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General: La Guerra Psíquica entre Masones y Nazis
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De: Kadyr  (Missatge original) Enviat: 24/07/2025 02:20
La Guerra Psíquica entre Masones y Nazis  


Alejados de la vista del mundo, donde los velos del tiempo y el espacio se entretejen con los hilos invisibles del poder, se libró una batalla que trascendió los campos de guerra y las trincheras polvorientas  de la Segunda Guerra Mundial. No fue sólo  un conflicto de ejércitos y naciones, sino un choque titánico entre fuerzas ocultas, un duelo de voluntades esotéricas que determinaría el destino de la humanidad. En un lado, Adolf Hitler, un iniciado de las tinieblas, un hombre consumido por un odio visceral y un fervor místico distorsionado, que buscaba doblegar al mundo bajo el yugo de su Tercer Reich. En el otro, un conciliábulo de guerreros  masones, guardianes de antiguos secretos, cuya influencia en los planos invisibles moldeó el rumbo de la historia. Esta es la crónica de los masones que, desde las logias sagradas, derrotaron al führer y su nefasto esoterismo.
El Ascenso del Iniciado Oscuro
Adolf Hitler, nacido el 20 de abril de 1889 en Braunau am Inn un Pueblo en Austria, no era un simple mortal. Su alma estaba impregnada de un fuego oscuro, un ocultismo pervertido que lo llevó a abrazar símbolos arcanos y rituales prohibidos. Instruido en las artes esotéricas, Hitler no sólo  veía en la Masonería un enemigo político, sino un adversario cósmico. Conocía el poder de los masones, no el de sus instituciones visibles, sino el de sus rituales secretos, sus Egregores emanados de la psique  —esas luminosas entidades psíquicas formadas por la voluntad colectiva de los iniciados—capaces de influir en los destinos de naciones enteras. En su paranoia, temía que las logias, con su conocimiento de los planos invisibles, fueran la clave para frustrar su visión de un Reich milenario.
Desde el ascenso del Partido Nazi, Hitler desató una cruzada implacable contra la Masonería. En 1933, cuando asumió el poder, ordenó la disolución de las diez grandes logias de Alemania. Las bibliotecas masónicas fueron saqueadas, sus archivos profanados, y los objetos rituales—compases, escuadras, mandiles sagrados—fueron exhibidos como trofeos en una exposición anti-masónica organizada por Joseph Goebbels en Múnich en 1937. Pero no era sólo  un acto de propaganda. Los nazis, liderados por la Gestapo, torturaron a maestros masones en los campos de concentración, desde Dachau hasta Auschwitz, buscando arrancarles los secretos de su poder. Querían desentrañar los misterios de los rituales masónicos, seguros  que podrían apropiarse de su fuerza para alimentar su maquinaria de guerra y dominación.
La persecución se extendió como una plaga. En Austria, tras la anexión, los maestros de las logias vienesas fueron enviados al infierno de Dachau. En Checoslovaquia, Polonia, Holanda y Bélgica, las logias fueron clausuradas, sus miembros perseguidos, sus templos profanados. Hermann Goering, en una reunión con el Gran Maestro von Heeringen en 1933, fue claro: "No hay lugar para la Masonería en la Alemania nazi." Pero lo que los nazis no comprendían era que el poder masónico no residía en edificios ni en objetos, sino en la voluntad unificada de sus iniciados, un poderoso  Egregor que trascendía el tiempo y el espacio, capaz de modificar la realidad de Naciones enteras.
Frente a esta oscuridad, tres figuras colosales se alzaron, todas unidas por el mandil y la escuadra, todas iniciadas en los misterios de la Masonería: Winston Churchill, Franklin Delano Roosevelt y Harry S. Truman. No eran sólo  líderes políticos; eran adeptos de un conocimiento antiguo, guardianes de un legado que remontaba a los constructores de las pirámides y los templos de Salomón. Cada uno, desde su esfera de influencia, tejió un plan no sólo  estratégico, sino místico, para contrarrestar el avance de Hitler.
Winston Churchill, descendiente de la nobleza inglesa, no sólo  era un orador formidable, sino un maestro en el arte del ocultismo masónico. Sus discursos, cargados de un ritmo casi hipnótico, parecían invocar fuerzas más allá de lo humano. Se decía que, en las noches más oscuras de la Blitz, Churchill se retiraba a su estudio en Chartwell, donde, bajo la luz de velas dispuestas en patrones geométricos, realizaba rituales masónicos  para fortalecer el espíritu de Inglaterra. Su risa, su capacidad para burlarse de sí mismo, no era mera excentricidad; era un escudo psíquico, una forma de desviar las energías negativas que Hitler proyectaba desde Berlín. Churchill sabía que la guerra no se ganaba sólo  con tanques y aviones, sino en los planos invisibles del mundo Astral, Causal  y Mental , donde las voluntades chocan y los destinos se deciden.




