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FRANCISCO NÁCHER: EL VALOR DEL PERDÓN
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 03/03/2010 17:18

 

 

EL VALOR DEL PERDÓN

por Francisco-Manuel Nácher

 

Produjo mayor conmoción entre los terroristas, y en toda España y,

por supuesto, fue más hermoso y más constructivo, el ejemplar e

inesperado “los perdono de corazón” de aquella niña (Irene Villa) y su

madre, víctimas ambas de un atentado que las dejó sin piernas, que el

primitivo, salvaje y consabido “ni olvido ni perdono” de tantos otros. Y es

que el perdón es una energía misteriosa de la naturaleza que fortalece a la

víctima y debilita al verdugo.

¿Por qué? Porque, los que se encuentran en el ínfimo nivel evolutivo

que les permite matar semejantes sin sentir ningún remordimiento, no

parecen entender otro idioma que el de la violencia y, por tanto, la

represión, la persecución, la cárcel y, para ellos, la tortura y hasta la pena

de muerte y, sobre todo, el odio profundo y permanente, aparecen como

elementos justificadores de su conducta. Para algunos, sin embargo, ese

sistema es el único apropiado para acabar con el terrorismo. Pero la

realidad, con su tozudez característica, nos demuestra continuamente que

no es así: Llevamos más de treinta años en esa creencia y con ese sistema y

no hemos avanzado prácticamente nada.

¿A qué se debe tal duración? El sistema utilizado con los terroristas

por quienes los adoctrinan es tan simple como efectivo: Se les educa en la

creencia de que el resto de la sociedad los oprime, los margina, los

desprecia y es injusta con ellos, lo cual hace nacer en su alma el odio

contra esa sociedad agresiva y explotadora. Ese odio necesita, una vez

afianzado, manifestarse en un acto contra “la sociedad enemiga”, con el fin

de “restablecer el equilibrio” roto por ella. Si la reacción a su acto, por

parte de la sociedad, es de odio, es el “ni olvido ni perdono”, ello no hace

sino alimentar la postura inicial y dar la razón a quienes la inculcaron,

dando pie a nuevo odio y a su expresión, mediante otro acto criminal, para

volver a nivelar la situación. Pero, si la respuesta que el terrorista recibe es

yo te perdono de corazón”, todo discurre de modo muy distinto: Queda

sorpresivamente en deuda con su víctima de modo irremediable,

desequilibrado pero sin excusa para actuar, y eso lo llena de perplejidad, lo

corroe por dentro, le hace sentirse incómodo consigo mismo y lo obliga a

pensar y a tratar de descubrir qué extraño mecanismo ha entrado en juego

en su víctima para que reaccione de un modo tan, para él, ilógico e

inesperado. Eso hará que el poso de divinidad que todo hombre, de un

modo irrenunciable, lleva en su interior, se empiece a despertar en el

principio de un túnel, más o menos largo, a cuyo final está la luz. Ya

algunos terroristas la han visto. Y acabarán haciéndolo todos. No hay otro

camino. La violencia sólo ha engendrado siempre violencia y siempre la

seguirá engendrando. Y el único antídoto contra ella es el amor.

La primera y única religión dada a todos los hombres en general, sin

distinción de razas, y que ha establecido el amor a los semejantes como

norma de vida y, consecuentemente, el perdón incondicional de las

ofensas, es la cristiana. Las demás, se dieron para pueblos determinados,

siempre “elegidos”, es decir, “distintos” y, por tanto, “superiores a los

otros”, y que se llamaron, por ello, “religiones de raza”. Y todas ellas,

desde los tiempos bíblicos, instituyeron, como medio para restablecer el

equilibrio jurídico y social alterado por el delito, la tan conocida Ley del

Talión, es decir, el “ojo por ojo y diente por diente”, o sea, en lenguaje

coloquial, “deseo hacerte, y si puedo te lo haré, lo mismo que tú me has

hecho porque, hasta entonces, no me sentiré tranquilo”. Lo cual

institucionalizó la venganza en esos pueblos.

