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General: TUNEZ DE JAZMINES Y LUZ DE MIEL .... DE DIGNIDAD Y DE COMBATE ...
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| De: Ruben1919 (message original) |
Envoyé: 17/01/2011 21:26 |
Túnez
Y de pronto, la revolución
En 1999 dos perros se cruzan en la frontera. Uno, argelino, flaco, desfallecido, cojo y roído por las pulgas, trata de entrar en Túnez; el otro, tunecino, lustroso, bien alimentado, limpio, saludable, trata por su parte de entrar en Argelia. El tunecino está perplejo: “¿por qué quieres entrar en mi país”, pregunta. El argelino responde: “porque quiero comer”. E inmediatamente añade, aún más perplejo que su compañero: “Lo que no entiendo es por qué quieres entrar tú en Argelia”. El tunecino entonces contesta: “porque quiero... ladrar”.
En 1999, cuando se contaba este chiste en los medios intelectuales, Túnez estaba amordazado, pero a cambio disfrutaba -se repetía- de una situación económica incomparablemente mejor que el resto del mundo árabe. Con un crecimiento medio del 5% durante la década pasada, el FMI ponía al país como ejemplo de las ventajas de una economía liberada de las trabas proteccionistas y en el año 2007 el Foro Económico Mundial para Africa lo declaraba “el más competitivo” del continente, por encima de Sudáfrica. “Kulu shai behi”, todo va bien, repetía la propaganda del régimen en vallas publicitarias, editoriales de prensa y debates coreográficos en la televisión. Mientras el gobierno vendía hasta 204 empresas del robusto sector público creado por Habib Bourguiba, el dictador ilustrado y socialista, se multiplicaba el número de 4x4 en las calles, se construían en la capital barrios enteros para los negocios y le loisir y hasta 7 millones de turistas acudían todos los años a disfrutar de la cada vez más sofisticada y sólida infraestructura hotelera del país. En el 2001, cuando se abrió el primer Carrefour, símbolo y anuncio del ingreso en la civilización, algunos podían hacerse la ilusión de que Túnez era ya una provincia de Francia. Era un país maravilloso: la luz más limpia y hermosa del mundo, las mejores playas, el desierto más hollywoodesco, la gente más simpática. No se podía hablar ni escribir, es verdad, pero a cambio la gente engordaba y el islamismo reculaba. La UE y Estados Unidos, pero también las agencias de viajes y los medios de comunicación contribuían a alimentar la imagen de un país más europeo que árabe, más occidental que musulmán, más rico que pobre, en transición hacia la felicidad del mercado capitalista. No se podía ni hablar ni escribir, es verdad, y también es verdad que ocupaba el segundo lugar en el ranking mundial de la censura informática, pero el esfuerzo del gobierno merecía una recompensa: Túnez organizó una Copa de Africa, un Mundial de Balonmano y en 2005 una insólita Cumbre de la Información durante la cual se ocultó al mundo una huelga de hambre de jueces y abogados y se detuvo a periodistas y blogueros.
A poco que alguien se hubiese molestado en rascar bajo esa superficie bien barnizada habría descubierto una realidad bien distinta. Nadie o casi nadie lo hizo. De enero a junio de ese año 2005, por ejemplo, El País publicó 618 noticias relacionadas con Cuba, donde no pasaba nada, y 199 sobre Túnez, todas sobre el turismo o el mundial de balonmano; El Mundo, en esas mismas fechas, registró 5162 entradas sobre Cuba, país donde no pasaba nada, y sólo 658 sobre Túnez, casi todas sobre el mundial de balonmano; y ABC tendió 400 veces la mirada hacia Cuba, país donde no pasaba nada, mientras sólo mencionaba a Túnez 99 veces, 55 de ellas en relación con el mundial de balonmano. El 10 de marzo de ese mismo año una rápida búsqueda en Google entregaba 750 enlaces sobre el reparto del gobierno cubano de las famosas ollas arroceras y sólo tres (dos de Amnistía Internacional) sobre la huelga de hambre y la tortura a presos en Túnez.
Pero lo cierto es que Carrefour y los humvee -y la vida nocturna en Gammarth- ocultaba no sólo la normal represión ejercida por Ben Ali desde 1987, año del golpe palaciego o del Gran Cambio, sino también la desaparición de una clase media que había comenzado a formarse en los años 60 y había sobrevivido a la crisis de finales de los 80. Unos pocos entraban en el Carrefour y otros muchos salían del país: hasta un millón de jóvenes tunecinos -sobre una población de 10 millones- viven fuera, sobre todo en Francia, Italia y Alemania. Mientras una minoría dejaba el francés por el inglés y despreciaba, por supuesto, el dialecto tunecino, la estructura educativa heredada del régimen anterior, relativamente solvente, se degradaba de tal modo que el último informe PISA relegaba a Túnez a uno de los últimos diez lugares de la lista de la OCDE. Mientras veinte familias disfrutaban del ocio en los Alpes o en París, el paro aumentaba hasta alcanzar el 18%, el 36% entre los más jóvenes: entre los diplomados y licenciados pasaba de un 0,7% en 1984 a un 4% en 1997 para dispararse a un 20% en 2010. En el espejo del Carrefour -en medio de la publicidad atmosférica que invitaba a un consumo inaccesible-, los jóvenes de la banlieue de la capital y de las regiones del centro y sur del país parecían conformarse con poder disfrutar de ese reflejo.
¿Quién se beneficiaba de este crecimiento bendecido por el FMI y por las instituciones europeas? Básicamente una sola familia, extensa y tentacular, a la que los despachos de la embajada estadounidenses filtrados por wikileaks describen como un “clan mafioso”. Se trata de la familia de Leyla Trabelsi, la segunda esposa del dictador, hasta tal punto dueña del país que muchos se referían a Túnez (la Tunisie) como La Trabelsie. Ben Alí y su familia política se habían apoderado, mediante privatizaciones opacas, de toda la actividad económica de la nación, convirtiendo el Estado en el instrumento de un capitalismo mafioso y primitivo o, mejor, de un feudalismo parasitario del capitalismo internacional. La lista de sectores saqueados por el clan resulta apenas creíble: la banca, la industria, la distribución de automóviles, los medios de comunicación, la telefonía móvil, los transportes, las compañías aéreas, la construcción, las cadenas de supermercados, la enseñanza privada, la pesca, las bebidas alcohólicas y hasta el mercado de ropa usada. No puede extrañar que, durante las revueltas de estos días, se hayan asaltado tantos comercios, empresas y bancos; se ha hablado de “vandalismo”, pero se trataba también de un vandalismo certero o, en cualquier caso, de un vandalismo que, incluso cuando se desencadenaba al azar, inevitablemente acertaba: golpease donde golpease, golpeaba sin duda una propiedad de los Trabelsi.
En este cuadro de represión y apropiación, había que tender el oído para escuchar el ruido de la marea ascendente. Pocos lo hicieron, ni siquiera cuando en enero de 2008, en Redeyef, cerca de Gafsa, en las minas de fosfatos, otro incidente menor -una protesta por un acto de nepotismo- puso en pie de guerra a toda la población. Durante meses se prolongaron las huelgas, hubo cuatro muertos, doscientos detenidos, juicios sumarísimos con penas escalofriantes. Mientras Redeyef permaneció sitiado por la policía, sólo periodistas y sindicalistas tunecinos trataron de romper el bloqueo policial e informativo. En Europa, la Trabelsia seguía siendo bella, tranquila, segura para los negocios y la geopolítica. Tan solo un periodista italiano, Gabriele del Grande, se atrevió a entrar clandestinamente en el corazón de las protestas y sacar información antes de ser detenido por la policía y expulsado del país. Su reportaje comienza así: “Sindicalistas detenidos y torturados. Manifestantes asesinados por la policía. Periodistas encarcelados y una potente máquina de censura para evitar que la protesta se extienda. No es una clase de historia sobre el fascismo, sino la crónica de los últimos diez meses en Túnez. Una crónica que no deja lugar a dudas sobre la naturaleza del régimen de Zayn al Abidin Ben Ali -en el gobierno desde 1987-. Una crónica que revela el lado oscuro de un país que recibe millones de turistas todos los años y del que escapan miles de emigrantes también todos los años”. En un libro posterior, Il mare di mezzo, del Grande describe en detalle la maquinaria del terror tunecino, con las cárceles secretas en las que desaparecían no sólo los opositores nacionales sino también los emigrantes argelinos, secuestrados en el mar por las patrulleras locales -policías de Europa- para ser arrojados luego en el abismo. Nadie dijo nada. Era mucho más importante sostener al dictador; Ben Ali y las potencias occidentales compartían no sólo intereses económicos y políticos sino también el mismo desprecio radical por el pueblo tunecino y sus padecimientos.
Pero el 17 de diciembre una chispa iluminó de pronto el monstruo y revelo asimismo, como explica el sociólogo Sadri Khiari, que “no hay servidumbre voluntaria sino sólo la espera paciente del momento de la eclosión”. El gesto de desesperación de Mohamed Bouazizi, joven informático reducido a vendedor ambulante, puso en marcha un pueblo del que nadie esperaba nada, que los otros árabes despreciaban y que Europa consideraba dócil, cobarde y adormecido por el fútbol y el Carrefour. Un ciclo lunar después, el 14 de enero pasado, tras cien muertos y decenas de metástasis rebeldes en todo el territorio, la ola rompió en el centro de Túnez y alcanzó su objetivo. Ya no se trataba ni de pan ni de trabajo ni de youtube: “Ben Ali asesino”, “Ben Alí fuera”. La última carga policial, desmintiendo las promesas que había hecho el día anterior el dictador, provocaron aún numerosos muertos y heridos. Pero era muy hermoso, muy hermoso ver a esos jóvenes de los que un mes antes nadie esperaba nada volverse en la calle y retener a la gente que huía para animarla a regresar a la batalla con las estrofas vibrantes del himno nacional: “namutu namutu wa yahi el-watan” (moriremos moriremos para que viva la patria). A última hora de la tarde, apoyado hasta el final por Francia, el dictador huía a Arabia Saudí, dejando a sus espaldas milicias armadas con instrucciones para sembrar el caos.
El peligro no ha pasado, la lucha continúa. Pero ahora hay un pueblo que libra las batallas. “El 14 de enero es nuestro 14 de julio”, repiten los tunecinos. Quizás el de todo el mundo árabe. Jamás el pueblo había derrocado un dictador; y este pueblo inesperado, intruso en la lógica de las revoluciones, este Túnez de jazmines y luz de miel, ahora de dignidad y combate, es el espejo en el que se miran los vecinos, de Marruecos al Yemen, de Argelia a Egipto, hermanos de frustración, infelicidad e ira. No hay que encontrar las causas, siempre dadas, sino el minuto. Y ese minuto es ahora.
http://www.gara.net/paperezkoa/20110117/243559/es/Y-pronto-revolucion
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Internacional
Revolución democrática en el Magreb
La chispa tunecina prende en Egipto
Una cadena de intentos de suicidio a lo bonzo, con un joven muerto en Alejandría, refleja el creciente descontento social con el régimen de Mubarak
NURIA TESÓN - El Cairo - 20/01/2011
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Un proverbio egipcio reza: "Me puedes morder el corazón, pero no el pan". Una máxima que define a la perfección el sentir del pueblo árabe y que han tenido muy presente durante décadas los dictadores que rigen sus 22 Estados. Olvidarla ha forzado al exilio al presidente tunecino Ben Ali. Y muchos son los que auguran negras expectativas para el resto de autócratas norteafricanos, con el líder egipcio, Hosni Mubarak, el primero de la lista.
A FONDO
- Capital:
- El Cairo.
- Gobierno:
- República.
- Población:
- 81,713,52 (est. 2008)
Convocadas para la semana próxima varias protestas para exigir "cambios"
La chispa que encendió la revuelta en Túnez, la inmolación de Mohamed Boazizi, de 26 años, ha prendido en el resto de países de la región. Una ola de suicidios a lo bonzo, reflejo de aquel acto, recorre África, de Argelia a Egipto, pasando por Mauritania. Un licenciado egipcio de 25 años moría el martes tras inmolarse después de cuatro años sin empleo. La creciente carestía y los exiguos sueldos, además de la alta tasa de paro, sobre todo entre los jóvenes, son el denominador común de estos Estados con gobernantes a perpetuidad (respaldados por Occidente), que han visto rodar la primera cabeza.
El Ejecutivo egipcio ha preferido ponerse las anteojeras y descarta que la crisis de Túnez vaya a afectarles. "Todo país tiene sus circunstancias y particularidades, (...) por lo que es muy difícil comparar", subrayó el martes el portavoz de Exteriores, Hosam Zaki. Además, quiso restar importancia a las seis inmolaciones de esta semana, subrayando que las reclamaciones de los suicidas -una hija desaparecida, retrasos en el pago de la pensión, el cierre de un restaurante o la desesperanza por no encontrar empleo- eran particulares y que todos padecían enfermedades mentales. Los analistas, sin embargo, ven estas acciones como una muestra de repulsa al Gobierno que, por si acaso, ha congelado las subidas de la energía al considerar que un aumento de precios no sería aceptado en este momento.
El país del Nilo está acostumbrado a reaccionar de forma espontánea ante las crisis, y las inmolaciones frente al Parlamento son un síntoma de que algo se mueve bajo los pies del faraón. El blogger egipcio Hosam el Hamalawy destaca que "el lugar elegido por los suicidas es muy simbólico". Y añade: "Las revueltas no las hacen los activistas sino los ciudadanos. No debemos olvidar la revolución de los hambrientos, en 1977, ni la crisis del pan de 2008".
Motivos sobran. En el último año el pueblo egipcio ha visto duplicarse y hasta triplicarse el precio de los alimentos básicos. Además, 2010 acabó con unos comicios parlamentarios amañados de forma flagrante, donde el gobernante Partido Nacional Democrático barrió al resto de grupos. Los Hermanos Musulmanes, hasta entonces la principal fuerza opositora con un quinto de los escaños, no lograron ni un diputado. Un mes antes, más de un millar de sus militantes fueron detenidos. Desmanes con el fantasma del islamismo como excusa. El susurro de protesta occidental no debió llegar a los oídos de Mubarak. El rais daba carpetazo a la leve sensación de libertad que habían vivido los egipcios en el último lustro, con los ojos puestos en las presidenciales de este año. Unas elecciones a las que, con 83 años, podría presentarse por enésima vez, si no lega el poder a su hijo Gamal.
Vetadas las vías democráticas, a los egipcios se les han agotado los métodos para exigir cambios. Mohamed el Baradei, ex director del Organismo Internacional para la Energía Atómica y opositor egipcio, señaló que aún confía en que la revolución se haga de "forma ordenada" y no al "estilo tunecino". Una postura que muchos activistas critican porque pierde una oportunidad para derrocar al régimen, al no animar a unirse a las protestas masivas convocadas para la semana próxima en respuesta a las "ansias de cambio" que, según el diplomático, tiene el pueblo egipcio.
También tomó nota el secretario general de la Liga Árabe, Amro Mussa, que el lunes hacía hincapié en que "democracia y desarrollo deben ir de la mano". Pero no dijo en manos de quién.
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Octavo día del pueblo tunecino
¿Cae o no cae?
Comenzamos el día con una prueba inquietante de que la revolución no lo puede todo y de que fuerzas irracionales siguen operando al margen de la lógica dominante de las cosas. Nuestro amigo Amín ha cogido la gripe.
Y sin embargo, la revolución puede con la tristeza, la melancolía, el mal humor, las tendencias suicidas. Mohammed cita el caso de un amigo al que su psiquiatra ha dado de alta después del 14 de enero, fecha de la caída del dictador. Inventamos un nuevo término, la “zauraterapia”, la revolución (zaura ) como terapia psicológica. Las movilizaciones, que se repiten un día más en el centro de la ciudad, están salvando cuerpos y almas.
Antes de dirigirnos de nuevo a la avenida Bourguiba nos reunimos en un hotel con Hamami Jilani, sindicalista en el sector de las telecomunicaciones y miembro dirigente del Partido Comunista Obrero de Túnez. Hamami, que es también sociólogo, no tiene la menor duda de que la presión popular va acabar por derribar el gobierno. ¿El recambio? Desde hace días, dice, hay diversas tentativas para formar coaliciones amplias que eviten el vacío de poder. Aunque el ejército es débil y Ben Alí lo mantuvo al margen de los entresijos palaciegos, como un cuerpo de técnicos muy despolitizado, su prestigio ha aumentado en los últimos días mientras que los partidos políticos, prohibidos y reprimidos, no han tenido ocasión de hacer llegar sus ideas a la población. Por eso es necesario actuar deprisa. Se espera que mañana mismo se anuncie la constitución del Frente 14 de Enero, que reunirá a un amplio espectro de fuerzas izquierdistas y nacionalistas hasta ahora divididas: el PCOT, los Patriotas Democráticos, el Partido del Trabajo Patriótico y Democrático, nasseristas, baazistas, trotskystas y pequeños grupúsculos de inspiración marxista. Ha sido imposible incorporar al Congreso de la República, de Moncef Marzouki, que estaría negociando por su parte algún tipo de alianza con el Nahda, el partido islamista de Rachid Ghanouchi, aún en el exilio. La fuerza decisiva, en todo caso, será la UGTT, el sindicato tunecino, al que el propio Jilani pertenece, que cuenta con 500.000 afiliados y cuyas bases han estado desde el principio movilizadas.
- Siempre ha habido dos “velocidades” dentro de la UGTT -dice Jilani. - La dirección no sólo ha colaborado con el régimen sino que se ha mostrado pasivo, cuando no cómplice, en la detención de muchos de sus afiliados más de izquierdas. Pero ahora la presión popular le ha obligado a seguir las directrices de las bases. La UGTT no convocó a la manifestación del 14 de enero; el día antes había acudido a la llamada de palacio y el día después aceptó formar parte del gobierno de coalición. Ha sido la presión desde abajo la que le ha hecho rectificar.
El programa del Frente 14 de Enero incluiría, como medidas inmediatas, el establecimiento de un gobierno provisional del que sólo se excluiría al RCD y la convocatoria de elecciones para una asamblea constituyente encargada de redactar una nueva constitución. Este gobierno se mantendría durante un año. Para alcanzar este propósito -añade- hay que continuar la presión popular.
- La presión implica dos elementos simultáneos: las manifestaciones en la calle y la organización de la vida cotidiana. Se han formado ya las llamadas “comisiones populares” o “consejos de defensa de la revolución” en todos los rincones de Túnez. Su misión inicial, la de proteger los barrios de las milicias benalistas, debe extenderse a la gestión de los servicios municipales para construir un nuevo modelo de gestión democrática popular. También en los puestos de trabajo. Muchos dirigentes de empresas, tanto estatales como privadas, han sido expulsados estos días por los trabajadores
Sobre la amenaza de las milicias, Jilani piensa que el peligro aún no conjurado procede de la Guarda Presidencial, un cuerpo enteramente opaco creado por Ben Alí, muy bien armado y compuesto de un número ignorado de elementos. Anoche volvieron a disparar en el Mourouj y siempre con el propósito de dañar el abastecimiento de la ciudad. Por lo demás, tampoco se conoce el número exacto de prisioneros políticos, algunos en cárceles secretas; ni está claro que se haya liberado a todos los que fueron detenidos la noche del 14 de enero y encerrados en el ministerio del interior.
- La mayor parte de los prisioneros políticos bajo el régimen de Ben Alí pertenecían a nuestro partido, el PCOT, o a los islamistas del Nahda, las únicas dos fuerzas de oposición real a la dictadura dentro del país y las que más sacrificios hicieron. No obstante nuestras diferencias irreconciliables, hay que reconocer el alto coste que han pagado los partidarios del Nahda durante estas dos décadas. También que desde 1987 su discurso se ha moderado muchísimo: aceptan la separación entre Estado y religión y el código de familia progresista de Bourguiba. ¿Lo hacen por pragmatismo, conscientes de su debilidad, o están realmente convencidos? Esta es la pregunta para la que no tenemos respuesta.
La perspicacia de Jilani en su análisis de la situación revolucionaria vigente contrasta con la ingenuidad a la hora de juzgar el papel de EEUU y la UE en todo el proceso.
- Les cogió realmente desprevenidos y por eso no han intervenido directamente. Ahora no tienen más remedio que operar a remolque de las fuerzas populares.
Por último, le preguntamos por las razones que explican, a su juicio, la potencia de una revolución popular que no esperaba nadie.
- Al contrario de lo que se dice, el movimiento no ha sido espontáneo o al menos mucho menos de lo que se cree. Las primeras manifestaciones en Sidi Bousid tras la inmolación de Mohammed Bouazizi demostraban ya su fuerte carga política: “El empleo es un derecho”, repetían las consignas, o “empleo, libertad, dignidad nacional”. Detrás estaba el trabajo sindical, puesto a prueba sobre todo durante las revueltas populares de la cuenca minera de Gafsa, entre enero y agosto de 2008. También se exagera -dice en respuesta a una pregunta nuestra- el papel de internet. En ausencia de libertad de expresión, facebook y el teléfono móvil han jugado un papel esencial, pero no son ellos los que han tumbado al gobierno.

