Los taxis de La Habana, en su mayoría vetustos coches norteamericanos que brindan servicio compartido, se enfrentan por primera vez en décadas al inusual escenario de tener que competir por los pasajeros, tras un boom de licencias para transportistas privados.
En una ciudad donde los problemas del transporte público  son crónicos es extraño ver vehículos buscando viajeros y no al revés,  pero la irrupción de cientos de nuevos taxis en los últimos dos años ha cambiado las cosas.
Las licencias a taxistas privados ha permitido reforzar  algunas rutas tradicionales e incluso abrir nuevos itinerarios, pero los  taxistas más antiguos en el negocio se quejan de que hay «mucha  presión».
«Hay más competencia, así que hay que "guapear" y correr para  recoger gente, eso hace más peligroso el trabajo», señaló a Efe Pupy, un  taxista de 52 años que conduce un chrysler 1957. Aunque fue en 2009  cuando el Gobierno de 
Raúl Castro retomó la concesión de licencias de transporte tras nueve años de suspensión, la remontada del sector llegó en 2010 con la 
apertura para el empleo autónomo y el permiso para contratar trabajadores.  Hasta entonces, las licencias para taxistas privados estaban  restringidas a un vehículo y su propietario tenía prohibido incluso  ceder su coche a un familiar o amigo para realizar ese trabajo.
 
De las casi 400.000 licencias a trabajadores del sector  privado registradas en el país hasta diciembre pasado, un 11 por ciento  pertenecen al área transportista y una buena parte se concentra en La  Habana.
«Hay demasiados "carros" (coches) y de cualquier provincia  de Cuba trabajando aquí, y La Habana no está preparada para esto, no hay  calles ni infraestructura», se quejó Héctor, otro taxista con 15 años  de experiencia.
Los más veteranos dicen que muchos conductores jóvenes  carecen de «cortesía vial», y que precisamente ellos son mayoría dentro  del nuevo grupo de «contratados», quienes en cada jornada tienen que  buscar sus ganancias más las que exige el dueño del taxi.
Hace un año, la prensa cubana calificaba de «significativo»  el aumento de los chóferes contratados por los propietarios de los  vehículos, pues entre 2010 y 2012 la cifra subió de unos 2.000 a más de  9.000.
En general, los taxistas del sector privado trabajan con coches de cinco plazas, siguen rutas ya establecidas y tienen tarifas fijas de 10 ó 20 pesos cubanos (unos 0,30 y 0,61 céntimos de euro, respectivamente) según la distancia que recorra el pasajero.
Señas con las manos
En las avenidas donde convergen taxis con diferentes rutas,  los habitantes de la ciudad usan un establecido sistema de señas con  las manos para anunciar a los taxistas qué itinerario buscan.
Es un mundo complejo: hay modernos taxis estatales de  servicio personal y tarifas exclusivas en pesos convertibles en divisas  (CUC, moneda fuerte), y otros también estatales pero «arrendados» por  chóferes que lo mismo admiten viajes compartidos que personales y cobran en cualquiera de las dos monedas que existen en Cuba.
Están, además, los taxistas sin licencia que hacen señales con las luces para ser identificados por pasajeros potenciales y los taxis privados que operan en «piqueras»  (centrales) en diferentes puntos de la ciudad, adonde hay que ir a  buscarlos, y se les puede contratar para cualquier destino.
Estos últimos generalmente son coches modernos o  procedentes del antiguo bloque socialista, pero la mayoría de los  taxistas privados conducen autos estadounidenses de fabricación anterior  a 1959. Son los populares «almendrones», el icono de los taxis en La  Habana y uno de los mayores atractivos turísticos de la ciudad, pero que  para mantenerse rodando muchos de ellos han sufrido con el tiempo una  «metamorfosis» mecánica. Por ejemplo, el desoto 1947 con el que trabaja  Héctor es un híbrido con dirección de la marca volga, un volante de  moscovitch, una caja de cambios coreana y asientos de yaris y audi.
Pupy explicó que, al aumentar el número de taxis, las autoridades  son más exigentes con el estado de esos viejos coches. «Aunque no lo  parezca», muchos cuentan con nuevos sistemas de frenos y direcciones  reforzadas, y «están bien preparados para el trabajo», remató. Como  norma, casi todos han sustituido los motores originales que eran de  gasolina por otros de diésel para ahorrar en combustible.
 
Algunos han ido más lejos y han adaptado artesanalmente al  vehículo bombonas de gas licuado como combustible, una práctica ilegal  que las autoridades han empezado a denunciar en los medios de  comunicación por su peligrosidad. Taxistas consultados por Efe creen que  el uso de gas como combustible es cosa del pasado, «cuando la cosa estaba más mala».
Pero otros afirman que algunos de esos coches, aunque  pocos, salen en horarios «tranquilos» para no llamar mucho la atención y  están en manos de gente que quiere «ahorrar y ganar rápido» en el  negocio.