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Ciencia: Más allá del tiempo y del espacio ...
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Respuesta  Mensaje 1 de 6 en el tema 
De: Marti2  (Mensaje original) Enviado: 03/03/2014 03:58

Más allá del tiempo y del espacio, en las fronteras de la mente…


Un nuevo estudio en neurociencia ha confirmado que la experiencia de un suceso “real”, en tiempo presente, activa los mismos patrones cerebrales que cuando se revive un recuerdo. Es decir, que una memoria vívida y una experiencia perceptiva sensorial son lo mismo en términos de impulso eléctrico cerebral y, por tanto, en términos de lo que consideramos que es real.

Según el doctor Brad Buchsbaum, director del experimento, “cuando reproducimos mentalmente un episodio que ya hemos experimentado, se siente como si nos transportáramos atrás en el tiempo y reviviéramos ese momento de nuevo”.

Sin embargo, aun así somos capaces de distinguir entre un suceso del pasado y otro presente. Según los investigadores, esta es la prueba de que los dos tipos de experiencia no se reproducen exactamente del mismo modo y debe existir algo que las determina como diferentes.

Podríamos aventurar, a simple vista, que eso que diferencia ambas experiencias es el “sentido común”, es decir, la programación que establece qué debemos entender por real de acuerdo a los patrones culturales en que cada uno se ha criado. O lo que es lo mismo, la diferencia entre pasado y presente es, sencillamente, una convicción sociocultural ajena al sentido de verdad objetiva, si es que tal cosa existiera, claro. Aunque esto no nos aportaría gran cosa, en principio.

Continuando con lo que se abordó en otra serie de artículos relativos a los filtros biológicos, primero, y los convencionalismos sociales, después, que determinan la forma en que percibimos la realidad, baste decir, sin entrar en detalles aquí y ahora, que nuestro tiempo objetivo no es sino otro convencionalismo para ajustar nuestro reloj interno a los mecanismos colectivos de progreso social en los que cada individuo es la pieza de una enorme máquina de producción, la cual debe funcionar a la perfección en pos del rendimiento máximo.


Pero también sabemos que existen pueblos ajenos a esta filosofía del “tiempo es oro” cuyo lenguaje no tiene tiempos verbales para pasado, presente y futuro. Entre los más conocidos, tenemos a los hopi y, más recientemente, los amondawa del Amazonas, una tribu contactada hace apenas un par de décadas. Para este tipo de culturas, los acontecimientos se clasifican en función de las emociones que dejan en los individuos. Es decir, obedecen a un tiempo biológico que clasifica los sucesos en virtud de sus repercusiones internas.

Para los aborígenes de Australia, por ejemplo, el tiempo es un ritmo sin dirección, es decir, no tiene importancia que sea pasado, presente o futuro. Todos los acontecimientos del pasado se hallan igualmente en el presente y serán en el futuro. Es el tiempo mítico o sagrado que se renueva mediante los rituales.

Los Aborígenes creen en dos formas del tiempo; dos corrientes paralelas de actividad. Una es la actividad diaria objetiva, la otra es un ciclo infinito espiritual llamado el “tiempo de sueño”, más real que la realidad misma. Lo que sea que pase en el tiempo de sueño establece los valores, símbolos, y las leyes de la sociedad aborigen. Se creía que algunas gentes de poderes espirituales inusuales tenían contacto con el tiempo de sueño. (Fuente: wikipedia)

El “Tiempo de sueño” está contenido en cada instante de nuestro tiempo, como si formara parte de un mundo paralelo que nos sirve de baúl de los recuerdos. Mediante los rituales, cualquier momento de ese tiempo de ensueño puede ser manifestado en el presente y recrearse en nuestra realidad una y otra vez.

Esta idea nos permite enlazar con otro detalle del experimento de Buchsbaum a tener en cuenta. Puede que nuestro cerebro no distinga entre pasado y presente por la sencilla razón de que, en realidad, no sabemos qué es el presente. Porque vivimos siempre en el pasado.