(El tanque e Ibn Khaldun)
Antes de sumergirnos en la “zauraterapia”, hablamos también con Fabio Marchelli, abogado italiano vinculado a la organización Juristas Demócratas y que forma parte de la Delegación Euromediterránea de DDHH encargada de informar a la UE de las violaciones cometidas por el régimen de Ben Alí.
- Se debe crear una comisión de investigación -dice- que se ocupe de todas las violaciones cometidas desde 1957, con arreglo al modelo seguido en algunos países latinoamericanos.
Se ha reunido en estos días con organizaciones de DDHH, con el comité de apoyo a Gafsa y con asociaciones de mujeres. También con los representantes de los abogados, muy combativos en el último período (y que ayer expulsaron del palacio del Tribunal a un juez particularmente corrupto). La delegación fue recibida también por el ministro del interior, Ahmed Friaa, uno de los blancos de la ira popular.
- El ministro -dice Marchelli- se refirió a las protestas populares como una “revolución” y reconoció que su puesto es provisional.
Respecto a la posición de la UE durante la crisis, cree que su imagen ha quedado claramente lastimada por el sostén a Ben Alí de los gobiernos francés, español e italiano y que las instituciones europeas deberían apoyar ahora todos los cambios en favor de un movimiento democrático fuerte y organizado y con objetivos claros para el futuro inmediato.
Debería, sí, pero debería entonces -digo yo- negar su apoyo a Israel, a Argelia, a Egipto, a Jordania, a Arabia Saudí y a un largo etcétera de bribones y criminales. Y parece más probable que siga siendo incoherente con sus discursos que incoherente con sus intereses.

(Los libros prohibidos)
El centro de la ciudad sigue en revolución. Todos los días se renuevan las protestas y todos los días se producen pequeños cambios. Hoy las concentraciones comienzan de nuevo en la Avenida Bourguiba, donde a las 10 de la mañana, frente al ministerio del interior, hay ya en torno a dos mil personas. El gobierno, entre otras medidas tomadas a modo de placebo, ha decretado tres días de luto por los “mártires” que el propio gobierno mató y las banderas ondean en los edificios a media asta. Un cartel enarbolado por los manifestantes dice: “Ningún luto antes de que el gobierno caiga”. Se grita, se canta, se reclama la disolución del gabinete. La policía entra desde la plaza 7 de Noviembre y tiende un nutrido cordón de escudos y cascos para cortar la calzada en dirección a Mohamed V. Un grupo de manifestantes que irrumpe con gritos y cánticos desde el extremo opuesto empuja sin saberlo y por un momento el choque parece inevitable. Pero la disciplina por ambas partes es muy grande y, tras apoyarse un instante sobre el muro de uniformes negros, la multitud se gira y comienza a caminar hacia la Medina, sin dejar de gritar y cantar el himno nacional.
(Gloria a la revolución del 14 de enero)
En el boulevard quedan, como el día anterior, pequeños corros asamblearios y muchos signos desperdigados de cambio. Las pintadas, por ejemplo, en árabe y francés, que invocan la libertad desde las paredes o denuncian los crímenes del régimen. O la gente que se agolpa en el escaparate de la librería El-Kitab, que ha puesto a la venta La regenta de Carthago , el libro prohibido sobre la mujer de Ben Alí y su familia, y las obras del periodista opositor Ben Brik. O el extraordinario consumo -o exhibición supersticiosa- de periódicos en un país que despreciaba la prensa. O esa ocupación de los cafés de la avenida por parte de periodistas, intelectuales, artistas que se toman un café, se intercambian información, hablan sin bridas, antes de sumarse de nuevo a las movilizaciones. O esa señora de sesenta años, con aspecto de matrona de barrio, que se me acerca con naturalidad y me pregunta por la manifestación como si me estuviera preguntando por la parada del autobús. Frente a la catedral, la estatua del gran historiador tunecino Ibn Khaldun comparte tiernamente el espacio con un tanque en flor. La avenida Bourguiba, que siempre tuvo un aire sombrío -un aire retenido- tiene hoy la ligereza soleada de un día de campo. La atmósfera de esos sueños freudianos en los que uno se agacha a coger una moneda y ve otra al lado y luego otra y de pronto todo alrededor se ha llenado de monedas brillantes que no caben en las manos.
Así esta extraña dinámica de concentraciones volátiles. De pronto se vuelven a oír gritos y llegan los médicos, con sus batas blancas, insistiendo a voz en grito: “El dictador en Arabia Saudí y el mismo gobierno aquí”. Y se van. Y luego se oyen carreras y pasan a ritmo casi militar los trabajadores del transporte, que han abandonado sus vehículos y se dirigen coreando consignas hacia la Puerta de Francia. Y desaparecen.
La manifestación -se nos dice- se ha desplazado a la Qasba, a la plaza delante de la sede del Primer Ministro, y hacia allí nos dirigimos atravesando La Medina, extrañamente relajada sin la presencia de turistas. Es lógico ir a la Qasba: es ahí donde hay que hacer ahora la presión. En ese gran cajón formado por el ministerio de Finanzas, el Ayuntamiento, el Palacio de Justicia y el Primer Ministerio, algunos miles de personas hacen hervir sus carteles y sus banderas. Son ya las 14 h. y la multitud insiste, resiste, no se cansa: “Seguiremos luchando hasta derribar el gobierno”. Cuando el griterío o la espesura parecen aflojar, un nuevo grupo se incorpora desde detrás del hospital, con nuevas consignas y nuevos refuerzos; y luego otro desde el corazón de La Medina. Racimos de jóvenes cuelgan de las ventanas del primer ministro.

