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LA CUBA DEL GRAN PAPIYO
 
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General: TUNEZ DE JAZMINES Y LUZ DE MIEL .... DE DIGNIDAD Y DE COMBATE ...
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Da: Ruben1919  (Messaggio originale) Inviato: 17/01/2011 21:26
  Santiago Alba Rico
 
 
 
En 1999 dos perros se cruzan en la frontera. Uno, argelino, flaco, desfallecido, cojo y roído por las pulgas, trata de entrar en Túnez; el otro, tunecino, lustroso, bien alimentado, limpio, saludable, trata por su parte de entrar en Argelia. El tunecino está perplejo: “¿por qué quieres entrar en mi país”, pregunta. El argelino responde: “porque quiero comer”. E inmediatamente añade, aún más perplejo que su compañero: “Lo que no entiendo es por qué quieres entrar tú en Argelia”. El tunecino entonces contesta: “porque quiero... ladrar”.

En 1999, cuando se contaba este chiste en los medios intelectuales, Túnez estaba amordazado, pero a cambio disfrutaba -se repetía- de una situación económica incomparablemente mejor que el resto del mundo árabe. Con un crecimiento medio del 5% durante la década pasada, el FMI ponía al país como ejemplo de las ventajas de una economía liberada de las trabas proteccionistas y en el año 2007 el Foro Económico Mundial para Africa lo declaraba “el más competitivo” del continente, por encima de Sudáfrica. “Kulu shai behi”, todo va bien, repetía la propaganda del régimen en vallas publicitarias, editoriales de prensa y debates coreográficos en la televisión. Mientras el gobierno vendía hasta 204 empresas del robusto sector público creado por Habib Bourguiba, el dictador ilustrado y socialista, se multiplicaba el número de 4x4 en las calles, se construían en la capital barrios enteros para los negocios y le loisir y hasta 7 millones de turistas acudían todos los años a disfrutar de la cada vez más sofisticada y sólida infraestructura hotelera del país. En el 2001, cuando se abrió el primer Carrefour, símbolo y anuncio del ingreso en la civilización, algunos podían hacerse la ilusión de que Túnez era ya una provincia de Francia. Era un país maravilloso: la luz más limpia y hermosa del mundo, las mejores playas, el desierto más hollywoodesco, la gente más simpática. No se podía hablar ni escribir, es verdad, pero a cambio la gente engordaba y el islamismo reculaba. La UE y Estados Unidos, pero también las agencias de viajes y los medios de comunicación contribuían a alimentar la imagen de un país más europeo que árabe, más occidental que musulmán, más rico que pobre, en transición hacia la felicidad del mercado capitalista. No se podía ni hablar ni escribir, es verdad, y también es verdad que ocupaba el segundo lugar en el ranking mundial de la censura informática, pero el esfuerzo del gobierno merecía una recompensa: Túnez organizó una Copa de Africa, un Mundial de Balonmano y en 2005 una insólita Cumbre de la Información durante la cual se ocultó al mundo una huelga de hambre de jueces y abogados y se detuvo a periodistas y blogueros.

A poco que alguien se hubiese molestado en rascar bajo esa superficie bien barnizada habría descubierto una realidad bien distinta. Nadie o casi nadie lo hizo. De enero a junio de ese año 2005, por ejemplo, El País publicó 618 noticias relacionadas con Cuba, donde no pasaba nada, y 199 sobre Túnez, todas sobre el turismo o el mundial de balonmano; El Mundo, en esas mismas fechas, registró 5162 entradas sobre Cuba, país donde no pasaba nada, y sólo 658 sobre Túnez, casi todas sobre el mundial de balonmano; y ABC tendió 400 veces la mirada hacia Cuba, país donde no pasaba nada, mientras sólo mencionaba a Túnez 99 veces, 55 de ellas en relación con el mundial de balonmano. El 10 de marzo de ese mismo año una rápida búsqueda en Google entregaba 750 enlaces sobre el reparto del gobierno cubano de las famosas ollas arroceras y sólo tres (dos de Amnistía Internacional) sobre la huelga de hambre y la tortura a presos en Túnez.  

 Pero lo cierto es que Carrefour y los humvee -y la vida nocturna en Gammarth- ocultaba no sólo la normal represión ejercida por Ben Ali desde 1987, año del golpe palaciego o del Gran Cambio, sino también la desaparición de una clase media que había comenzado a formarse en los años 60 y había sobrevivido a la crisis de finales de los 80. Unos pocos entraban en el Carrefour y otros muchos salían del país: hasta un millón de jóvenes tunecinos -sobre una población de 10 millones- viven fuera, sobre todo en Francia, Italia y Alemania. Mientras una minoría dejaba el francés por el inglés y despreciaba, por supuesto, el dialecto tunecino, la estructura educativa heredada del régimen anterior, relativamente solvente, se degradaba de tal modo que el último informe PISA relegaba a Túnez a uno de los últimos diez lugares de la lista de la OCDE. Mientras veinte familias disfrutaban del ocio en los Alpes o en París, el paro aumentaba hasta alcanzar el 18%, el 36% entre los más jóvenes: entre los diplomados y licenciados pasaba de un 0,7% en 1984 a un 4% en 1997 para dispararse a un 20% en 2010. En el espejo del Carrefour -en medio de la publicidad atmosférica que invitaba a un consumo inaccesible-, los jóvenes de la banlieue de la capital y de las regiones del centro y sur del país parecían conformarse con poder disfrutar de ese reflejo.

