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Cuarto Camino: LA GUERRA CONTRA EL SUEÑO
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From: Alcoseri (Original message) |
Sent: 27/01/2018 00:28 |
LA GUERRA CONTRA EL SUEÑO (Mensaje original) Enviado: 21/07/2008 07:08 p.m. ¿Cómo conseguirlo? Según Gurdjieff, la respuesta tiene dos partes. En primer lugar, el hombre debe comprometerse totalmente en la tarea de superar sus limitaciones normales. Se requiere la dedicación que llevó a algunos santos a permanecer en lo alto de una columna. En segundo lugar, debe comprender el funcionamiento de esa complicada computadora que alberga el espíritu humano. (Gurdjieff murió antes de la época de las computadoras, por lo cual utilizó la palabra «máquina»; sin duda habría considerado que el término «computadora» era más conveniente y preciso.) «Comprender la máquina». Este cuerpo es una computadora y también lo es este cerebro. Como todas las computadoras, pueden ofrecer muchas más respuestas de las que solicitamos. Pero sólo obtendremos respuestas más completas cuando las comprendamos perfectamente. El método de Gurdjieff para conseguir el primero de esos objetivos consistía simplemente en exigir un nivel de dedicación muy por encima de lo habitual. Cuando Fritz Peters, que a la sazón contaba once años, le dijo que quería «saberlo todo respecto al hombre», Gurdjieff le preguntó con tono insistente: «¿Me prometes hacer algo por mí?» Peters respondió afirmativamente y entonces Gurdjieff señaló con la mano los extensos prados del Chateau du Prieuré y le dijo que debía cortar el césped una vez a la semana. «Golpeó la mesa con el puño por segunda vez. "Debes prometerlo por tu dios". Hablaba con un tono de gran seriedad. "Debes prometerme que lo harás pase lo que pase... Debes prometerme que lo harás pase lo que pase, no importa quién trate de impedírtelo".» Y Peters añade: «Habría muerto en el intento de haber sido necesario». De hecho, Gurdjieff le hizo trabajar cada vez con más intensidad hasta el punto de que podía cortar el césped de todos los prados en cuatro días. El principio subyacente aquí es similar al del entrenamiento de un comando: se obliga al recluta a superar obstáculos cada vez más difíciles hasta que es capaz de comer alambre de espino para el desayuno. Ésta era la base del método de Gurdjieff. Pero no se trataba simplemente de desarrollar la fuerza y la atención. El trabajo duro puede llegar a convertirse en un simple hábito como cualquier otro. El objetivo de Gurdjieff era también persuadir a sus discípulos de que no adquirieran hábitos. El hábito aparece cuando se hace algo mecánicamente, con la mente «en otra parte». Los discípulos de Gurdjieff tenían que trabajar duro, pero era importante que se mantuvieran en un estado de intensa conciencia. En una etapa temprana de su vida, que en el próximo capítulo consideraremos con mayor atención, Gurdjieff se familiarizó con algunas danzas orientales que exigían una extraordinaria complejidad de movimientos. Quien haya intentado darse palmadas en la cabeza con una mano mientras se frota el estómago con la otra sabrá cuán difícil resulta. Gurdjieff ideó una serie de danzas en las que el alumno tenía que hacer algo no sólo con ambas manos sino también con los pies y la cabeza. Estas danzas se convirtieron en una parte esencial del entrenamiento para el «trabajo». Su objetivo era ampliar y extender las posibilidades del cuerpo, lo que Gurdjieff llamaba «el centro de movimiento». Es cierto que estas danzas (o «movimientos») podían llegar a ser habituales. Pero en determinadas circunstancias resultaban de una eficacia sorprendente para alcanzar nuevos modos de conciencia. Uno de los ejemplos más notables lo hallaremos en la autobiografía de J. G. Bennett, Witness, donde se describen las experiencias de Bennett con Gurdjieff en Fontainebleau (el Prieuré) en 1923. Bennett padecía una disentería, que había contraído en Oriente. Cada mañana me resultaba más difícil levantarme de la cama y mi cuerpo sufría por efecto del duro trabajo bajo el calor del sol. La diarrea constante me debilitaba, pero de alguna manera conseguía salir adelante. Finalmente, llegó un día en que no podía estar de pie. Temblaba por efecto de la fiebre y me sentía muy desgraciado ante la idea de que había fracasado. Justo en el momento en que me decía a mí mismo: «hoy me quedaré en