(Delante del Primer Ministerio en la Qasba)
Hacia las 14.30 ocurre una cosa increíble. Una mujer de cuarenta años se me acerca muy excitada, tira de mi manga con obstinación y me pide que la siga. Se ríe, se ríe a carcajadas. Yo al principio no entiendo nada o lo que entiendo me parece un delirio absurdo: “¡Un ministro sin coche! !Un ministro a pie!”. Y no puede dejar de reírse; se parte literalmente de risa mientras hace señas a uno y a otro, se excita, señala con el dedo. Allí está: es un hombre ligeramente panzón, calvo, de patillas blancas, vestido con chaqueta gris. Es Ahmed Brami, el ministro de Enseñanza Superior, líder de uno de los partidos de oposición ( Tajdid , Renovación) que aceptó tareas de gobierno y no ha dimitido. Está esperando el automóvil y trata de pasar desapercibido. La mujer está patidifusa; no se lo acaba de creer y se ríe como una niña: “¡A pie en la calle! ¡Un ministro y no tiene coche!”. Pero a los que reparan en él finalmente no les hace ninguna gracia. Veinte o treinta personas se le echan encima; forman un corro a su alrededor y se va estrechando amenazadoramente. Levantan los puños, le increpan: “Colaboracionista”, “traidor”, “dimite si no quieres ser cómplice”, “estás vendiendo a nuestro mártires”. Por un momento me temo lo peor. En una situación parecida, en cualquier otro lugar, habría sido atrozmente normal un linchamiento o, por lo menos, una agresión vengativa. Pero no en Túnez después de la revolución. El ministro intenta dar explicaciones, luego se acalora, intenta abrirse paso en el follaje. Algunos le empujan; otros, los más, piden calma. Y después de algunos forcejeos e insultos, el ministro se desprende de la tenaza, monta en un coche y escapa indemne.


(La policía se une al pueblo)
Pero lo más increíble ocurre hacia las 15 h.. De pronto desde la calle Bab Bnat, donde se encuentran los tribunales, sube un nutrido grupo de manifestantes en un coro de voces. Van vestidos de negro. Exhiben un carnet en la mano. Son, sí, policías que vienen a sumarse a las protestas. Cuando llegan a los aledaños de la plaza, donde se encuentran frente a frente los camiones militares y las furgonetas policiales, los recién llegados se mezclan con los ciudadanos, se estrechan las manos, se abrazan. Algunos de ellos se suben al techo de dos de los furgones y gritan: “Viva el pueblo, nosotros también somos hijos suyos”. Los enfervorizados espectadores aplauden y vitorean. Todos juntos cantan una vez más el himno nacional: namutu namutu wa yahi el-watan.
A mi lado, Amira llora.
Ahora sí parece el final. El régimen se desmorona. No queda nadie para defender al gobierno.
Pero no. Cuando llego a casa empiezo a pensar que lo he soñado. Busco en los periódicos y no hay nada; nada en los españoles, pero nada tampoco en Liberation o Le Monde, que estos días atrás han actualizado la información minuto a minuto. Seguramente lo han hecho por miedo o por un cálculo astuto, pero, ¿no es importante que una parte de la policía se una a los manifestantes declarando su ruptura con el régimen? Y me doy cuenta de que, al igual que una parte de la pequeña burguesía tunecina, cansada de tantas fatigas, los medios de comunicación occidentales se dan por contentos con los cambios producidos y buscan más bien frenar cualquier ulterior evolución. Hablan de las medidas tomadas por Ghanouchi en favor de la libertad, pero nada, o muy poco, de las manifestaciones contra él. No es que lo que no salga en las televisiones o los periódicos no exista; es que no produce efectos. Se puede fingir que no ha ocurrido. Los gobiernos no se sienten concernidos por las presiones sino por la atención que se les presta. Facebook -hormigueo de intercambios privados- tiene mucho menos poder que El País o The New York Times, que pueden convertir en un hormigueo de intercambios privados una sublevación policial a favor del pueblo enfrente del Primer Ministerio, en una plaza pública bajo el sol.
Yo creí haber vivido un momento “histórico”, como les gusta decir a los coleccionistas de sobresaltos, y sólo había entrevisto el descarte de un periódico.
¿Hamami Jilani se equivoca? ¿No habrá ruptura? ¿No caerá el gobierno?
Como todo es todo el rato sorprendente, no hay que sacar conclusiones. La gripe existe, es verdad, pero el pueblo tunecino es sólo un bebé de apenas ocho días.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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TÚNEZ | Piden también la creación de un sindicato
Los policías tunecinos se suman también a 'la revolución de los jazmines'
Pintadas de 'La policía dice no a la dictadura' en una avenida de Túnez. | R. M.
"Somos muertos en vida", afirma esta mañana un joven en medio de una manifestación. No se trata de la queja de un parado, sino de un policía tunecino. Varios miles de agentes de todos los cuerpos de las fuerzas del orden tunecinas se han congregado esta mañana frente al Ministerio del Interior.
Demandan que se purgue a los responsables que pertenecieron al régimen de Ben Ali. "Son unos corruptos que utilizaron su puesto en su beneficio", afirma un capitán de la guardia de tráfico. Reclaman sus derechos, la creación de un sindicato y un aumento de sus salarios.
Un policía gana en Túnez entre 350 y 450 dinares (entre 200 y 300 euros). "Una miseria", dicen los agentes, que lucen brazaletes rojos y marchan enarbolando sus placas, ondeando banderas nacionales y entonando el himno nacional.
Los policías se han subido al carro de la ola de manifestaciones que, desde hace una semana piden una "ruptura total" con el antiguo régimen. Después de ser la fuerza represora de Ben Ali, muchos temen ahora la venganza del pueblo. De ahí que hayan salido a la calle para unirse a la revolución. "Trabajamos por el país, es injusto que nos pinten como asesinos", se queja Makram, de 32 años.
El Túnez de Ben Ali se caracterizaba por ser un Estado policial. Se calcula que 200.000 agentes trabajan para los distintos cuerpos unificados bajo el paraguas del temible Ministerio del Interior. Ahora, se hace urgente un cambio en la cultura policial del país, con agentes que respeten la dignidad y los derechos humanos.
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Una imagen sobre el orgullo
En Túnez germina la fraternidad
 De Mohamed Bouazizi se ha escrito en miles de páginas durante el último mes, pero únicamente para repetir las mismas palabras: inmolación, joven desempleado, vendedor ambulante. A la prensa “seria” solo le interesa la banalidad del morbo, las historias truculentas que castigan a la gente sencilla. Como si fuera la propia naturaleza, o la inescrutable señal de un dios vengativo, la que trae las desgracias. Así extienden el manto de la resignación y la apatía, el mensaje de que no se puede luchar contra el destino y de que nada de lo que hagamos cambiará las cosas.
No es ese el mensaje de los familiares de Mohamed Bouazizi, y convendría recordarlo bien alto. Hijo de un jornalero, miembro de una familia numerosa, el universitario Mohamed vendía en las calles de un país donde la riqueza y las oportunidades se han concentrado durante décadas en manos de una pequeña elite. Los jóvenes como él eran despreciados y maltratados por ser pobres hijos de obreros.
Ahora su madre, Mannoubia, se siente arropada pues mucha gente le dice que no sólo ella sino que toda la ciudad ha perdido a un hijo. “Estoy orgullosa de lo que hizo. Es bueno saber que mi hijo tuvo un papel en cambiar las cosas", asegura. Toda la familia está sumida en el dolor, pero convencida de que Mohamed se alzó para defender sus derechos después de años de abusos sufridos. Un poderoso cacique local les había embargado sus tierras, su padre había muerto extenuado por el trabajo en la construcción. Su madre, que trabaja en una granja, y su padrastro, también obrero de la construcción, no llegan a juntar cuatro euros al día de salario. "El día que Mohamed se quemó fue como si un pequeño árbol ardiera, pero sus raíces quedaron profundamente plantadas en el suelo", asegura su tía Radia. Y añade: “rezo para que el pueblo tunecino no pierda esta oportunidad para la revolución”. “Echo mucho de menos a mi hermano -añade orgullosa Samiya-, pero su martirio permitió liberar Túnez”. Dicen que el sueño de Mohamed era comprarse una camioneta para no tener que empujar su carro todo el día, pero en lugar de eso encendió una Revolución.
Ahora es famoso en todo Túnez y en el mundo árabe, casi una leyenda. Los habitantes de su pueblo, Sidi Bouzid, le elogían igualmente, gracias a él se puso en marcha lo que denominan la "revolución popular". En el exterior del Ayuntamiento (en el mismo lugar en que fue golpeado y humillado) un mosaico de azulejos reproduce su rostro sonriente, y por las calles los grafitis conmemoran su nombre y nombran la ciudad como “un lugar de libertad”.
Jaber Hajlawi, un abogado en paro de 22 años vecino de los Bouazizi, explica: “estábamos mudos antes de que Mohamed nos enseñara que debíamos de reaccionar. Mi hermano tiene un doctorado pero trabaja en un supermercado. El problema es que los títulos no valen nada, todo es cuestión de a quién conoces. Ahora, esperamos que las cosas cambien. Quiero mi libertad y mis derechos. Quiero trabajar. Quiero un trabajo”. El joven Issawi, jornalero desempleado, alega en defensa de su dignidad: “no quiero tener que depender de favores políticos o sobornos para obtener un trabajo. Tenemos que limpiar el sistema". Ziad al-Gharbi, amigo de Mohamed, afirma que en el pueblo “Todos le tenemos un gran respeto. Es el verdadero líder de nuestra revolución, el héroe de la juventud. Se sacrificó por sus derechos y por los de los demás”.
La llama de la revolución no prendió en los tunecinos por solidaridad hacia Mohamed o su familia. La indignación, largos años contenida, explotó porque sintieron en carne propia lo que le había ocurrido a él. Porque el suplicio de Mohamed podía haberle sucedido a cualquiera. Como nos recuerda John Brown [1], la indignación es, conforme a la definición que da de este efecto la Ética de Spinoza "un odio hacia quien hizo mal a otro". La indignación deriva directamente de la emulación de los afectos que caracteriza al ser humano como individuo cuya identidad depende siempre del otro. La indignación es, además, contagiosa. Lo que le ocurre a otro, me está ocurriendo a mi.
Es justo lo contrario de lo que sucede en los países penetrados por el capitalismo, donde la "desidentificación" del ciudadano medio con las víctimas abona el campo de la apatía y la insensibilidad, mientras el poder aprovecha para sembrarlo todo de miedo al otro. El fascismo avanza haciendo creer que los extranjeros son la causa de la liquidación del bienestar social exigida por las políticas neoliberales o que los gitanos son responsables de la inseguridad.
Mientras tanto al otro lado del Mediterráneo, en Túnez, germina la fraternidad.
Nota:
[1] Túnez, la revolución tan cerca: http://rebelion.org/noticia.php?id=120839
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TÚNEZ | Se apunta a la salida del actual primer ministro
Túnez perfila un nuevo gobierno de transición ante la fuerte presión social
Manifestantes frente a la Jefatura del Gobierno. | Efe
- Una marcha de ciudadanos exige la dimisión de Ghanuchi
Túnez está tratando de perfilar un nuevo Gobierno de transición, integrado por personalidades reconocidas y gestores, para acallar las protestas populares, que no cesan de pedir en las calles que los ministros del anterior régimen salgan del poder. Cientos de manifestantes han desafiado al caer la noche el toque de queda y mantienen su concentración de protesta ante el palacio de Gobierno.
Ante esta fuerte presión social, el presidente interino del país, Fuad Mebaza, mantiene contactos con varias figuras de la época del primer jefe de Estado del Túnez independiente, Habib Burguiba, para sumarlas a ese nuevo Ejecutivo, del que saldría el actual primer ministro, Mohamed Ghanuchi, y el resto de dirigentes del presidente depuesto, Zine el Abidine Ben Ali.