¿Quién se beneficiaba de este crecimiento bendecido por el FMI y por las instituciones europeas? Básicamente una sola familia, extensa y tentacular, a la que los despachos de la embajada estadounidenses filtrados por wikileaks describen como un “clan mafioso”. Se trata de la familia de Leyla Trabelsi, la segunda esposa del dictador, hasta tal punto dueña del país que muchos se referían a Túnez (la Tunisie) como La Trabelsie. Ben Alí y su familia política se habían apoderado, mediante privatizaciones opacas, de toda la actividad económica de la nación, convirtiendo el Estado en el instrumento de un capitalismo mafioso y primitivo o, mejor, de un feudalismo parasitario del capitalismo internacional. La lista de sectores saqueados por el clan resulta apenas creíble: la banca, la industria, la distribución de automóviles, los medios de comunicación, la telefonía móvil, los transportes, las compañías aéreas, la construcción, las cadenas de supermercados, la enseñanza privada, la pesca, las bebidas alcohólicas y hasta el mercado de ropa usada. No puede extrañar que, durante las revueltas de estos días, se hayan asaltado tantos comercios, empresas y bancos; se ha hablado de “vandalismo”, pero se trataba también de un vandalismo certero o, en cualquier caso, de un vandalismo que, incluso cuando se desencadenaba al azar, inevitablemente acertaba: golpease donde golpease, golpeaba sin duda una propiedad de los Trabelsi.

En este cuadro de represión y apropiación, había que tender el oído para escuchar el ruido de la marea ascendente. Pocos lo hicieron, ni siquiera cuando en enero de 2008, en Redeyef, cerca de Gafsa, en las minas de fosfatos, otro incidente menor -una protesta por un acto de nepotismo- puso en pie de guerra a toda la población. Durante meses se prolongaron las huelgas, hubo cuatro muertos, doscientos detenidos, juicios sumarísimos con penas escalofriantes. Mientras Redeyef permaneció sitiado por la policía, sólo periodistas y sindicalistas tunecinos trataron de romper el bloqueo policial e informativo. En Europa, la Trabelsia seguía siendo bella, tranquila, segura para los negocios y la geopolítica. Tan solo un periodista italiano, Gabriele del Grande, se atrevió a entrar clandestinamente en el corazón de las protestas y sacar información antes de ser detenido por la policía y expulsado del país. Su reportaje comienza así: “Sindicalistas detenidos y torturados. Manifestantes asesinados por la policía. Periodistas encarcelados y una potente máquina de censura para evitar que la protesta se extienda. No es una clase de historia sobre el fascismo, sino la crónica de los últimos diez meses en Túnez. Una crónica que no deja lugar a dudas sobre la naturaleza del régimen de Zayn al Abidin Ben Ali -en el gobierno desde 1987-. Una crónica que revela el lado oscuro de un país que recibe millones de turistas todos los años y del que escapan miles de emigrantes también todos los años”. En un libro posterior, Il mare di mezzo, del Grande describe en detalle la maquinaria del terror tunecino, con las cárceles secretas en las que desaparecían no sólo los opositores nacionales sino también los emigrantes argelinos, secuestrados en el mar por las patrulleras locales -policías de Europa- para ser arrojados luego en el abismo. Nadie dijo nada. Era mucho más importante sostener al dictador; Ben Ali y las potencias occidentales compartían no sólo intereses económicos y políticos sino también el mismo desprecio radical por el pueblo tunecino y sus padecimientos.

Pero el 17 de diciembre una chispa iluminó de pronto el monstruo y revelo asimismo, como explica el sociólogo Sadri Khiari, que “no hay servidumbre voluntaria sino sólo la espera paciente del momento de la eclosión”. El gesto de desesperación de Mohamed Bouazizi, joven informático reducido a vendedor ambulante, puso en marcha un pueblo del que nadie esperaba nada, que los otros árabes despreciaban y que Europa consideraba dócil, cobarde y adormecido por el fútbol y el Carrefour. Un ciclo lunar después, el 14 de enero pasado, tras cien muertos y decenas de metástasis rebeldes en todo el territorio, la ola rompió en el centro de Túnez y alcanzó su objetivo. Ya no se trataba ni de pan ni de trabajo ni de youtube: “Ben Ali asesino”, “Ben Alí fuera”. La última carga policial, desmintiendo las promesas que había hecho el día anterior el dictador, provocaron aún numerosos muertos y heridos. Pero era muy hermoso, muy hermoso ver a esos jóvenes de los que un mes antes nadie esperaba nada volverse en la calle y retener a la gente que huía para animarla a regresar a la batalla con las estrofas vibrantes del himno nacional: “namutu namutu wa yahi el-watan” (moriremos moriremos para que viva la patria). A última hora de la tarde, apoyado hasta el final por Francia, el dictador huía a Arabia Saudí, dejando a sus espaldas milicias armadas con instrucciones para sembrar el caos.

El peligro no ha pasado, la lucha continúa. Pero ahora hay un pueblo que libra las batallas. “El 14 de enero es nuestro 14 de julio”, repiten los tunecinos. Quizás el de todo el mundo árabe. Jamás el pueblo había derrocado un dictador; y este pueblo inesperado, intruso en la lógica de las revoluciones, este Túnez de jazmines y luz de miel, ahora de dignidad y combate, es el espejo en el que se miran los vecinos, de Marruecos al Yemen, de Argelia a Egipto, hermanos de frustración, infelicidad e ira. No hay que encontrar las causas, siempre dadas, sino el minuto. Y ese minuto es ahora.

http://www.gara.net/paperezkoa/20110117/243559/es/Y-pronto-revolucion

Túnez
Y de pronto, la revolución
 
 


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Rispondi  Messaggio 2 di 20 di questo argomento 
Da: Ruben1919 Inviato: 18/01/2011 13:37
  Alma Allende
 
 
 
Después del domingo viene el lunes. Pero aquí, después del domingo, sigue siendo Túnez, la nueva dimensión, que empieza a ser, no un país, no, sino un día muy largo, con horas que se repiten cada cien metros y minutos compuestos de sesenta ciudades diferentes. El cuarto día del pueblo tunecino tiene algo de déjà vu. ¿Porque ya lo vivimos ayer? ¿O porque lo habíamos soñado alguna vez? Los estados de excepción -las guerras y las vacaciones- imponen una sombra familiar, el eco de un ritornello. Uno vive por primera vez sólo las cosas más banales; las decisivas ya se habían vivido antes, en otro cuerpo, en otra época de la historia, en otra generación. Amamos la primera vez por segunda vez; nos morimos siempre de nuevo; la libertad siempre se recupera. Todo lo que ocurre de verdad ya había ocurrido antes. Porque todo lo que ocurre de verdad le ocurre a mucha gente al mismo tiempo. Esos tanques y esos disparos los reconocemos, pero la alegría de compartir un gesto viene también de otra vida anterior, de otras vidas. El terror y el entusiasmo nos traen siempre viejos recuerdos.