No resulta, pues, raro que las dos culturas más próximas

históricamente a la nuestra, la musulmana y la hebrea, ambas con la Ley

del Talión como norma ética de conducta en sus Escrituras respectivas y,

por tanto, reacias a perdonar, lleven ya cincuenta años demostrando la

ineficacia del sistema, a costa de innumerables vidas e incesantes

crueldades, violencias e injusticias, cuyo fin no se vislumbra y, en cambio,

los países europeos, que han protagonizado y sufrido una guerra terrible

entre ellos, gracias al poso cristiano de su cultura, hayan sabido y podido

perdonarse, y comenzar de nuevo a caminar juntos, casi apenas alcanzada

la paz, quedándose tan sólo atrás, significativamente, los que no supieron

perdonar.

Y resulta igualmente comprensible que Hollywood, cuyo origen y

cuyos protagonistas económicos y artísticos han sido y son en su mayoría

hebreos, aún siendo todos ellos grandes y admirables hombres en todos los

sentidos, no hayan podido evitar el poso de “Ley del Talión” de su cultura

milenaria, y lo hayan incorporado, como cosa natural, a sus películas que,

desgraciadamente, están consiguiendo que los europeos empecemos a

encontrar obvio que la reacción normal frente a la ofensa, de cualquier

tipo, sea la de la venganza cuando, según nuestra propia cultura cristiana,

lo lógico sería perdonar, tender la mano al enemigo y tratar de unir

nuestros esfuerzos para progresar juntos los dos.

El terrorismo nos está poniendo continuamente en el brete de tener

que reaccionar de uno u otro modo y, desgraciadamente, y en gran parte

debido a la influencia permanente y obsesiva del cine yanqui - hasta los

mismos norteamericanos, a pesar de sus ascendencia mayoritariamente

europea y, por tanto, cristiana, ya han empezado a creer que el “american

way of life” es el de las películas, es decir, el del odio y la venganza - se

está logrando que muchos españoles reaccionen también erróneamente.

No estoy diciendo que no haya que hacer todo lo posible por evitar

los asesinatos y que no haya que perseguir y condenar y encarcelar, por

insociables, a los asesinos. No. Lo que estoy diciendo es que debería bastar

con su odio y que no hace falta el nuestro. Nuestro papel es muy distinto,

si no queremos situarnos a su mismo nivel y perder así toda nuestra fuerza

moral. Hay que tender la mano, perdonar, dialogar, tratar de comprender,

disculpar… O seguir odiando y muriendo y encarcelando. Ya dijo un sabio

muy sabio que “la mejor venganza consiste, precisamente, en no

vengarse”.

Hay, pues, que saber, precisamente, olvidar y perdonar. Porque, si no

se olvida, se recuerda y, si se recuerda, se odia y, si se odia, no se

perdona y, si no se perdona, se pierde la paz y, si se pierde la paz, se hace

imposible la felicidad y, si no se puede ser feliz, ¿qué sentido tiene la

vida?

¿Que es difícil? ¡Claro! El fundador de la religión cristiana, en la

que, queramos o no, hemos bebido y seguimos bebiendo la mayor parte de

los españoles, incluso sin saberlo o sin quererlo, ya nos advirtió que “el

sendero es angosto y empinado”. Pero es el único seguro. Porque el otro,

el aparentemente más fácil y llano y transitable, es, en realidad, terrible y

está sembrado de cadáveres y de odios y de desdichas. Por eso estableció

el perdón de las ofensas como característica distintiva de su religión. Y nos

dio su ejemplo. Y aquel perdón que pidió para sus asesinos, en la cruz, fue

lo que hizo posible que su religión durase milenios. ¿Qué hubiera ocurrido

si, en aquel momento supremo, hubiese maldecido a sus verdugos? ¿Dónde

estaría ahora la religión cristiana? ¿Cuánto habría durado?

* * *

 
 


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