|
General: Masones su historia
Escolher outro painel de mensagens |
|
De: Kadyr (Mensagem original) |
Enviado: 25/06/2025 05:30 |
¿Qué tienen en común Simón Bolívar, Mozart, Oscar Wilde, George Washington, Winston Churchill, John Wayne, Mark Twain, Rubén Darío y Cantinflas? Exacto, todos ellos fueron masones. Pero ¿cuál es el origen de los masones y qué papel han jugado en el transcurso de la historia? ¿Son tan poderosos como se cuenta? La historia de la masonería siempre ha estado envuelta en un halo de misterio debido al gran poder político y militar que ostentaron algunos de sus miembros y al carácter secreto de sus reuniones. Durante siglos, monarcas, papas y dictadores los han tratado con recelo y desconfianza por ver en las logias masónicas a grupos potencialmente subversivos, con conexiones internacionales y cuyas actividades se desarrollaban en las sombras, por debajo del radar de las autoridades. ¿Realmente tenían motivos para temerlos?
La palabra 'masón' proviene del francés 'maçon', que significa 'albañil'. Y como a los miembros de los gremios de albañiles medievales también se les denominaba 'franc-maçons', es decir, albañiles libres –en el sentido de que no estaban sujetos a un feudo ni vinculados a un único señor por contrato–, actualmente se usa de manera indistinta el término 'francmasonería' o 'masonería'. En este vídeo, por sencillez, hablaremos siempre de masones en lugar de francmasones, pero, como acabamos de explicar, significan lo mismo. El texto más antiguo conocido que habla de la masonería es el manuscrito Halliwell, también llamado Poema Regius, datado entre 1390 y 1425. Escrito en inglés medio –el que se hablaba en Inglaterra desde finales del siglo XI hasta finales del XV–, consta de 64 páginas de pergamino que contienen 794 versos pareados, de ahí que se le denomine poema.
Comienza describiendo cómo Euclides, el genial matemático y geómetra griego, fundó la masonería en Egipto. Entre los primeros versos, si los traducimos al español actual de manera libre y lo resumimos para una mejor comprensión, se narra lo siguiente: “Euclides entrecruzó las geometrías y les dio el nombre de albañilería. Ordenó a quien era más alto en este grado que enseñara al más simple de ingenio en ese honesto arte a ser perfecto; y así cada uno enseñará al otro, y se amarán juntos como hermana y hermano. Además, ese a quien él ordenó, llamado Maestro debería ser, para que fuera el más venerado; pero los masones nunca deberían llamarse entre sí ni súbdito ni sirviente. Cada uno se llamará amigo de los demás. De esta manera, gracias a su ingenio para la geometría, comenzó el oficio de albañilería. Euclides lo descubrió así, este oficio de geometría en Egipto, donde lo enseñó ampliamente. Y también en diversas tierras por doquier, antes de que el oficio llegara a esta tierra, a Inglaterra, en tiempos del buen rey Athelstan”.
Aquel monarca fue rey de Inglaterra entre los años 927 y 939. Hagamos una pausa para aclarar que, según la mayoría de los estudiosos de este texto, su autor pudo haber sido algún clérigo que, además de su vida religiosa, estuviera vinculado de algún modo a la masonería de Inglaterra, dado el profundo conocimiento que parecía tener sobre sus reglas y que en una parte del texto menciona que ya entonces había masones ajenos al oficio de constructor. Retomando la narración del Poema Regius, en este se cuenta que el rey Athelstan construyó “altos templos de gran honor” para adorar a su Dios con todas sus fuerzas y que amaba tanto el oficio de la albañilería que se propuso fortalecerlo y, a tal fin, hizo llamar a todos los albañiles del reino para escuchar sus consejos.
|
|
|
Primeira
Anterior
2 a 5 de 5
Seguinte
Última
|
|
De: Kadyr |
Enviado: 25/06/2025 05:30 |
A continuación, en una gran asamblea de masones con presencia de los nobles del reino, establecieron una serie de reglas para organizar aquel importante oficio. Algunas, desde nuestra perspectiva del siglo XXI, nos parecerán justas y sensatas; otras, en cambio.... no tanto: “Como maestro albañil, debes ser firme, leal, y pagar a tus compañeros según lo que cueste, lo que sea justo –se ordenaba en aquellas reglas–. No aceptes sobornos ni de señor ni de compañero. No hagas esclavo a tu aprendiz ni hagas aprendiz a ningún deforme, pues para el oficio sería una gran vergüenza tener un hombre cojo, y hombre tan imperfecto debería ser de poco beneficio para el oficio. Tampoco acogerás a ningún ladrón o asesino o al que tenga un nombre débil –es decir, mala reputación–, para que no avergüence su oficio.
