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Juan Carlos Zambrana Marchetti
Tomando en cuenta que el comunismo ya no les sirve para satanizar y porque ellos respetan el poder económico de China, sus nuevas áreas de satanización ahora son las violaciones a los derechos humanos, a la libertad de prensa, la erosión de la democracia, el narcotráfico y, por supuesto, el terrorismo.
Estados Unidos no es un país imperialista. No puede serlo, simplemente porque es un pueblo creyente y su religión no se lo permite. El diccionario de la Real Academia Española define la palabra imperialismo como la “actitud y doctrina de un Estado o Nación…, partidarios de extender el dominio de un país sobre otro u otros, por el uso de la fuerza, o por influjos económicos y políticos abusivos”.
Siendo, por lo tanto, el imperialismo, un abuso a escala gigantesca que afecta por muchas generaciones a cientos de miles de seres humanos, Estados Unidos, no puede ser conscientemente imperialista, ya que se define a sí mismo como el pueblo de Dios, en el cual se expresa toda su luminosidad.
No tiene espacio en su consciencia colectiva para asumir la criminalidad que es común en el accionar de todo imperio. Esa limitación moral, sin embargo, no significó que los republicanos se privaran de ejercerlo, sino más bien que desarrollaron una magistral forma de esconder sus intenciones para engañar al pueblo y obtener la aprobación para todos sus abusos.
Es por eso que el imperialismo estadounidense tiene que ser siempre impuesto a nombre de los más altos valores que enaltecen el alma de un digno hijo de Dios. Es también por eso, que el pueblo estadounidense vive en estado de negación a la verdad, y al inmenso dolor que le ha causado a la humanidad.
Ese alto grado de miopía y sordera, se debe a que los republicanos se han nombrado abanderados de los valores familiares de ese pueblo, que incluyen moral, religión y política. Tienen, por lo tanto, capturada su identidad y por eso les resulta fácil meterle al pueblo su doctrina “conservadora” en el alma, para lograr que en estado de hipnosis colectiva, le apruebe su agenda de supremacía.
Es por esa razón que hasta el presente, gran parte del pueblo estadounidense sigue creyendo, por ejemplo, que Saddam Hussein era un peligro para Estados Unidos, que tenía armas químicas de destrucción masiva, y que estaba comprando uranio para una bomba nuclear, etcétera, etcétera.
Ignoran que nada de eso es verdad, que los verdaderos móviles fueron el control del Medio Oriente por sus riquezas petroleras, pero por sobre todo, ignoran el mar de sangre que se ha derramado en esa guerra, ya que la prensa sólo cuenta las bajas norteamericanas.
Es por la necesidad de mantener ese alto grado de negación a la verdad, que hasta las más abusivas de sus agresiones se hacen siempre en nombre de Dios, de la libertad, de la democracia y de la seguridad.
El proceso de justificación es tan bíblico como la retórica de los republicanos que lo imponen. Se llama simplemente “satanización”, y es el proceso por el cual se conecta al oponente con “el maligno”, y se fija en la mente de la opinión pública la idea aberrante, de que —por ejemplo— Bolivia, Venezuela y Ecuador representan ahora una amenaza para la seguridad continental y de Estados Unidos. Que sus acciones son antiamericanas y, consecuentemente, contrarias a la voluntad de Dios.
Se les oculta que la verdad es lo opuesto; que esos han sido pueblos largamente avasallados, explotados y saqueados. Que sus únicos pecados son ahora estar gobernados por líderes que decidieron desmarcarse de esa “alineación en obediencia” a Estados Unidos, para defender los últimos recursos naturales que les quedan, y usarlos en beneficio de sus pueblos.
La campaña de intrigas de los republicanos luego aumentan las acusaciones hasta que los países en cuestión son declarados inviables o estados fallidos. Ese es el momento en el cual el pueblo norteamericano acepta “en defensa propia” la decisión de invadirlos o de intervenir para derrocar a esos gobiernos, e instaurar otros que sean más complacientes.
Se trata en realidad de un plan de intrigas de dimensiones inimaginables, diseñado por profesionales para engañar a un pueblo norteamericano que sólo peca de creyente.