Sabemos que existe un desfase entre la emisión de un estímulo y su recepción neuronal de, según las versiones, unas doscientas a cuatrocientas milésimas de segundo, aunque nuestro cuerpo puede reaccionar antes. Esto quiere decir que, antes de ser conscientes de la causa, ya hemos ejercido la reacción a la misma. Sin embargo, solemos pensar que nuestros comportamientos son libres tras haber sido conscientes de la causa y haber decidido, por voluntad propia, emprender la reacción que estimamos oportuna.

Por ejemplo, se considera que un atleta ha hecho una salida nula si su reacción al disparo es inferior a las 100 milésimas de segundo. El corredor jurará que escuchó el disparo y luego reaccionó, pero los legisladores de este deporte se han informado de que no pudo ser consciente del disparo hasta un poco más tarde.



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Respuesta  Mensaje 2 de 6 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 03/03/2014 04:01
Existe un experimento denominado “fenómeno phi” que explica este asunto de la causa y el efecto:

El experimento se realiza con dos puntos de colores diferentes, azul y rojo, por ejemplo. Al observador se le muestra una sucesión de ambas imágenes, una a la izquierda y otra a la derecha un instante después. El observador tendrá la sensación de que hay un mismo punto que se ha movido y cambiado repentinamente de color en mitad de su trayectoria.

Puesto que la trayectoria es una ilusión, y el punto rojo sólo aparece realmente al final, el observador no ha podido percibir el color rojo antes de ese momento final. Sin embargo, es cierto que ha visto el rojo antes de que se le mostrara un punto cuyo color no sospechaba siquiera. ¿Precognición? Sin duda, pero no como la solemos interpretar.

Nuestra mente, eso con lo que nos identificamos y que nos muestra “la realidad”, filtra aquello que llega a nuestro cerebro. Éste registra el segundo punto, el rojo, pero aún no somos conscientes: nuestra mente está todavía haciéndonos conscientes del primer punto, el azul. Puesto que ya ha visto el punto rojo, nos presenta una cómoda transición hacia el mismo. ¡Nos miente! Por nuestro bien, se supone… para que todo se ajuste a nuestros gustos… o convicciones.

Desde nuestra creencia de estar viviendo el presente, lo que ha hecho nuestra mente es ir al futuro, que no es sino donde ya está nuestro cerebro, comprobar el resultado de un fenómeno, regresar a donde estamos y establecer el camino que nos llevará al resultado que ha visto.

Esto quiere decir que no somos conscientes de ningún “presente”, sino  que nuestra mente recrea algo que ya ha pasado, lo ordena para que se ajuste a nuestra lógica y a como entendemos que deben funcionar las cosas y, finalmente, nos lo muestra como si lo estuviéramos viviendo y controlando. Pero, según se ve, es una ilusión. Sólo experimentamos nuestros pensamientos, igual que un sueño. La realidad en sí misma nos lleva unos cuantos pasos de ventaja.

De esta forma, cuando somos conscientes de lo que ocurre ya es demasiado tarde, aunque no lo sepamos. No estamos, de manera lúcida, en el momento en que se originan los sucesos. Vivimos así a merced del destino, siguiendo una corriente temporal impuesta contra la que no podemos luchar. Porque esa corriente, como vemos, está siendo manipulada por la mente.

Pero, ¿cómo surge esa corriente temporal con pasado, presente y futuro claramente diferenciables? Aquí, en realidad, hay dos cuestiones en una. Por un lado, pasado frente a futuro. Por otro, nuestra seguridad en diferenciar claramente entre presente y pasado a pesar de que los impulsos cerebrales sean los mismos.

Las diferencias entre pasado y futuro se basan en una ordenación de los acontecimientos en virtud de la ley de entropía. Todo tiende al desorden, y esto nos permite determinar un orden de los acontecimientos. Primero hay orden y después desorden, cada vez en mayor grado. Es decir, nuestro concepto de pasado es una identificación con un orden, y el futuro con un mayor desorden.