Hay una intensificación que homogeneiza la experiencia o una homogeneización que la intensifica. Eso explica, en parte, la delicadeza asombrosa en las colas para comprar el pan, la facilidad con que se establecen conversaciones entre desconocidos, la tranquilidad pasmosa con que la gente toma café después de un tiroteo o la pericia rutinaria con que se monta una barricada. O lo más asombroso: que un pueblo silenciado durante 23 años hable de pronto de política, con naturalidad y madurez, como si lo hubiese hecho toda la vida. ¡Qué gran transformación que parezca normal lo que no se ha vivido nunca y que se ha conquistado mediante un centenar de muertos!

Hemda, la periodista tunecina despedida de la radio, ha encontrado enseguida trabajo en una emisora nueva: por teléfono, sin conocer a sus patrones, se ha convertido en reportera y debe mandar crónicas desde distintos puntos de la ciudad. El propósito es el de radiar en directo el regreso a la normalidad de la población de la capital. Pero lo primero que encontramos en el centro de la ciudad es una manifestación de unas doscientas personas que avanzan por la avenida de Paris hacia Le Passage. Gritan consignas contra el primer ministro, Mohamed Ghanoushi, y reclaman la inmediata disolución del RCD, el partido de Ben Ali. Las pocas tiendas abiertas se precipitan a cerrar sus puertas mientras los policías se disponen a intervenir ante la mirada de esfinge de los retenes militares. Aún faltan unas horas para el anuncio del nuevo gobierno de coalición, pero esta imagen da ya la medida de un conflicto que sólo puede agravarse en los próximos días. Los viandantes que han salido a comprar el pan discuten en voz alta: como en todos los barrios de Túnez, unos sostienen que hay que ser pacientes, esperar a las elecciones y dar la vuelta al calcetín sucio del régimen desde dentro. Otros, al contrario, desconfían de esa posibilidad y aseguran que es necesario continuar la presión para que no les arrebaten una oportunidad histórica que puede no volver a presentarse.

Prolongamos la discusión en el Bardo, donde la noche del domingo hubo duros enfrentamientos armados y cuyas calles vigila el ejército. Curiosamente esto proporciona un pequeño recinto de normalidad paradójica. Mientras decenas de personas forman cola delante del Monoprix, que está a punto de abrir sus puertas, los cafés del barrio están atestados de clientes y beben y fuman en las terrazas al lado de los soldados que montan la guardia. En uno de ellos encontramos a Mehdi, licenciado en historia, quien sostiene que las manifestaciones son peligrosas, pero también una demostración de normalidad democrática que debería respetarse. Está preocupado, en todo caso, por la continuidad previsible del nuevo gobierno. Hemda insiste en que lo prioritario es recuperar la normalidad, convocar elecciones y permitir que todos los partidos se presenten a ella, y que para llegar a ese punto es preciso evitar las provocaciones y aceptar la gestión provisional del RCD. Me pregunto para mis adentros qué pensarán al respecto los jóvenes tranquilizadores de los cuchillos que defienden los barrios populares y decido proponer a Hemda una visita al Malasin o al Muruj para el día siguiente. En todo caso, es emocionante escucharles pronunciar la palabra democracia; suena muy limpia en sus labios, muy poderosa, difícil de rebatir. A mis objeciones sobre el trabajo en la sombra de EEUU y Francia para imponer límites a cualquier proceso electoral futuro, responden con cabezonería: elecciones, elecciones, elecciones. Confían de tal manera en la madurez de ese pueblo que ha demostrado en estos días tanto valor, disciplina y dignidad que ven por un solo ojo. Pero ese ojo está lleno de luz.

De vuelta al centro, en la avenida Mohamed V, vemos una escena diminuta y modélica. En medio de la calle hay dos coches que nos bloquean el paso. Los conductores se hablan de ventanilla a ventanilla. ¿Conspiran? ¿Discuten? ¿Se están pasando un arma? No, uno de ellos alarga la mano y le da al otro media barra de pan. Es la primera baguette que vemos en cinco días.

Pasamos luego por los aledaños de la avenida Bourguiba, donde se respira una enorme tensión -y restos de gases lacrimógenos. Sólo hay soldados y policías y caminamos sin querer mirando a los tejados, recordando los francotiradores del ex-dictador que la tarde anterior han provocado el terror.

Por fin vamos a la Qasba. Allí se encuentran el palacio de Justicia, la Alcaldía de Túnez, el Ministerio de Finanzas. Se puede imaginar la vigilancia: tanques, soldados, policías. Y sin embargo -por uno de esas misteriosas extravagancias de este país- logramos llegar sin que nadie nos detenga ni nos pregunte nada hasta la misma puerta de la sede del Primer Ministro, donde está a punto de celebrarse la conferencia de prensa anunciada para las 15 h.. Hemda, que aún no tiene carnet de prensa, pide a un periodista de Al-Jazeera que marque el número de la emisora y active el móvil cuando comience a hablar Mohamed Ghanoushi. Es así como consigue retransmitir los nombres de los nuevos ministros que nosotros, fuera, no oímos. Pero escuchamos, en cambio, a uno de los policías que custodian el ministerio, muy simpático, muy familiar, que quiere convencernos de que también ellos son buenos:

- En realidad somos proletarios y estamos dispuestos a dar la vida por el pueblo. Es una minoría la que ha disparado sobre nuestros hermanos y no se nos puede juzgar por lo que han hecho y siguen haciendo unos pocos. Se nos necesita y tendremos que buscar la forma de que los ciudadanos confíen en nosotros.