Mebaza, cuya salida de la presidencia no se cuestiona al obedecer a un imperativo constitucional tras el vacío de poder dejado por Ben Ali en su huida, negocia asimismo con representantes de los sectores sociales y políticos del país la creación de un Consejo Constitucional, que se encargaría de elaborar una nueva Carta Magna.
Uno de los nombres que se barajan para sustituir a Ghanuchi es el de Ahmed Mesteri, ministro durante el régimen de Burguiba, pero que abandonó el partido en el poder entonces, el Neodestur, en desacuerdo con su deriva autoritaria y fundó el Movimiento de los Democrátas Socialistas (MDS).
Mestiri, de cerca de 80 años, expresó hace unos días su rechazo a la composición del gobierno de unidad argumentando que era una "franca violación de los logros legítimos durante las últimas semanas del pueblo tunecino".
Clamor por un gobierno sin aliados de Ben Ali
En las calles, sigue viva la llama de la indignación por esa permanencia en el poder de figuras cercanas al régimen anterior. Cientos de tunecinos de las zonas rurales del interior del país se congregan desde esta mañana en la Casbah, frente a la sede de la jefatura del Gobierno, para exigir la dimisión del Gobierno de unidad nacional de los aliados del derrocado presidente, Zin el Abidin Ben Ali. Al caer la noche, desafiando el toque de queda, han decidido mantenerse firmes en su concentración de protesta ante el palacio de Gobierno y no alejarse de allí.
"No nos iremos de aquí hasta que caiga el Gobierno", claman los manifestantes, que se organizan con sacos de dormir y tiendas de campaña para pasar la noche en la plaza situada ante el histórico edificio que acoge las reuniones del Ejecutivo, según testigos presenciales.
Manifestantes de todas las ciudades del centro del país se encuentran desda mañana en la capital para acrecentar la presión contra el Gobierno interino. El convoy de vehículos ha sido bautizado como 'Caravana de la liberación'.
Envueltos en banderas tunecinas y pañuelos ajedrezados, los jóvenes coreaban: 'El pueblo quiere que caiga el Gobierno' y 'Abajo los corruptos'. El palacio de Dar el Bey, donde se encuentra el despacho del 'premier', Mohamed Ghanuchi, estaba cercado por unos pocos militares.
La concentración es el culmen de una caravana que salió el sábado desde la región de Sidi Bouzid, en donde comenzó la 'revolución de los jazmines'. A las 7,00 de la mañana, los jóvenes de la ciudad donde se inmoló Mohamed Buazizi llegaron a la céntrica Avenida Habibi Burguiba y, frente al Ministerio del Interior, exigieron un Gobierno del pueblo.
Después, subiendo las oscuras calles de la Casbah, se dirigieron a la Plaza del Gobierno. "Hemos recorrido 350 kilómetros a pie para exigir que se vaya el antiguo régimen", afirma Samir, un joven de Sidi Bouzid. "Queremos trabajo, libertad", continúa. Todos sus amigos suscriben lo que dice. Él, por ejemplo, dice que lleva "siete años en paro".
"Esta es la revolución de todo el pueblo. Estaremos aquí hasta que se imponga un nuevo régimen en el que el pueblo sea libre y se instaure la dignidad y la paz", dice a voz en grito, sacando fuera de sí años de silencio, Zohra, una mujer de mediana edad y elegantes ropas venida desde Zaguan (a 60 kilómetros de la capital).
El primer ministro, Mohamed Ghanuchi, así como los responsables de Interior, Defensa y Exteriores, entre otros, han ocupado cargos durante la 'era Ben Ali'. Por eso, los tunecinos les acusan de querer cooptar su revolución.
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Décimo día del pueblo tunecino
Las vastas afueras toman la ciudad
Una revolución, ¿se puede convertir sencillamente en una costumbre? ¿Es compatible esa costumbre con las tareas normales de gobierno, la reproducción de la vida cotidiana, el desfallecimiento natural de las fuerzas? El gobierno espera lo que los manifestantes temen: el cansancio. Pero en este domingo de transición hacia “el primer día de normalidad”, en el que habrá que poner a prueba la capacidad del pueblo para quebrarla de nuevo, la avenida Bourguiba sigue efervescente bajo una luz tan pura, tan radical, que los edificios y los árboles parecen desnudos y hasta sin piel. Lo que sorprende estos días en Túnez es que las cosas se repitan; la costumbre de seguir movilizados, gritando, coreando consignas, protestando. Ahí están los corros asamblearios, los cafés convertidos en comisiones parlamentarias, los grupos de manifestantes que, como en un carillón, dan vueltas una y otra vez al bulevar. Ahí siguen los policías, vestidos o no con sus chalecos blancos, acompañados de sus mujeres, enarbolando sus pancartas y proclamando a gritos su inocencia de los crímenes del benalismo; y ahí están las familias ociosas que, en lugar de ir al Lac o al Belvedere, van con sus hijos a fotografiarse delante de los tanques. “Manifestarse se ha convertido en un loisir ”, dice uno de los nuevos periódicos viejos de Túnez. A falta de turistas, los tunecinos hacen turismo a los símbolos de su revolución aún incierta.
Pero en algún sentido la realidad ha llegado a la capital y la convoca a su alrededor. Los cientos de trabajadores, desempleados, campesinos, que salieron ayer de distintos pueblos y ciudades del centro-oeste (el Kef, Jendouba, Sidi Bou Sid, Regueb, Siliana) han llegado muy temprano a Túnez y, tras reunirse en la avenida Bourguiba, se han desplazado a la Qasba para seguir protestando delante de la sede del primer ministro. Hoy otra vez todo ha cambiado allí. La multitud es un caleidoscopio cuya composición social se modifica de hora en hora, de día en día. Predominan ahora los rostros tostados por el sol, las mujeres fuertes, los anchos burnus de lana ruda. Algunos jóvenes vencidos por las fatigas de la noche duermen amontonados contra el muro del ministerio de Finanzas, buscando el solecito dominical, con barras de pan y botellas de agua entre las piernas. Las consignas son las mismas, también los gritos, los cánticos, las banderas: “I´tizam i'tizam hata iusqut el-nitham” (“movilización movilización hasta derribar el régimen”). Y los discursos son tan variados que es difícil encontrar ahí un aglutinante común, fuera de este impulso democrático inmediato y radical.
Un joven trepa a una farola y despliega la efigie del Che Guevara estampada en un bandera roja.
Un campesino bigotudo grita “viva el ejército” al paso de dos soldados.
Mahmud Behlali tiene 50 años y ha llegado desde Sidi Buruis, en Siliana, junto a otros trescientos compañeros. Su carnet de identidad, que me enseña, dice que es “'amel yaumi”, es decir “jornalero”. Se dedica a la construcción y, cuando hay trabajo, gana 12 dinares al día (6 euros). Tiene tres hijos y después de pagar el alquiler, el agua y la luz -me dice- no le queda nada. “El gobierno es un puñado de canallas”, insiste una y otra vez mientras me hace leer en voz alta, para comprobar que realmente la entiendo, la consigna escrita en árabe que enarbola en un cartón: “Derroquemos el gobierno que quiere abortar nuestra revolución”. Le pregunto si pertenece a algún partido o algún sindicato y responde que sólo confía en el ejército. Me pide el cuaderno donde he escrito su nombre para estampar debajo su firma, con el doble orgullo del que sabe escribir y está dispuesto a comprometer su palabra.
Shidli Adaili, 45 años, padre de cinco hijos, ha venido desde Jendouba y ha hecho parte del recorrido (setenta kilómetros) a pie. Está en paro, lo mismo que el hijo de 25 años que lo acompaña. Doscientos más han llegado con él y exigen la inmediata disolución de un gobierno que les ha privado de sus recursos y que ha disparado contra sus hermanos. Tampoco pertenece a ningún partido, pero cuenta que los sindicalistas les han apoyado desde el principio.
Está también Mehdi, típico exponente de la pequeña burguesía radical de la capital. Delgado y severo, envuelto en un abrigo negro, su voz no puede ocultar un cierto resentimiento. Ha hecho dos carreras y un doctorado, habla cuatro lenguas y malvive gracias al exiguo salario de su mujer, también licenciada, que es maestra de escuela.
- No te equivoques -me dice señalando la imagen del Che. - Yo era de izquierdas pero ya no lo soy. Esta es una revolución musulmana y no comunista. Lo que necesitamos es un Che Guevara musulmán.
Está Firas, un joven estudiante de primer curso de empresariales, más acomodado, usuario de facebook, al que tenemos que reprimir para que abandone el inglés y vuelva al árabe o al francés. Está escandalizado con la posición de la UE y con la corrupción del régimen de Ben Alí.
- ¿Sabes por qué no hay McDonald's ni Starbuck's en Túnez? -me pregunta. -Porque la familia Trabelsi quería la mitad de los beneficios.
Está también Saddam, bello como un gran ángel de barro, sonriente, feliz, dientes y ojos rutilantes, envuelto en una bandera con el retrato del Che Guevara. Es la segunda que vemos. Saddam tiene 26 años y está, como casi todos, en paro. Ha venido de Regueb y cuando le pregunto por la gestión de la vida cotidiana en su ciudad me responde que todos los días hay una concentración y que se ha formado un Consejo de Defensa de la Revolución en colaboración con el sindicato y otras fuerzas políticas hasta ahora prohibidas y reprimidas. Levanta la nariz y abre bajo ella los dedos cerrados en un gesto casi de bailarín: “Respiramos la libertad”. Un compañero suyo interviene excitado para decirme que Consejos como el de Regueb se están creando en todos los pueblos y ciudades próximas.
Y está Sameh, una mujer robusta y sencilla de aspecto inteligente y bonachón. Interviene vivazmente en todas las conversaciones, citando una y otra vez el precio del avión personal de Ben Alí: ¡cuatro mil millones de dinares! Trabajaba de secretaria en una empresa del Lac, pero como no la consideraban moderna ni elegante la despidieron hace seis meses. Desde entonces hace pequeños trabajos de informática en casa. Entre ella y su marido, jefe de una imprenta, ganan 900 dinares al mes (450 euros), la mitad de los cuales se va en el pago del alquiler. No soporta la idea de que los cambios sean sólo formales o beneficien de nuevo únicamente a unos pocos.
Se me acerca luego un hombretón de aspecto triste. Lleva un niño sobre los hombros y otros dos de la mano. Su abatimiento contrasta con la alegría de uno de sus hijos, de unos 5 años, que corea las consignas contra el gobierno y baila al ritmo de las voces. El hombre se llama Atf y me pide que cuente esta historia: el día 14 de enero, fecha de la huida de Ben Alí, él y 23 personas más fueron detenidas, conducidas a la comisaría de la Qasba y fichadas por pertenecer a un partido ilegal (lo que niega con firmeza) antes de ser encerradas en los sótanos, donde durante cinco días fueron golpeadas (con piedras, asegura) y privadas de agua y alimentos. Según su testimonio, fueron liberadas finalmente gracias a la intervención del ejército, ante el cual han presentado una denuncia. ¿Qué piensa entonces de las manifestaciones de policías? ¿Cree que son sinceros? Niega tajantemente, con miedo y rabia, y añade que sólo se fía del ejército.
A continuación se me acerca Azzedin Fatnazi, padre de tres hijos sin trabajo desde hace 8 años. Es un hombre delgado y también melancólico que sostiene un papelito en la mano. No entiendo enseguida de qué se trata. Luego, mientras él cuenta acalorado su historia, me percato de que es una petición de “subsidio social” firmada en el año 2003. Nunca se lo concedieron porque se negó a pagar un soborno al funcionario. Me insiste para que cuente que en Túnez, bajo el régimen que Ghanoushi quiere maquillar y mantener, nadie consigue trabajo si no es a cambio de dinero. “Está prohibido ser honrado”, proclama.

