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General: Cristo resucitó iniciáticamente a Lázaro
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Respuesta  Mensaje 1 de 18 en el tema 
De: Alcoseri  (Mensaje original) Enviado: 11/11/2011 14:10
Cristo resucitó iniciáticamente a Lázaro
 Las enseñanzas y los milagros de Cristo eran, en sí mismos, una representación pública de las prácticas que hasta entonces se habían llevado a cabo sólo dentro los Centros iniciáticos del los Esenios. Pero el hecho de que toda la vida de Jesucristo fuera un cumplimiento público de los cultos de iniciación de la antigüedad sólo se hizo visible con la resurrección de Lázaro. Lázaro, hermano de María Magdalena y Marta, se había sometido a una forma antigua de iniciación, que los profetas hebreos habían practicado durante cientos de años bajo el signo de Jonás. Los procesos de iniciación habían fracasado. Mientras el cuerpo astral de Lázaro planeaba por los mundos espirituales, su ego había traspasado el umbral de la muerte física. Cuando llegó el momento de sacarle de la tumba, no sólo se descubrió que había muerto, sino que su cuerpo estaba en estado de putrefacción. El Evangelio según san Juan deja bien claro que Lázaro estaba sumido en el sueño de iniciación del templo. Jesucristo dice: «Lázaro, nuestro amigo, duerme; pero voy a despertarle». Los discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, curará». Pero Jesús hablaba de su muerte iniciática y ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. Entonces Jesús les dijo claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis; pero vamos donde él»... Algunos dijeron: «¿Éste, que abrió los ojos al ciego, no pudo evitar su muerte?». Jesús se conmovió otra vez en sí mismo, y llegó al sepulcro. Era una cueva con una piedra que cubría la entrada. Jesús dijo: «Quitad la piedra». Marta, la hermana del muerto, dijo: «Señor, ya huele, pues ya lleva cuatro días». Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Quitaron entonces la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: «Padre, te doy gracias, porque me has escuchado. Yo bien sé que siempre me escuchas, pero lo he dicho por la multitud que me rodea, para que crean que Tú me has enviado». Dicho esto, gritó con voz fuerte: « ¡Lázaro, sal fuera!». Y el muerto salió atado de pies y manos con vendas, y envuelta la cara en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadle para que ande». Lázaro fue la última persona que realizó esta forma de iniciación de los profetas del Antiguo Testamento. También fue la primera alma humana que experimentó la nueva forma de iniciación que Cristo el Carpintero especulativo había traído a la humanidad: la iniciación del ego. Hasta el punto que la comprensión racional lo permita, intentemos entender cómo se produjo esta transición. El «yo inferior» de Lázaro, su ego mortal y terrenal, había sido dormido en el cuerpo físico mientras su organismo astral madurado se expandía hacia el cosmos. Si la iniciación se hubiera desarrollado con normalidad, Lázaro habría despertado para recordar estas visiones astrales de los seres espirituales en las esferas celestiales del microcosmos. También habría sentido que se había unido en la memoria con el Espíritu del Pueblo que vivía en la sangre de la raza judía. Es decir, Lázaro habría alcanzado un grado de iniciación en el que se habría ganado el derecho a llamarse a sí mismo «el israelita secreto», el rango por el que habría sido aceptado como un auténtico testigo de Jehová. Lo que esta antigua forma de iniciación no podía conseguir era la unión permanente entre el alma del hombre y su ego superior. Es decir, esta iniciación sólo podía evocar el recuerdo de la existencia del Yo eterno; no podía transformar el alma en el vehículo del espíritu individual humano. La intervención de Lucifer y Ahriman en la evolución humana habían descartado la posibilidad de que el espíritu individual humano encontrara un hogar permanente en el alma del hombre mientras éste viviera en la tierra. El alma y el espíritu sólo se unían así después de la muerte. Y esto fue exactamente lo que pasó en el caso de Lázaro cuando su iniciación fracasó y traspasó el umbral de la muerte. En este