Esta característica de nuestro universo se debe a que las probabilidades de que el desorden aumente son mayores a las de que se restablezca el orden. Imaginémonos barajando un mazo de cartas y esperando que estas se nos muestren organizadas por palos y orden numérico. Puesto que no viola ninguna ley física, podría ocurrir, sólo sería cuestión de paciencia y, con mala suerte, alguna que otra vida más.

Por poner otro ejemplo típico, en una botella el perfume estará en una condición muy ordenada. Al dejar abierta la botella, debido al choque con las moléculas de aire, el perfume se evaporará gradualmente, desperdigando sus moléculas por todas partes y extendiéndose por la atmósfera según se suceden los impactos entre moléculas. Pero, aunque lo consideráramos un milagro, no se transgrediría ninguna ley física fundamental si el perfume regresara al tarro. Sólo tendrían que darse los impactos necesarios mediante los que las moléculas realizaran las mismas trayectorias en sentido inverso. Bastante improbable, pero no imposible físicamente.

Pero, ¿cómo surge esa corriente temporal con pasado, presente y futuro claramente diferenciables? Aquí, en realidad, hay dos cuestiones en una. Por un lado, pasado frente a futuro. Por otro, nuestra seguridad en diferenciar claramente entre presente y pasado a pesar de que los impulsos cerebrales sean los mismos.

Las diferencias entre pasado y futuro se basan en una ordenación de los acontecimientos en virtud de la ley de entropía. Todo tiende al desorden, y esto nos permite determinar un orden de los acontecimientos. Primero hay orden y después desorden, cada vez en mayor grado. Es decir, nuestro concepto de pasado es una identificación con un orden, y el futuro con un mayor desorden.

Esta característica de nuestro universo se debe a que las probabilidades de que el desorden aumente son mayores a las de que se restablezca el orden. Imaginémonos barajando un mazo de cartas y esperando que estas se nos muestren organizadas por palos y orden numérico. Puesto que no viola ninguna ley física, podría ocurrir, sólo sería cuestión de paciencia y, con mala suerte, alguna que otra vida más.

Por poner otro ejemplo típico, en una botella el perfume estará en una condición muy ordenada. Al dejar abierta la botella, debido al choque con las moléculas de aire, el perfume se evaporará gradualmente, desperdigando sus moléculas por todas partes y extendiéndose por la atmósfera según se suceden los impactos entre moléculas. Pero, aunque lo consideráramos un milagro, no se transgrediría ninguna ley física fundamental si el perfume regresara al tarro. Sólo tendrían que darse los impactos necesarios mediante los que las moléculas realizaran las mismas trayectorias en sentido inverso. Bastante improbable, pero no imposible físicamente.



Respuesta  Mensaje 3 de 6 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 03/03/2014 04:09
Si algo así ocurriera, pensaríamos que el tiempo está retrocediendo. Desde el punto de vista de la física, sería la misma ilusión que la que habitualmente nos embarga al sentir que el tiempo pasa. Por sorprendente que pueda parecer a alguien, la física defiende el concepto del tiempo al estilo de las tribus indígenas, no de nuestra civilización desarrollada. Pasado, presente y futuro son meros convencionalismos. El tiempo sólo fluye en nuestra percepción subjetiva. Objetivamente, simplemente “es”.

Se suele creer que la inmutabilidad del tiempo es un principio científico, es decir, que lo hecho hecho está y no se puede deshacer, pero esto no es correcto. La física se basa en la constante de inversión del tiempo, que quiere decir que si la línea del tiempo comenzase a ir hacia atrás no sería necesario que cambiasen las leyes naturales. Servirían las mismas fórmulas matemáticas que ahora se utilizan. La física no tiene en realidad ningún problema con que los acontecimientos aparezcan en orden temporal invertido.

Todo lo dicho supone que, si no podemos alterar el sentido de los acontecimientos, no es porque las leyes físicas lo impidan, sino porque algo ajeno a las mismas nos incapacita para movernos libremente por la dimensión temporal.