Este es el Túnez real, sofocado, oculto bajo el teatro de flores del turismo y la avalancha de mercancías del Carrefour y el Geant. ¿Una revolución de jazmines? Nada más banal y romántico que este cliché forjado por los medios occidentales -y la embajada de los EEUU- para despuntar la aspereza de una revuelta de humillados y ofendidos que ha sobrevivido, se ha organizado, ha ido tomando forma a espaldas de los tres barrios de la capital que los extranjeros y los ricos llamaban Túnez. Es la revolución del 14 de enero. La revolución del pueblo roto. La revolución de un país completamente desconocido.
Uno tiene la impresión de que va a ser muy difícil contenerla y muy difícil dirigirla, hasta tal punto es pacífica e irregular. Nació en las vastas afueras sin aurora y se contagió de barrió en barrio, de villa en villa, hasta alcanzar la capital. Pero ahora quiere también tomarla, la capital. Mientras escribo estas líneas nuevos manifestantes llegan a la Qasba desde Kasserine y cientos de personas, alimentadas y abrigadas por la solidaridad de los vecinos, de los sindicatos, de los parientes, se preparan para violar el toque de queda y pasar la noche ante la puerta del Primer Ministerio. Túnez ya no existe; empieza Túnez.
Mañana las escuelas deben recomenzar su actividad; mañana comienza también una huelga indefinida convocada por el sindicato de enseñanza. ¿Podrá soportar el gobierno esta obstinada costumbre de luchar?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR
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Miles de egipcios desafían la prohibición y continúan las protestas callejeras
La policía reprime con gases lacrimógenos y porras a los manifestantes en el centro de El Cairo y en Suez.- El Gobierno bloquea el acceso a páginas webs como Twitter.- Más de medio millar de arrestados
NURIA TESÓN | El Cairo 26/01/2011
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Miles de egipcios han desafiado hoy la prohibición del Gobierno y se han concentrado en el centro de El Cairo, en Suez y en Alejandría para continuar las protestas que ayer dejaron cuatro muertos, uno de ellos un policía. La protesta en la capital se ha escenificado frente a las sedes de los sindicatos de periodistas y de abogados, muy cerca de los tribunales, donde la policía ha cargado contra los manifestantes con porras y gases lacrimógenos. También se han registrado enfrentamientos en otros sitios de El cairo donde los manifestantes han quemado neumáticos y lanzado piedras a las fuerzas de seguridad. Ya entrada la noche, tras cantar consignas contra el Gobierno en la céntrica plaza de Tahrir, los manifestantes han sido dispersados y la policía -portando ahora chalecos antibalas- ha tomado control del lugar.
VIDEO - AGENCIA ATLAS - 25-01-2011
Miles de egipcios se manifestaron el martes contra el Gobierno en una demostración de fuerza poco habitual que los activistas en Internet han calificado de un "día de ira" contra el Gobierno, inspirándose en la revuelta en Túnez. Los ciberactivistas se han convertido en los detractores más enérgicos del presidente Hosni Mubarak. - AGENCIA ATLAS
A FONDO
- Nacimiento:
- 04-05-1928
- Lugar:
- Kufr el-Musailaha
A FONDO
- Capital:
- El Cairo.
- Gobierno:
- República.
- Población:
- 81,713,52 (est. 2008)
El malestar por la pobreza, el alto desempleo, la corrupción y la represión, sumado a la revuelta de Túnez, es el cóctel que está alimentando las protestas que tienen como objetivo poner fin al Gobierno de tres décadas de Hosni Mubarak, según los activistas.
La fuerte represión de las protestas, que se repite en varias ciudades egipcias, es el resultado de la política del Ministerio del Interior que ha publicado esta mañana un comunicado en donde asegura que no permitirá nuevos incidentes violentos. Según fuentes de esa cartera, las fuerzas de seguridad egipcias han detenido a al menos 500 manifestantes. Uno de ellos es el esposo egipcio de una ciudadana española, Elvira Giráldez, quien denunció que su marido está entre los detenidos y que no ha podido contactar con él desde anoche.
El primer ministro egipcio, Ahmed Nazif, ha salido hoy a defender la actuación de la policía en las protestas de ayer y ha asegurado que el Gobierno está comprometido a permitir la libertad de expresión por "medios legítimos". Mientras, la Casa Blanca ha pedido al Gobierno de Mubarak que respete el "derecho universal" de la población a gozar de la libertad de reunión y de expresión. Egipto es un firme aliado de Washington, por lo que que la Administración de Barack Obama observa muy de cerca los acontecimientos que se están produciendo en el país norafricano en los últimos días. Robert Gibbs, portavoz de la Casa Blanca, ha dicho a los periodistas que "este es un momento importante para que el Gobierno (de Mubarak) demuestre su responsabilidad ante el pueblo egipcio reconociendo los derechos universales".
La revuelta ha sumado un escenario: además de la calle también se ha trasladado a las redes sociales desde donde se realizan las convocatorias a nuevas movilizaciones. El grupo opositor 6 de Abril, uno de los principales promotores de las protestas de ayer, ha instado a continuar con las manifestaciones hasta la renuncia de Hosni Mubarak. Entre tanto las autoridades han decidido bloquear el servicio de microblogging Twitter, aunque sigue activa la red social Facebook, a través de la cual los ciberactivistas están haciendo llamamientos a continuar con las protestas contra el presidente y su régimen. También han bloqueado la página de Blogspot, -muy activa entre los blogeros del país y el chat de Google Talk.
La tensión se expande por todo el país
En Suez, cientos de manifestantes se han congregado a las puertas de la morgue local, exigiendo la entrega de uno de los tres cadáveres de los manifestantes caídos ayer. Los ciudadanos dijeron que ese manifestante había muerto tiroteado y exigían una autopsia, según informa Reuters. "Oh Habib, dile a tu señor que tus manos están llenas de nuestra sangre", gritaban los manifestantes refiriéndose al ministro del Interior, Habib al Adli. Durante la noche, decenas de manifestantes han prendido fuego a una sede el Gobierno y han tratado de hacer lo mismo con la sede del partido de Gobierno.
Funcionarios de la ciudad, ubicada en el este, han ordenado el cierre de las tiendas después de que se han informado de saqueos en algunos puntos de la ciudad. Los enfrentamientos con la policía ha dejado unos 55 heridos, según informa Reuters.
Ayer, miles de egipcios respondieron a la convocatoria del llamado día de la ira para pedir el fin de tres décadas de régimen de Mubarak. Miles de fuerzas antidisturbios, dotados de gases lacrimógenos y cañones de agua, se enfrentaron con los manifestantes. Al menos, tres manifestantes y un policía murieron en los choques registrados en El Cairo y en Suez. Además, 150 personas resultaron heridas.
La Red Árabe para la información de derechos humanos (ANHRI) ha confirmado que tiene más de 200 nombres de detenidos, aunque según su director, el abogado Gamal Eid, tienen constancia de que son "al menos 400". La mayoría de ellos, según la asociación fueron detenidos durante la noche en los enfrentamientos que se produjeron en la citada plaza y en persecuciones por todo el centro de la ciudad. Muchos de los activistas trataron de huir o esconderse en los inmuebles de los alrededores de donde fueron sacados.
"Muchos de ellos fueron golpeados y torturados. Y a algunos heridos los secuestraron en los hospitales y se los llevaron a dos campos de detención en las afueras de la ciudad", detalla Eid. "Estamos esperando una respuesta del Fiscal General sobre su puesta en libertad. Y le hemos hecho saber que todas las detenciones son ilegales porque se han realizado en una manifestación legal y en contra de los derechos fundamentales. Esto es un crimen", concluye el abogado.
Hacia medianoche, la policía se enfrentó con las mismas técnicas contra las personas que aún permanecían concentradas en esa plaza con el objetivo de desalojarlas. Muchos de los manifestantes se refugiaron en los alrededores, mientras que algunos de los que no lograron burlar a la policía fueron detenidos y apaleados.
"Hemos tenido suficiente Mubarak en estos 30 años", gritaba una joven. "Abajo Hosni, abajo Gamal", coreaban refiriéndose al octogenario líder y a su hijo, que previsiblemente podría heredar el poder y colocarse al frente del régimen. Shahira, una septuagenaria con el cabello plateado recogido en una coleta y un chal con bordados beduinos al cuello, argumentaba mientras trataba de esquivar una lluvia de piedras: "Esta vez es diferente, somos miles, de todos los estamentos sociales. No es sólo la élite como ha ocurrido en otras ocasiones. Ha llegado la hora. Les ha llegado la hora".
Egipto vive la violencia que ha sacudido Túnez desde comienzos de este mes y que terminó con la salida del poder del presidente Ben Ali y una dura transición hacia la democracia. Las inmolaciones ocurridas en Egipto, a imitación de la que acabó con el régimen tunecino, han desatado tambien las manifestaciones que se han propagado por todo el país. "El pueblo egipcio está asfixiado", afirmaban los manifestantes.
Demandas del pueblo egipcio ayer en la plaza de Tahrir
El pueblo de Egipto quiere la caída del Gobierno
Estamos unidos hoy en la Plaza de la Liberación de El Cairo contra la opresión y la tiranía, un levantamiento que es la expresión de la voluntad de un pueblo fuerte que sufre desde hace 30 años la opresión y la pobreza bajo el Gobierno de Mubarak y el resto de ladrones del Partido Nacional.
Hoy los egipcios han decidido levantarse para defender su libertad y acabar con el autoritarismo.
Qué pide el pueblo en su llamada de hoy:
1. La inmediata salida de Mubarak del Gobierno
2. La caída del primer ministtro Ahmed Nazif
3. La disolución del falso Parlamento
4. La formación de un Gobierno nacional
Continuaremos las protestas hasta que se escuchen nuestras demandas y llamamos a todo el pueblo de Egipto, a los sindicatos y partidos de todo el país a sumarse a las manifestaciones hasta que se cumplan estas demandas. Continuaremos las protestas, sentadas y manifestaciones hasta que caiga el Gobierno. Que viva la lucha del pueblo egipcio.
Anonymous se suma a las protestas de Egipto
El grupo Anonymous, conocido por sus ataques de denegación de servicio (DDoS) contra PayPal y Mastercard en apoyo a Wikileaks, ha entrado a participar en las protestas egipcias desde el ciberespacio. Los hackers han lanzado ataques de DDoS contra páginas webs del Gobierno egipcio, en especial la del Ministerio de Comunicaciones y la del Interior, que aparentemente estaban funcionando sin problemas. Sin embargo, una comprobación de este diario al portal en inglés del Gobierno egipcio daba error de conexión en algunos momentos.
La página del grupo en Facebook ha denominado la acción como Operación Egipto, y allí han colocado mensajes acerca de las protestas egipcias y contra el bloqueo de Twitter.
EL PAÍS
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Duodécimo día del pueblo tunecino
La lucha de clases
Tras una semana de unanimidad festiva y libertaria, una linea de clase comienza a dividir la sociedad tunecina. Se trata de una división territorial -que comienza a separar la avenida Bourguiba de la Qasba- y es también una división cibernética, en la que los mismos que utilizaban facebook para atizar la revolución hoy llaman a la calma y al restablecimiento del orden contra el proletariado insurgente. Se percibe una contracción inquietante. Hamida Ben Romdhane, director de La Press, que el día 13 elogiaba sumisamente las últimas medidas de Ben Alí, el día 20 exhibía en portada las presuntas joyas confiscadas a la familia Trabelsi y ensalzaba la revolución del digno pueblo tunecino. Hoy, día 25, La Press recula de nuevo y en distintos artículos condena las huelgas sectoriales convocadas por la UGTT y se pregunta si no se está yendo demasiado lejos. Al mismo tiempo llegan noticias de asaltos a los locales del sindicato en Gafsa, en el Kef y en Mahdia. En los teléfonos móviles se reciben mensajes invitando a apoyar a Mohamed Ghanoushi y a oponerse a las protestas. Y una primera manifestación progubernamental, portando consignas contra las huelgas y a favor de un proceso tutelado, se enfrenta en la avenida Bourguiba, a las 5 de la tarde, con un nutrido grupo que reclama la disolución del gobierno provisional. El inesperado discurso de ayer en la Qasba de Rachid Ammar, el héroe militar que se negó a aceptar las órdenes del dictador y al que se vincula con los EEUU, da toda la medida de una rápida involución que se refleja en ese espacio de libertad abierto o consentido por el gabinete en funciones. Se vuelve a hablar de censura, de opacidad, de discreto control sobre jóvenes y opositores.
El conflicto es palmariamente ya un conflicto de clases.
Un tipo viscoso, con bigotito recedista, argumenta dulzón en la avenida Bourguiba, al paso de la manifestación conservadora:
- Sólo este gobierno puede conducirnos a la democracia. Hay que dejarles trabajar y ponernos también nosotros a trabajar. Se está obstaculizando el desarrollo del país y eso sólo puede conducir a la catástrofe.
Dice llamarse Mohamed -¡Mohamed!- y es ingeniero, trabaja para una empresa privada y lleva a sus hijos a una escuela también privada, ahora sin actividad a causa de la huelga de enseñanza.
En la Qasba, entre tanto, Hayder Allagui, joven parado de 22 años que vio morir a tres de sus mejores amigos en Qasserin bajo las balas de los francotiradores, se queja con rabia mal contenida:
- ¿Por qué los tunisois (los habitantes de la capital) están tomando café y no se unen a nosotros?
- No digas eso -responde una mujer de mediana edad. - No es verdad. ¿No has visto que se solidarizan y nos traen comida?
- Pero son sólo las mujeres. Los hombres están en los cafés sentados. Nos desprecian, nos han despreciado siempre. No existimos.
- Y sin embargo Qasserine, Thala, Sidi Bousid son ya lugares míticos, la cuna de la revolución -intervenimos.
- Hemos tenido que sacrificar a cientos de los nuestros para que sepan dónde están nuestras ciudades y enseguida nos olvidarán de nuevo.
Insisto en mi imagen de ayer. Las miles de personas asentadas desde hace dos días en la Qasba, y la mayor parte de los que les acompañan durante la jornada, son los bárbaros de Ibn Khaldun. Islamistas del Nahda, sindicalistas de izquierdas, jóvenes desamparados sin filiación política, hijos de pueblos y barrios sin aurora, están unidos por una común conciencia de clase, por lazos de 'asabiya o solidaridad orgánica que se reflejan en una obstinación alegre y orgullosa y en una disciplina insólita. Están unidos, sí, por una enmienda a la totalidad a los que quieren seguir gobernando sin ellos. En apenas 72 horas han levantado ya un pequeño campo de refugiados con visos de estabilidad. Las jaimas se multiplican en el espacio de la plaza. Un pequeño recinto vallado ha sido reservado para la cuisine, donde se reciben barras de pan, cartones de leche, platos cubiertos con servilletas a cuadros que luego se distribuyen entre los allí reunidos. En el pórtico del ministerio de Finanzas, con el suelo cubierto de colchones y mantas, un grupo de madres robustas hace bocadillos. En otra jaima, en el borde de la plaza, un hombre dotado de feliz caligrafía escribe sobre folios de papel las consignas que le dictan los que quieren dejar su impulso de libertad sobre los muros. La Qasba es probablemente el lugar más limpio de Túnez, o quizás el único verdaderamente limpio: piquetes de jóvenes pasan barriendo y recogiendo los desperdicios en bolsas de plástico. “Somos libres y responsables”, dice una pintada en la pared. Todos los días se acumulan nuevas pintadas en las fachadas de los edificios. Hay una muy hermosa que dice en árabe: “Pueblo, la historia nace bajo tus pies sólo si sigues caminando”. Y otra que no estaba ayer grita en correctísimo español: “Hasta la victoria”. Sobre la puerta del Primer Ministro han colgado un gran cartel: “Ministerio del pueblo”. Y los de Sidi Bousid anuncian en una pancarta: “No se negocia con la sangre de los mártires”. La gente de Tataouine, por su parte, ha escrito en una lona: “No hay más shar'ia que el pueblo”.
¿Qué gobierno puede soportar tener durante días y días ocupados dos ministerios en la explanada donde se encuentra la mayor parte de las instituciones del Estado, en el arranque de la zona más turística de la ciudad? ¿Cuánto tiempo más aguantará a esta tozuda patulea de paletos luminosos que no da la menor muestra de cansancio?
- Nos han dejado estar aquí porque creían que íbamos a cansarnos en dos días -dice Selim. - Y fíjate: se me ha curado incluso la gripe. Si quieren que nos vayamos, es muy fácil. Basta con que se marchen ellos antes.
Es extraordinaria la claridad común que se respira en la plaza. Un racimo de jóvenes de Metlaoui, todos en paro, se rebelan de nuevo contra nuestra pretensión de convertirlos en títeres de su penuria económica:
- Primero libertad y democracia, luego trabajo.
- Para vivir se necesita poco, podemos compartir – dice Sadok Meki, agricultor de 47 años que ha venido de Nabeul. - Queremos un poco de pan y toda la libertad.
Es impresionante, en todo caso, el Túnez que aparece al descubierto cuando -como nos dice el propio Sadok Meki- “se levanta la tapa”. Munyid Allagui, herido de bala en el vientre el 10 de enero en Qasserine, 51 años, padre de 9 hijos, parado. Nabil, casado con una diseñadora que remienda zapatos, los dos en paro. Nasri Yousef, diplomado, 12 años ya sin trabajo. Y corrupción, cárcel, tortura, acoso, persecución, delación, vigilancia, control, humillación, desprecio. Alí Manzouri, joven abogado de 32 años que, junto a sesenta y nueve colegas, ha acudido desde Qasserine para apoyar al pueblo y que luce orgulloso su toga en medio de la multitud, dice que hay todavía centenares de prisioneros de los que no se sabe si están vivos o muertos. Están aún por descubrirse las cárceles secretas del régimen.
“No nos dejaban ni rezar ni beber”, decía ayer el impresionante Fahim. “Durante 55 años la cólera ha hervido en nuestro interior”.
Por eso no es extraña esta explosión de júbilo político que tanto recuerda, una vez más, a Venezuela.
- Soy feliz -dice Nabil. - Por primera vez en mi vida me siento un ciudadano.
Los peligros, en todo caso, son enormes, y así lo ve Sadok: “Se nos vigila de nuevo. Hay muchas fuerzas interesadas en abortar la revolución: los estadounidenses, los mukhabarat (servicios secretos), los recedistas que aún nos gobiernan. Si perdemos esta ocasión, la represión será terrible”.
La sensibilidad es extrema y la rapidez de reflejos sorprendente. Numerosos jóvenes se pasean junto a los camiones militares portando carteles en los que se condena la visita de Jeffrey Feltman, el responsable de la diplomacia de EEUU para el Próximo Oriente, el cual ha puesto como ejemplo de “reformas” a Túnez. “No a la intervención extranjera”, exigen.
Bernard Henri-Levy ha escrito un artículo en Il Corriere della sera hablando de una revolución postmoderna hecha “no por proletarios sino por blogueros y cibernautas”. Que se dé una vuelta por aquí. Es la lucha de clases. Y lo que es extraordinario, lo que haría recular espantado a Henri-Levy, lo que desnuda la hipocresía criminal de EEUU, de la UE e Israel, lo que tiene pocos precedentes en la historia -y en ese sentido es, sí, postnormal- es que los “condenados de la tierra” en Túnez piden a gritos “democracia”. ¡Democracia! Lo único que el imperialismo no se puede permitir.
Pero que tengan cuidado los tunisois que se conforman con el poquito que a ellos les basta o que, como los artistas reunidos hoy en un teatro de la ciudad, quieren excluir al Nahda, que se identifica con el moderadísimo AKP turco, de las nuevas instituciones. Si a estos bárbaros luminosos no se les da democracia, cuando vuelvan querrán venganza. Sabemos desgraciadamente que entre democracia y venganza, las potencias capitalistas no han tenido nunca la menor duda.