De vuelta a casa, dos horas antes del toque de queda -que se ha retrasado hasta las 7- me entero de la composición del nuevo gobierno: el RCD conserva todo el aparato del Estado -Interior, Exteriores, Defensa y Justicia- y deja a los tres partidos de oposición que ya eran legales Sanidad, Desarrollo y Educación. Si eso es toda la ruptura que puede ofrecer Ghanoushi, hay motivos para preocuparse. La oposición real -Marzouki o Nasraoui, por ejemplo- denuncian enseguida la continuidad con la dictadura y llaman a los tunecinos a seguir movilizándose.

La situación, pues, se complica. El ejército, independiente pero débil, apenas si puede hacer otra cosa que contener a las milicias asesinas del ex-dictador. El gobierno ya ha dejado claro cuál es la vía que se va a seguir. Y los ciudadanos están divididos entre dos alternativas igualmente peligrosas: ceder puede acabar para siempre con la esperanza de una verdadera democracia para Túnez; seguir luchando puede conducir a una guerra abierta en la que, sin líderes reconocidos ni organizaciones aglutinantes, los rebeldes sean masacrados por todas las partes. La sensación es que todo se vuelve frágil y peligroso.

A las 9 escuchamos tres ráfagas de metralleta cercanas. Luego la noche es tranquila.

En Argelia, en Egipto, en Mauritania tres jóvenes siguen el ejemplo de Mohammed Bouazizi y se inmolan como protesta. Túnez ha volteado de un coletazo su posición en la historia para convertirse en la vanguardia inesperada del mundo árabe. Todos tenemos ahora los dos ojos puestos en este país.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes

El cuarto día del pueblo tunecino
¿Reforma o ruptura?
 
 

Rispondi  Messaggio 3 di 20 di questo argomento 
Da: Ruben1919 Inviato: 19/01/2011 15:42
  Alma Allende
 
El quinto día del pueblo tunecino
Pues eso: revolución
 
 
Fotos de Ainara Makalilo
 
Bajo un cielo gris que empieza a ajustarse al calendario, después de un pequeñísimo remanso, Túnez vuelve a la lucha. No acepta apaños ni la idea del calcetín reversible ni la transición a la española. La nueva dimensión -con sus angustias nocturnas y sus tiendas cerradas, pero preñada de esperanzas- no quiere absorberse de nuevo en su gemela falsa. Del pasado no se quiere conservar nada, salvo el futuro que sin saberlo llevaba dentro.

A las 10 de la mañana parece haber un poco más de tráfico y Hemda expresa su alivio: “Nunca pensé que iba a alegrarme de ver un embotellamiento”. Algunos supermercados han abierto, como el lunes, y en la avenida de la Libertad las severas persianas metálicas se alternan con puestos de zumos y pequeños quioscos que despachan tabaco y frutos secos. Pero la ilusión se desvanece al acercarnos a Lafayette. Como el día anterior, una pequeña manifestación está subiendo por la avenida de París, gritando consignas contra el RCD y el gobierno de coalición. No parece en todo caso una gran protesta y seguimos por la calle de la República hasta el extremo del bulevar de la avenida Bourguiba, en una de cuyas calles adyacentes, junto a la embajada francesa, dejamos el coche. El acceso en automóvil a la Bourguiba está cortado por todos los lados; alambradas de espinos, tanques, retenes militares y policiales, junto con furgonetas de todos los cuerpos imaginables, se suceden en la arboleda hasta donde alcanza la vista.

La tensión parece aletear en el aire. Oímos enseguida, en la callecita paralela por la que subimos, voces excitadas y vemos algunos metros más arriba un grupo de unas treinta personas que ocupan la calzada. Dos de ellas discuten a gritos sobre el nuevo gobierno, con un acaloramiento que exige la intervención de los compañeros, mientras dos hombres invitan a la gente a encaminarse hacia la sede central del RCD, el partido del dictador depuesto.

Entramos en la avenida Bourguiba y la recorremos por la acera derecha, subiendo hacia el ministerio del Interior. La vía principal de la ciudad, con el hermoso Teatro Municipal, la catedral, sus hoteles y cafés -centro habitual de encuentro de turistas y nativos- aparece aplastada y obscenamente desnuda. Como si le hubieran pasado  por encima un cepillo de púas. Nadie circula por el bulevar central, cortado en tiras por el ejército y la policía, aunque grupitos susurrantes comienzan a coagular en las esquinas. Algunos periodistas están sentados en las terrazas, aguardando acontecimientos cuyo embrión se forma a ojos vista y crece en dirección a la plaza 7 de noviembre. Es extraña, por lo demás, esa contigüidad en el espacio del ejército y la policía, como dos especies distintas de las que la gente aguarda también distintas reacciones. La policía da miedo. En algunos de los tanques los ciudadanos han depositados ramos de flores.


Muy cerca de la plaza 7 de Noviembre, en la avenida Mohammed V, se levanta el colosal edificio del partido RCD, uno de los más altos de la ciudad, construido hace cinco años por Ben Alí y símbolo avasallador de la fortaleza de la dictadura. Hacia allí se dirige la gente con consignas escritas en folios de papel: “Fuera el RCD”, “Pan y agua, RCD no” (jubz wa ma, tayamu' la); se corean eslóganes imperativos: “Túnez Túnez libre libre, RCD fuera fuera”. Son las mismas que llevaron al derrocamiento del dictador el viernes pasado, pero que ahora piden la disolución inmediata del partido y la formación de un gobierno de transición sin lastres del pasado. Hay algunos abogados con toga, profesores, artistas, empleados de banca. Está Munir Trudi, un conocido cantante, que defiende con calor su posición frente a algunas objeciones de Hemda: “Llevamos días demostrando en los barrios que somos perfectamente capaces de organizarnos. No necesitamos ninguna tutela. No podemos alcanzar libertad y democracia a través de un gobierno corrupto y criminal. Que se vayan ya”.

