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ALEJANDRA STAMATEAS: MIS HIJOS ME VUELVEN LOCA
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De: Alondra bat Yeshúa  (Mensaje original) Enviado: 21/11/2009 02:00

Mis hijos me vuelven loca

Por Alejandra Stamateas                                                                                      

Lucas 15: 20-32

Preguntamos: ¿Por qué nuestros hijos traen tantos problemas? (algunos más, otros menos).
Debemos saber que cada uno nació en una familia diferente –queramos o no-, ya que eran diferentes las circunstancias y el momento histórico que atravesaba la familia.

La vida familiar que rodea el nacimiento del primer hijo, no es igual al del segundo, tercero o décimo.
Si tu primer hijo nació en tiempos de escasez (quizás tu marido no tenía trabajo o recién estaban empezando y no había mucho dinero), recibió una educación muy diferente a la del tercero, donde la situación económica quizás era más holgada.

Cada hijo nace en una familia diferente, queramos o no.

Cuando nació el primer hijo estabas menos madura o la pareja estaba bárbara y con el cuarto eras súper experimentada o la relación no andaba bien, entonces fue educado de manera diferente.

El grado de felicidad de los padres y de satisfacción personal marcaría el momento del nacimiento.

La realidad es que -tarde o temprano- nos encontramos siendo mamás que resuelven las crisis de sus hijos, sacándolos de sus problemas porque “no querés que sufran”.
El tema es que, sacando a uno y a otro para que se sienta bien, nos volvamos locas.

El primer hijo es como el primer amor, todas las expectativas están sobre él.
Es el primer embarazo y -si era deseado- es como un amor muy grande, que da temor y a la vez mucha alegría.
La mamá se empieza a ver la panza, los primeros movimientos y que será “súper bien recibido,” pero todo esto no será igual con el cuarto hijo porque es como que la expectativa desaparece.
El primer hijo se considera como un reflejo de los padres y se lo estimula para que se destaque; es como el primer experimento, se desarrollan muchas expectativas y temores. Generalmente se lo consiente excesivamente y, a su vez, se lo castiga más porque “debe ser un buen ejemplo para sus hermanos menores”.

El hijo mayor termina siendo perfeccionista, no quiere cometer errores, busca dar una buena imagen delante de los demás para no decepcionar a sus padres y le cuesta mucho aceptar los errores ajenos.
No aceptará críticas, ni le será fácil reconocer que se ha equivocado y suele comprometerse más allá de sus debilidades; le cuesta decir que “no” y pedir ayuda porque no confía en la capacidad ajena.
El hijo mayor es el más inteligente -porque constantemente se le exige-, y su perfeccionismo será una lucha que tendrá que enfrentar la madre durante toda la vida porque su autoexigencia lo hará sufrir.

El hijo menores tratado como un bebé –aunque sea grande-, se le presta más atención, no se lo presiona y sus errores son más tolerados. Se dice: “Este se crió solo”, porque es más fácil de criar.
Por lo general es más optimista y espera que los demás lo ayuden sin tener que pedirlo: “Me tenés que ayudar porque soy chiquitito y tenés que hacer lo que necesito”. Se limita a poner cara de desvalido y todos lo ayudan, por lo que no hará grande esfuerzos.
Se lo disciplina menos que al resto y esa es la frecuente pelea en la casa: “¿Por qué a ella no le decís nada?”, “¿Si se equivocó y está cometiendo el mismo error que yo, por qué no lo retas y a mí, sí?”
Suele ser más indisciplinado en su vida personal, posterga las cosas y llega más tarde, o no va, a las citas; es manipulador y vive acusando a sus hermanos, esperando ver qué hace su hermano para –después- dejarlo mal.

El hijo del medio es más difícil de definir. Jamás tiene a sus papás exclusivamente, suele pensar que la vida es injusta; es menos capaz de tomar iniciativas o pensar por sí mismo y trata de especializarse en algo que el hermano mayor o menor no sepan, para diferenciarse de ellos, porque “quiere ser “único” por lo menos en algo en la vida”.
En calidad de puente entre sus hermanos aprende rápido el hábito de la negociación y el acuerdo, para conseguir lo que quiere.
Si no consigue delimitar su identidad en la infancia es muy probable que en su adultez sea retraído y se sienta muy solo en el mundo.
Cree que “no le importa a nadie”, se siente muchas veces ignorado, ya que generalmente “le preguntan al más grande porque “supuestamente” tiene más criterio” o “se hace el capricho del más chiquitito” y al del medio no se lo tiene en cuenta.
Por eso es importante pedir sus opiniones para que se sienta alguien especial. Y esto es algo
que como mamás debemos resolver.