Tu aprendiz cobrará menos que sus compañeros, pues en las tareas del oficio son más perfectos; pero deberás formar a tu aprendiz para que su salario aumente pronto. Ningún albañil trabajará de noche, y ningún maestro suplantará a otro ni asumirá su obra si esta pesa ya diez libras; a menos que la obra en cuestión está tan mal hecha que queda en nada; en ese caso, un albañil puede intervenir a fin de que la obra, para beneficio de los señores, se salve.
Pero ningún albañil hablará mal del trabajo de sus compañeros”. El Poema Regius prosigue hablando de otros temas, como la Torre de Babel, las Siete Artes Liberales o los buenos modales dentro de una iglesia y en la vida en general, pero, como decimos, destaca por ser el texto más antiguo que hace referencia a la masonería. Es, por tanto, el primero de los conocidos como Antiguos Cargos de las logias masónicas, unos 130 documentos de entre los siglos XIV y XVIII que describían los deberes de sus miembros. Cada masón debía jurar una parte de ellos como requisito para ser admitido. Por lo general, los Antiguos Cargos comenzaban con una oración, una invocación a Dios o una declaración general, seguida por una descripción de las Siete Artes Liberales –es decir, la lógica, la gramática, la retórica, la aritmética, la geometría, la música y la astronomía– en la que se ensalzaba a la geometría por encima de todas las demás. A continuación, se relataba la historia del oficio de masón, siempre muy similar a la relatada en el Poema Regius y, por último, se explicaban los reglamentos de la logia y los del oficio de la masonería en general, que los miembros estaban obligados a cumplir.
Tras el Poema Regius, el texto más antiguo es el Manuscrito Cooke, de entre 1410 y 1420. Escrito en prosa, su contenido es parecido, pero ahonda más en las supuestas raíces históricas de la masonería, remontándose hasta el Génesis bíblico, en concreto a Yabal, uno de los descendientes de Caín, a quien en la Biblia –Génesis, 4:20– se describe como el “antepasado de todos los que viven en tiendas y crían ganado”. Pues bien, según el Manuscrito Cooke –llamado así por el editor que lo publicó en 1861, Matthew Cooke–, Yabal descubrió la geometría y se convirtió en el primer Maestro Masón. A su vez, otros descendientes de Caín también fueron pioneros en distintas artes y oficios: Yubal descubrió la música; Tubalcaín, la metalurgia y la herrería; Naamá, los tejidos...
Cuando supieron que Dios planeaba destruir la Tierra mediante el fuego o el agua, inscribieron todos sus conocimientos en dos pilares de piedra: uno sería inmune al fuego y el otro, al agua. Muchas generaciones después del Diluvio Universal, ambos pilares fueron descubiertos –aunque, en nuestra opinión, por la propia lógica del relato, el que solo era inmune al fuego no debería haber perdurado, ¿no?–. El caso es que uno de los pilares fue hallado por Pitágoras; y el otro, por el sabio Hermes Trismegisto. Aquellos conocimientos se transmitirían a Nimrod, quien fue el arquitecto de la Torre de Babel –siempre según el Manuscrito Cooke– y, a través de este llegaron a Abraham, que a su vez transmitió todo aquella sabiduría acerca de las artes a los egipcios, con quienes se encontraba Euclides.
En Egipto aprendieron la masonería los hijos de Israel y, siglos más tarde, desde el Templo de Salomón, llegó a Francia. Y de Francia, a la Inglaterra del rey Athelstan. De acuerdo, estas que os acabamos de relatar son las raíces míticas de la masonería que, con mayor o menor grado de credulidad, algunas de las logias masónicas de siglos posteriores siguieron incluyendo en sus textos fundacionales y contribuyeron a extender esa pátina de misticismo que popularmente se asocia a la masonería. Autores posteriores, especialmente a partir del siglo XVIII, añadieron todo tipo de personajes a las supuestas raíces de las logias, desde Moisés o Noé hasta los druidas o los Caballeros Templarios –estos últimos, como posible cadena de transmisión de la masonería entre el Templo de Salomón y Europa Occidental–, pero, como decimos, se trata de leyendas redactadas muy posteriormente sin registros históricos que las sustenten.