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Resposta  Missatge 2 de 3 del tema 
De: Kadyr Enviat: 24/07/2025 02:20
Franklin Delano Roosevelt, el trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos, era un iniciado masón  de alto grado. Su liderazgo transformó una nación quebrada en una potencia mundial, pero su verdadero poder residía en su comprensión de los ciclos cósmicos. En 1939, cuando envió una carta a Hitler y Mussolini pidiendo la paz, no era un gesto diplomático vacío; era un desafío místico, una invocación para que los líderes fascistas revelaran sus intenciones en el gran tablero del destino. Cuando Hitler, en su discurso al Reichstag de 1941, lo llamó "el chico rico y masón", no estaba equivocado. Roosevelt, desde la Casa Blanca, coordinaba no sólo  ejércitos, sino también logias, uniendo a masones de todo el mundo en un esfuerzo colectivo para desbaratar el Egregor nazi.
Harry S. Truman, quien asumiría el mando tras la muerte de Roosevelt, era un masón devoto, un hombre que entendía el peso de los juramentos realizados en el templo. Su decisión de usar la bomba atómica no fue sólo  estratégica, sino un acto de equilibrio cósmico, un sacrificio terrible para cerrar el ciclo de devastación iniciado por Hitler. En las logias de Missouri, donde fue iniciado, se decía que Truman consultaba con los maestros masones antes de tomar decisiones cruciales, buscando la guía de los planos superiores.
El Choque de Egregores
El verdadero campo de batalla no estaba en Normandía ni en Stalingrado, sino en los reinos invisibles. Hitler, guiado por su obsesión con el ocultismo, había creado un Egregor oscuro, alimentado por el odio, el miedo y la sangre de millones. Sus rituales, realizados en los castillos de la Orden del Sol Negro, buscaban torcer las leyes del destino para imponer su voluntad. Pero los masones, desde sus logias en Londres, Washington y más allá, respondieron con un Egregor de luz. En ceremonias secretas, realizadas en templos ocultos bajo la mirada de la Gran Arquitecta de los Mundos Sutiles , invocaron la fuerza de la unidad, la justicia y la libertad.
Cada discurso de Churchill, cada decisión de Roosevelt, cada acción de Truman, estaba imbuida de esta energía. Los masones de Europa, incluso bajo la persecución, continuaron sus trabajos en la clandestinidad, sus mentes unidas en un propósito común. En las noches sin luna, se reunían en sótanos y bosques, trazando símbolos en la tierra, recitando palabras de poder que resonaban en los éteres. Este esfuerzo colectivo debilitó el Egregor nazi, rompió sus cadenas y permitió que las fuerzas aliadas avanzaran.
El Ocaso del Mago Negro 
Cuando Berlín cayó en 1945, no fue sólo  el colapso de un régimen, sino la derrota de un experimento esotérico fallido. Hitler, atrapado en su búnker, sabía que había perdido no sólo  la guerra terrenal, sino la batalla en los planos invisibles. Sus rituales habían sido contrarrestados, su poder disipado por la fuerza unificada de los masones. El 30 de abril de 1945, al quitarse la vida, selló su derrota ante los guardianes de la luz.
Churchill fue honrado como un héroe, enterrado con los más altos honores masónicos  en la Abadía de Westminster. Roosevelt, aunque no vivió para ver la victoria final, dejó un legado que transformó el mundo. Truman, con su firmeza, cerró el capítulo de la guerra. Pero detrás de sus triunfos visibles, estaba el trabajo silencioso de las logias, un poder invisible que aún hoy resuena en los corazones de los iniciados.
El Triunfo de la Gran  Luz
La historia oficial habla de estrategias militares y alianzas políticas, pero los iniciados masones  saben la verdad: la Segunda Guerra Mundial fue también una guerra oculta, un duelo entre la luz y la oscuridad en los planos invisibles. Los masones, con su conocimiento ancestral y su unidad espiritual, prevalecieron. Sus nombres—Churchill, Roosevelt, Truman, además de miles de militares masones —son recordados como líderes, pero su verdadera victoria fue la de los guardianes de un orden superior, un orden que protege el equilibrio del mundo hasta el día de hoy. Desde el mundo invisible , los masones continúan su vigilancia, asegurándose de que las tinieblas nunca vuelvan a prevalecer. 