Los bárbaros de la caravana de la libertad

Paredes que hablan: no hay otra soberanía que la del pueblo

La cuisine

La puerta del ministerio del Pueblo

Ministerio del pueblo

Manifestación nocturna

No quiero ir a Italia en patera

En el ministerio de Finanzas

Solidaridad
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Día decimotercero del pueblo tunecino
Tensión en la Qasba
Si todo hubiese obedecido a un plan, si se hubiese matado a 120 personas para remozar el viejo país e inscribirlo mejor en un mundo árabe sometido a los designios de Washington, si se tratase de asegurar mejor la continuidad introduciendo algunos cambios cosméticos, ahora habría que barrer las ascuas que el viento -siempre imprevisible- ha reunido en la Qasba. El pasado vuelve con inquietante rapidez. En su primera página La Presse publica la foto de la minúscula manifestación progubernamental realizada el día anterior en la avenida Bourguiba. La misma foto la publican también As-sabah y el Quotidian, aludiendo al deseo general de normalidad entre la población. La televisión, donde todavía no han salido las figuras más señeras de la oposición (Ben Brik, Marzouki, Hama Hamami), ofrece imágenes en directo (“Túnez a las diez de la mañana”) de calles atrafagadas y tranquilas, de honrados ciudadanos entregados a sus tareas cotidianas. Como en el Anciene Régime, “kulu shai behi”, todo va bien. Tal y como se temía el joven parado Haydar Allagui, se ignora, se desprecia, se silencia la Qasba, que hierve hoy -fruto de este aislamiento- con una particular tensión. El cansancio hace mella y afila los nervios. El aire festivo y peleón de estos días deja lugar a una atmósfera de amenaza que se prolongará todo el día. Se juega con los manifestantes. Se trata obviamente de hacerles dudar del éxito de su empresa y de interrumpir el contacto con el resto de la ciudad. También de separarlos del resto de Túnez, desde donde inútilmente tratan de llegar nuevos elementos retenidos en las carreteras.
Hacia las 9.30 de la mañana, en efecto, un grupo de provocadores que sube por la calle Bab Bnat es respondido por una breve lluvia de piedras. La policía interviene disparando a ras de tierra bombas lacrimógenas que provocan cuatro heridos. Como denuncia horas después en un comunicado la asociación de abogados, las nubes de gas violan el recinto del propio palacio de Justicia y buscan provocar miedo y violencia. Durante una hora reina el caos ante la pasividad del ejército y cuando se retiran los vapores de la carga policial los concentrados vibran en un estado de vigilante tensión. Decenas de rumores crecen en follaje por toda la plaza. Se dice que se ha bloqueado la entrada de alimentos, que agentes recedistas ofrecen a los jóvenes 600 dinares por volver a casa, que se les quiere comprar con un poco de cerveza. Un esbozo de reyerta en el arranque de Bab Bnat es sofocado por la intervención de algunos compañeros que llaman a la unidad.
- Hay una conspiración para dividirnos -dice un hombre de Tataouine con firme energía. - Quieren que nos peleemos entre nosotros y generar desconfianza entre el ejército y el pueblo.
Esta idea de la conspiración se repite en todos los grupos. Aisa, administrativo del hospital, nos confirma el número de heridos y proclama su apoyo a las protestas. Es comunista; de pequeño su padre les contaba una y otra vez la vida del Che y su hermano menor se llama, en efecto, Che Guevara. Gana 400 dinares al mes (200 euros) mientras que los médicos pasan consulta privada en las instituciones públicas a razón de 60 dinares por paciente.
A la puerta del hospital se han reunido en un voluminoso hacinamiento, bien ordenadas, las bolsas de basura. Zied Mufada, técnico en reparación de frigoríficos procedente de Mahdia, barre y barre arena y colillas del suelo: “limpieza y libertad”, dice con seria ingenuidad. Me señala las bolsas de desperdicios y me cuenta que varias veces ha pedido inútilmente un camión para que se las lleven. Está convencido de que el forcejeo será largo.
- No podemos perder. Si perdemos, lo perdemos todo. Ahora ya saben quiénes somos y si volvemos a casa luego irán a buscarnos uno por uno. ¿Por qué no ceden? Dimitid. ¿Queréis dinero? Llevároslo todo, no lo necesitamos. Llevaos el dinero y dejadnos solos. Llevaos todo el dinero y dejad que nos gobernemos a nosotros mismos.
A continuación hace un llamamiento a los pueblos del mundo: “Venid, por favor, a ayudarnos. Sólo queremos la libertad. Sólo”.
A las fotos de los mártires y las consignas redactadas en la “coordinadora de propaganda popular” y pegadas en las paredes se añaden hoy algunos carteles que denuncian la hipocresía de los medios de comunicación.
A las 15 h. descendemos a la Medina para comer algo. Buscamos un pequeño restaurante popular que me gusta mucho y el dueño nos recibe con alborozo. Hace años que lo conozco superficialmente; es un cuarentón ancho y un poco panzudo, simpático y enérgico, siempre generoso. Pero hoy se redefine bruscamente a mis ojos. Hace falta a veces que llegue la política para aclarar las cosas y oscurecer las miradas. Ya no es un cuarentón ancho y panzudo, simpático y enérgico, siempre generoso. Es un representante de su clase y sus gestos -su aplomo, la prominencia de su labio inferior, su forma de balancearse al ritmo de su discurso- expresan intereses generales muy bajos y muy concretos.
- Los egipcios nos están haciendo un gran favor. Ahora dejarán de prestarnos atención y podremos recobrar la calma.
Le preguntamos qué piensa de la gente del sur que ha ocupado la Qasba y que protesta ante los ministerios.
- Hay que quemarlos a todos -dice.
La respuesta no le parece brusca, y si insiste no es para justificarse sino para disfrutar de su sutileza política:
- Han matado la Medina; han acabado con el comercio. No se puede tolerar. Los Ben Alí y los Trabelsi eran unos ladrones, es verdad, y bien está que se hayan ido. Pero si prefiero una dictadura a un montón de ladrones, prefiero un montón de ladrones al caos.
Desgraciadamente hay mucha gente que piensa como él, incluidos algunos que se alegraron de la caída del dictador y que se dejaron contagiar por el entusiasmo revolucionario inicial.
Mientras comíamos la excitación no ha dejado de aumentar en la Qasba. Han ido llegando nuevos grupos y los soldados que protegen la puerta del ministerio, aplastados contra la pared, han tenido que disparar al aire. Los cánticos y consignas, que aún estallan aislados de vez en cuando, han dejado su lugar a arengas de unidad y pequeñas asambleas un poco vociferantes. Se discute sobre laicismo y religión; se denuncia la intervención en la sombra de EEUU e Israel; se desprecia a Francia; se arremete contra Ahmed Friaa, ministro del Interior nombrado en los últimos días por Ben Alí y al que se atribuyen 51 muertos. Pero no se está tranquilo. Por primera vez en estos días de revolución en la Qasba uno de los improvisados oradores se niega a ser fotografiado.
Una mujer pasa llevando del brazo a otra que llora desconsolada.
- ¿Por qué llora? -le preguntamos.
- Llora por Túnez -nos responde su amiga.
Y llora y llora sin atender a las palabras de ánimo de los que la rodean:
- ¿No va a servir para nada nuestro sacrificio? -dice entre sollozos.
De vuelta a casa, a las 9.15 de la noche, 45 minutos antes del toque de queda, retrasado hoy en dos horas, nos llegan noticias de enfrentamientos en la Qasba. Alarmados, llamamos a algunos de los teléfonos que hemos ido recogiendo estos días entre los resistentes. Después de muchas tentativas fallidas logramos hablar con uno de ellos. Elementos armados han entrado en la plaza, en efecto, provocando el pánico, pero el ejército ha logrado controlar la situación. Se ha restablecido la calma.
Una vez más, como en los primeros días, se trata de resuturar la continuidad entre la capital y las regiones, donde las huelgas y manifestaciones continúan y los consejos de defensa de la revolución reclaman un reconocimiento oficial. Entre tanto, se aplaza un día más la formación del nuevo gobierno. Sin duda hay presiones de EEUU para imponer una solución de compromiso y las negociaciones son intensas. La duda es si los luminosos paletos de la Qasba, los bárbaros demócratas del ministerio del Pueblo se conformarán con unos cuantos subsidios de paro, un poco de financiación al desarrollo y una orden de búsqueda y captura emitida contra el dictador. No es que quieran más; es que quieren otra cosa y otra cosa es justamente lo que los gestores del nuevo antiguo régimen no pueden darles.
Cualquiera pequeña provocación puede en estos momentos desencadenar una tragedia.