Si nos ceñimos a la historia comprobable, los orígenes de las logias masónicas se remontan a los gremios medievales de canteros, asociaciones de artesanos que se agrupaban fraternalmente a fin de regular su oficio y transmitir, proteger y preservar el conocimiento técnico. Las primeras evidencias documentadas de este tipo de masonería operativa se remontan a la Escocia de finales del siglo XVI, si bien los historiadores coinciden en que previamente ya existían organizaciones de canteros, aunque más pequeñas e informales, por toda la Europa medieval.
Un hecho que diferenciaba a los canteros de otros gremios artesanales era que ellos, con frecuencia, debían viajar de una región a otra, en función de que tal o cual monarca o noble decidiese emprender y financiar un proyecto de construcción de cierta envergadura. Con la ayuda de algunos parientes o amigos, casi cualquiera podía construir una casa para su familia, con mejor o peor maña, pero para erigir un puente, una iglesia o incluso una catedral hacían falta sólidos conocimientos técnicos, matemáticos y geométricos que solo poseían los maestros albañiles. Esa movilidad condujo al desarrollo de la conocida como 'Palabra Masónica' o 'Palabra del Masón', un sistema secreto para reconocer a los artesanos de distintas regiones que estuvieran realmente cualificados.
A falta de credenciales académicas como las actuales, aquellos constructores primitivos conocían una serie de signos, señales, apretones de manos especiales y palabras confidenciales que servían para demostrar su grado como masón y, por tanto, sus capacitaciones técnicas. Para que estos signos y contraseñas resultasen útiles debían ser secretos por necesidad; de lo contrario, si se divulgaban, perderían cualquier valor como credencial de aptitud. Aquel secretismo y sus misteriosos códigos, vinculados a la posesión de conocimientos exclusivos e importantes, sirvieron de simiente para alimentar las leyendas posteriores en torno a las logias masónicas. El término 'logia', por cierto, provenía del franco 'laubja', que significa 'cobertizo' y que los canteros empleaban para referirse a los talleres o refugios temporales en los que trabajaban, y almacenaban herramientas.
Algunas veces, también dormían en ellos y, con el tiempo, la palabra logia pasó a designar además las propias agrupaciones de masones. Los maestros masones medievales que construyeron grandes obras, como las catedrales, se hicieron ricos, y gozaban de gran respeto. Eran los arquitectos de su época y para elaborar sus planos empleaban grandes compases y escuadras, de ahí que estas herramientas aparezcan con frecuencia en los emblemas de las logias masónicas. Por cierto, quizá os estéis preguntando qué significa esa letra G que también aparece en muchas insignias masónicas. Representa la ciencia más importante, la Geometría, y se cree que también simboliza a Dios, como el Gran Geómetra creador de todo, aunque en la tradición anglosajona también se suele señalar que sería la inicial de la palabra 'god', es decir, 'dios'.
|
|
|
|
De: Kadyr |
Enviado: 25/06/2025 05:30 |
No está claro cómo se produjo el paso de la masonería operativa –o sea, las organizaciones de albañiles dedicadas a la aplicación práctica de su oficio– a la masonería especulativa moderna, en la que sus miembros ya no se centran en la construcción física, sino en la construcción espiritual y ética del individuo, buscando el perfeccionamiento moral y cultural de sus miembros. Una de las hipótesis más factibles, apoyada por registros históricos hallados en Escocia, señalan que, a mediados del siglo XVII, conforme la construcción de grandes templos decayó y, con ella, la importancia de los canteros, las logias de masones empezaron a aceptar como miembros a personas de distintos oficios –a los que denominaban “aceptados” o “caballeros”–, quienes se interesaban más por los aspectos filosóficos e intelectuales y la confraternización que por la transmisión y la aplicación práctica de conocimientos técnicos.
La primera admisión registrada de “aceptados” ajenos al oficio de la albañilería data del 3 de julio de 1634, en la Logia de Edimburgo número 1. Se considera que la masonería, tal como la entendemos hoy en día, apareció en 1717 en Londres, con la creación de la Gran Logia de Inglaterra. Su texto fundador, las Constituciones de Anderson, fue redactado en 1723. En él se resalta, sobre todo, la tolerancia en materia religiosa y política, pero se afirma textualmente que el masón “nunca será un estúpido ateo ni un libertino sin religión”. Es decir, que podías pensar lo que quisieras acerca de la religión... mientras creyeras en Dios. Por ello, las logias masónicas, en cierto modo, fueron percibidas por la Iglesia como una segunda religión, una con sus propios rituales y misterios.