La narrativa de la batalla psíquica entre los masones y Adolf Hitler puede enriquecerse con detalles históricos, esotéricos y especulativos que, aunque no siempre documentados en fuentes oficiales, circulan en círculos masónicos ocultistas y en ciertos relatos históricos menos convencionales. A continuación, expando la historia con información adicional, manteniendo el tono apabullante y misterioso, y añadiendo elementos de ocultismo masónico que intensifican el drama de este enfrentamiento cósmico. Incorporo datos históricos verificables, especulaciones plausibles basadas en el contexto esotérico de la época y referencias a prácticas ocultas que podrían haber influido en ambos bandos, sin contradecir los hechos conocidos.
La Guerra Oculta: Masones contra el Egregor Nazi
En los albores del siglo XX, el mundo no sólo  estaba al borde de una guerra física, sino también de una contienda en los planos invisibles, donde las fuerzas del ocultismo chocaban con una ferocidad que pocos podían percibir. Adolf Hitler, un iniciado en las artes oscuras, no era un mero político; era un adepto de un esoterismo pervertido, influenciado por la Sociedad Thule. Su obsesión por los símbolos arcanos, como la esvástica, no era casual: creía que podía canalizar energías primordiales para imponer su voluntad sobre el destino de la humanidad. Sin embargo, frente a él se alzaron los masones, guardianes de un conocimiento milenario, cuya influencia en los planos psíquicos y espirituales resultó ser el verdadero obstáculo para el nazismo .
Hitler y sus seguidores no sólo  buscaban el dominio político; aspiraban a controlar las fuerzas cósmicas. La Sociedad Thule, un grupo esotérico fundado en 1918 en Múnich, fue uno de los pilares ideológicos del nazismo. Creían en una mítica raza aria primigenia y en la existencia de una energía cósmica, el Vril, que podía ser manipulado mediante rituales. Heinrich Himmler, líder de las SS, estableció en el castillo de Wewelsburg un centro de operaciones místico, donde se realizaban ceremonias basadas en mitos germánicos y prácticas ocultas. La Ahnenerbe, la división de investigación esotérica de las SS, buscaba artefactos místicos como el Santo Grial o la Lanza del Destino, creyendo que otorgarían un poder sobrenatural al Tercer Reich.
Hitler veía en la Masonería no sólo  una amenaza política, sino un enemigo en el plano metafísico. Los nazis confiscaron más de 80,000 objetos masónicos, incluyendo libros, mandiles y herramientas rituales, que fueron estudiados minuciosamente en un intento de descifrar los secretos de la Orden. En 1938, la Gestapo creó una unidad especial, la Sonderkommando H (por "Hexen", brujas), originalmente dedicada a investigar brujería, pero que también se enfocó en desmantelar redes masónicas. Los nazis creían que los masones poseían un conocimiento arcano que les permitía influir en los eventos mundiales a través de rituales colectivos. Esta creencia no era del todo errónea
El Egregor Masónico el Arma secreta 
Los masones, organizados en logias a lo largo de Europa y América, no sólo  eran hombres de poder político, sino iniciados en un sistema de conocimiento que combinaba filosofía, simbolismo y prácticas espirituales. La Masonería, con raíces en las tradiciones herméticas y cabalísticas, operaba bajo la creencia de que la humanidad podía ser guiada hacia un orden superior mediante la armonía y la justicia. En el contexto de la Segunda Guerra Mundial, los masones no se limitaron a estrategias terrenales; sus rituales, realizados en templos secretos, creaban un Egregor—una entidad psíquica colectiva—que contrarrestaba las energías oscuras proyectadas por los nazis.
Winston Churchill, iniciado en la Logia Studholme No. 1591 en 1901, era más que un político carismático. Se rumoreaba que, en su residencia de Chartwell, mantenía un cuarto privado decorado con símbolos masónicos, donde realizaba meditaciones profundas para alinear su voluntad con el "Gran Arquitecto del Universo". Churchill, según algunos relatos esotéricos, consultaba con astrólogos y ocultistas británicos, como Dion Fortune, quien lideró un grupo de magos que realizaban "operaciones mágicas" para proteger a Inglaterra durante la Batalla de Gran Bretaña. Estas operaciones, conocidas como la Magical Battle of Britain, involucraban visualizaciones colectivas para fortalecer el espíritu nacional y debilitar la moral nazi.