Son pocos por el momento, unas cien personas que alzan sus puños y sus consignas frente al edificio mientras los militares, muy próximos, parecen contener a la policía, apostada al otro lado de la avenida. Hay mucha tensión, muchos gritos, mucha obstinación. De pronto suenan tres disparos y el grupo se dispersa. Pero enseguida se forma de nuevo y vuelve sobre sus pasos. Vuelven a gritar, a exhibir sus carteles, a reclamar la disolución de partido. Un rumor sobrevuela las cabezas y se convierte en un grito de alegría y en una salva de aplausos: se difunde la noticia de que Mohammed Ghanoushi, el primer ministro de Ben Alí, el primer ministro del gobierno de coalición, ha dimitido. Es una buena señal, una pequeña victoria.

Poco después, un hombre con bigote y gorra de lana, con aspecto de militante de izquierdas, reclama silencio. Los militares le han pedido la disolución inmediata de la manifestación: “Dicen que ya nos hemos expresado y que debemos dispersarnos en cinco minutos”. Obedecemos mansamente.

Pero entonces, mientras caminamos en paralelo a la avenida Bourguiba, cuando parece haber acabado todo, con la duda ya sobre la renuncia de Ghanoushi, que no logramos confirmar, se despejan todas las incertidumbres sobre lo que verdaderamente importa. Es la revolución. A medida que caminamos hacia la avenida de París nos vamos contando y cada vez somos más; todos los grupúsculos desperdigados por el centro, cristalizados al azar, aglutinados por una ambición compartida, afluyen desde las calles laterales, decenas, centenares, luego algunos miles de personas que cantan el himno nacional: namutu namutu wa yahi al-watan. Un camarero, de pie en la calle, a punto de cerrar el local, se une a los gritos contra el RCD, insulta al gobierno, vocifera su “Túnez libre libre” (Tunis jurra jurra); desde un tranvía con el que nos cruzamos los pasajeros levantan el pulgar y hacen el signo de la victoria. En la avenida de París se unen los artistas convocados por la mañana al teatro Le Quatrieme-Art para discutir la situación. Llegan noticias de manifestaciones semejantes en Sfax, en Sidi Bouzid, en Qasserin. La decisión está tomada: es, en efecto, la revolución. Ni apaños ni calcetines reversibles ni transición a la española.

Y llega, claro, la carga policial. Se oyen las primeras detonaciones y por encima de la muchedumbre se elevan las parábolas humeantes de las bombas lacrimógenas. Hay que correr evitando las trampas de las callejuelas, alejándonos del lugar donde dos horas antes dejamos el coche. Se impone un largo rodeo por la Medina. Caminamos al lado de dos jóvenes guapísimos que nos agradecen la solidaridad; un viejo elegante tocado con shashia nos detiene, nos explica fervoroso lo que está pasando y exige una amnistía general.

La calle de las Salinas, bajo el cielo plomizo, recoge parte de la tensión. Los tenderetes de fruta, aún abiertos, comienzan a cerrar. Pero la tensión ya no es un cepillo de púas sino una vibración de fiesta, de poder, de decisión. Allí, al volver un recodo, nos encontramos en la recoleta plaza de Mohammed Alí Al-Hammi, bullente de sindicalistas reunidos delante de la sede de la UGTT, la Unión General de Trabajadores, el histórico sindicato tunecino. La atmósfera es de excitación, pero más bien jubilosa. No es Mohammed Ghanoushi el que ha dimitido, nos aclaran, sino los tres miembros del sindicato que habían aceptado formar parte del gobierno. “Sólo empezando de cero podemos realmente empezar”, dice Saida Sharif, presidenta de la Federación de Cineclubs. “Con el RCD en el poder no habrá ningún cambio”. Todos están de acuerdo en que no se puede participar en un gobierno del que forme parte el aparato del partido corrupto y criminal que ha gobernado Túnez en las últimas décadas. La UGTT se ha plegado a la determinación del pueblo y sus afiliados. Se habla abiertamente de revolución. Los nasseristas y los Patriotas Democráticos (una escisión del PCT) reparten panfletos en árabe llamando a la movilización.

Nos desplazamos hasta la Place Pasteur, a la calle de Alain Savary, sede de la Unión General de Trabajadores del Maghreb Arabe, donde la UGTT ha convocado una rueda de prensa. Abdelsharif Badawi, ministro adjunto al primer ministro, está razonando ante los medios de comunicación allí presentes la decisión de dimitir del gobierno provisional: “UGTT aceptará responsabilidades de gobierno en un gabinete distinto. La revolución del pueblo no puede ser confiscada por el RCD”.  El comunicado oficial, leído por Abdel Salim Jedar, secretario general de la organización, anuncia la dimisión de todos los cargos de la UGTT de todas las instituciones del Estado, locales y nacionales, rechaza toda injerencia externa en el proceso y llama a la formación de un "consejo constituyente" elegido en elecciones libres y democráticas. Es una gran noticia. La dimisión de los ministros de la UGTT 24 horas después de aceptar sus cargos indica la fuerza de las movilizaciones de este día y también -y no menos importante- la conciencia por parte de la UGTT, tantas veces ambigua cuando no colaboracionista, de que realmente se puede emprender un camino al margen de las amenazas del aparato del Partido/Estado de Ben Alí. Junto a la noticia del regreso a Túnez de Moncef Marzouki, opositor histórico del Congreso por la República, quien reclama un gobierno de unidad nacional con todos los partidos excepto el RCD, la decisión del sindicato tunecino deja claro que el pueblo de Túnez puede gobernarse a sí mismo.