Y eso, sumado a la notoriedad de algunos de sus miembros, suponía un riesgo incierto pero latente para la Iglesia, de ahí que en 1738 el papa Clemente XII emitiera contra la masonería la bula 'In Eminenti Apostolatus Specula', en la que condenaba a las logias masónicas por sus “pactos impenetrables y juramentos peligrosos” y prohibía a los católicos afiliarse a ese tipo de sociedades bajo pena de excomunión. Un siglo y medio más tarde, otro papa, León XIII, en su encíclica 'Humanum Genus', condenaría también la masonería por sus principios filosóficos, especialmente por el naturalismo y la separación entre Iglesia y Estado. En opinión de León XIII, la masonería promovía un orden social contrario a los principios cristianos. Durante la Ilustración, el movimiento intelectual y filosófico que surgió en Europa a finales del siglo XVII y prosiguió hasta bien entrado el XIX, muchos de los pensadores que estaban a favor del conocimiento adquirido a través del racionalismo y el empirismo, y cuyas ideas chocaban con el absolutismo y el poder de la Iglesia sobre el Estado, formaron nuevas logias masónicas o se unieron a ellas.
En ellas podían reunirse, de manera secreta, o al menos discreta, con gente afín a las nuevas ideas que compartían sus intereses. Los masones celebraban rituales, sí, y tenían jerarquías –incluso bastante rocambolescas en algunos casos–, pero en las logias se defendía la libertad de pensamiento y se convirtieron en espacios donde podían fluir los debates políticos y las ideas ilustradas sin temor a represalias. Porque, aunque en aquella época comenzaron a surgir por toda Europa diferentes academias y reales sociedades científicas, así como agrupaciones económicas de amigos del país, todas ellas estaban vinculadas al poder establecido, se encontraban bajo el mando del despotismo ilustrado. Y, por tanto, en ellas nadie se atrevía a contravenir el statu quo del Antiguo Régimen.
En las tertulias, salones y cafés había un mayor ambiente de libertad, pero incluso allí había que tener mucho cuidado con lo que se expresara en voz alta, pues, al ser públicos, muchas eran las personas que deambulaban por ellos y no había manera de que conocieras a todos: nunca podías saber quién era un vigilante de las autoridades o quién decidiría señalarte como un posible revolucionario a cambio de una recompensa o simplemente para perjudicarte. En las reuniones de las logias, en cambio, solo participaban quienes hubieran sido iniciados como miembros tras ser invitados y haber pasado una serie de filtros de selección y juramentos. Por tanto, los masones podían sentirse razonablemente seguros para expresarse con libertad en compañía de sus hermanos de logia.
O hermanas, porque en muchas de ellas también podían participar las mujeres. Como hemos mencionado, en las logias había jerarquías, pero estas se establecían a partir de una base de igualdad entre sus miembros, quienes, al margen de las particularidades de cada logia, solían elegir en asamblea todas las decisiones relevantes, desde el proceso de iniciación de los nuevos miembros a las reformas de sus estatutos y reglamentos, pasando también por la elección de los cargos. No es de extrañar que muchos de los ilustrados más celebres fueran también masones. Montesquieu, por ejemplo, fue iniciado en 1730 en Londres, en la logia Horn, de Westminster, a la que también pertenecían el duque de Norfolk y el duque de Richmond.
El célebre Voltaire también fue masón: lo admitieron en la logia Neuf Soeurs –es decir, Nueve Hermanas– de París en 1778. Aunque para entonces ya tenía 84 años y falleció tan solo siete semanas después, aceptó el nombramiento por no querer despreciar el honor que le hacían los miembros de aquella logia –fundada, entre otros, por el destacado astrónomo Joseph Jérôme de Lalande–; pero, de hecho, catorce años antes, en su obra 'Dictionnaire philosophique', Voltaire se había burlado de “los pobres masones y sus aburridos misterios”. En sus ritos de iniciación como masón, Voltaire contó con la ayuda de otra personalidad ilustre: Benjamin Franklin, quien por entonces vivía en París como embajador de los Estados Unidos y había ingresado en la Neuf Soeurs el año anterior.
El caso de Franklin, quien llegaría a ser nombrado Venerable Maestro de aquella logia, es especialmente relevante, porque fue uno de los personajes célebres más activos en el terreno de la masonería. En 1730 o 31, con apenas 25 años, se unió a la Logia de San Juan de Filadelfia y formó parte del comité que redactó sus estatutos. A pesar de que, por lo general, los hermanos de las grandes logias solo empiezan a recibir cargos tras varios años de servicio, Franklin fue nombrado Segundo Vigilante de la Gran Logia de Pensilvania transcurrido tan solo uno, y en 1734, antes de cumplir la treintena, ya era Gran Maestro. Fue Franklin quien publicó 'Las Constituciones de los Francmasones', el primer libro masónico impreso en Estados Unidos. En realidad se trataba de una reimpresión de las Constituciones de Anderson –¿recordáis?, el texto que sentó las bases de la Gran Logia de Inglaterra–.