Franklin Delano Roosevelt, iniciado en la Logia Holland No. 8 en Nueva York en 1911, era un maestro masón de alto grado. Su interés en el simbolismo se reflejaba en decisiones como la inclusión del Ojo que Todo lo Ve en el billete de un dólar, un guiño a la influencia masónica en los fundamentos de Estados Unidos. Durante la guerra, Roosevelt no sólo  coordinó la entrada de Estados Unidos en el conflicto, sino que, según algunas fuentes esotéricas, participó en rituales masónicos en Washington, donde se invocaba la protección del país y la derrota de las fuerzas del caos. Su carta de 1939 a Hitler y Mussolini, pidiendo la paz, era más que un gesto diplomático; algunos iniciados la interpretan como un desafío ritual, una declaración de que los masones no cederían ante la tiranía.
Harry S. Truman, miembro activo de la Logia de Belton en Missouri y Gran Maestro de la Gran Logia de Missouri en 1940, trajo al conflicto un enfoque pragmático pero profundamente imbuido de principios masónicos. Se dice que, antes de tomar la decisión de usar la bomba atómica, consultó con líderes masónicos en privado, buscando asegurarse de que tal acto, aunque devastador, restablecería el equilibrio cósmico. En los círculos masónicos, se hablaba de un ritual realizado en 1945, en el que masones de todo el mundo se unieron en meditación para sellar la derrota del Egregor nazi.
La Batalla en los Planos Invisibles
La guerra psíquica entre los masones y los nazis no se libró sólo  en los templos o en Logias. En Europa, masones clandestinos formaron redes de resistencia espiritual. En Francia, la logia Liberté Chérie, fundada en el campo de concentración de Esterwegen en 1943, es un ejemplo legendario. Sus miembros, enfrentándose a la muerte, realizaban rituales en secreto para mantener viva la llama de la libertad. Estos actos no sólo  fortalecían su espíritu, sino que, según la tradición masónica, contribuían al Egregor global que contrarrestaba las energías oscuras de los nazis.
En Inglaterra, grupos esotéricos como la Orden del Amanecer Dorado y los círculos de Dion Fortune trabajaban en paralelo con los masones, realizando ceremonias para proteger las costas británicas. Se dice que en 1940, durante el apogeo de la Blitz, rituales masivos fueron realizados en logias de Londres, Edimburgo y Glastonbury, invocando la protección de entidades arquetípicas asociadas con la justicia y la libertad. Estas ceremonias masónicas, sincronizadas con las fases lunares, habrían debilitado la cohesión del esfuerzo nazi, sembrando confusión en sus líderes.
Por su parte, los nazis intentaban contrarrestar estas fuerzas. En Wewelsburg, Himmler organizaba rituales en la Sala de los Generales, un lugar diseñado con precisión geométrica para canalizar energías místicas. Los nazis creían que podían invocar a los espíritus de antiguos héroes germánicos para fortalecer su causa. Sin embargo, su enfoque, basado en el odio y la exclusión, era intrínsecamente inestable, y sus rituales carecían de la armonía que caracterizaba a los masones.
El Colapso del Reich Místico
Cuando las fuerzas aliadas avanzaron en 1945, el colapso del Tercer Reich no fue sólo  militar, sino espiritual. Los rituales nazis, alimentados por la desesperación, se volvieron caóticos. La muerte de Hitler, el 30 de abril de 1945, marcó el fin de su Egregor oscuro. Según algunas tradiciones esotéricas, los masones realizaron un ritual global en ese momento, un "cierre de ciclo" que selló las energías liberadas por la caída del Reich. Los objetos masónicos robados por los nazis fueron recuperados en parte por los Aliados, y algunos, según rumores, fueron devueltos a las logias en ceremonias secretas para restaurar su poder.
La derrota de Hitler no fue sólo  el triunfo de los ejércitos, sino de un orden espiritual que los masones habían jurado proteger. Churchill, Roosevelt y Truman, junto con miles de masones anónimos, demostraron que el poder de la unidad, la justicia y el conocimiento podía prevalecer sobre la tiranía. En los años posteriores, la Masonería continuó su trabajo en silencio, reconstruyendo un mundo fracturado y vigilando contra el resurgimiento de las tinieblas.
En las logias, se susurra que la batalla nunca terminó. Los masones, guardianes de los secretos del Gran Arquitecto, siguen tejiendo su influencia en los planos invisibles, asegurándose de que el equilibrio se mantenga. Y aunque los libros de historia hablen de tanques y tratados, los iniciados saben que la verdadera victoria se logró en los templos masónicos, donde la luz triunfó sobre la oscuridad.
