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Enigmas: ANOMALÍAS TEMPORALES
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: ☼TäRA☼  (Mensaje original) Enviado: 30/06/2010 16:36
ANOMALÍAS TEMPORALES


Nuestras vidas parecen estar sometidas de forma inevitable al movimiento de las manecillas del reloj. En apariencia, somos esclavos del tiempo. Sin embargo, las increíbles experiencias de numerosos testigos sugieren que, en ocasiones, el reloj se «vuelve loco»…



El extraño e inquietante suceso tuvo lugar, según la tradición, en los bosques cercanos al monasterio de San Salvador, en la sierra navarra de Leyre. Por aquel entonces, en el siglo X, el abad del cenobio era un monje llamado Virila, quien tenía por costumbre abandonar a diario los muros del monasterio en busca del contacto con la naturaleza. Durante una de estas breves escapadas, a Virila le asaltó una duda que le causaba gran desasosiego: intentó imaginar la eternidad en el Paraíso celestial, y se preguntó si aquel gozo sin fin no terminaría por convertirse en algo tedioso. En aquellas disquisiciones andaba enfrascado cuando, de pronto, descubrió un ruiseñor que le distrajo con su bello canto. Aquel ensimismamiento duró apenas unos segundos y cuando el animal desapareció volando, Virila decidió retornar al monasterio. Fue entonces cuando llegó la sorpresa. Cuando el abad llegaba al cenobio, creyó estar sufriendo algún tipo de ensoñación. El monasterio había cambiado: la iglesia era mucho mayor que la que había dejado atrás un rato antes y otros edificios antes inexistentes rodeaban el conjunto. Al llegar a la puerta, Virila fue atendido por un desconocido hermano portero. Ante la insistencia del abad, los monjes revisaron sus archivos, descubriendo que, efectivamente, en aquel antiguo monasterio hubo tres siglos atrás un abad llamado Virila, que desapareció un día sin dejar rastro después de haber salido a pasear… El relato anterior es una tradición. Esta y otras leyendas similares se repiten por toda la geografía española y europea, cambiando de protagonista, pero conservando características muy similares. El el folklore británico medieval, por ejemplo, son habituales las referencias a campesinos que se topan con un grupo de hadas que bailan. El incauto, «hipnotizado» por la música, se une a los seres en su danza. Cuando poco después reanuda su camino y llega a la aldea, descubre horrorizado que todos sus seres queridos han muerto, pues en lo que a él le ha parecido sólo un rato, han transcurrido decenas o cientos de años. Todos estos relatos son tradiciones y cuentos. Sin embargo, comparten una característica común y desconcertante: muestran una descripción sobre el espacio-tiempo que parece más propia de la ciencia-ficción contemporánea a la teoría de la relatividad que a las leyendas medievales. Y hay otro detalle más intrigante. Hechos como los citados, aunque quizá menos espectaculares a primera vista, tienen lugar en la actualidad. UN RESPLANDOR BORROSO… Paul, un joven británico, circulaba una madrugada de 1973 por la pequeña población de Little Houghton. Después de haber visto que el reloj de la iglesia marcaba las dos de la madrugada, se encontró repentinamente caminando a decenas de kilómetros, desorientado y con las ropas mojadas, a pesar de que no llovía. Eran las 7 de la mañana. Habían pasado cinco horas en un abrir y cerrar de ojos. Cuando pudo ubicarse, Paul acudió a casa de un amigo que vivía cerca, y juntos realizaron el camino de vuelta hasta Little Houghton, imaginando que había sufrido un accidente de tráfico y que no recordaba nada a causa de algún golpe. Encontraron su coche a unos ocho kilómetros de Bromham. Inexplicablemente, el vehículo estaba dentro de una finca vallada, pero no había huellas de neumáticos en el suelo embarrado, y la cancela estaba cerrada con llave. El desconcertante incidente se completó cuando, dos años después, Paul recordó un detalle de su experiencia: poco antes de aparecer deambulando a decenas de kilómetros, un resplandor «borroso» se había lanzado contra el parabrisas de su coche. La increíble historia de Paul tiene una segunda parte no menos