El  hijo único es el que está en el mejor o peor de los mundos; no hay nada más lindo, ni peor, que ser hijo único.
Nunca está en situación de defender su posición como hijo favorito porque no comparte sus padres, ni su posición, con nadie.
Tiene asegurado su lugar en la familia, suele parecerse al progenitor del mismo sexo porque está más tiempo con él.
Madura precozmente porque los padres le imponen una estricta disciplina, ya que le prestan mucha atención y será único receptor de todo lo que sus padres quieran depositar en él, tanto bueno como malo: esperanzas, sueños, ilusiones, críticas, enojos, exigencias y demás.
Al hijo único no le gusta ser criticado y si algo se le critica por primera vez no lo vuelve a hacer para evitarlo.
Es muy sensible, vulnerable, no disfruta del juego, le cuesta mucho demostrar sus sentimientos o decir lo que piensa; tiene miedo a defraudar a sus padres y tratará de complacer a los demás. Tiene mucha culpa.
Posee habilidades verbales muy desarolladas porque habla con adultos y tendrá problemas en sus relaciones de intimidad. Es muy estructurado y no quiere que le cambien las cosas por nada, no es demasiado flexible.
Le resulta muy difícil perdonar a otros como perdonarse a sí mismo y lo que para la gente común es un problema para el hijo único es un desastre.

Como mamás tendremos que enfrentar celos, caprichos, peleas, angustias, descontentos.
Por eso:

1- Disfrutá de la diversidad familiar.

Aprendé a disfrutar de las diferencias de tus  hijos, ellos no tienen que ser iguales.
A veces queremos que reaccionen de la misma manera frente a algo y no es así, porque son totalmente distintos ya que fueron criados y educados en diferentes momentos.
Debemos celebrar las diferencias  y sentirnos cómodas con la manera de ser de cada uno.

Agradecé a Dios por cada hijo y  sus diferencias, porque son lo mejor que te dio en la vida.

2- Reconocé las diferencias.

No digas: “Vos sos el que te reís y vos el que llora”, no los selles sino afirmá sus diferencias, no todos deben vivir las mismas experiencias.
Hay familias que funcionan como ritos: si a uno a determinada edad, le compraron algo, también lo harán con los otros hijos. Rompé ese hábito.
No sos injusta por respetar sus diferencias, lo serías si les dieras lo mismo cuando no lo quieren recibir.
Justicia es dar -dentro de tus posibilidades-, lo que cada uno desea, porque no todos son iguales y no tienen por qué vivir las mismas experiencias.
“Yo le doy a todos lo mismo”. ¡No! Porque todos no necesitan lo mismo.

3- Entendé que no son tus hermanos.

                         -.-.-.-.-.-.-.-.-.-

No hay hijos totalmente buenos,
ni totalmente malos.

Muchas mujeres dicen:
“A vos te fue fácil la crianza”;
“Vos, ¿Qué sufriste con tus hijos, si son un pan de Dios, son re buenos?, pero los que me tocaron a mí…, si te cuento…”
“Éste, el mayor, es obediente como el solo pero, el más chico es un demonio”.

Todos tenemos algo bueno y algo malo y para nuestros hijos es lo mismo y, ante determinada cosa, reaccionan distinto.
No se puede comparar a un nene de cinco años con un adolescente que está pasando por una crisis, siempre lo verás malo.
Los hijos están tratando de salir a la vida a defenderse y cada uno cuenta con distintas herramientas.
Y cada madre deberá utilizar sabiduría para ser guía, sin catalogarlos.

 

El amor hace que no retengas a tus hijos cuando se quieran ir.

Nos costará dejar que elijan sus vidas, pero el verdadero amor no retiene.
Es el mismo amor por el que regresó el hijo pródigo a su casa sin que le reprocharan nada.

¡Qué bueno sería dejarlos ir y que vuelvan sin reproches!

Tus hijos pueden irse, elegir cualquier camino, pero hay algo que sembraste en sus vidas que se llevarán y nunca lo van a perder, ni dejarán de lado y, pase lo que pase, irá consigo, porque lo que sembraste en su espíritu y nadie se los robará.

El hijo pródigo volvió porque había tomado una opción de muerte y un paso más lo hundiría.