cama», sentí que mi cuerpo reaccionaba. Me vestí y fui a trabajar como de costumbre, pero esta vez con el sentimiento inequívoco de que me sostenía una voluntad superior distinta de la mía. Trabajamos, como siempre, toda la mañana. Aquel día no pude comer, y permanecí tumbado en el suelo preguntándome si iba a morir. Gurdjieff acababa de introducir una sesión vespertina de ejercicios al aire libre en el bosque de tilos. Cuando los discípulos se reunieron bajo los árboles, me uní a ellos. Comenzamos con un ejercicio nuevo de increíble complejidad que ni siquiera los más experimentados alumnos rusos conseguían realizar. La estructura de los ejercicios había sido dibujada en la pizarra con símbolos, y la cabeza, los pies, los brazos y el torso tenían que seguir secuencias independientes. Era una tortura para todos nosotros. Pronto perdí conciencia de todo excepto de la música y' de mi propia debilidad. No dejaba de decirme a mí mismo: «En el próximo cambio me detendré...». Uno tras otro, todos los alumnos ingleses fueron abandonando, así como la mayor parte de las mujeres rusas... Gurdjieff permanecía de pie mirando con gran atención. El tiempo perdió la dimensión del antes y el después. No existía pasado ni futuro, sólo la agonía presente de mantener mi cuerpo en movimiento. Poco a poco me di cuenta de que Gurdjieff centraba toda su atención en mí. Había una petición sin palabras que era al mismo tiempo un estímulo y una promesa. No debía abandonar, aunque eso pudiera matarme. De pronto, me sentí lleno de un inmenso poder. Mi cuerpo parecía haberse convertido en luz. No sentía su presencia en la forma habitual. No existía esfuerzo, dolor, cansancio, y parecía no pesar en absoluto... Nunca me había sentido tan bien. Era diferente del éxtasis de la unión sexual, pues me sentía totalmente liberado del cuerpo. Era la exultación en la fe que puede mover montañas. Todos habían entrado en la casa para cenar, pero yo me dirigí en la dirección opuesta hacia el jardín de la cocina, donde tomé una azada y comencé a cavar. El ejercicio de cavar la tierra nos permite comprobar nuestra capacidad para el esfuerzo físico. Un hombre fuerte puede cavar muy de prisa durante un corto período de tiempo, o a un ritmo más lento durante largo tiempo, pero nadie puede obligar a su cuerpo a cavar de prisa durante un período prolongado, aunque posea una gran preparación. Sentí la necesidad de poner a prueba el poder que había penetrado en mí y estuve cavando bajo el terrible calor de la tarde durante más de una hora y a un ritmo que habitualmente no podía aguantar durante más de dos minutos. Mi cuerpo débil, rebelde y sufriente era ahora fuerte y obediente. La diarrea había cesado y no sentía ya los intensos dolores abdominales que me habían acompañado durante tantos días. Además, tenía una claridad de pensamiento que sólo había experimentado de forma involuntaria y en muy raras ocasiones... La frase «en el ojo de mi mente» adquirió un nuevo significado cuando «vi» el modelo eterno de cada cosa que miraba, los árboles, el agua que fluía en el canal e incluso la azada y finalmente mi propio cuerpo... Recuerdo haber dicho en voz alta: «ahora veo por qué Dios se esconde de nosotros». Pero ni siquiera ahora puedo recordar la intuición que originó esa exclamación. Bennett fue a pasear por el bosque y se encontró con (Gurdjieff, que empezó a hablar sobre la necesidad que tiene el hombre de «una energía emocional superior» si quiere transformarse a sí mismo. Y siguió diciendo: «En el mundo hay algunas personas, muy pocas, que están conectadas a un Gran Depósito o Acumulador de esta energía... Aquellos que pueden utilizarla pueden ayudar a otros». Claramente Gurdjieff estaba sugiriendo que él era una de esas personas y que había proporcionado a Bennett la energía necesaria para su experiencia mística. Y añadió: «Hoy has tenido un atisbo de lo que puedes alcanzar. Hasta ahora sólo habías conocido estas cosas de forma teórica, pero ahora has tenido una experiencia». Bennett siguió caminando hacia el bosque; aún tenía que vivir la parte más importante de su experiencia. Me vino a la mente una conferencia de Ouspensky. Habló de los estrechos límites dentro de los cuales podemos controlar nuestras funciones y añadió: «Es fácil comprobar que no tenemos control de nuestras emociones. Algunos imaginan que pueden estar alegres o enfadados a voluntad, pero