En la novela La máquina del tiempo, de H. G Wells, se explica el concepto de viaje en la cuarta dimensión como una forma de vencer algún tipo de campo que nos impide movernos libremente por ella, igual que en la Tierra no podemos movernos libremente por la dimensión vertical debido a la gravedad, lo que nos obliga al uso de algún tipo de tecnología.

Se sugiere así que existe algo que actúa sobre nosotros y nos mantiene yendo en una única dirección de la dimensión temporal, algo parecido a la gravedad llevándonos en una misma dirección espacial. De hecho, hay quienes sospechan que es también la gravedad la que nos ata al tiempo, algo a priori con sentido si, como apunta la teoría de la relatividad, espacio y tiempo son partes de un mismo tejido.

De hecho, el viaje espacial y el temporal son inseparables. Y ambos exigen vencer la fuerza de gravedad. Al ser el espacio-tiempo una única estructura, el tiempo y el movimiento están entrelazados. Los cuerpos en movimiento experimentan una ralentización del tiempo con respecto a los cuerpos estáticos. Es decir, un reloj que se mueve va más lento que otro que está quieto. He ahí el principio de los viajes en el tiempo. (Véase el documental adjunto al final para una explicación más amplia)

No nos detendremos en ello, pero cabe apuntar para la reflexión cómo los viajes al pasado se discuten, no en términos científicos, sino en relación al sentido común. Precisamente, el menos común de los sentidos, tan atrofiado que no deberíamos confiar demasiado en él. Stephen Hawking, por ejemplo, puede ser una gran mente científica, pero ha de recurrir a la lógica y a las paradojas de “sentido común” para “demostrar” la imposibilidad de los viajes al pasado. Y en ese “sentido”, se pierde en las mismas trampas “lógicas” que cualquier humano corriente.

En cuanto al presente, o lo que entendemos que es el presente, el físico Alan Wolf, en su libro El yoga del viaje en el tiempo, lo explica mediante la focalización de las ondas de probabilidad. Es una cuestión de grados de intensidad. El presente es, por tanto, algo así como ese punto del espacio-tiempo en que nos fijamos, o mejor dicho, al que nos fijamos, con mayor fuerza. Supongo que habrá que explicarlo mejor…

Desde hace casi un siglo, sabemos que la base de la materia son ondas que vibran. Campos de energía cuyas interacciones crean lo que a nuestros ojos parecen partículas. Nos ahorraremos una buena parrafada gracias a este vídeo en que el físico y divulgador Michio Kaku hace gala de su mejor gracia y claridad:



Respuesta  Mensaje 4 de 6 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 03/03/2014 04:12

Así, el mundo real, material, se crea a partir de un agitado flujo de energía radiante. Llevados estos principios hasta las últimas consecuencias, la física cuántica sugiere que el universo sólido y temporal es una completa ilusión. En el mundo sub-cuántico, el tejido espacio-tiempo es tan inestable, a causa de vibraciones que se interfieren unas a otras permanentemente, que es como una espuma de burbujas que surgen, estallan y desaparecen una y otra vez.

Es aquí donde surgen de forma natural los agujeros de gusano, rasgaduras en el tejido que permiten traspasarlo y, por tanto, acceder a puntos que no son adyacentes a nuestra posición de origen en el tejido. Para estabilizar la espuma cuántica y evitar estas alteraciones, es necesaria una ingente cantidad de energía gracias a la cual se conformará todo lo demás a niveles más densos.

A ese nivel, por tanto, no existe ni espacio ni tiempo. La verdadera realidad, el origen de todo, es inmaterial y está más allá del tejido que da forma al espacio y al tiempo. Antes de que una partícula se materialice en ese tejido del espacio-tiempo, era una onda de probabilidad, cuyas crestas y valles determinaban las opciones que la partícula aún inmaterial tenía de manifestarse en un lugar u otro.