Una chica victoriosa

Los muros que gritan

Fouad Al-Amri, en huelga de hambre

Los tribunos del pueblo

Qasba revolucionaria

Otro tribuno del pueblo

Todos unidos todos hermanos
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Segunda semana del pueblo tunecino
Obstinación y contrarrevolución
A las 9.30 de la mañana un taxista responde a nuestra pregunta sobre Mohamed Ghanoushi con un razonamiento impecable:
- ¿Sabes por qué quiero que se vaya? Porque no quiere irse. Si no quiere irse es que oculta algo. Si oculta algo, no puede ser algo bueno. Y si oculta algo malo, tiene que irse.
Doce horas después sabremos que Mohamed Ghanoushi sigue en su puesto. El nuevo gobierno de transición, del que han salido todos los antiguos miembros del RCD, incluido Friaa, el odiado ministro del Interior, mantiene en cualquier caso al presidente y al primer ministro.
Pero todavía no lo sabemos. El día en que el pueblo tunecino cumple su segunda semana de vida no nos despierta el helicóptero militar sino el repiqueteo nutrido de la lluvia. Con el corazón encogido, pensamos en colchones y mantas empapados de agua y en cuerpos ateridos de frío. La Qasba, la casa del pueblo, de pronto se ha quedado sin techo.
- La revolución no es la capital -nos dice el periodista Fahem Boukadous. -La Qasba es sólo una de las muchas expresiones de protesta; un símbolo, sin duda, porque concita la atención de los medios, pero la revolución empezó en las regiones y allí sigue muy activa. Ayer se manifestaron 80.000 personas en Sfax y hoy la ciudad ha quedado paralizada por una huelga general. En Gafsa, en Sidi Bousid, en Tela hay concentraciones y protestas.
Fahem Boukadous está contento. Es un hombre feliz. Liberado el día 19 de enero, cinco días después de la huida del dictador, ha salido a la calle en un Túnez volteado por la revolución. Llevaba seis meses en prisión, pero no era la primera vez que sufría los rigores de la dictadura. En 1999, tras pasar por las cámaras de tortura del ministerio del Interior, fue condenado a tres años de cárcel, de los que cumplió 19 meses antes de ser indultado por una “gracia” presidencial. Persecución, clandestinidad, incansable combatividad, Fahem nació en Regueb, pertenece al Partido Comunista Obrero de Túnez, dirigido por Hama Hamami, y gran parte de su actividad política ha estado centrada en el periodismo militante. Fue el primero que, en 1998, denunció las actividades mafiosas de las cinco familias que dominaban el país. En 2003, instalado en Gafsa, se convirtió en corresponsal de Al-Badil y tres años más tarde en responsable de la emisión tunecina de Al-Hiwar-TV, un canal vía satélite. En 2008, cuando estallan las revueltas en la cuenca minera de Gafsa, ensayo general de la actual revolución, este medio precario, pero inalcanzable para el gobierno, se convierte en el centro radial de las imágenes de las protestas. Fahem Boukadous, desde esa posición privilegiada, catalizó el malestar de los jóvenes de la región, proporcionándoles un medio de expresión y convirtiéndose por tanto en una amenaza para la dictadura.
- Es lo que yo he llamado “medios populares” -dice. - Cientos de jóvenes, a los que parientes emigrados habían regalado una cámara, se convirtieron en periodistas. Yo sólo tenía que reunir esas imágenes y hacerlas circular.
Las revueltas de la cuenca minera, de las que sólo se ocupó Al-Hiwar-TV, pusieron a prueba un régimen dentro del cual había ya fisuras y forcejeos. En junio de 2008, tras meses de protestas, Ben Alí decidió extirpar de raíz el movimiento. Redeyev fue tomada por 4.000 policías que asaltaron y saquearon las casas, rompieron los muebles, pegaron a las mujeres. Hubo dos muertos. La ciudad, en un anticipo de lo que ocurriría dos años después en todo el país, fue parcialmente ocupada por el ejército.
- En Redeyev el movimiento estuvo dirigido por sindicalistas y militantes, pero en los otros pueblos de la cuenca minera fueron los propios jóvenes los que se organizaron y coordinaron las protestas.
En enero de 2010, en un juicio que duró cinco minutos, Fahem Boukadous fue condenado a 4 años. Tras negarse a pedir perdón al dictador y pasar por el hospital, de donde la policía trata de llevárselo dos veces, ingresa finalmente en prisión el 15 de julio de 2010. Allí escribe sin parar; prepara un libro sobre las revueltas de Gafsa. Entra en contacto con los presos comunes y trata de formarlos políticamente, lo que provoca la intervención del director del penal. Gracias a la solidaridad de uno de los médicos, recibe informaciones de la muerte de Mohamed Bouazizi y de las reacciones populares que desencadena, cuya velocísima expansión aún le maravilla.
Sobre la relación que existe entre las revuelta de 2008 y la revolución de 2011, Fahem Boukadus insiste en tres puntos:
El primero es la lección de resistencia de los habitantes de Redeyev y de toda la cuenca minera, que se acumula en la memoria colectiva del país.
El segundo es la participación en el movimiento de 2008 de los diplomados en paro, una de las fuerzas hoy protagonistas en el proceso revolucionario.
El tercero es la importancia de los “medios populares”. Al-Hiwar-TV y los CD caseros han sido sustituidos por Facebook, a través del cual se ha roto la mordaza de la censura.
- ¿Por qué el movimiento de Redeyev fue derrotado y el de Sidi Bousid, en cambio, se extendió de ciudad en ciudad hasta alcanzar la capital? Ese es precisamente el elemento de contingencia que ningún análisis histórico puede adelantar o explicar.
Fahem Boukadous no cree que haya habido ninguna intervención de EEUU para facilitar la caída del dictador. La revolución ha cogido con el pie cambiado a las grandes potencias y si naturalmente ahora maniobran en busca de “estabilidad”, está seguro de que no podrán detener el proceso de cambios.
- El régimen sigue ahí, no sólo dentro de la policía y el aparato del Estado sino también en los medios de comunicación y en Internet -dice. - Hay que aprovechar el momento para crear nuevos medios y nuevos formatos. También hay que establecer una coalición entre periodistas tunecinos y extranjeros porque necesitamos experiencia y formación.
Hay que ir a los pueblos, dice Fahem, y es verdad. No obsesionarse con la Qasba, y es verdad. Pero la Qasba tiene estos días un poder de absorción casi alucinógeno. No puede haber una plaza más hermosa en todo el mundo ni una situación más anómala. Tampoco una emoción extra-corporal más fluida ni imprevisible. Porque ocurre hoy que la lluvia, en lugar de dispersar a la gente, la ha multiplicado, como si fuesen de hierba y no de carne. Tan grande es la multitud que durante unas horas el ejército cierra los accesos y sólo podemos entrar con el conjuro del periodismo. Pocos minutos antes de nuestra llegada -nos cuenta Aisa, el hermano de Che Guevara- un alto funcionario del ministerio de Defensa, rodeado de soldados, se ha dirigido a los concentrados a través de un altavoz, asegurándoles que ya se habían tomado medidas para proporcionar trabajo a todo el mundo y rogándoles que abandonasen la plaza. La respuesta unánime ha sido un vocerío de “degage”, “degage”, “degage”. Lo que ocurre como excepción es un milagro; pero lo que ocurre una vez más contra todas las previsiones también lo es. Hay algo casi sobrenatural ya en esta obstinación que ignora el frío, las provocaciones, las agresiones, y que se mantiene tranquila, festiva, gritona, por quinto día consecutivo. Aisa teme una intervención del ejército para desalojarlos, pero lo cierto es que el ambiente ha cambiado de nuevo y la electricidad del día anterior se ha extinguido bajo el aguacero.
A Salem Hiyri, hombre de Nabeul de 60 años, tuvieron que hospitalizarlo tras las agresiones de los sicarios armados que sembraron el terror la noche anterior. Hoy está sereno y determinado:
- Tienen la policía, el dinero, el poder, pero nosotros tenemos la fuerza del pueblo y nuestra cultura superior.
El hecho de estar todos juntos reúne los razonamientos y singulariza las conductas.
Un grupito ha iniciado una huelga al mismo tiempo de hambre y de silencio.
Otro exhibe carteles de solidaridad con el pueblo egipcio, que imita al tunecino en El Cairo y en Ismaeliya, y eso hasta el punto de utilizar (como vemos luego en la televisión de un café) sus mismas consignas: “degage” y “as-shaab iuridu isqt al hukuma” (“el pueblo quiere derrocar al gobierno”).
Cuando la lluvia arrecia se tiende un enorme techo de plástico sobre las miles de cabezas, porque la plaza del pueblo es, como los coches de lujo, descapotable.
Tariq y Maki, dos estudiantes de informática que viven en Túnez capital, se sienten orgullosísimos cuando les decimos que el pueblo tunecino está mucho más desarrollado que el español o el italiano. Y se burlan con ingenio de la pretensión del gobierno de que los bárbaros civilizadores congregados en la plaza “vuelvan al trabajo”.
- ¡Pero si están en paro! Hay que agradecerles lo que hacen. Los otros trabajan y ellos se rebelan. Eso se llama división del trabajo.
Pero lo que más nos impresiona hoy es Hodé, una mujer pequeña, flaca, nerviosa, que no deja de hablar mimando con manitas elocuentes la historia de la batalla eterna contra la injusticia. Tiene 38 años, limpia casas y gana 150 dinares al mes (75 euros). Separada del marido, se ocupa ella sola de un hijo de 8 años al que ha dejado en casa de unas vecinas para poder pasar la noche en la Qasba. Se ha subido a un poyete para no estar por debajo de nosotros y se expresa con una precisión de cuchilla, con la pasión de una enamorada. Sus ojos relampaguean con la pureza fanática de los personajes de Dostoievsky. Cuenta una larga historia de humillaciones y no se siente humillada; de dolores y no pide compasión; de ignorancia y reclama su derecho a hablar y a que la escuchen. No cabe duda, al oírla, de que su hijo está bien protegido entre sus manos. Y, como tantos de los que se encuentran en esta plaza, no conoce ni una palabra de francés.
- Soy una ciudadana -¡una ciudadana!- lo mismo que tú. No he leído ni estudiado, pero tengo cerebro y ojos y sé contar lo que pienso y lo que veo. Quiero derecho, no dinero. Quiero mis derechos. No tengo miedo de nada ni de nadie; no me doblego ante ningún ser humano y los ministros son seres humanos como yo. Es a nosotros, y no a los ministros, a los que tenéis que escuchar los periodistas. Porque ellos sólo tienen palabras, que son falsas, mientras que nosotros tenemos el cerebro y los ojos. ¿Está claro?
Clarísimo. Los valientes tunecinos han demostrado estos días que su bandera es una llama y su himno una Marsellesa. Esta mujer demuestra que el despreciado dialecto tunecino es una lengua. Y ha llegado quizás la hora de devolverle su dignidad junto a la de sus hablantes.
Fahem Boukadous, que había anticipado los cambios en el gobierno anunciados por Ghanoushi esta noche, se equivocaba sin embargo al garantizar el rechazo de la UGGT al nuevo gabinete. No participa de él, pero le reconoce legitimidad. Sin duda esa decisión voltea nuevamente la situación. La potencia de la UGTT ha permitido en estos días mantener la presión sobre el gobierno mediante huelgas y concentraciones; ahora este acuerdo aisla las protestas populares y las vuelve vulnerables. Como escribía Fathi Chamkhi a media tarde: “si esta nueva versión del Gobierno de Unidad Nacional se acepta mañana, se podría decir que el tira y afloje que dura desde el 15 de enero entre el campo revolucionario y el de la contrarrevolución, ha sido momentáneamente ganado por este último”. Es exactamente lo que ha ocurrido.
Los tunecinos empujaron y empujaron y Ben Alí los llamó “terroristas”. Y empujaron y empujaron y Ben Alí prometió retirarse en 2014. Y empujaron y empujaron y Ben Alí prometió elecciones en seis meses y levantó la censura. Y empujaron y empujaron y Ben Alí huyó del país. Y empujaron y empujaron y tumbaron el primer gobierno de coalición. ¿Seguirán empujando los tunecinos ahora que saben que empujar y empujar no es inútil?
Tras el anuncio del nuevo gobierno por televisión, llamamos a nuestros amigos en la Qasba para conocer su reacción. Tras un instante de alegría y luego de desconcierto, nos dicen, se ha restablecido la normalidad; es decir, la obstinación. No hace falta que lo digan. A través del teléfono nos llegan los gritos: “degage”, “degage”, “degage”.
Mañana será el primer día del nuevo gobierno y el decimoquinto del pueblo tunecino.

