglo de Torreón / Enviado Especial
Primera de dos partes LA HABANA, CUBA.- La necesidad es una musa efectiva. Para Alina, salir de compras es una experiencia difícil y espinosa que requiere más paciencia e ingenio que dinero. Para Lázaro, su esposo, ir al mercado es enfrentar la realidad sin atenuantes de una isla que ha soportado cuarenta y dos años de sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos. La pareja camina por la avenida Italia, en el centro de La Habana, entre edificios cansados, entre coches de épocas remotas. No observan los escaparates porque los conocen de memoria: algunos no han cambiado desde que ellos eran niños. Cae el mediodía intenso del Caribe, pero las calles principales de la capital cubana están llenas de gente. El recrudecimiento del embargo cimbró de inmediato la vida de la isla: los habitantes temen que se agrave la escasez de productos importados, por eso compran lo que pueden para encarar una crisis todavía más difícil. Y es que las políticas que el presidente norteamericano, George W. Bush, llama Plan de asistencia para la democracia en Cuba afectan a Alina y a Lázaro lo mismo que a millones de residentes. Lejos de quedar en el papel, las medidas golpean la economía doméstica de esta isla del ron y los habanos. Entre otras disposiciones, la estrategia de Washington reduce a la mitad las remesas que los cubanos en los Estados Unidos pueden enviar a sus familias. También limita las posibilidades de viajar a la isla que tienen los autoexiliados: ahora sólo pueden venir cada tres años, en lugar de anualmente, como sucedía hasta el seis de mayo pasado. Ganar poco, gastar poco Para abastecer sus hogares, los cubanos deben sortear dificultades a las que poco a poco se han acostumbrado, con su economía única basada en remiendos y artificios para sustituir las importaciones. En el bolso de Alina conviven tres tipos de moneda: pesos cubanos, dólares y pesos convertibles. La experiencia le va dictando cuándo debe utilizar cada uno. Para entender ese laberinto numismático, aclara Lázaro, hay que hacer primero algunas precisiones: oficialmente el tipo de cambio del peso cubano está uno a uno con el dólar, pero la realidad es muy distinta: un dólar vale veintiséis pesos de la isla. El tercer tipo de moneda, el peso convertible, sí equivale al billete verde y es utilizado más bien por los turistas, pero nadie desprecia un billete de ésos cuando le llega a las manos. En pesos cubanos, el salario mínimo es de 110, es decir 4.23 dólares al mes (49.068 pesos mexicanos). La mayoría de los isleños reciben pagas más altas: en promedio doscientos cincuenta pesos por cada treinta días (111.47 pesos mexicanos). Además del sueldo que les da el Estado, todos los habitantes de la isla tienen derecho a servicios médicos y educativos gratuitos. No son pocas las escuelas que alimentan a sus alumnos sin cobrarles un centavo, como es el caso de los dos hijos de Lázaro y Alina. Los servicios públicos como teléfono, agua y energía eléctrica son baratos: para una familia promedio -formada por cuatro personas-, el consumo no pasa de los sesenta pesos en total (26.6 pesos mexicanos al mes por los tres servicios), según el ama de casa. Otras mujeres consultadas coincidieron en los datos. Los comestibles que se producen en el país también se ofertan a precios accesibles. En los mercados controlados por el Estado, el plátano vale .70 pesos la libra (30 centavos mexicanos), la cebolla cuesta 3.50 pesos por libra (1.56 pesos mexicanos); el tomate dos pesos por libra (88 centavos mexicanos). Muchos de estos productos están incluidos en la libreta de racionamiento, un sistema para controlar la venta de básicos. No obstante, algunos productos del campo escasean, y entonces es necesario conseguirlos en mercados particulares, aquí llamados “de oferta y demanda”. Por ejemplo, dice Alina, con la sequía que azota a algunas provincias no hay limones en el mercado estatal, y en los mercados particulares se han encarecido. Con el sueldo que perciben ella y su esposo, la familia puede -a veces- salir a divertirse: una función de cine cuesta dos pesos cubanos por persona (88 centavos mexicanos). Así que desembolsan menos de cinco pesos mexicanos por ver una película con toda la familia. Si en el intermedio quieren helado, deben pagar un peso cubano (44 centavos mexicanos) por cada uno. Soñar en dólares Pero no todo es perfecto, aclara el ama de casa con profundo acento caribe: las compras se complican