¿El 3I/ATLAS un cometa o una nave espacial?
La Masonería, eterna vigía de los enigmas que alteran el velo de la realidad, indaga sin descanso en eventos que trascienden lo mundano. El caso del cometa 3I/ATLAS, un intruso interestelar que desafía nuestras certezas, es uno de tales portentos. Como custodios de saberes ancestrales, los masones discernen en su trayectoria símbolos cósmicos, reminiscentes de las estrellas que orientaron a los arquitectos de templos eternos, insinuando no un azar, sino un designio oculto. A fecha de 18 de octubre de 2025, observaciones recientes revelan que el cometa abandona el sistema solar interior, con la sonda Parker Solar Probe capturándolo entre septiembre y noviembre, desvelando anomalías que avivan especulaciones: ¿es en verdad una nave exploradora alienígena, de intenciones veladas, acaso hostiles? Profecías como las de Nostradamus evocan un "heraldo flamígero" que en 2025 precipitaría revelaciones apocalípticas; Edgar Cayce vislumbraba cometas como heraldos de invasores de otros mundos en esta era; Jeane Dixon predijo contactos estelares mediante señales, advirtiendo de un despertar que pondría a prueba la humanidad.
En las tinieblas remotas más allá de nuestro sistema solar, donde el sol es un eco lejano y el silencio reina supremo, un fulgor antinatural despierta. El Telescopio Espacial James Webb, centinela de galaxias primordiales, detecta un pulso tenue pero deliberado, como una baliza en la oscuridad infinita. Al principio, un cometa errante; mas su luz no refleja, emana del interior, latiendo con precisión quirúrgica, desafiando toda física conocida. ¿Una señal? ¿Un ojo que nos devuelve la mirada?
Identificado como 3I/ATLAS, tercer nómada interestelar tras 'Oumuamua y Borisov, irrumpe desde Hércules a 215.000 km/h, libre de la gravedad solar. No es hielo vagabundo: su brillo interno pulsa como un corazón mecánico, sin cola ni vapor, insinuando estructura... propósito. Los masones, versados en geometrías sagradas, ven en este ritmo un código divino, un recordatorio de "estrellas caídas" que portan conocimiento o ruina.
Datos del Webb dejan mudos a los sabios: calor constante, pulsos cada 173 segundos, autocorrectivos, como un transmisor vivo. Modelos descartan lo natural; Hubble confirma: es fabricado, quizás emitiendo datos binarios. En cónclaves tensos de NASA, ESA y JAXA, surge el susurro: ¿sonda ancestral o vanguardia alienígena? Al profundizar en el sistema, su señal se intensifica, respondiendo a nuestra vigilancia. ¿Conciencia mecánica acechando?
Imágenes revelan superficies metálicas pulidas, reflectividad del 98%, rotación impecable como una nave guiada. Intacto ante el sol, sin fusión ni rastro. Luego, la órbita vira: maniobras gravitatorias, apuntando al plano terrestre, con ráfagas electromagnéticas estructuradas. "No es cometa, es nave", sentencia un experto ESA. Para los masones, su espiral fibonacciana traza un mensaje celeste, un compás en el vacío.
La luz organizada coincide con frecuencias terrestres, código binario apuntando al espacio profundo. Un pulso de retorno, 72 horas después, delata una conversación interceptada: ¿máquinas dialogando en las sombras? Una llamarada súbita ilumina un 40%, órbita ajustada hacia Tierra, interferencias selectivas en telescopios: nos bloquea, decide ser visto.
SETI arriesga un saludo radiofónico; 72 horas y responde, no eco, sino intención. Fallas globales, datos encriptados. Un segundo intento: interferencia vibrante, silencio ensordecedor. La órbita dibuja espirales perfectas, luz atenuada como un párpado cerrándose. ¿Exploradora benigna o centinela hostil? Profecías claman preparación. Si no habla con nosotros, ¿quién escucha? ¿Y si el receptor responde, desvelando nuestro destino en este gran enigma cósmico? El universo no es vacío: nos observa, y el velo se rasga.
Alcoseri