Libertad de prensa

Obstinación

La plaza más hermosa del mundo

Niña y bandera

El pueblo descapotable

Sujetando el cielo

Si los gobiernos callan, las paredes hablan
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Día decimoquinto del pueblo tunecino
El asalto de la Qasba
Cinco días ha durado el lugar más hermoso de la tierra.
Por fin esta tarde, a las 16 h., la policía ha asaltado la Qasba, matando a Omar Auini, asfixiado por los gases lacrimógenos, e hiriendo al menos a 15 personas, la mayor parte de ellas con fracturas en manos y piernas.
La mañana radiante ha iluminado una Qasba rala y dividida. Como se temía ayer, el apoyo de la UGTT al gobierno ha dañado seriamente la unidad en la plaza. Desde muy pronto, pequeños grupos de Qasserine y Regueb han abandonado la concentración para volver a sus pueblos. Algunos de ellos, según nos dicen, han recibido dinero. Los que se quedan, se muestran decididos y belicosos, pero las horas parecen ya contadas. Aisa, el hermano de Che Guevara, asegura que un coronel del ejército le ha anunciado el desalojo de la plaza para esta tarde. Se oyen menos gritos y menos cantos y por primera vez un grupo aparatosamente islamista se mezcla con la gente. Vuelan por el aire los primeros “La ilah ila allah” y algunas consignas inquietantes: “Tunis arabiya, tunis islamiya” (“Túnez árabe, Túnez islámica”).
Se han formado muchos corros, donde se discute la conveniencia de continuar o no la ocupación. Decenas de personas rodean a distintos oradores, cuyo aspecto y elocuencia, muy diferente del de sus oyentes, delata autoridad intelectual y formación política. En uno de ellos está Redha Barakati, escritor de 47 años y miembro del Partido Comunista Obrero de Túnez, quien insiste en la necesidad de romper toda continuidad con el régimen de Ben Alí y asegura su apoyo a los hermanos venidos de todos los rincones del país. En otro corro habla Osama Bouthalga, de la Asociación de Abogados, tan belicosa en estos días. Bouthalga trata de persuadir a los manifestantes de que se han conseguido logros enormes y ahora hay que defenderlos en los lugares de origen a través de la formación de consejos de defensa de la revolución. Esa es la posición también de los miembros de la UGTT, que reparten un panfleto de ambigua retórica en el que el sindicato se compromete a coordinar la relación entre los consejos locales y las instituciones, garantizando además medios de transporte para un retorno tranquilo y seguro de los rebeldes a sus hogares. Otro comunicado firmado por el Frente 14 de Enero -formado por los partidos de izquierdas- reitera por el contrario la necesidad de continuar la lucha hasta el final, considerando que no hay posibilidad alguna de cambios estructurales mientras Ghanoushi continúe ocupando el cargo de primer ministro.
Durante la comida, en un pequeño restaurante popular de la Medina, nos reímos mucho viendo la transformación del canal Hannibal, engendro de la familia Trabelsi, cuyo director fue arrestado la semana pasada por alta traición y liberado sin cargos algunas horas después. Un montaje de imágenes de las revueltas, con una música excitante, vuelve una y otra vez a la pantalla con la leyenda: “la voz del pueblo, la voz de la revolución”. Ahora es una cadena revolucionaria.
Todo es revolucionario salvo la realidad. A las 16 h. volvemos a la Qasba y nos llama la atención la presencia de dos oficiales del ejército que se mueven entre la multitud. Más tarde comprendemos que están avisando a los manifestantes del inminente desalojo. La reacción de los jóvenes es inmediata y furibunda. Algunos corren hasta los controles militares para llevarse las vallas y montar barricadas en el pasillo entre las jaimas y el ministerio. Otros, en una locura incoherente con el ambiente sereno y festivo de unos minutos antes, arrancan ramas de los árboles para proporcionarse bastones y rompen los escalones del Palacio de la Municipalidad para armarse de piedras y trozos de losa. El aire de la plaza se llena de un frenesí de percusión. De pronto, un tanque atraviesa despacio la explanada para abandonar el recinto. Unos cuarenta soldados armados de fusiles descienden desde la avenida 9 de Abril hasta la alambrada de espino más próxima a la Qasba y ocupan el ancho rellano del Palacio Municipal. Luego, enseguida, retroceden. Hablamos con un coronel que acaba de mantener una conversación a través del móvil; le decimos que no pueden permitir el desalojo y nos responde seco y cortés que ha recibido órdenes de retirarse, al mismo tiempo que nos aconseja que abandonemos cuanto antes el lugar. Comprendemos que la policía, apostada en la calle Bab Bnat, está a punto de cargar.
Nos retiramos hasta la segunda alambrada de espino a través de un pasillo de militares. Allí, en el flanco del Palacio Municipal, se ha reunido ya mucha gente, niños y mujeres incluidos, y todos esperamos expectantes y asustados junto al tanque, viendo maniobrar al furgón policial con el cañón de agua, el cual se aleja del recinto para dar la vuelta por detrás del Tribunal. En ese momento se oyen las primeras detonaciones y blancas cintas de humo blanco cruzan el cielo. La gente pide al ejército que haga algo y luego aplaude con ironía acusatoria a los soldados y canta el himno nacional. Todos recordamos con terror la manifestación del 14 de enero y los muertos de los días anteriores.
Durante algunos minutos, allí abajo, apenas a doscientos metros, se prolonga una batalla desigual. Vuelan las bombas lacrimógenas y se oyen insultos e impactos de piedra. Fugitivos pasan en medio de los soldados, que se abren a su paso y se unen a nosotros. Dos heridos, muy cerca de donde nos encontramos, son trasladados en parihuelas de brazos a las tiendas de la protección civil. La Qasba se vacía muy rápidamente.
Y luego, de pronto, a una velocidad vertiginosa, la ola negra de la policía se lanza contra nosotros. Una, dos, tres bombas lacrimógenas caen a nuestro lado y salimos en estampida, enganchándonos en la alambrada de espino. Nubes urticantes nos ciegan los ojos. Corro y corro, separada de mis amigos, junto a algunos jóvenes que se detienen bruscamente, cogen una piedra del suelo y la lanzan contra la policía antes de seguir corriendo. Junto a decenas personas me veo atrapada en una especie de alta meseta, detrás del Ayuntamiento, cortada por una valla, a tres metros por encima de la avenida 9 de Abril. Salto desde el muro sobre el capó de un coche aparcado en la calle y luego al suelo. Entonces oigo una voz asustada y apremiante y vuelvo la cabeza. Arriba, al otro lado de la valla, hay una mujer acompañada de sus hijos, dos niños de cuatro o cinco años, que no pueden bajar. Tiendo los brazos y los deposito sobre la acera.
Luego sigo corriendo calle abajo en medio de un aire picante, pero apenas cincuenta metros más allá un muro de policías nos está esperando, de uniforme y de paisano, armados de porras. A las mujeres y a los extranjeros nos dejan pasar; a los jóvenes les hacen retroceder a golpes con furia desencadenada tras dos semanas de contención.
Dos horas más tarde, en la oscuridad, el helicóptero vuelve a sobrevolar la ciudad. La recorremos en el coche, tensa y vacía, de vuelta al pasado. En la plaza del 7 de Noviembre, por delante del tanque, hay siete u ocho furgones policiales y decenas de policías que bloquean el acceso a la Avenida Bourguiba, completamente cerrada por todos sus flancos. Una familiar sensación de estado de sitio nos encoge el corazón.
¿Qué es lo que ha pasado? ¿Por qué el nuevo ministro del Interior -un juez, dicen, moderado y honesto- ha decidido inaugurar su cometido matando a Omar Aouini e hiriendo a 15 personas? Lo que nos cuenta una de las abogadas con la que nos ponemos en contacto es inquietante. La Asociación de Abogados, cuyo protagonismo en estos días nadie puede negar, había obtenido del ministro la promesa de que no se desalojaría por la fuerza la Qasba, dejándoles a ellos ejercer el papel de mediadores. Más inquietante aún: nos relata que la policía ha allanado a golpes -profanado, pues ni siquiera Ben Alí se había atrevido a hacerlo- la sede de la organización para buscar a los jóvenes allí refugiados. Nos anuncia acciones legales para liberar a los detenidos y prestar asesoramiento jurídico a los heridos.
Mañana volveremos a la Qasba. Todas las organizaciones y partidos, incluida la UGTT, han convocado una manifestación para pedir algo más moderado que la caída de un gobierno: el cese inmediato de toda violencia policial y el respeto al derecho de expresión y manifestación. Lo que era el desarrollo de una revolución se ha convertido de pronto en la asustada defensa de algunas pequeñas reformas.
Y esos jóvenes dispersados, esos bárbaros civilizadores, esos luminosos paletos a cuyos hermanos mataron en las cuatro semanas de protestas, ¿dónde están? ¿Han vuelto a sus pueblos? ¿Están escondidos por toda la ciudad? ¿Qué sentirán? ¿Qué pensarán?
El levantamiento del pueblo egipcio ha dejado a oscuras y diminuto el país del que surgió el primer impulso. No nos olvidemos de Túnez. La información raramente informa, pero protege.

La Qasba antes del ataque

La gente se prepara para el ataque

Comienza el asalto

Lo sólido se vuelve gas

Los militares dejan paso a la policía

Avalancha

Uno de los heridos

El Pipol tunecino
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR
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Decimoséptimo día del pueblo tunecino
Fuego bajo las cenizas
Hamida Ben Romdhane, director de La Press el 13 de enero, director de La Press el 30 de enero, escribe hoy un artículo titulado Mea-culpa, en el que arremete contra “los zalameros, adulones, calculadores y manipuladores” que durante años se han entregado lacayunamente al culto de la personalidad del dictador. “Hoy”, dice, “Túnez respira y nuestro periódico también. Desde el 15 de enero hemos cambiado porque nuestros periodistas han sido liberados del yugo de la dictadura por la revuelta popular. No hemos dudado un instante en lanzarnos en la brecha abierta por nuestra juventud hace ahora dos semanas”. El problema no es el objeto sino la adulación. Ahora se adula al pueblo al que se expulsa de la Qasba, a la juventud a la que se gasea en la Bourguiba, y con ello se demuestra que los mismos hombres y las mismas instituciones pueden ser sucesivamente azules, negros, amarillos o rojos. Antes se lo debían todo al dictador, ahora se lo deben todo al pueblo. Pero los periodistas siguen siendo los mismos y el periodismo igualmente declamativo, tiznado y rutinario.
Leo en As-shuruq, por otra parte, las “aclaraciones del ministerio del interior en relación con los enfrentamientos del viernes entre los manifestantes en la Qasba y los cuerpos se seguridad”. La policía, al parecer, se limitó a responder a los deseos de los ciudadanos -comerciantes, funcionarios y vecinos-, perjudicados por las dificultades para circular entre la Medina y la Avenida 9 de Abril; patrullaba la zona cuando de repente, y para su sorpresa, fue violentamente atacada con piedras por grupos de manifestantes. Los que estábamos allí, incluidos algunos periodistas, sabemos que no es cierto; que fue una operación preparada con antelación, coordinada con el ejército y destinada a -como diría un clásico- “hacer todo el daño que se puede hacer a un hombre sin matarlo”. No está aún claro que no se matara nadie; mientras se ha liberado con cargos a los veinte detenidos, siguen circulando listas de desaparecidos cuyo rastro no ha sido localizado. Se especula, por lo demás, sobre el origen de la orden de desalojo y toda clase de hipótesis crepitan en facebook, que vuelve a convertirse en la caja de resonancia de los vacíos, los silencios, los borrones de los medios de comunicación. Lo que está claro es que los cuadros de la policía, como los de la información, siguen hundiendo sus raíces en hábitos e intereses del Ancien Regime .
Las revoluciones son vistosas; echan fuego y flores por la boca y todo el mundo las quiere retratar. Túnez ha puesto inesperadamente en marcha una avalancha -dice Fahem Bukadous, el periodista liberado hace diez días- que no es sólo “emulativa”; se trata de una verdadera “rivalidad revolucionaria” o “competencia positiva” que ahora sacude Egipto, el epicentro del mundo árabe. Lo que allí ocurra repercutirá de nuevo sobre este país. Entre tanto, en este domingo de “fuego bajo las cenizas”, por decirlo con el poeta nacional, continúa el proceso iniciado el 17 de diciembre y que hizo eclosión el 14 de enero, ahora sin altavoces ni reflectores. Sigue el ejército en las calles, la ley marcial, el toque de queda, la amenaza de las milicias benalistas. La avenida Bourguiba no ha hervido, pero sí borboteado lentamente en grupitos excitados. Ha vuelto del exilio Rachid Ghanoushi, el líder del partido islamista Nahda, recibido en el aeropuerto por cientos de sus seguidores. El Frente 14 de Enero, coalición de las organizaciones de izquierdas, se ha reunido y coordina para los próximos días huelgas, manifestaciones y protestas. Las bases de la UGTT no se dan por vencidas. La exigente utopía plebeya activada tras 23 años de realismo negro va a poner en dificultades a los malos y a los buenos. Ni los unos ni los otros están contentos.
El retroceso es claro, pero es más fácil matar a un pueblo despierto que dormirlo de nuevo. La capital, insiste Boukadous, es un “espejismo”. La revolución ascendió desde el centro y el sur y allí vuelve y allí se mantiene. Habrá que ir a buscarla; habrá que traerla de nuevo.

Vuelve la calma a la avenida Bourguiba
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes
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A Marruecos, Argelia, Egipto y Yemen se contagia revolución tunecina
Las protestas sociales que llevaron a la caída del presidente de Túnez, Zine El Abidine Ben Alí, podrían contagiarse a otras naciones del norte de África como Marruecos, Argelia, Egipto y Yemen, según estimó en diálogo con la Radio Nacional de Colombia el analista Meir Javedanfar.
"Argelia tiene los mismos problemas que dieron origen a la crisis de Túnez. Pero la diferencia es que la organización de su inteligencia doméstica es mucho más poderosa y violenta, lo que haría muy complicado que las protestas se extendieran. También en Marruecos están dadas las condiciones, pero Egipto es donde está sucediendo lo más serio y en Yemen las manifestaciones son mucho menos violentas", afirmó Javedanfar, quien es director de la Compañía de Análisis Político y Económico de Oriente Medio.
Hoy, la oposición egipcia convocó a la población para que se lance a las calles después de las oraciones de este mediodía con el fin de continuar las manifestaciones contra el régimen del presidente, Hosni Mubarak, en el poder desde 1981, que comenzaron el pasado martes.
Uno de los principales grupos convocantes, el Movimiento 6 de Abril, quiere que hoy se convierta en "el viernes de la ira y la libertad" y que los ciudadanos egipcios participen en las protestas "en todos los rincones del país".
"Lo que parece ser es que estas demostraciones en Túnez le dieron más motivación a los pueblos en otros países árabes, en especial Egipto y Yemen, para pedir sus derechos. En Yemen piden más reforma, mientras que en Egipto se habla ya de una revolución. Y en ambos países se reclaman más derechos políticos y un mejoramiento de las condiciones de vida", sostuvo Javedanfar desde Israel.
Hasta hoy, por estas manifestaciones han muerto siete personas, entre manifestantes y policías, tanto en El Cairo como en la ciudad de Suez, en la entrada sur del canal del mismo nombre.
Además, decenas de personas han resultado heridas por estos choques, y centenares han sido arrestadas. Por lo menos en cuarenta casos, los detenidos se enfrentan a cargos que incluyen el intento de derrocar el régimen.
Con información de EFE
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Túnez amanece en calma y con mayor presencia policial tras el Consejo de Ministros
El presidente interino de Túnez, Fued Mebaza, atiende al juramento de los nuevos miembros del gobierno de unidad formado en Túnez, el pasado lunes 31 de enero. EFE
En la capital, donde había un mayor número de efectivos de la policía desplegados en la avenida Habib Burguiba, la principal arteria de la ciudad, como pudo constatar Efe, los institutos de educación secundaria han reanudado su actividad con normalidad, aseguró a Efe el profesor Adel Hajj.
Ayer, al menos 8 centros educativos fueron desalojados por segundo día consecutivo por varios grupos de personas con armas blancas, que provocaron también destrozos en los centros, según denunció Hajj.
Hajj explicó que en las calles cercanas al instituto en el que trabaja, en la antigua medina de Túnez, hay una mayor presencia de las fuerzas de seguridad.
Según el profesor, el discurso ofrecido anoche por el portavoz del Consejo de Ministros sobre el retorno de la seguridad, así como de la confianza entre el Ejecutivo y la Policía, había tranquilizado los ánimos de los alumnos y de los padres, después de que se hubieran planteado suspender temporalmente las clases.
El curso escolar se retomó el pasado lunes tras la caída del presidente Zine el Abidín ben Ali, el 14 de enero, forzada por un mes de protestas populares.
El portavoz del Gobierno tunecino, Tayeb Bacuch, aseguró ayer tras la primera reunión del nuevo Consejo de Ministros que los efectos de la mejora de la situación de seguridad empezarían a notarse de inmediato.
En un discurso televisado reconoció que había habido tensiones entre el poder político y los aparatos de seguridad, pero que estos habían sido superados.
Asimismo, en la localidad de Kaserin, en el centro oeste del país, la situación ha vuelto a la normalidad después de tres días en los que grupos supuestamente fieles al partido de Ben Ali la Agrupación Constitucional Democrática (RCD) atacaran centros gubernamentales, comercios y viviendas.
El portavoz regional de la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT) en esta localidad situada en el centro oeste del país, Sadok Mahmudi, aseguró a Efe que después de las redadas lanzas ayer por la policía y el Ejército en toda la ciudad, la situación es tranquila.
También comentó que hoy, por primera vez, habían abierto sus puertas los centros escolares, que habían permanecido cerrados debido a los altercados vividos en la ciudad.
"La situación recupera la normalidad, hay patrullas de militares y de la Guardia Nacional", declaró el sindicalista.
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