Las manifestaciones de hoy parecen reproducir la dinámica de la semana pasada, cuando a las concesiones de Ben Alí se respondía con nuevas protestas. El gobierno de coalición ha durado 24 horas, tumbado por la voluntad del pueblo. Al volver a casa, leo la noticia de la dimisión de Ghanoushi, en efecto, pero no del gobierno sino de sus cargos en el partido; y leo también la noticia de que el partido ha expulsado a Ben Alí y otros siete miembros señeros. Nada puede ser más surrealista: el partido se descontamina expulsando al dictador y el primer ministro se descontamina saliéndose del partido. ¿Pueden seguir pensando, tras este mes de insobornable lucha, que están tratando con niños o con idiotas? Mañana los tunecinos responderán de nuevo en la calle.

Más preocupante es que los medios occidentales, y algunos usuarios de facebook, relacionen de nuevo las manifestaciones de hoy con los islamistas del Nahda. Puede que hubiera alguno en las protestas y habrá que acostumbrase, por lo demás, a que forman parte legítima de la opinión pública tunecina; pero lo cierto es que sólo la manipulación más interesada puede localizar un sello religioso en la nueva marejada. El que afirme haber oído una consiga o un haber visto un símbolo islamista miente. Una vez más el himno nacional y la bandera del país, rescatados de la ignominia, eran las únicas enseñas que unían a todos los presentes.

A las 17:30 un vecino me pide ayuda para arrastrar un tronco y cerrar nuestra calle. Va a comenzar otra noche de toque de queda, angustiosa, llena de murmullos y de tiros, con el irritante helicóptero tranquilizador sobre nuestras cabezas. Los peligros son muchos. Pero el pueblo sigue defendiendo los barrios y nadie puede decir ya que no hay una alternativa política al terror.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


Rispondi  Messaggio 4 di 20 di questo argomento 
Da: Ruben1919 Inviato: 20/01/2011 22:55
Una imagen sobre la esperanza
La Revolución en Túnez, partera de la prensa libre
 
 
 
 

Hace algo más de dos años Túnez vivió un levantamiento popular en la región minera de Gafsa. Durante cuatro meses la policía reprimió de manera sangrienta y con total impunidad una revuelta ocultada y silenciada por la prensa occidental. En el país las cosas no fueron muy diferentes, el ministerio de Propaganda controlaba y censuraba todos los medios de comunicación. Fahem Boukadous, un periodista que trabajaba para una televisión vía satélite, fue condenado a cuatro años de cárcel acusado de “asociación criminal” y de difundir información que atentaba contra el orden público.

La prensa libre nunca existió en Túnez. Hasta ahora.

Un día después de la cobarde huida del dictador Zine El Abidine Ben Alí la Asociación de Periodistas de Túnez convocó una asamblea para decidir el futuro de la profesión. El veterano Baouri lo explicó así: “Sólo nos queda ser libres. Si ahora no lo hacemos, si ahora no vencemos el miedo y asumimos la responsabilidad de informar, la revolución morirá”. En la misma línea se expresó Abdrauf Bahi: “Ahora nos toca a nosotros. Debemos acabar esta revolución. El pueblo nos ha dado una responsabilidad histórica y le debemos la información que necesita. Nadie debe volver a decirnos sobre qué escribir”. Bahi propuso además ocupar los medios propiedad de la familia Ben Alí y socializarlos.

La prensa local ha estado ausente de la revuelta. Al Yazira ha sido la cadena más vista y Facebook el gran medio de comunicación alternativo. Los medios de comunicación tunecinos se han desacreditado aún más, si eso era posible, durante estos días. Mientras el pueblo armado con banderas y consignas se batía en las calles contra las balas de la dictadura, la televisión del Estado emitía fútbol o documentales sobre pesca y animales.

El martes el principal periódico del país, el boletín del régimen, La Presse, defensor de la dictadura hasta la asfixia [1], publicaba un editorial que bajo el título de “La hora de la verdad” lamentaban los años en que los periodistas habían estado “afectados por un balbuceo teñido de alusiones de sumisión a los patrocinadores de la censura sistemática, la desinformación, el optimismo petulante...”. Pero ahora que, “de pronto, el país se sobresalta, se despierta, se levanta, reivindica su derecho a la supervivencia. En concreto: ¡su derecho a la dignidad!”, tanto la redacción como los servicios administrativos y técnicos de La Presse decidieron en asamblea “poner en práctica la libertad de prensa a fin de romper la conspiración de silencio, para salvar la vida de nuestros jóvenes y la dignidad de nuestro pueblo, para que podamos completar el ejercicio de nuestra profesión, nuestro deber con las exigencias de nuestro cometido: la búsqueda de la verdad, la objetividad en el enfoque periodístico, la libertad de expresión y el respeto absoluto a la ética profesional”.

Para ello, los trabajadores de La Presse y Assahafa (otro periódico del mismo grupo editorial) decidieron por unanimidad, con los medios con los que pudieran contar y a la espera de nombrar a un nuevo equipo directivo, erigirse en “periodistas libres dedicados a esta emergencia [nacional]: dar cuenta de la inquietud social, política y cultural que ocupa a todo el país y a todos sus integrantes. Es éste un servicio periodístico en beneficio de nuestra sociedad, estamos decididos a garantizar sus experiencias, aspiraciones e inquietudes junto a todas sus demandas reales. Vamos a defenderlo dentro del estricto respeto a la libertad de elección y a la diversidad de todas las sensibilidades políticas y culturales”.

La libertad de prensa, hasta hace unos días desconocida e impensable en el país, ha sido concebida gracias a la integridad y la capacidad de lucha de todo un pueblo. No ha hecho falta el dictamen de las instituciones, pues la voluntad revolucionaria gobierna en las calles. Es sólo un paso más en el camino hacia la verdadera democracia que ha decidido iniciar el nuevo Túnez.

