| Un sacerdote Cristiano se aventuró entre los sarraceños del reino de Murcia, con el propósito de predicar el evangelio. Fue detenido y conducido ante Ceut Abuceut, quien determinó hacerle hablar sobre religión cristiana. Lo interrogo sobre la misa, acerca del cual el sacerdote, le dio explicaciones que interesaron al rey hasta tal p0unto que quiso que el prisionero acometiese inmediatamente su celebración ante sus ojos.
 El sacerdote no teniendo a su disposición los objetos necesarios a tal efecto los envió a buscar a la villa de cuenca que estaba en poder de los cristianos. Pero  sucedió que la Cruz que debe estar siempre sobre el altar durante la calebración de la misa fue olvidad. Sin darse cuenta de la ausencia de este objeto indispensable, el sacerdote comenzó, pero enseguida apercibiéndose de que la cruz faltaba, quedó absolutamente turbado. El Rey, que asistía con las personas de su familia y de la corte, viendo de repente al sacerdote tornarse pálido y dubitativo, le preguntó que le estaba sucediendo. 
No hay cruz respondió el sacerdote. 
Pero dijo el Rey, ¿ no será eso de ahí? 
En efecto, en aquel momento el rey vió dos ángeles que depositaban una cruz sobre el altar, y el señalaba con el dedo este deseado objeto. El buen sacerdote dio gracias a Dios y prosiguió con alegría la celebración. 
Ante este milagroso acontecimiento, el rey moro, su esosa y acompañantes renunciaron a su religión, y abrazaron la fe cristiana, siendo bautizados el rey con el nombre de Vicente Belbis y su esposa recibió el nombre de Elena. 
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