Y después dicen que no somos inteligentes...
Una mujer recién divorciada, pasó el primer día bien
triste empacando sus cosas en baúles y valijas y su
mobiliario en grandes cajas.
Luego de hacer recoger sus cosas, y para despedirse de la
casa, se sentó en el suelo en el comedor vacío, puso
música suave, dos velas, dos kilos de camarones, un plato
de caviar y una botella de vino blanco frío y cenó.
Cuando terminó, desmontó todas las barras de las cortinas
de cada cuarto, le quitó los tapones de los extremos y
dentro le puso las sobras de los camarones y un poco del
caviar y las colocó de nuevo en su lugar.
Cuando el marido regresó a la casa, traía nuevos muebles
y nueva novia. Todo fue perfecto los primeros días.
Lentamente, la casa empezó a oler. Trataron de todo:
limpiaron, trapearon y airearon toda la casa. Chequearon que
no hubiera ratones muertos en los ventiladores y las
alfombras fueron lavadas. En cada esquina se colgaron
perfumadores de aire. Hasta pagaron para cambiar todas las
caras alfombras de la casa. Nada funcionó.
Nadie volvió a visitarlos, los trabajadores se negaban a
trabajar en la casa y hasta la mucama renunció. Finalmente,
ya desesperados, la pareja decide mudarse. Ya había pasado
un mes y no habían encontrado a quien venderle la hedionda
casa.
Ya los vendedores se negaban a responder a sus llamadas.
La ex esposa llama un día al hombre para asuntos del
divorcio y le pregunta cómo está. El le cuenta que estaba
vendiendo la casa pero sin decirle las verdaderas razones.
Ella lo escuchó con mucha calma y le dijo que extrañaba
realmente la casa y que hablaría con los abogados para
arreglar los papeles para comprársela.
Sabiendo que su ex esposa no tenía la menor idea del mal
olor él aceptó la negociación por una décima parte del
precio real de la casa, con tal de que ella firmara ese
mismo día. En menos de una hora ya se había hecho la
transacción.
Una semana más tarde el hombre y su novia se pararon en la
puerta de la vieja casa con una sonrisa en los labios viendo
como empacaban todos sus muebles y los metían en un camión
camino a su nueva casa, incluyendo, claro, las barras de
cortina...
Sólo a algún mamerto se le ocurre decir que no somos inteligentes