Los ejemplares de aquella publicación de Franklin se consideran valiosos tesoros en las diversas bibliotecas masónicas repartidas por el país norteamericano. Pero Franklin no limitó su actividad masónica al continente americano, también visitó diversas logias de Europa y se inició en un puñado de ellas. Por ejemplo, además de ingresar en la mencionada Neuf Souers parisina, en 1760, fue elegido Gran Maestro Provincial de la Gran Logia de Inglaterra. En total, Franklin fue un masón muy activo durante 60 años. Por supuesto, no podemos hablar de los masones en Estados Unidos sin mencionar a otro Padre Fundador del país, George Washington. La masonería había llegado a las costas norteamericanas procedente, al igual que los colonos, de Inglaterra. Hay constancia de logias organizadas en Norteamérica desde la década de 1730.
También entre las filas del ejército británico. Más adelante, cuando estalló la guerra de Independencia, en casi todos los regimientos había una logia masónica; al igual que las había en muchos de los regimientos del ejército colonial. Pero la fraternidad entre masones no estaba por encima de las lealtades patrióticas: en los campos de batalla no importaba ser masón o no a la hora de dispararse mutuamente. En septiembre de 1752 se estableció en Fredericksburg, Virginia, una logia masónica y dos meses más tarde George Washington, con solo 20 años, se convirtió en uno de sus primeros aprendices. En apenas un año, logró progresar hasta convertirse en Maestro Masón.
El grado de influencia de los masones en los acontecimientos que condujeron a la Independencia de Estados Unidos es muy debatido, pero la mayoría de historiadores considera que se ha exagerado enormemente. Es cierto que muchas figuras destacadas de aquellos eventos eran masones, pero eso no establece una relación causa-efecto. Las motivaciones políticas y económicas impulsaron por igual a los independentistas, sin necesidad de pertenecer a ninguna logia, y los ideales revolucionarios de igualdad y fraternidad bebían de la Ilustración y, en última instancia, del cristianismo.
De hecho, los líderes de la mayoría de las grandes logias que había en Norteamérica eran leales al rey de Inglaterra. De los siete Grandes Maestros de provincias, cinco apoyaron a Jorge III. Dicho esto, es cierto que, de las 39 firmas que aparecen en la Constitución de los Estados Unidos, se sabe que trece eran de masones, y hay indicios de que otros siete firmantes podrían haberlo sido también. Uno de los grandes héroes de la guerra de Independencia para los estadounidenses, el francés marqués de Lafayette, quien fue nombrado general de división en el Ejército Continental y desempeñó un papel clave en batallas tan importantes como la de Yorktown... era masón. ¿Adivináis en qué logia se había iniciado? Sí, justo: en la Neuf Soeurs de París. Pero, como ya hemos mencionado, ser masón no era sinónimo de ser antirreligioso ni revolucionario, ni mucho menos. Ni siquiera ilustrado. De hecho, en Francia, algunos de quienes se oponían con mayor vehemencia a los filósofos de la Ilustración y a los enciclopedistas, como el dramaturgo Charles Palissot de Montenoy –autor de la comedia 'Los filósofos'– o el político y periodista Louis Fréron también eran masones. El objetivo de las logias no era subvertir el orden establecido, sino favorecer el desarrollo personal de sus miembros. Muchos de quienes se unían a ellas lo hacían impulsados por un espíritu inquieto y curioso, pero no menos lo hacían por moda y por obtener contactos, del mismo que se pueden buscar hoy en día en los clubes sociales o las universidades privadas elitistas.
De todos es sabido que codearse con personas de cierto poder y compartir con ellas rituales y secretos puede ofrecer interesantes oportunidades para prosperar más allá de las reuniones, en el mundo real. Los masones empleaban música en sus rituales, y en el siglo XVIII también se unieron a logias destacados compositores, como Joseph Haydn o el célebre Wolfgang Amadeus Mozart, quien fue masón durante los últimos siete años de su vida. Fue admitido como aprendiz en la logia de Viena llamada Zur Wohltätigkeit, que significa 'Beneficencia', el 14 de diciembre de 1784, y se convirtió en Maestro Masón en un plazo increíblemente breve, porque apenas cuatro meses más tarde, el 22 de abril del 85, ya figuraba con ese grado en los archivos de la logia. Se sabe que asistió a reuniones de otras logias austriacas, y que en todas ellas era bienvenido, dada su gran reputación como músico.