Para entender este concepto de la materialización de una onda de probabilidad, remitiremos de nuevo al experimento de la doble rendija:



Respuesta  Mensaje 5 de 6 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 03/03/2014 04:14

Según una de las primeras explicaciones de la física cuántica, defendida por Niels Bohr, la partícula sólo aparece cuando se observa la onda de probabilidad. Antes de la observación, la materia no existe. Lo único que tenemos son posibilidades no observadas a modo de ondas fantasma. Un fenómeno sólo lo es si un observador lo registra.

Según otras versiones que usan el concepto de “universos paralelos“, como las de Hugh Everett y Bruce DeWitt, la onda de probabilidad es la suma de posiciones de las partículas en un número infinito de universos paralelos, en cada uno de los cuales el observador se diversifica como seres paralelos que contemplan, en cada uno de los universos, una posición de la partícula.

En este sentido, el físico David Deutsch considera que el experimento de la doble rendija describe una sola partícula pero implica de una forma u otra la presencia de dos partículas existentes, cada una de ellas, en un universo diferente al de la otra. Para explicar la interferencia, se requieren ambos universos. Así, aun cuando cada partícula se halle en su propio universo, la presencia “fantasmal” de la otra en su universo cambia su historia. El dibujo de impactos no es un simple combinado de partículas que pasan por una u otra rendija, sino que es el producto de que cada partícula interfiera con su partícula “fantasma” en el otro universo paralelo.

Al aparecer el observador, cada universo adquiere coherencia y se concreta un resultado para cada uno de ellos, con su observador paralelo “replicado” correspondiente. Mientras no haya observación, la superposición de universos se mantiene y, por tanto, las interferencias entre ellos, al modo de ondas de probabilidad ajenas aún al tejido espacio-tiempo.

Si esto resulta difícil de asumir, no lo es tanto como asimilar que las ondas de probabilidad son reales, no se trata de metáforas para facilitar las operaciones matemáticas, como parecen sugerir los últimos estudios al respecto. No es que la incertidumbre dependa de la mayor o menor falta de datos sobre un fenómeno, sino que la incertidumbre es una condición inherente a la naturaleza de la realidad.

Esto le da un empuje interesante a quienes defienden la conciencia como agente materializador de la realidad desde tiempos de Everett y De Witt. Quiere decir que, efectivamente, la ciencia vislumbra que hay un mundo ajeno al espacio-tiempo pero que, a pesar de ello, interactúa con nuestra realidad. Un mundo de probabilidades más allá de la materia desde el cual se origina la realidad espacio-temporal.

La onda de probabilidad de cada pieza de materia que existe en el universo se extiende por todo él. Las ondas se debilitan con la distancia, pero no desaparecen, por lo que siempre existirá, para todo fenómeno, la probabilidad de darse en cualquier punto del espacio… y del tiempo.

Más allá, esta idea implica que, puesto que todas las ondas de probabilidad confluyen en absolutamente todos los puntos del espacio-tiempo, se producen interferencias entre unas y otras. En unos casos, los efectos de las interferencias serán infinitamente pequeños y, en otros, notablemente considerables. Es decir, todo interactúa con todo en mayor o menor medida.

Los puntos de interferencia más fuertes tendrán más probabilidades de manifestar el fenómeno en cuestión. Serían como imágenes que, de tanto perfilarlas, se concretan con mucha más nitidez que otras, las cuales aparecen borrosas en diferente grado hasta no ser siquiera perceptibles.

Y esta focalización, por tanto, está determinada por el grado de probabilidad atribuido a cada suceso. Cuanto más focalización, más “presente”. A mayor borrosidad, mayor concepto de “pasado” o “futuro”, puesto que ambos son igualmente “recordables”. El viaje en el tiempo, incluyendo nuestro viaje al futuro a razón de “un segundo por segundo” es, visto así, un cambio de foco al centrarse la conciencia que observa en diferentes puntos de la onda de probabilidad.

Y, según se ve, la mente es el foco que se centra donde la conciencia la dirige. Un filtro entre la realidad atemporal y el mundo físico cuyo movimiento nos sugiere las leyes que creemos inmutables. Como dirían los hindúes, lo que nos separa del Absoluto y nos sumerge en la ilusión. Puesto que identificamos nuestra naturaleza de individuos con la mente, nos convertimos en un instrumento manejado por la conciencia que dirige ese foco.