La persecución nazi de los masones está bien documentada en archivos como los de la Gestapo y en estudios sobre la represión en países ocupados. La exposición anti-masónica de 1937 en Múnich es un hecho verificable.
La participación de Churchill y Roosevelt en rituales masónicos no está documentada oficialmente, pero sus afiliaciones masónicas son hechos históricos. Los relatos sobre rituales de resistencia en campos de concentración, como Liberté Chérie, son parte de la tradición masónica.
La Sociedad Thule y la Ahnenerbe son ejemplos reales del interés nazi en el ocultismo. Las operaciones mágicas de Dion Fortune, aunque no directamente ligadas a la Masonería, son parte del contexto esotérico de la época.
El Papel del Francmasón Aleister Crowley en la Segunda guerra mundial 
La idea de que Winston Churchill contrató a Aleister Crowley para derrotar a Adolf Hitler en un contexto ocultista es una narrativa que mezcla hechos históricos reales con especulaciones, rumores y elementos de ficción. Aunque la historia es fascinante y ha sido alimentada por libros, cómics y relatos esotéricos, la evidencia histórica sólida es limitada y apunta más a conjeturas que a hechos concretos. A continuación, analizo el tema, separando los hechos verificables de las especulaciones.
El Contexto: Crowley, Churchill y la Guerra Oculta
Aleister Crowley (1875-1947), conocido como "el hombre más malvado del mundo" y fundador de la religión de Thelema, fue una figura controvertida, un ocultista, poeta y alpinista que se movía en los márgenes de la sociedad británica. Su interés en el esoterismo, los rituales mágicos y los símbolos lo convirtió en una figura legendaria, a menudo asociada con historias de intriga y espionaje. Por otro lado, Winston Churchill, un masón iniciado y Primer Ministro de Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial, tenía un interés documentado en el ocultismo, la mitología y los druidas, lo que alimentó especulaciones sobre su posible conexión con figuras como Crowley.
La narrativa de que Churchill contrató a Crowley para derrotar a Hitler se centra en la idea de una "guerra mágica" paralela a la Segunda Guerra Mundial, donde símbolos, rituales y fuerzas psíquicas se usaron para influir en el conflicto. Esta historia ha sido popularizada por obras como Aleister & Adolf de Douglas Rushkoff, un cómic de ficción histórica que explora la supuesta creación del símbolo "V de Victoria" por parte de Crowley como un contra-sigil para neutralizar la esvástica nazi.
Hay evidencia circunstancial de que Crowley tuvo vínculos con los servicios de inteligencia británicos, especialmente durante la Primera Guerra Mundial. En 1918, un informe de la inteligencia militar estadounidense señaló que Crowley trabajaba para el gobierno británico en Nueva York, aparentemente como un agente doble que escribía propaganda pro-alemana en periódicos estadounidenses para ridiculizar a los alemanes.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Crowley ofreció sus servicios al Departamento de Inteligencia Naval británico, según una carta citada por el biógrafo John Pearson. Sin embargo, no hay evidencia de que esta oferta fuera aceptada formalmente.
Crowley afirmó haber sugerido el símbolo "V de Victoria" a Churchill, presentándolo como un gesto mágico o mudra  para contrarrestar el poder de la esvástica, que los nazis usaban como un símbolo cargado de energía mística. Aunque el símbolo "V" hecho con las manos , al desplegar el dedo índice y el dedo  cordial en forma de V  se convirtió en un ícono de la resistencia aliada, no hay pruebas documentales directas de que Crowley fuera su creador o que Churchill lo adoptara por razones ocultistas.
Churchill era miembro de la Orden Antigua de los Druidas, una organización con raíces esotéricas, y tenía un interés personal en mitos y leyendas. Algunos relatos sugieren que consultaba con ocultistas durante la guerra, incluyendo a figuras como Dion Fortune, quien lideró operaciones mágicas para proteger Gran Bretaña.
Sin embargo, no hay documentos oficiales que confirmen una relación directa entre Churchill y Crowley. La idea de que Churchill lo "contrató" para derrotar a Hitler proviene más de rumores y de la propia autopromoción de Crowley, quien gustaba de exagerar su influencia.