No obstante, su vinculación con la masonería le costó que, tras el fallecimiento del emperador José II, la corte del nuevo monarca austriaco, Leopoldo II, le hiciera el vacío. Y es que se relacionaba a los masones con los jacobinos de Francia, donde acababa de iniciarse la Revolución, y los monarcas europeos temían que aquel fuego pudiera extenderse a sus territorios. A Mozart, aquello le afectó anímicamente. Pero igual que un enfermo terminal parece recuperar las fuerzas en sus últimos momentos, Wolfgang recuperó su fuerza creativa en sus últimos trece meses de vida y escribió 'La flauta mágica', una de sus mejores obras, en la que ensalzaba a la masonería. Paradójicamente, también hay historiadores que creen que fueron los masones quienes acabaron con su vida, envenenándolo. ¿El motivo? Supuestamente, lo habrían asesinado precisamente por revelar en aquella ópera, 'La flauta mágica' –que se estrenó el mismo año de su muerte, 1791–, secretos y rituales masónicos. En España, la primera logia fue fundada en 1728 en Madrid por seis ingleses y fue conocida como 'La Matritense'.
Estaba adscrita a la Gran Logia de Inglaterra. Pero durante el siglo XVIII fueron muy pocas las logias que se fundaron en España, y casi siempre fueron creadas por comerciantes o militares extranjeros. Y es que la Inquisición española se encargó de perseguirlas en cuanto surgían, haciendo cumplir la bula del papa Clemente XII y una Real Cédula promulgada por el rey Fernando VI en 1751 que prohibió la masonería. No fue hasta el siglo XIX, con la invasión de las tropas napoleónicas, cuando en España comenzaron a surgir un número significativo de logias masónicas, pero, en realidad, eran un instrumento político de Napoleón, de quien no hay pruebas de que fuera un masón formalmente iniciado pero sí mantuvo una relación estrecha con la masonería. De hecho, su hermano José Bonaparte, a quien colocó como rey de España, sí había sido iniciado como masón, en una logia de Marsella, en 1793. Como decíamos, las logias que surgieron en España durante la ocupación francesa –algunas con nombres tan significativos como el de 'Los Amigos Fieles de Napoleón'– estaban formadas en su gran mayoría por franceses o afrancesados, y cuando las tropas napoleónicas fueron expulsadas de la península ibérica y regresó el absolutismo encarnado en Fernando VII, la Inquisición volvió a perseguir la masonería. Curiosamente, el gran antagonista de Napoleón en los campos de batalla, el duque de Wellington, también era masón.
Se inició en Irlanda, en la logia número 494 Trim de Meath, y también fue miembro de la logia El Gran Firmamento, de Londres. Y es que, como comentamos en el caso de la guerra de Independencia estadounidense, y a pesar de las múltiples hipótesis que circulan por internet acerca de los masones como un sólido organismo supranacional capaz de orquestar guerras y alianzas entre naciones, los datos históricos han corroborado, una y otra vez, que pertenecer a una logia masónica pesaba menos en las motivaciones de los individuos que otras cuestiones como la fidelidad a una bandera, a un monarca, a una fe religiosa, a una ideología política o a los propios intereses económicos. Si un masón podía echar una mano a otro hermano masón, así lo haría; de igual modo que esperaría recibir una ayuda similar en un momento dado. Pero la diversidad de intereses de los masones, incluso dentro de una misma logia, era tan amplia como la de los miembros que la componían.
Y ningún Maestro Masón podía imponer su voluntad al resto de sus hermanos para que la obedecieran ciegamente: las decisiones importantes se tomaban de modo asambleario. Por otro lado, sí es cierto que siempre ha habido múltiples conexiones internacionales entre las distintas logias masónicas especulativas. Muchas de ellas se creaban en nuevos territorios siguiendo el ritmo de las colonizaciones, como extensiones de grandes logias de las metrópolis. Eso ayudó a propagar universalmente, entre algunos grupos de las élites, tanto de la nobleza como de la burguesía, las ideas ilustradas acerca del racionalismo, la libertad de pensamiento, la igualdad y la fraternidad. En esa línea, la masonería estuvo presente también en los procesos independentistas de Sudamérica. Aunque es muy debatido aún si el venezolano Francisco de Miranda, considerado el precursor de la emancipación americana contra el Imperio español, llegó a ser iniciado como masón, sí hay indicios de que mantenía conexiones con individuos que pertenecían a organizaciones masónicas.