momento se unió con su ego superior, y desde este sagrado punto espiritual privilegiado, contempló el tapiz de su vida terrenal desplegándose ante él. Cristo hacía referencia precisamente al ego superior, el espíritu individual humano en este contexto, y lo denominaba «Padre». De hecho, todo el significado de la encarnación de Cristo se puede expresar con sus palabras: «Yo soy el camino, la verdad, la vida. Nadie llegará al Padre si no es a través de mí». Y con las palabras: «El padre y yo somos uno». La voz que llamó a Lázaro para que saliera del sepulcro era la de su propio ego superior. El poder que le devolvió la vida y reanimó y sanó su cuerpo era el mismo poder que emanaba del Ser Eterno. Porque la experiencia intuitiva del Ser Cristo era la misma que la de su espíritu individual humano. Cuando Cristo reemplazó al Hierofante, o Iniciado Maestro, en el ritual de la resurrección, se convirtió en el Salvador de la humanidad, el representante en la tierra del Ser Eterno que había intentado en vano introducirse en el alma de todos los nombres. De acuerdo con las tradiciones de los misterios de la antigüedad, la consciencia de sí mismo de Lázaro había sido extinguida mediante la hipnosis. Pero el hierofante original había fracasado en su intento de devolverlo a la vida. Lázaro fue llamado por el poder del Amor Infinito, el ego macrocósmico de Cristo. Para Lázaro, el cumplimiento de esta antigua tradición tenía un nuevo significado. Había vuelto a nacer con el conocimiento intuitivo de que en Cristo el alma humana podría convertirse en el cáliz del Espíritu. Lázaro fue el primer hombre que experimentó a través de Cristo la recuperación dentro de sí mismo de su ego superior. Una experiencia que san Pedro expresó más tarde en palabras después de que Cristo hubiera consumado un acto semejante para toda la humanidad a través de su muerte y resurrección en el Gólgota: «Vivo, pero no yo, sino Cristo en mí». En sus lecturas sobre el Evangelio según san Juan, se revela que Lázaro no fue el único que volvió al cuerpo cuando Cristo le resucitó. En este sentido, sus investigaciones acerca del Archivo Akásico sacaron a la superficie un hecho asombroso: Juan Bautista, que había sido decapitado por orden de Herodes Antipas unos diecinueve meses antes, también volvió a la vida en aquel momento. Y se describe que Juan y Lázaro vivían juntos en el mismo cuerpo, unidos por el objetivo, pero trabajando a diferentes niveles de actividad espiritual. Y se desarrolla aún más este misterio con la revelación de que la individualidad de Juan Bautista, que había vuelto de la tumba, es la misma que Juan el Divino, el autor del Evangelio según san Juan y de la revelación. Esta realidad se expresa en el evangelio, cuando Juan es nombrado como «aquel al que Dios amaba». Por supuesto, el Dios del Amor ofrecía su amor por igual a toda la humanidad. Esta expresión se utiliza tan sólo en el sentido de que cumple la antigua tradición de iniciación en la que el hierofante nombraba al candidato al que resucitaba «El Amado». La encarnación de Cristo en el cuerpo y la sangre del Jesús humano era el descenso del espíritu del Sol al Cáliz de la luna, la configuración que se convirtió en el símbolo del Santo Grial en la Edad Media. Cristo vino a guiar la consciencia del ego de los judíos, y después de toda la humanidad, más allá de las lealtades limitadas y llenas de prejuicios de familia, tribu y raza. Pero a fin de transformar el egoísmo humano y traer Amor Universal a todos los hombres, era necesario cambiar la naturaleza de la sangre, porque la sangre es el cáliz de la identidad tribal y racial. Y Cristo sólo podía cumplir su misión a través de la espiritualización de los elementos, a fin de que se convirtieran en el espíritu de la tierra. De hecho, Cristo dijo a Pedro (cuyo nombre Cefas significa piedra) que sobre esta roca (la tierra) construiría su Iglesia de piedras. http://groups.google.com/group/secreto-masonico


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De: Alcoseri Enviado: 04/08/2012 14:01

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De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 09/05/2015 00:57


 
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