*El astro poeta brilla con orgullo y gentileza sobre el azulado lienzo que es el cielo, acompañado por la lenta cabalgata de las blancas y esponjosas nubes. En el Santuario de Athena 12 legendarios templos de piedra se alzan con majestuosidad sobre la colina más alta, vigilando e impidiendo el camino de invasores y enemigos que buscan hacerse de la vida de la verdadera Diosa justa. Cada uno de estos recintos, según la leyenda, está protegido por un campeón de oro cuyo poder no tiene igual, 12 guerreros de voluntad inquebrantable dedicados a proteger la paz en el mundo; sin embargo, al momento, muchos de aquellos templos se encuentran desprotegidos pues su guardianes están lejos o su estrella aún no renace en este plano. Precisamente uno de aquellos hombres de oro, que regresa de una misión en uno de los oscuros rincones del mundo, se encuentra subiendo la interminable escalinata de las casas del zodiaco con paso sereno pero marcial, dejando ya tras de sí el templo del gran toro y llegando al recinto de los querubines gemelos, cuya oscuridad contrastante con el día refleja la ausencia de su misterioso guardián. El soplido del viento besa su clara tez y acaricia sus cabellos oscuros con la gentileza de una amante. Aquel guerrero, de complexión adónica y mirada tan fría como el hielo, porta con orgullo una elegante armadura de oro que chispea al roce del sol mientras tras él ondea una blanca capa de seda que le otorga un aire heroico. Su cabeza es coronada por un yelmo sobre cuya frente se alzan dos afiladas astas que imitan la cornamenta de una cabra de monte y lo delatan como el guardián del décimo templo: Capricornio.  Cuando el guerrero está a punto de adentrarse en la casa de Géminis, un desplante cósmico proveniente del templo de Tauro lo arranca de sus pensamientos y obliga a su cuerpo a dar media vuelta y contemplar desde aquella explanada el recinto anterior. Tiempo atrás aquel hombre pareció sentir un disturbio en el equilibrio cósmico, pero le restó importancia y continuó su marcha, pero ahora sabe que intrusos se han inmiscuido en el Santuario. Y su deber como santo de oro es resguardar las 12 casas, a pesar de que en la que ahora se encuentra no sea la propia. Con su mirar azul, profundo y afilado clavado sobre el camino que conducirá al enemigo a su posición, el campeón de oro espera pasciente a cualquier enemigo que se atreva a acercarse a la casa de Géminis. El Cid de Capricornio, santo dorado cuyo corazón y alma están afilados como una magnífica espada, está listo para la batalla.*

Nota: Se me sugirió que custodiara el templo de Géminis. Saludos.