Al igual que ocurre cuando vemos una película, esta ilusión nos cautiva y nos identificamos con los personajes de la película. Durante el tiempo que dura la ficción, nuestros sentidos son capaces de adaptarse al ritmo de las imágenes y percibir la historia como si nos ocurriera a tiempo real.

Pero, si superáramos dicha identificación, si nos despegáramos de la mente, dejaríamos de ser llevados sin capacidad de interacción y accederíamos a la perspectiva completa, al control para focalizar a discreción. Al menos, eso es lo que sugieren los físicos más “espiritualistas” partidarios de este concepto, como Alan Wolf, Paul Davies o Amit Goswami.

Superar la mente implica dejar de percibir la realidad como un pasado, tal y como veíamos al principio. Cuando se sincronizan pensamiento y acción de forma completa, las limitaciones del espacio-tiempo se desvanecen. Podríamos imaginar que no es la mente la que impone sus reglas de filtro, sino la consciencia en estado puro actuando sobre la realidad. Es el caso extremo de yoguis y monjes shaolín. O, más “humanamente”, pilotos de formula 1 prácticamente “en trance” durante dos horas si no quieren pegársela. En nuestra vida diaria, lo comprobamos a través de las innumerables acciones automáticas que realizamos continuamente, “sin pensar”, sin que nuestra mente esté ahí mientras las realizamos. En fin, el joven Skywalker sintiendo la Fuerza…

De acuerdo a los principios básicos de la llamada filosofía perenne, la mente comienza a existir sólo al identificar un cuerpo como “yo”. En los sueños, al igual que en la vigilia, la mente se identifica con otro cuerpo particular y comienza a percibir el mundo a través de los sentidos que le da ese cuerpo. En el sueño profundo, somos inconscientes tanto de la mente como del cuerpo.

Puesto que puede identificarse con diferentes cuerpos, la mente no puede ser ninguno de esos cuerpos. Su naturaleza es engañarse a sí misma para sentirse ajena a la consciencia pura. Tiene la capacidad de crear un mundo de dualidad y convencerse a sí misma de que ese mundo es real.

En el sueño profundo, somos inconscientes de la mente, y por tanto del cuerpo y por tanto del mundo, pero no de nuestra existencia. Nuestra experiencia no es que dejamos de existir, sino que dejamos de recibir pensamientos y percepciones a que estamos acostumbrados.

Al afirmar “era inconsciente de todo”, estamos afirmando que “yo” estaba en el sueño profundo, o en un momento de enajenación, es decir, que existía y sabía que existía en ese tiempo, pero no era conscientes del cuerpo y la mente, y por ello tampoco lo era del tiempo y el espacio, los instrumentos acostumbrados para medir la existencia.

Nuestra forma de pensar se mantiene en la creencia de que el mundo tiene una existencia objetiva, pero tal objetividad no parece ser sino un truco mental para convencernos de lo que no es. Los hindúes hablan de “samsara” para nombrar la ilusión, maya, formada por las proyecciones de nuestra mente. Se trata de las creencias que nos atan al espacio y al tiempo de tal forma que nos hacemos parte de la ilusión en lugar de escapar de ella.

Creencias que impiden preguntarse en serio cómo es posible el entrelazamiento cuántico, pues este exige que el tiempo y el espacio no existan. O cómo es que ya se ha podido influir en el pasado de una partícula desde una acción futura.

Ah, pero antes de saber la respuesta, deberíamos encontrar el antídoto para desintoxicarnos de tanta racionalidad mal entendida… la reacción de una mezcla así podría entrañar riesgos muy graves para la cordura…

Y los atletas, por cierto, no deberían temer, en tal caso, una salida nula.


Erraticario


Respuesta  Mensaje 6 de 6 en el tema 
De: Marti2 Enviado: 03/03/2014 04:16



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