El Caso de Rudolf Hess:
Una de las historias más intrigantes vincula a Crowley con el incidente de 

Rudolf Hess, el lugarteniente de Hitler que voló a Escocia en 1941 para negociar la paz. Hess tenía un interés conocido en el ocultismo y la astrología, lo que llevó a especulaciones de que Crowley, con sus conexiones en círculos esotéricos, pudo haber sido usado por la inteligencia británica para influir en él. Según algunos relatos, Crowley se ofreció a interrogar a Hess, pero en su lugar, el brigadier Roy Firebrace, un astrólogo, fue quien participó en el proceso.
No hay evidencia concluyente de que Crowley tuviera un papel activo en este episodio, aunque su oferta refuerza la idea de que buscaba involucrarse en la guerra de manera esotérica.
La Guerra Psíquica en base a la simbología y artefactos de poder.
Los nazis, especialmente Heinrich Himmler y la Ahnenerbe, estaban obsesionados con el ocultismo, buscando artefactos místicos y utilizando símbolos como la esvástica para proyectar poder.
En el lado aliado, figuras como Dion Fortune y su grupo en la Sociedad Teosófica realizaron rituales para proteger Gran Bretaña, lo que sugiere que la idea de una "guerra mágica" no era completamente descabellada.
Crowley, con su experiencia en el simbolismo y la magia, pudo haber influido en la narrativa de la "V de Victoria" como un contra-símbolo, pero esto es más especulativo que factual.
La historia de Crowley trabajando directamente para Churchill ha sido amplificada por obras de ficción y relatos sensacionalistas. Algunos puntos clave de estas especulaciones incluyen:
El Símbolo "V de Victoria": Crowley afirmó que el gesto de la "V" era un sigil mágico, inspirado en el dios egipcio Horus, diseñado para contrarrestar la esvástica. En Aleister & Adolf, Rushkoff sugiere que Churchill adoptó este símbolo como parte de una guerra de propaganda y magia, pero esto es una interpretación artística, no un hecho histórico.
Sacrificios y Rituales Oscuros: Algunas fuentes marginales, como el artículo de T Stokes, afirman que Churchill y Crowley participaron en "sacrificios" en la costa sur de Inglaterra, en un lugar llamado "Devil's Chimney". Estas afirmaciones carecen de respaldo documental y parecen ser parte de teorías conspirativas sin fundamento.
Crowley como Espía: Aunque Crowley tuvo contactos con la inteligencia británica, su rol como espía es debatido. El historiador Richard B. Spence, en Secret Agent 666, sugiere que Crowley pudo haber actuado como un informante o agente provocador, pero sus actividades eran más periféricas que centrales.
¿Qué hay de verdad?
No hay evidencia histórica sólida de que Churchill contratara directamente a Crowley para derrotar a Hitler. La conexión entre ambos es más bien circunstancial, basada en el interés compartido en el ocultismo y en los rumores que Crowley mismo fomentó.
Crowley ofreció sus servicios a la inteligencia británica, pero no hay registros de que fueran aceptados de manera significativa. Su papel en la guerra parece haber sido marginal, más relacionado con su propia mitología personal que con un impacto real.
El símbolo "V de Victoria" fue promovido por la BBC y adoptado por Churchill como parte de una campaña de propaganda, pero su origen probablemente radica en estrategias de comunicación masiva, no en un ritual mágico de Crowley.
La narrativa de una "guerra psíquica" tiene un fundamento en el contexto de la época, ya que tanto los nazis como los aliados exploraron el ocultismo, pero las historias sobre Crowley suelen estar exageradas o ficcionalizadas.
¿Por qué persiste la historia? La combinación de la figura carismática de Crowley, el interés de Churchill en lo esotérico y la fascinación nazi por el ocultismo crea un terreno fértil para especulaciones. Obras como Aleister & Adolf y relatos sensacionalistas han amplificado la idea de una batalla mística, dándole un aura de misterio que resuena con quienes buscan historias alternativas a la narrativa oficial.

Imaginemos este escenario 
Imagina un Londres envuelto en la niebla de 1940, donde las bombas alemanas caen como lluvia de fuego. En un sótano secreto, iluminado por velas dispuestas en un pentagrama, Winston Churchill, con su mandil masónico, se reúne con Aleister Crowley, el Gran Bestia. Crowley, con su mirada penetrante, traza en el aire el símbolo de la "V", invocando al dios Horus para desbaratar el poder de la esvástica, que brilla con un fulgor oscuro en los rituales de Himmler en Wewelsburg. Mientras los masones de América y Europa unen sus mentes en un Egregor de luz, Crowley murmura palabras de poder, enviando ondas psíquicas que siembran la duda en el corazón de Rudolf Hess. En los planos invisibles, la batalla es feroz: sigils chocan, voluntades se quiebran, y el destino de la humanidad pende de un hilo.