cuando se trata de productos importados, por eso todos lamentan el recrudecimiento del bloqueo. Ese mercado se cotiza en dólares, y es entonces cuando los presupuestos se limitan. En esta sección de la lista entran –por ejemplo-, los artículos de aseo personal, los aparatos electrodomésticos, el calzado que no es de fabricación nacional, los dulces y galletas. Ella debe pagar en dólares sus cosméticos, las cremas y ciertas prendas, y estos productos no siempre se consiguen. Una pastilla de jabón cuesta alrededor de .80 dólares (9.28 pesos mexicanos), un paquete de galletas .60 dólares (6.96 pesos mexicanos) y una cerveza, incluso de fabricación nacional, cuesta al menos un dólar (11.6 pesos). Para acceder a estos artículos de lujo, los ciudadanos deben perseguir el dólar con actividades complementarias que van de las clases de baile a la prostitución, pero que siempre orbitan en torno al visitante: de allí la necesidad de fomentar el turismo en esta nueva etapa. Para enfrentar la zozobra que los precios en billetes verdes imponen a su economía, los cubanos han creado fórmulas que estiran los presupuestos, alargan la vida de los aparatos o componen los automóviles inventando refacciones donde no las hay. Mercados de lo insólito Parte de la estrategia son los mercados experimentales. Alina y Lázaro llegan a uno de estos comercios en el centro de La Habana. Allí hay mercancía que en otro tiempo y otro lugar parecería insólita. Ignoran el aparador semivacío, donde esperan tornillos herrumbrosos, trozos de madera, carburadores usados y piezas de cerámica. El interior de la tienda está bañado en penumbra. No sirven las lámparas destinadas a iluminar los pocos artículos que descansan en los anaqueles empolvados. La mujer revisa con cuidado la ropa usada, observa desde lejos las computadoras anacrónicas, hurga entre los discos de acetato. Su marido, mientras tanto, compra algunas piezas rotas, extirpadas de un radio desechable: éstas podrían servirle para hacer reparaciones al receptor de su casa. Al fondo del local, un ascensor descompuesto hace aún más evidente la decadencia que el bloqueo norteamericano impone a la isla. -“¿Para qué queremos arreglar el ascensor, si hace años que no hay nada en el segundo piso?” -reflexiona el guardia que custodia la entrada. Las marchas y consignas con que el Gobierno de Cuba responde a las agresiones de las autoridades norteamericanas son sólo un frente en esta batalla que lleva más de cuarenta y cinco años. Otra parte imprescindible de la lucha la dan todos los días los millones de Alinas y Lázaros que habitan la isla y que enfrentan las carencias cotidianas y las turbulencias del momento con más voluntad que planeación. Bloqueo y embargo Aun cuando la sanción impuesta por Washington inicia formalmente a las 12:01 del siete de febrero de 1962, las autoridades cubanas denuncian que las represalias comerciales iniciaron casi con el triunfo de la Revolución, el primero de enero de 1959. Los gobiernos de Cuba y de Estados Unidos difieren no sólo en la fecha de inicio del castigo, sino en su nombre: mientras los norteamericanos califican las medidas como “embargo económico”, las autoridades de la isla le llaman “bloqueo”. El asunto pudiera parecer simple, pero no lo es: un embargo es una forma judicial para retener bienes y asegurar el cumplimiento de una obligación jurídica contraída legítimamente, mientras que el bloqueo es un acto de guerra. El Gobierno norteamericano aduce que, tras las nacionalizaciones de las compañías estadounidenses que operaban en la isla, nunca fueron pagadas las indemnizaciones correspondientes. En cambio, la isla se remite a la Conferencia Naval de Londres, celebrada en 1909, en donde se pactó como un principio de derecho internacional que “el bloqueo es un acto de guerra” y su empleo es posible únicamente entre los beligerantes. De allí que se atribuya al castigo el carácter de genocida. El 13 de septiembre de 1999, la Asamblea nacional del Poder Popular de la República de Cuba adoptó la proclama por la cual se establece que el bloqueo económico de los Estados Unidos constituye un crimen internacional de genocidio, conforme a lo definido en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, aprobada por la Asamblea general de las Naciones Unidas el nueve de diciembre de 1948, y en consecuencia reafirma el derecho de Cuba a reclamar que tales hechos sean sancionados. También solicita apoyo a la comunidad internacional. |