Te digo: “Tus hijos que están alejados, -cualquiera sea la situación por la que estén pasando-, volverán si o sí, porque “siempre se vuelve a la casa de mamá”.
Crecidos, maduros, con experiencias duras o alegres, en algún momento el Espíritu Santo hará “clic” en sus cabezas y volverán.

 

No te canses de sembrar en tus hijos

Cualquiera sea la repuesta que obtengas de su parte, tu siembra será la espada que llevarán como hijos de una reina y volverán con la cosecha que les sembraste.
En nuestro hogar tenemos hijos que son
 “legales”, porque obedecen, hacen todo bien, “supuestamente” no traen problema, pero muchas veces están perdidos dentro de la misma casa, distanciados del amor de mamá, “Él me obedece, hace todo lo que le digo, pero su corazón y espíritu están lejos del mío”.

No llores solamente por los que se fueron, sino pensá en los que están pero distantes. 
Ellos tendrán que elegir si tomar la palabra que les estás dando o no.

En el relato bíblico, el amor del padre estaba disponible para los dos hijos.
Se alegró (y no porque se haya solucionado todo, porque no había más problemas o se acabó la tristeza)  porque su hijo estaba perdido y lo encontró.
Es la alegría de un padre o madre que ve a su hijo caminar hacia casa.

Tenemos la posibilidad de alegrarnos frente a cada circunstancia de la vida.

Todos los días está la posibilidad de decidir, si entristecerse o alegrarse.
“Pero mis hijos me hacen sufrir” Te corresponde a vos decidir si estarás triste o alegre.

Escuché a una chica que decía: “Estoy cansada de ver cómo mi papá le rompe botellas en la cara a mi mamá y me tengo que poner en el medio para que no la lastime.”

Muchos de nuestros hijos tienen madres frustradas, enfermas, tristes, cuando en realidad Dios nos ha dado la posibilidad de elegir.
Un hijo, sólo quiere: “que mi mamá sea feliz”.
A veces cargamos nuestras frustraciones sobre los hijos y la tristeza que tenemos no es por ellos sino por las frustraciones.

Es triste que un hijo sienta culpa por hacer infeliz a su madre.

No te acostumbres a la tristeza, ni te expreses con tristeza delante de tus hijos;
tenés la posibilidad de optar cómo vivir, a pesar de las circunstancias tremendas.
Esto se ve en la película “La vida es Bella” donde el protagonista pasó de todo, en medio de la guerra, pero mostró a su hijo otro mundo.

Mostrá alegría delante de tus hijos que están necesitando fiesta.

Si te ven disfrutar, aprenderán a disfrutar.
¡Defendé la alegría!
Y, como mamá, tenés que hacerlo cueste lo que cueste.
Si alguien o algo quiere ponerte triste, parate y defendé la alegría;
Si alguien de afuera quiere hacer problemas dentro de tu casa, parate y defendé la alegría.


 

Cuando el hijo pródigo volvió, el padre hizo fiesta y el hijo mayor dijo: “¿Por qué? El
gastó todo el dinero con prostitutas y para mí, que estuve siempre, no mataste ni un cabrito”.
El padre respondió: “Hijo, todo lo mío es tuyo, te pertenece”.

 

Todo lo tuyo le pertenece a tus hijos

La vida espiritual que estás teniendo,
la relación con Dios, tu intimidad con El, todo les pertenece y en algún momento tomarán de tus vivencias para sus propias vidas.

Hoy sembrás vida espiritual y mañana recaerá en la vida de tus hijos, en la de tus nietos y hasta más de cuatro generaciones, porque Dios lo prometió.

No te canses de sembrar espiritualmente,
todo lo tuyo le pertenece a ellos.

¿Cuánto hace que no hay fiesta en tu casa? ¿Que no das alegría a tus hijos porque vivís quejándote por tus problemas?
Tus hijos absorben todo eso y lo recordarán (aun cuando sean padres) que en casa de mamá siempre había fiesta.

Tu actitud traerá bendición a tus hijos,
Ellos quieren verte feliz y podés optar cada día  por tristeza o alegría, depende de vos.
Todos los días deberías hacer fiesta porque el Rey de Reyes, el Señor de Señores, vive.
El que te ama, bendice y sostiene, te lleva para adelante.
Disfrutá cada momento, sembrá alegría.
Oración:
Señor, declaro que lo que siembro sobre la vida de mis hijos volverá con gran cosecha.
Determino, a partir de ahora, que en mi casa siempre va haber fiesta en el nombre de Jesús.

 

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