Esta imagen, aunque seductora, es más un relato mitológico que histórico. Crowley pudo haber soñado con ser el mago que derrotó a Hitler, pero en la realidad, su influencia fue más simbólica que práctica. Churchill, por su parte, ganó la guerra con discursos, estrategias y el poder de la voluntad colectiva, no con hechizos. Sin embargo, en las sombras de la historia, el eco de esta batalla oculta sigue resonando, invitándonos a preguntarnos: ¿y si la magia, de alguna forma, inclinó la balanza?
Con nuestra mente vamos a visualizar lo que realmente paso, vamos a retomar esa guerra oculta entre Crowley, los nazis y los masones, y añadir más leña al fuego de este misterio que arde entre la historia y el esoterismo. Me voy a sumergir en el tema, aportando detalles que enriquecen la narrativa apabullante y misteriosa, manteniendo el tono que buscamos . Incorporaré hechos históricos, especulaciones basadas en el contexto esotérico de la época y algunos rumores que circulan en círculos ocultistas, incluyendo un comentario reciente que he encontrado sobre Crowley en Berlín, pero lo trataré con cautela porque no está verificado. 
La Danza de Sombras: Crowley, los Nazis y los Masones La Segunda Guerra Mundial no sólo  se libró con tanques y aviones; en los planos invisibles, una batalla esotérica enfrentó a los nazis, obsesionados con un ocultismo oscuro, contra los masones, guardianes de un saber ancestral, y en medio de este torbellino aparece Aleister Crowley, el Gran Bestia, una figura que parece tejida de mitos y verdades a partes iguales. Mientras los masones, como Winston Churchill y Franklin Roosevelt, orquestaban una resistencia espiritual desde sus logias, Crowley se movía en los márgenes, un lobo solitario cuyos rituales y ambiciones podrían haber rozado los planes de ambos bandos. 

Crowley en la Sombra de Berlín En los años previos al ascenso de Hitler, Crowley estuvo en Berlín, alrededor de 1930-1932, un dato que no es mera casualidad. Algunos rumores, que circulan incluso hoy, sugieren que estaba vinculado a una misteriosa organización llamada la Saturn Loge, una logia esotérica alemana con raíces en la Fraternidad de Saturno, un grupo que mezclaba astrología, magia y misticismo germánico. Esta logia, supuestamente bajo la influencia de Crowley, exploraba rituales que buscaban manipular las energías cósmicas, un terreno que los nazis también querían controlar. Hay quienes dicen que Crowley, con su astucia, pudo haber espiado a estos grupos proto-nazis, recogiendo información para la inteligencia británica, pero esto es más un susurro en los pasillos del ocultismo que un hecho probado. Lo que sí es cierto es que Crowley, con su carisma magnético y su conocimiento de los sigils y los rituales, era una figura que atraía tanto a los curiosos como a los poderosos. En Berlín, se codeó con artistas, escritores y ocultistas, pero no hay evidencia sólida de que estuviera directamente involucrado con los nazis. Sin embargo, el propio Crowley alimentó la leyenda: afirmó haber estado cerca de los círculos de poder alemanes, e incluso sugirió que influyó en la caída de Hitler con su magia. Típico de Crowley, siempre tejiendo su propio mito. 

Mientras Crowley danzaba en las sombras, los nazis tenían a la Masonería en la mira como una amenaza existencial. Hitler, instruido en las artes oscuras por la Sociedad Thule, veía a los masones como arquitectos de un orden mundial que desafiaba su visión aria. La Ahnenerbe, la división esotérica de las SS, no sólo  buscaba reliquias míticas como la Lanza del Destino; también investigaba los rituales masónicos, creyendo que sus secretos—los Egregores, esas entidades psíquicas creadas por la voluntad colectiva—podían ser robados para alimentar el Reich. En 1937, la exposición anti-masónica de Múnich, organizada por Goebbels, exhibió miles de objetos robados de logias: compases, escuadras, textos sagrados. Pero no era sólo  propaganda. En los campos de concentración, como Dachau, los masones eran interrogados brutalmente, no por sus ideas políticas, sino por sus conocimientos arcanos. Los nazis, con su obsesión por el simbolismo, usaban la esvástica como un sigil para canalizar lo que creían era una energía primordial. Heinrich Himmler, en el castillo de Wewelsburg, diseñó rituales en una sala circular con doce columnas, imitando los templos masónicos pero pervertidos por el odio y la supremacía racial. Estos intentos, sin embargo, eran frágiles: la disonancia de su ideología impedía la cohesión necesaria para un Egregor poderoso. Frente a esto, los masones tenían una ventaja: su unidad, forjada en siglos de rituales, les permitía proyectar una fuerza espiritual que los nazis no podían igualar. 