Pero eso, como ya hemos visto, tampoco tenía nada de extraordinario en los círculos de poder de aquella época y no implica que Miranda fuera masón. Porque no existe ninguna prueba de que así fuera y las logias masónicas, a pesar de su supuesto secretismo, no eran especialmente reservadas a la hora de filtrar que entre sus hermanos se encontraba alguna figura relevante, ya que esta serviría como imán para que otros quisieran unirse a sus filas y, además, aumentaba el prestigio global de todos sus integrantes. Otras dos figuras clave de las independencias americanas de las que se suele decir que eran masones son Simón Bolívar y José de San Martín.
Supuestamente, ambos habrían sido iniciados en España, curiosamente en logias de la misma ciudad: Cádiz. Veamos primero el caso de José de San Martín, quien ha pasado a la historia como libertador de Argentina y Chile, además de por haber proclamado e impulsado la independencia de Perú. Nació en la localidad de Yapeyú, que por entonces se encontraba en la provincia jesuítica del Paraguay, dentro del Imperio español, y que actualmente pertenece a Argentina. Sin embargo, cuando tenía tan solo seis años, su familia se trasladó a España y se asentó en la ciudad de Málaga. Tras estudiar en el Real Seminario de Nobles de Madrid y en la Escuela de Temporalidades de Málaga, se alistó en el ejército español e hizo carrera en el Regimiento de Murcia.
En julio de 1808 combatió contra las tropas napoleónicas en la famosa batalla de Bailén, que se saldó con victoria española. Quienes aseguran que era masón sostienen que, unos meses antes de la batalla de Bailén, San Martín había sido iniciado como masón en la Logia Integridad de Cádiz, cuyo Venerable Maestro era el general Francisco María Solano, marqués del Socorro. Poco después, se afilió a la Logia Caballeros Racionales nº 3, también de Cádiz, donde alcanzó el grado de Maestro Masón.
Esos son los datos que suelen encontrarse en muchas biografías del militar, pero, para ser precisos, hay que señalar que no está claro que la referidas logias de Cádiz llegasen a existir realmente, y menos que fuesen organizaciones masónicas. En aquel año, en Cádiz había muchas organizaciones secretas de todo signo, pero no necesariamente eran logias masónicas. San Martín fue ayudante de campo del general Solano, marqués del Socorro, pero tampoco hay registros de que este fuera masón. Juntos compartieron eso sí, un triste episodio de la historia española. El 28 de mayo de 1808, tras las abdicaciones de los Borbones españoles, el alzamiento del pueblo de Madrid contra los franceses y los fusilamientos del día siguiente, 3 de mayo, llegó a Cádiz una solicitud de la Junta de Sevilla para que Cádiz se adhiriera al levantamiento contra los invasores. El general Solano reunió entonces a los generales de la provincia y, tras consultar con ellos, preparó un bando para reclutar tropas y declarar la guerra a Francia.
Pero mientras tanto, se exaltaron los ánimos entre el pueblo de Cádiz, que también había conocido las noticias y comenzó a solicitar que se repartieran armas para atacar a los franceses. Como estos habían sido considerados aliados de los españoles hasta ese momento, en el puerto de Cádiz se encontraba una flota francesa cuyo almirante, Rosily-Mesros, tuvo la astucia de alternar sus barcos fondeados con los españoles de un modo estratégico para tener estos a tiro de cañón de sus navíos. Al mismo tiempo, los españoles no podían cañonear a los barcos franceses desde tierra sin alcanzar a los suyos propios.
La inacción en el puerto hizo que se propagara entre la población el rumor de que el general Solano no quería luchar contra los franceses porque era un traidor y, a pesar de que este tenía ya lista la declaración de guerra sobre la mesa de su despacho, una muchedumbre, armada con piezas de artillería procedentes del arsenal, recién saqueado, avanzó imparable hacia la Capitanía. La masa, furiosa, derribó las puertas, hirió al capitán José de San Martín –se cree que por confundirlo con Solano– y buscaron al general, que se vio obligado a huir. Se refugió en casa de una amiga suya irlandesa, María Tucker, pero allí dio con él un grupo armado.
Pese a que el general Solano se defendió y mató a uno de los asaltantes de la casa, lograron reducirlo y lo condujeron, maniatado, hacia la plaza de San Juan de Dios, donde habían improvisado un patíbulo para ahorcarlo. Mientras lo llevaban hacia allí, una mano lo apuñaló por la espalda, matándolo al instante. Unos historiadores creen que fue algún exaltado, que no pudo controlar su odio contra el falso traidor. Otros, que el asesino fue algún amigo de Solano, piadoso, para ahorrarle la humillación de perecer ahorcado como un criminal.