Nota:

[1] Durante años La Presse destinó, todos y cada uno de los días, un espacio de su portada a exaltar al tirano. Tan perenne como la cabecera del diario era la sempiterna foto de Ben Alí y su crónica donde se relataba su última inauguración, visita, discurso, recepción, valoración, propuesta... El archivo gráfico del periódico debe de estar rebosante de millones de instantáneas inéditas del dictador. Ahora, ni al peso hay quien las quiera.


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Da: Ruben1919 Inviato: 21/01/2011 15:02
  Alma Allende
 
Primera semana del pueblo tunecino
Siempre adelante
 
 
Fotos de Ainara Makalilo
 
¿Qué es una revolución? Una situación en la que se está más seguro, más tranquilo, más vivo, más protegido, mejor acompañado en la calle que en casa. Es quizás por eso por lo que todo el mundo, una y otra vez, todos los días, sin desfallecimiento ni retroceso, se lanza a las calles y se mantiene en ellas cuatro, cinco, ocho horas, resistiéndose a abandonar ese gran refugio abierto en el que se ha convertido la ciudad. “A partir de hoy, no tenemos miedo”, exhibía una mujer un cartel por encima de su cabeza. Y qué hermosura de gente, qué hermosura de rostros sin miedo, qué embellecimiento inaudito el de unas miradas repentinamente liberadas de las legañas de la sumisión.

Como el agua que cae en cascada, como los fuegos de artificio que estallan abriéndose en cadena en el cielo, como el frenesí de la percusión, como la multiplicación de los panes y los peces, venían de aquí y de allá, uno y luego otro y más tarde otro, pequeños grupos organizados -reunidos al azar en las calles y coordinados a través de los teléfonos móviles- para concentrarse esta vez en la avenida Mohammed V, frente al ignominioso edificio de vidrio ciego del RCD, protegido por el ejército. En esta ocasión los manifestantes han cortado esta gran arteria de la capital, ocupando por completo la calzada y aislando el centro del tráfico rodado. La policía observa ceñuda y los soldados sonríen. La consigna más coreada esta vez es: “El pueblo quiere derrocar al gobierno” (ashaab iurid isqat al khukuma).

Seguimos hasta el final de la avenida, contra la corriente que llega, para acercarnos a la avenida Bourguiba. En la plaza 7 de Noviembre, el tanque de ayer tiene más ramos de flores, uno que le ha crecido en la boca del cañón, como un disparo de jacintos y amapolas. A las 12 del mediodía hay aquí mucha más presencia militar y menos policial; dentro de la alambrada de espino otras tres tanquetas y numerosos soldados se suceden frente al ministerio del interior, en el centro del bulevar. Pero es increíble. Porque ya no se puede hablar de una manifestación sino de un desparramamiento (“mucha cosa feliz desparramada por toda la ladera”, que diría Álvaro de Campos), de una expansión y asentamiento por todas las calles del centro. En el bulevar se forman corros -cuento hasta quince- de hombres y mujeres que discuten y tratan de establecer programas y estrategias. Son verdaderas asambleas populares cuyos miembros toman la palabra con un cierto desorden, alzando la voz, reclamando libertad de palabra. Es llamativa la mayor presencia hoy de mujeres de todas las edades y con un papel protagonista. En una de estas asambleas improvisadas en medio del bulevar, cuando la discusión impide escucharse, son precisamente dos mujeres -una velada y con aspecto de islamista, la otra claramente laica e izquierdista- las que imponen silencio recordando que “no hay más que un pueblo y todos forman parte de él”.

Es en estas asambleas donde queda más clara una cierta fractura que está por resolver, que se está resolviendo. Las direcciones de los partidos y sindicatos se reúnen hoy en Bab-al-Asal; los abogados se manifiestan frente al Palacio de Justicia; y la llamada “sociedad civil”, esa vaga constelación de artistas, intelectuales, activistas por los derechos humanos, trata de reestructurar y liberar las organizaciones oficiales en las que habían quedado atrapados, como moscas en ámbar. Aquí en la calle, son los jóvenes, los empleados, los trabajadores manuales -el pueblo- los que toman la palabra en estas asambleas pedestres, porque las forman gente de a pie, en las que voces enfervorizadas de líderes volátiles insisten en el gran descubrimiento de sus vidas: “Esta es la revolución del pueblo”, dice un joven ceñido en una falsa chaqueta de cuero, de rostro decidido y bien tallado, “y no estamos dispuestos a entregársela a ningún líder”. Y añade en medio de los aplausos: “Todos los cuadros del CDR, de los secretarios al presidente, tienen que ser depurados”.

Lo importante -lo impresionante- es que todos están organizándose sin esperar a tener un gobierno. Por la mañana leo la iniciativa de un grupo de ciudadanos que propone la creación de un Frente de Liberación Popular de Túnez, al margen de los partidos pero que también los interpela, para expresar algunas reivindicaciones comunes a todos: “llamamos a continuar la creación de comités populares sobre todo el territorio tunecino y en el extranjero y a su coordinación, a fin de organizar la lucha del pueblo y alcanzar su derecho legítimo: el acceso al poder”. El comunicado llama también a la defensa del país por parte de estos mismo comités en colaboración con el ejército -al que invita a reforzar la confianza del pueblo- al mismo tiempo que pide la disolución del gobierno, de la policía política y del RCD, la nacionalización de los bienes del partido y del clan Ben Alí y el juicio de todos los responsables del saqueo de la nación. Más importante que todo esto: en el interior del país se forman ya consejos que gestionan las vidas de los pueblos. En Qasserine, uno de los símbolos de la revolución tunecina, tumba de mártires, cuna del nuevo día, una verdadera Comuna formada por sindicatos, partidos de izquierdas y células juveniles, han pasado a dirigir el “gobernorado”, devolviendo a las fuerzas del orden a sus cuarteles. Aquí y allí todos reclaman la disolución del RCD y el gobierno provisional y el establecimiento de una asamblea constituyente.