extraña, aunque protagonizada por otro testigo. Ocurrió diez años después, en 1983 y en este caso el testigo fue Peter Rainbow. Éste había ido a visitar a su madre, que residía en la localidad de Northampton, no muy lejos de Little Houghton. Rainbow salió de casa de su madre a las 18:45 montado en su moto, y cogió la carretera A428. Cuando estaba tomando una curva, el motor y el faro de su moto se apagaron. Peter creyó que se había fundido un fusible y cuando se disponía a sustituirlo por uno nuevo, se percató de la presencia, en un campo próximo, de una especie de brillo o resplandor blanco con «forma de huevo». La escena se envolvió de un silencio absoluto. «Los pájaros no trinaban y los coches no pasaron. No percibí el menor sonido», explicó el testigo. Poco después, aquel «huevo» luminoso comenzó a bambolearse y a girar sobre sí mismo, como una peonza, hasta que se «deshizo» y desapareció. Instantes después Peter se dio cuenta de algo insólito: en su mano ya no tenía el fusible que estaba a punto de cambiar un segundo antes, sino que sostenía las llaves de la moto, a pesar de que las había dejado puestas. Desconcertado, intentó arrancar el vehículo, que se puso en marcha sin problemas, como si no hubiera ocurrido nada. La mayor sorpresa vino poco después. Al llegar a Little Houghton se dio cuenta de que eran las 20:30 horas. ¡Había pasado una hora y media en apenas unos instantes! Ante relatos tan sorprendentes como estos, podríamos pensar que sus protagonistas sufrieron algún tipo de amnesia, un desmayo o un simple despiste. Sin embargo, hay algunos detalles que parecen descartarlo. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que el coche de Paul apareciera en un terreno vallado, sin huellas que delataran por dónde había entrado? Y, sobre todo, ¿inventarían dos personas que no se conocen un relato tan similar con una diferencia de 10 años, y en una misma localidad? Esta pregunta nos lleva a otro interrogante: ¿hay algo especial en la localidad de Little Houghton que «favorezca» la aparición de sucesos tan extraordinarios? ¿Puede haber lugares en los que este tipo de hechos ocurran con mayor frecuencia? Estos dos extraños incidentes fueron investigados por la escritora Jenny Randles, e incluidos en su obra Viajando en el tiempo, ya citado en el artículo anterior. Otro caso también recopilado por Randles y de características muy similares, tuvo lugar en 1992 en el lago Balatón (Hungría). En esta ocasión el incidente lo «sufrió» una joven que conducía por la carretera del lago, en dirección a su casa. Como en los casos anteriores, todo comenzó tras la visión de una luminosidad «indefinida». Poco después el vehículo perdió potencia, las luces se apagaron y todo se oscureció… Cuando la joven recobró la conciencia habían pasado varias horas. Pero no parecía un simple desmayo. Se encontraba muy lejos de su ubicación original y el coche estaba en medio de un campo sin acceso para vehículos. La joven tuvo que ser trasladada al hospital y allí descubrieron que tenía una hemorragia vaginal, además de una erupción cutánea similar a una quemadura solar. Los policías que localizaron su coche descubrieron con asombro que la cerradura de la puerta estaba «soldada», como si la hubieran sometido a un calor intenso. APARECEN LOS OVNIS Algunos de los detalles descritos por los testigos y en especial las menciones a una misteriosa luminosidad, parecen enlazar con otro enigma no menos intrigante: el fenómeno OVNI. Ciertamente, muchos de los casos de alteraciones temporales van acompañados de elementos que aparecen en los testimonios sobre avistamientos de no identificados. Un caso significativo se produjo en Cuers (Francia), en 1971. Renard, por aquel entonces un joven técnico naval que trabajaba en el puerto de Toulon, solía viajar habitualmente hasta Niza para visitar a su novia. Eran 130 kilómetros de trayecto, distancia que cubría en unas dos horas, y siempre regresaba después de medianoche. En una de estas ocasiones, el joven se hallaba ya cerca de su destino, y el reloj marcaba la 1:30 h. De pronto la radio se apagó, al tiempo que Renard observó una luz anaranjada que descendía hasta casi tocar su coche. El motor comenzó a fallar y el muchacho frenó pensando que «aquello» iba a chocar con él. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que se hallaba flotando a unos cuatro metros de altura, mientras los alrededores quedaban iluminados por la luz anaranjada. Instantes después todo cesó, se oyó un fuerte golpe y el coche estaba otra vez en la carretera. Cuando se repuso del susto, Renard bajó del vehículo y comprobó que éste sufría algunos daños y había quedado cruzado en la calzada. Poco después llegaron algunos vehículos y le ayudaron a arrancar el coche. El joven consiguió recorrer los 25 kilómetros que le quedaban y llegó a su casa. Todo había ocurrido en poco tiempo. A pesar del asombroso suceso, apenas había detenido su marcha unos minutos. Sin embargo, en lugar de haber llegado a casa en torno a las 3 de la madrugada, el reloj marcaba las 6… Renard había «perdido» tres horas de tiempo. No es posible que se desmayara tras un hipotético accidente, pues el coche había quedado atravesado en medio de la carretera –muy transitada– y habría generado un golpe o un gran atasco en esas tres horas «perdidas». También en España hay casos similares. Dos buenos ejemplos son los incidentes protagonizados por los siguientes testigos. «Aquello era como ocho coches más o menos. Cuando lo tuvimos encima, era un ‘rascacielos’». Así de firmes sonaban las palabras de Pedro Mateo, antiguo profesional de la radio y de las artes gráficas, mientras me describía el OVNI con el que se había topado hace ahora treinta años. Iba con su mujer, Gloria Jiménez, y se dirigían en coche a Barcelona, donde debían coger un avión a Dusseldorf. «Era el 26 de junio de 1977. Habíamos salido de Zaragoza muy temprano, sobre las cinco y pico de la mañana y teníamos la intención de almorzar algo con mi hermano, que vive en Barcelona, antes de coger nuestro avión hacia Alemania. Ya había amanecido y poco después de haber pasado Los Garrigues, en Lérida, vimos aparecer ‘aquello’». El artefacto al que se refería Pedro Mateo era un objeto discoidal de bordes «confusos», según él mismo describió. Al principio el OVNI estaba a mucha distancia, pero comenzó a desplazarse rápidamente y sin ruido, hasta colocarse en unos segundos encima del coche. «Yo me asusté –explicó Pedro–, y fue entonces cuando me fijé en un cartel que ponía: ‘Gasolinera a 1.000 metros’. Aceleré todo lo que pude e instantes después vimos cómo aquel objeto desaparecía por donde había venido». El extraño incidente había durado apenas unos segundos. Algo más calmado, Pedro se dio cuenta de que había otro cartel que, de nuevo, indicaba la existencia de una gasolinera a un kilómetro. «Para nosotros fue cosa de segundos, pero al mirar de nuevo allí estaba el cartel que anuncaba la gasolinera. Bueno –me dije–, será que hay otro cartel». Un poco más tranquilos, decidieron continuar su viaje a Barcelona, donde debían coger el avión horas más tarde. «No miré en aquel momento el reloj y cuando llegamos al aeropuerto –desde allí puede haber poco más de una hora–, eran ya las dos y cuarto, ¡y estaban anunciando nuestro vuelo! Sin saber cómo habíamos perdido unas tres horas. Yo pensaba llegar sobre las 11 para almorzar con mi hermano. Pero cuando llegamos sólo tuvimos tiempo para coger el avión». Días después, mientras viajaban de vuelta a Zaragoza en su Seat 1430, el matrimonio maño descubrió otras «sorpresas». «Cuando pusimos la radio sonaba bien –nos explicó Pedro–. Pero al poner una cinta, nos dimos cuenta de que estaba borrada. Probamos con las demás, pero ninguna funcionaba». Además, a Pedro le habían desaparecido unas gafas que guardaba en la guantera, y algún tiempo después la pintura del coche perdió color en la parte superior y en el capó, apareciendo una especie de burbujas, como si una fuente de calor hubiera estado muy próxima al vehículo. Tan sólo un año antes, otro matrimonio aragonés tenía un encuentro similar al protagonizado por Pedro Mateo y su mujer. El 2 de abril de 1976, Alberto Ballarín y su esposa María Josefa Tarrés circulaban por la carretera N-240 con destino a su casa en Monzón. Llegaron al pueblo de Angüés