El 17 de este mes tuve la oportunidad de ver el accionar de ese mecanismo de dominación, cuando la cúpula ultraderechista republicana se reunió en la sala de visitas del Capitolio para anunciar su agenda e imponer en el Congreso el inicio de esta etapa de satanización contra los gobiernos progresistas de Ecuador, Venezuela y Bolivia. Para poder engañar a la opinión publica, han desarrollado una enorme estructura de legítimas organizaciones, todas usando distintas caretas de “independientes” y “no gubernamentales”.
Tomando en cuenta que el comunismo ya no les sirve para satanizar y porque ellos respetan el poder económico de China, sus nuevas áreas de satanización ahora son las violaciones a los derechos humanos, a la libertad de prensa, la erosión de la democracia, el narcotráfico y, por supuesto, el terrorismo.
Para poder hacerlo, se apoyan en los informes de organizaciones que se muestran como “representativas” y que son en realidad organizaciones paralelas, creadas con nombres rimbombantes para satanizar en diferentes áreas, el accionar de los países objeto de la agresión. Son tantas las caras “legítimas” del imperialismo, que tendré que irlas descubriendo una por una.
En este primer episodio me ocuparé de las “violaciones” a los derechos humanos y a la democracia, que en el foro del Capitolio fue expuesto, o más bien dicho leído, por el señor Javier El-Hage, de la Fundación de Derechos Humanos, con sede en Nueva York.
El-Hage tuvo que salirse de los conceptos de la Carta Democrática Interamericana y citar a otros autores, para poder decir que “no sólo son dictaduras los gobiernos que toman el poder por golpes de estado, sino que también son regímenes autoritarios, aquellos que reprimen el ejercicio pleno de la democracia, inhabilitando por lo menos uno de sus tres elementos fundamentales; como ser: protección amplia de los derechos civiles, elecciones libres y competencia justa en el campo político”.
Dijo también que “de acuerdo a esos parámetros, los gobiernos de Ecuador, Venezuela y Bolivia no pueden seguir siendo considerados democracias plenas, y por lo tanto, no deben ser tratados como tales.”
Citó, como justificación para la descalificación de Bolivia, que el año 2008 “en la ciudad de Santa Cruz, la oposición salió a las calles y destrozó las instalaciones de varias instituciones gubernamentales, o cuando 50.000 partidarios del presidente Evo Morales, muchos de los cuales estaban armados con armas de fuego, amenazaron con marchar sobre Santa Cruz”.
Dijo también que en Bolivia, “bajo el pretexto de luchar contra el racismo, se sancionó una ley destinada a cerrar los medios de comunicación que son críticos al gobierno”.
Tanto esfuerzo puso el autor del documento en hacer funcionar las incoherencias de su análisis político y sesgado, que se olvidó de los derechos humanos, especialmente en Colombia.
Se olvidó de la naturaleza política de su organización, al actuar a favor de la derecha tanto en Bolivia como en Venezuela. Que han sido también vinculados con el movimiento mercenario, separatista y terrorista de Eduardo Rózsa Flores, quien inició la organización y entrenamiento de una fuerza paramilitar, en coordinación con el Comité Cívico Pro-Santa Cruz, para dividir Bolivia, atentar contra el cardenal Julio Terrazas para inculpar el gobierno, y hasta atentar contra la vida del presidente Evo Morales Ayma.
Tan preocupado estuvo por defender los derechos políticos de la corporatocracia, que se olvidó por completo de la humanidad. Olvidó que la lucha contra la pobreza y por la justicia social, son también a favor de los derechos humanos. Que la Organización de Estados Americanos (OEA), la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y varias otras organizaciones, han reconocido en diferentes aspectos el progreso en el campo social en esos tres países. Por último, olvidó decir que lo que él llama prensa libre, es en realidad prensa privada, eminentemente política y con una agenda tan descarada que ya no puede siquiera negar su parcialidad.
El señor El-Hage y su organización, portan en realidad, la careta de los derechos humanos del imperialismo. Son poderosos es verdad, pero les convendría recordar que en la era del Internet, de las redes sociales y de los medios de comunicación no alineados, las grandes corporaciones no tienen ya el monopolio de la información. Que los pueblos no les dejarán mentir tan fácilmente.
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