cualquiera puede comprobar que no puede sentirse atónito cuando lo desea». A1 recordar esas palabras me dije: «Me sentiré atónito». A1 instante me sentí abrumado por el asombro, no sólo ante mi propio estado sino ante todo lo que veía o pensaba. Cada árbol era hasta tal punto único que sentí que podía caminar por el bosque durante toda la vida sin dejar de asombrarme. Entonces me asaltó el pensamiento del «miedo». En seguida me vi temblando de terror. Horrores sin nombre me amenazaban desde todas partes. Pensé en la «alegría» y sentí que mi corazón estallaría por efecto del éxtasis. Vino a mi mente la palabra «amor» y me sentí invadido por sentimientos tan maravillosos de ternura y compasión que me di cuenta de que no tenía la más remota idea de la profundidad y el alcance del amor. El amor estaba en todas partes y en todo. Era infinitamente adaptable a toda sombra de necesidad. Pasado un tiempo, resultó excesivo para mí; me pareció que si me sumergía más profundamente en el misterio del amor, dejaría de existir. Quería verme libre de ese poder de ser capaz de sentir lo que deseara y al instante me abandonó. Sin duda, Bennett atribuía gran importancia a las observaciones de Gurdjieff sobre el «Gran Depósito o Acumulador». Pero para aquel que intenta comprender la esencia de las ideas de Gurdjieff, esto es menos importante que el simple hecho de que Bennett alcanzara un control tan absoluto sobre sus emociones. En efecto, éste es el problema humano fundamental: casi permanentemente somos víctimas de nuestras emociones; nos vemos siempre impulsados de aquí para allá en una especie de montaña rusa interior. Poseemos un cierto control sobre ellas; podemos «dirigir nuestros pensamientos» -o sentimientos- para intensificarlas. Ciertamente, la imaginación es la característica humana más destacable. Los animales necesitan un estímulo físico para desencadenar su experiencia. El hombre puede concentrarse en un libro -o en una fantasía- y vivir determinadas experiencias con independencia total del mundo físico. Por ejemplo, puede imaginar incluso una relación sexual y no sólo experimentar las respuestas físicas adecuadas sino incluso el clímax sexual. Esa curiosa capacidad queda mucho más allá del poder de cualquier animal. Sin embargo, nuestra experiencia de la imaginación nos lleva a la certeza de que ésta es limitada y que por su misma naturaleza no puede ser sino una pálida copia de la experiencia «real». Las consecuencias de esta presunción inconsciente son mucho más importantes de lo que podemos pensar. Significa que asumimos que el mundo de la mente es muy inferior al mundo de la realidad física, que es una especie de fraude, de ficción. Así pues, cuando nos vemos enfrentados a una emoción dolorosa o a algún problema físico, nuestra tendencia natural es retirarnos y rendirnos. Tendemos a detenernos, no sólo como consecuencia de los diversos grados de fatiga a los que obedecemos llevados por el hábito, sino por diversos grados de autocompasión y aburrimiento. La experiencia de Bennett parece indicar que si hiciéramos un esfuerzo podríamos alcanzar un cierto control sobre nuestros sentimientos, control que en este momento nos parece milagroso. El novelista Proust experimentó durante algunos segundos una intensa conciencia de la realidad de su propio pasado -lo describe en El camino de Swann- y pasó el resto de su vida intentando redescubrir ese curioso poder. Ahora bien, esa vislumbre sería una simple consecuencia del tipo de control que experimentó Bennett. Conocer esto de forma consciente, comprender que no está en nuestra naturaleza alcanzar el punto de ruptura de forma tan rápida y fácil alteraría, sin duda, la concepción del hombre de su vida y sus problemas. El objetivo fundamental de Gurdjieff no fue otro que el de producir tal alteración en la conciencia humana. Colin Wilson G. I. Gurdjieff La guerra contra el sueño |
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Jenry Ortega se siente complacido.
Felicidades x el año nuevo q el G.A.D.U los ilumine x el camino d la virtud, a todos mis QQ:.HH d Martí Morua Delgado:. 28 de Enero:. Llanso y todos los masones d Cuba
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Message 3 of 3 on the subject |
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From: Kadyr |
Sent: 13/07/2024 01:08 |
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