Las estadísticas hablan de que por lo menos, los adultos le dedican más de dos horas semanales a este tipo de imágenes. Incluso, el porno ha llegado a los celulares e iPhones convertidos en verdaderos cómplices de sus usuarios, que encuentran en estos dispositivos intimidad y discreción.
Romina P. tenía 27 años y vivía conectada a algún aparato tecnológico. Si no estaba escuchando música, estaba mandando mensajes de texto, chateando o navegando por Internet. Y así se comunicaba con sus amigos, entre los que había encontrado a su novio, con quién salía desde hacía ya casi seis meses. Era rara la oportunidad en que ambos estaban solos.
Justamente por compartir el mismo grupo, vivían rodeados, acompañados. Y faltaba tiempo, espacio, para la intimidad, para el contacto que eleva la temperatura de la pareja. Cuando la situación estaba convirtiéndose en un problema, Romina P. empezó a sacarle provecho a su manejo de los juguetes tecnológicos.
Mensajitos subidos de tono, con invitaciones a rincones oscuros a metros de sus amigos; fotos más que sensuales; trailers de películas porno fáciles de mandar por teléfono...El intercambio fue efectivo, con su ayuda lograron construir códigos propios para el amor ¿O no se trata de eso, en definitiva?).
¿Te animás a consumir porno o te da vergüenza?