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De: Maritzaj  (Missatge original) Enviat: 14/03/2011 18:10

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“Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”
Marcos 4:39 y 40


Jesús iba navegando en aquella barca en compañía de sus discípulos. El mar de Galilea se caracterizaba por un microclima que lo hacía muy particular. Grandes e imprevistas tormentas solían abatirse sobre sus aguas. Así como furiosas eran de imprevisibles. Imaginemos que dos mil  anos atrás la navegación era muy precaria. Tanto por lo rudimentario de aquellas barcas como por la imposibilidad de prevenir el clima adverso. Marcos nos relata que Jesús estaba durmiendo mientras que sus discípulos
intentaban sortear la tempestad por sus propios medios. Ante la furibunda tormenta y viendo que corrían serio riesgo de morir ahogados, acudieron presurosos al Maestro para buscar con desesperación su intervención salvadora. Entonces Jesús se despertó y, con la autoridad propia del Hijo de Dios, ordenó callar al viento y enmudecer a las olas. Y la tempestad tuvo que calmarse y el peligro dejó paso a la calma y el sosiego. Una vez más la autoridad que el Padre le había dado se había impuesto por sobre toda obra del diablo. Luego dirigió palabras de exhortación a sus seguidores. No había porque dudar, no había porque temer.
Si buscamos un paralelo entre aquella tormenta y la vida diaria podemos afirmar que navegamos en un mar azotado por las olas tempestuosas. Los problemas de salud, los familiares, las situaciones laborales, los conflictos interpersonales, además de los apremios  económicas, constituyen un cóctel tormentoso en el que el hombre de hoy intenta  no naufragar.  A duras penas intenta, como lo hicieron aquella vez los seguidores de Jesús,
sobrevivir por sus propios medios. Pero, tal cual ocurrió esa vez, sin la ayuda de Jesús salvarse es imposible.
Amigo de las mejores palabras, si te has cansado de malgastar tus fuerzas y tus esperanzas intentando sobrevivir, te animo a que vos también le entregues el timón de tu barca a Dios. Llegarás seguro al puerto de la felicidad.

 

 

 

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