Puntos muy parecidos incluye el comunicado de la “Coalición de cineastas libres” que se celebra en esos momentos -a las 13 h.- en la Maison de la Culture Ibn Khaldun, ocupada por los trabajadores de la imagen para una asamblea de urgencia. En ella se declara suspendida de hecho la censura y, tras acaloradas discusiones (en las que se usan las sillas como tribunas) y la lectura del acuerdo, que pide una proceso constituyente y elecciones libres, la asamblea se disuelve para sumarse a la calle: “Los cineastas somos ciudadanos como cualesquiera otros”, dice un enérgico sesentón de bigote amarillento, “y tenemos que unirnos al pueblo”. Bajamos todos las blancas escaleras de estilo colonial para volver a la calle.

El pueblo sigue frente al edificio de la RCD, donde se han producido algunos cambios. Sobre la verja de entrada un gran cartel declara: “Casa de la revolución del pueblo”. Y arriba, a sesenta metros de altura, figuras humanas diminutas trabajan en el desmantelamiento de las letras que componen el nombre del partido. Consiguen arrancar la palabra “tayamua” (Rassemblement) y desde ese montaña de injusticia la dejan caer; se precipita arrugándose en el aire para quedar prendida en un alero en medio de los vítores y aplausos de la multitud. Pero eso no basta. Aún queda, encima de la gran puerta de cristal roto por las piedras, en el pretencioso dintel, el nombre rimbombante del partido grabado sobre el mármol. Los jóvenes situados en primera línea empujan la verja para entrar en el recinto y los militares, que hasta entonces han permanecido impasibles, disparan al aire tres descargas nutridas de fusil. La muchedumbre se dispersa, pero lo hace como si estuviese unida por muchas gomas a un centro invisible que tirase de los extremos. Tras el minuto de pavor, se vuelve hacia el edificio del RCD. Mientras regresamos por una callecita lateral un joven soldado, verdaderamente bello, nos dice sonriendo con picardía, el arma inclinada hacia el suelo:

- Bueno, basta por hoy. Volved mañana.

Pero volvemos hoy. La vanguardia de la manifestación, de nuevo pegada a la verja, negocia con los militares del interior, que dejan pasar a cinco o seis personas. Unos minutos más tarde se asoman por las ventanas, por encima del dintel, y dejan caer unos cables entre la pared y las letras en relieve que componen el nombre en árabe del partido. Debajo espera una camioneta. Después de varias tentativas fallidas, entre el fervor de la gente, las letras van siendo arrancadas, junto a losas de mármol, de la pared. Ya no existe el RCD; es realmente la Casa de la Revolución del Pueblo, un futuro hospital infantil -se reclama a gritos- en una ciudad que sólo tiene uno.

Luego, de acuerdo con los militares, la multitud se va alejando por Mohammed V, pero sólo para reencontrarse -desde diversos afluentes- en la calle Bourguiba, donde ahora domina la presencia policial, señal quizás de una inminente carga dispersiva. Pero aún se recorre varias veces la avenida, arriba y abajo, en dos grupos procedentes de direcciones inversas que se encuentran en el centro. Se canta de nuevo el himno nacional. Jóvenes se suben a las farolas enarbolando banderas y consignas. Pasa una familia con cinco niños que exhiben carteles denunciando el horror del régimen y exigiendo la disolución del gobierno. No es revuelta, no, ni protesta ni griterío. Es revolución.

En casa, por la noche, bajo el toque de queda, compartimos la casa con Amín, Ainara, Mohammed e Inés. No tenemos ya ni vino ni cerveza, pues en estos días no puede comprarse, pero sí un resto de orujo gallego y unos puros cubanos. Festejamos el día, los días venideros. Inés cuenta que los asaltos de la noche pasada en algunos barrios populares respondían a la tentativa de las milicias negras de interrumpir el abastecimiento de verduras y alimentos en la ciudad. Mohamed, profesor de Bellas Artes y ex militante del Partido del Trabajo Democrático Patriótico, de filiación marxista, enumera todas las iniciativas en marcha destinadas a consolidar un recambio institucional a partir de la ya embrionaria coalición entre la UGTT, los partidos de oposición y los consejos juveniles surgidos en estos días.

- La izquierda escondida, reprimida durante años, ha salido a la luz -dice-. Ha estallado. Y si queda mucho camino por recorrer antes de depurar el aparato del Estado, y muchos peligros que conjurar, hay ya un recambio. Hay una estructura preparada para dar realmente el poder al pueblo.

Inés canta una canción que habla de la hija de la luna, enamorada de un extranjero exiliado que ama su país. Y escuchamos La Estaca de Lluis Llach. Nos emocionamos. Pero nos emocionamos sobre todo viendo un vídeo doméstico rodado estas noches atrás en Jebel Lakhmar, una auténtica “favela” de la periferia de la capital, foco de reyertas y delitos donde hasta hace unos días nadie se atrevía a entrar. En él se ve a decenas y decenas de jóvenes armados con cuchillos y machetes en medio de la noche, tocados con pañuelos blancos, distintivo de los comandos de defensa. Cantan y bailan e interpelan a la cámara: “Mirad, no somos peligrosos, nos amamos; defendemos nuestro barrio y nuestro país. Estamos orgullosos de ser tunecinos”. Allí, como en otros barrios populares de la ciudad, se han invertido los papeles y los jóvenes, en sus retenes de control, han parado a la policía que los paraba siempre a ellos, les han hecho salir del coche, les han pedido los papeles, les han registrado con las manos en alto y luego, con una educación exquisita, les han dejado pasar.

La noche esta noche no cae. Extiende su manto. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



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