Volviendo al asunto de los masones, de San Martín se suele afirmar que lo fue porque unos años después, ya en América, participó en la fundación de la Logia Lautaro, una organización con diferentes filiales fundada en 1812 por revolucionarios hispanoamericanos con el objetivo de coordinar acciones en favor de la independencia de los territorios americanos bajo control español. Sin embargo... a pesar de que su nombre parezca indicar lo contrario, la Logia Lautaro no era una organización masónica, sino, como hemos dicho, una sociedad secreta de carácter político con un objetivo concreto. ¿Y que hay de Simón Bolívar? De él también se cuenta que fue masón, iniciado en Cádiz, pero en su caso ni siquiera se indica en qué logia entró como aprendiz. El problema es que actualmente se sabe que la primera logia masónica que hubo en Cádiz se constituyó en 1807 y, para entonces, Bolívar –quien, al igual que San Martín, se educó en la España peninsular– ya había regresado al otro lado del Atlántico.
También se dice que fue iniciado en la Logia Lautaro, pero, aunque así fuese, eso no significaba ser masón, como acabamos de explicar. Lo mismo sucede con una larga lista de organizaciones más o menos secretas con las que se vincula su nombre: Reunión de Americanos, Conjuración de Patriotas, Unión Americana, Caballeros Racionales, Supremo Consejo de América... No tenían relación con la masonería. No obstante, Bolívar... sí fue masón. Al menos brevemente, durante su estancia en París entre los años 1804 y 1806. Eso es lo que demuestra un acta masónica que da fe de que recibió el grado de compañero masón, el segundo grado tras el de aprendiz. No se sabe dónde fue iniciado, pues en el documento –una hoja del libro de actas de la logia San Alejandro de Escocia, ubicada en la capital francesa– no se indica, pero en él se puede leer: “(...) El Venerable ha propuesto elevar al grado de Compañero al hermano Bolívar, recientemente iniciado, a causa de un próximo viaje que está en vísperas de emprender.
Habiendo sido unánime la opinión de los hermanos para su admisión y el escrutinio favorable, el hermano Bolívar ha sido introducido en el templo, y tras las formalidades de rigor ha prestado al pie del trono la obligación acostumbrada, situado entre los dos Vigilantes, y ha sido proclamado caballero Compañero masón de la Logia Madre Escocesa de San Alejandro de Escocia”. Por último, no podemos cerrar el tema de los libertadores sudamericanos sin responder a la pregunta que las mentes curiosas chilenas nos estáis enviando telepáticamente. ¿Bernardo O'Higgins fue masón? No hay prueba de ello. Al igual que en el caso de San Martín, su fama de masón responde principalmente a su vinculación con la Logia Lautaro.
Y, por cierto, nos apuntamos este tema, el de la Logia Lautaro, para dedicarle un vídeo completo en el futuro, porque tiene mucha tela que cortar. Para resumir el vídeo de hoy, es cierto que los masones han estado implicados en muchos hechos trascendentales de la historia, pero eso no significa que hicieron las cosas que hicieron por recibir órdenes secretas de su logia o por contubernios con otros masones. La mayoría era masón del mismo modo en el que hoy se podría pertenecer a un club de campo o a la asociación de antiguos alumnos de una universidad. Un buen ejemplo de esto lo ofrece el caso de otro célebre masón, Winston Churchill.
Fue iniciado en 1901, a los 27 años, en la logia número 1591 de Studholme, pero según sus biógrafos nunca progresó dentro de la orden ni fue un masón activo. La Churchill Society, que protege el legado del antiguo primer ministro, afirma incluso que Churchill renegó públicamente de la masonería en 1912. Las logias masónicas tienen ya muy poco de secreto, son más bien grupos privados de amigos, más o menos discretos, que comparten algunos símbolos y rituales pintorescos. En la actualidad, se estima que, en todo el mundo, hay unos seis millones de masones. ¡Esperemos que no se pongan todos de acuerdo para hacerse con el control del planeta! ¿Y vosotros? ¿Qué opináis del poder de los masones? ¿Creéis que han controlado los hilos de la historia en secreto?
|
|
|
|
De: Kadyr |
Enviado: 25/06/2025 05:31 |
|
|
|
De: Kadyr |
Enviado: 25/06/2025 05:43 |
|
|
Primeira
Anterior
2 a 5 de 5
Seguinte
Última
|
|
|
|
©2025 - Gabitos - Todos os direitos reservados | |
|
|