sobre las 22:30 horas, y realizaron una pequeña parada. Tras echar gasolina reanudaron la marcha, internándose en una larga recta de unos 3 kms. Fue entonces cuando vieron «algo» extraño en la carretera: «A los pocos minutos, vimos que venía sobre nosotros algo muy raro», explicó Alberto. A lo lejos pudieron divisar una extraña luz que circulaba por el otro carril y en dirección contraria. Pensaron que era otro vehículo, pero cuando estaba más cerca pudieron ver que aquello no llevaba faros ni ruedas y que se desplazaba mediante unas oscilaciones, «como si fuera por encima de las olas». El objeto tenía forma de «pera achatada», y medía unos 3,5 m de altura por 8 de anchura. El OVNI flotaba a medio metro del suelo, desplazándose en silencio. Poco después, el misterioso artefacto se cruzó con el coche y los testigos pudieron ver que desprendía «por debajo y hacia atrás grandes chispas blancas o amarillentas, parecidas a las de una rueda de pirotecnia». Cuando los hubo rebasado, la mujer se volvió, aunque sólo pudo ver un resplandor que ascendió hasta el cielo con rapidez, perdiéndose en las alturas. «Después, de repente, nos encontramos ya en el parador de San Román. No pasamos el puente ni el pueblo de Lascellas. Perdimos la noción del tiempo y el espacio durante quince minutos», explicó María Josefa. Llegaron a casa a las 22:50 horas, quince minutos antes de lo que debían, ya que ese trayecto solían realizarlo a unos 70 km/h debido a las dificultades que entrañan algunos tramos. Aquella misma noche, los jóvenes Jaime Tresaco, Manuel Polo, Jesús Lleguet y Victor Bergua se vieron asaltados por un OVNI en la carretera N-136, que une Zaragoza y Huesca. CUANDO EL TIEMPO SE ESFUMA… Aunque estos casos ya son bastante extraños, en no pocas ocasiones los testigos refieren experiencias incluso más extraordinarias. El 10 de noviembre de 1971, Roy Wilkinson caminaba hacia su trabajo en Colchester (Reino Unido). En cierto momento observó, sobre un edificio, una extraña figura blanca de formas difusas. De pronto fue consciente de algo muy extraño. El tiempo parecía haber «dejado de existir». La zona, habitualmente concurrida, estaba completamente vacía. Además, no se escuchaba ni el más mínimo ruido. A continuación todo volvió a la normalidad. «Di la vuelta a la esquina y fue como abrir una puerta y entrar en una fiesta», explicó Wilkinson. Más extraño aún fue el fenómeno experimentado en 1966 por David, un joven de Kent (Reino Unido), quien relató los hechos a Jenny Randles. David había salido cerca de la medianoche con una amiga, a quien estaba acompañando a casa. Era verano y hacía un calor bochornoso. Caminaban junto a un río y decidieron detenerse para disfrutar de la tranquilidad. En ese momento escucharon un alboroto cercano, causado por unos adolescentes. En un principio pensaron que aquellos jóvenes venían buscando pelea, pero pronto se dieron cuenta de que en realidad gritaban de terror, pues «algo» los perseguía. «De pronto todo quedó extraordinariamente silencioso, incluso para ser de noche. Tuve la sensación de que se me tapaban los oídos. Experimenté un ligero embotamiento y después me dominó una extraña tristeza. Noté cierta pesadez y tuve la sensación de que me movía a cámara lenta. Me volví para mirar a mi amiga, que también parecía preocupada… las voces sonaban como si procedieran de un valle, por lo que provocaban eco». Fue entonces cuando David se dio cuenta de la causa del terror de los muchachos: una especie de neblina de color blanco, que flotaba a unos quince centímetros del suelo y giraba a su alrededor. En ese momento ocurrió algo imposible: el tiempo se ralentizó. Todo parecía suceder a cámara lenta. Tal y como explicó a Randles, sus movimientos duraban una eternidad. El humo de su cigarrillo subía en espiral con lentitud y tuvo la sensación de que «se había ‘dislocado’ el fluir del tiempo y de la realidad». Los jóvenes que huían aterrados pasaron junto a ellos muy despacio, moviéndose como los astronautas sobre la Luna. Después todo volvió a la normalidad en un instante, al igual que había comenzado.


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