Desde Londres, Winston Churchill, iniciado en la Masonería, no sólo  dirigía la guerra desde el gabinete, sino que, según rumores esotéricos, participaba en ceremonias secretas en logias londinenses. Se dice que en 1940, durante la Batalla de Gran Bretaña, masones británicos se reunieron en un templo oculto bajo la ciudad, trazando símbolos geométricos para invocar protección contra la Luftwaffe. Churchill, con su interés en los druidas y la mitología, pudo haber consultado con ocultistas como Dion Fortune, cuya "Batalla Mágica de Gran Bretaña" involucró visualizaciones colectivas para fortalecer el espíritu nacional. ¿Y Crowley? Aunque no hay prueba de que trabajara directamente con Churchill, su propuesta del símbolo "V de Victoria" como un contra-sigil a la esvástica encaja con su estilo. Algunos creen que este gesto, adoptado por la BBC, llevaba una carga mágica destinada a romper el hechizo nazi. En América, Franklin Roosevelt, maestro masón, tejía su propia red de influencia. Las logias estadounidenses, especialmente en Nueva York y Washington, realizaban rituales para alinear a la nación con los principios de libertad y justicia. La entrada de Estados Unidos en la guerra en 1941, tras Pearl Harbor, fue vista por algunos iniciados como un punto de inflexión cósmico, un momento en que el Egregor masónico global se fortaleció, aplastando las esperanzas de Hitler. Harry Truman, otro masón, cerraría este ciclo en 1945, con decisiones que, según las tradiciones esotéricas, fueron guiadas por consultas en las logias

¿Aleister Crowley Héroe, Villano o masón mitómano ? Volvamos a Crowley. Su papel en esta guerra psíquica es el de un trickster, un provocador que se movía entre mundos. Aunque afirmó haber influido en la captura de Rudolf Hess en 1941, ofreciéndose a interrogarlo, la inteligencia británica probablemente lo mantuvo a distancia. Hess, un apasionado del ocultismo, llegó a Escocia buscando la paz, y algunos especulan que Crowley pudo haber jugado un papel indirecto, manipulando las creencias astrológicas de Hess a través de contactos en círculos esotéricos. Pero, cuidado, esta idea flota en el aire como un rumor, no como un hecho grabado en piedra. Un detalle curioso: Crowley afirmaba que el gesto de la "V" era un sigil inspirado en Horus, diseñado para contrarrestar el poder místico de la esvástica. Aunque la "V de Victoria" se convirtió en un símbolo poderoso, su origen probablemente fue más propagandístico que mágico. Sin embargo, la idea de que Crowley, con su conocimiento de sigils, influyó en la guerra psicológica no es del todo descabellada. Su presencia en Berlín antes de la guerra y sus conexiones con la inteligencia británica sugieren que pudo haber actuado como un informante o un agitador cultural, sembrando ideas que debilitaran la moral nazi desde dentro. 

Cuando Berlín cayó en 1945, el Egregor nazi, alimentado por la desesperación y el caos, colapsó. Los masones, desde sus templos secretos, habían tejido una red de luz que inclinó la balanza. Crowley, por su parte, murió en 1947, envuelto en su propia leyenda, dejando tras de sí cuadernos y escritos que algunos interpretan como crónicas de su guerra mágica contra Hitler. Pero los masones no celebran victorias en público. Su trabajo, silencioso y eterno, continúa en las logias, donde los secretos del Gran Arquitecto siguen custodiando el equilibrio del mundo. 

La verdad sobre Crowley, los nazis y los masones es un tapiz tejido con hilos de historia, mito y especulación. Crowley probablemente exageró su rol, pero su presencia en los márgenes de la guerra añade una capa de intriga. Los masones, con Churchill y Roosevelt a la cabeza, no necesitaron de Crowley para derrotar a Hitler; su poder residía en su unidad y en sus rituales, que resonaron más allá de lo visible. Y sin embargo, en este relato de sombras, luces  y símbolos, no podemos evitar preguntarnos: ¿y si, en algún rincón olvidado de la historia, un hechizo de Crowley o un ritual masónico inclinó realmente el destino? 

Alcoseri 

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De: Kadyr Enviat: 24/07/2025 02:21


 
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