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SEÑORA DE HEINDEL♥ : CONSTRUCTORES Y DESTRUCTORES
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 26/01/2012 14:54

 

(Carta de la Sra. Heindel a los estudiantes, de febrero de 1.930)

 El comienzo de la vida física se encuentra en una pequeña partícula de materia

 protoplasmática. Dentro de esta sustancia existe un núcleo que bien pude
 compararse a un pequeño grano de arena. Con sus poderosos instrumentos
amplificadores, el científico ha descubierto que este núcleo es el asiento d ella vida
en la célula o en el zoófito. El núcleo se divide en dos partes; éstas se dividen en
cuatro y, luego, en ocho, continuando de esta manera hasta que existan cientos
de diminutas células vivientes. Huxley nos dice que el protoplasma del que
se compone el cuerpo del zoófito constituye "la base física de la vida".
La ciencia alega que cada célula viviente está cargada de electricidad; que toda
 célula, bien sea vegetal o animal, tiene método distinto de respirar, pero que esta
 electricidad y respiración dependen de la cantidad de oxígeno que la rodee. La
ciencia sostiene, además, que cada célula viviente es una especie de mundo
 diminuto, un taller químico que abastece la vida a los cuerpos más
grandes, que se edifican de células.
Ahora bien, contemplemos una célula particular, a saber, el óvulo humano.
 Ordinariamente la célula continúa reproduciendo su especie, luego muere, se
desecha y es arrojada del cuerpo principal. Cuando el óvulo es vitalizado por la
célula positiva, el zoospermo, se efectúa un cambio decisivo. La vida ha sido
inyectada, la que, a la postre, se multiplica de una manera rotundamente
distinta a la de otras célula. El óvulo y el zoospermo empiezan inmediatamente
una forma nueva y viviente, que comienza su formación con dividirse en dos
 células, luego en cuatro, etc. Mas, estas células, en cierta etapa de su desarrollo,
se dividen en grupos, cada uno de los cuales se aglomera alrededor de una
célula nuclearia, la que parece dirigir la formación de los órganos, el sistema
nervioso, la sangre, etc. Luego, con el tiempo, tenemos un ser humano
 perfectamente bien formado que, por la naturaleza, es echado al mundo
físico, constituyéndose así en un cuerpo separado e individual, cuya vida
dirige la actividad de los diversos grupos de células que integran el cuerpo.
La ciencia ha comparado la vida en el cuerpo a un sistema eléctrico de baterías,
pero jamás ha podido descubrir lo que proporciona la carga eléctrica. Con este
 descubrimiento la ciencia se granjearía inmarcesibles laureles de gloria si, por
 ventura, se lograra por procedimientos materiales. Pero, como Max Heindel ha
advertido tantas veces en sus obras, la ciencia llegará a comprender la fuente de la
vida únicamente cuando se dedique al estudio de la ciencia oculta puesto que, lo
que es en verdad, puede manifestarse tan sólo a quien alcance un alto grado
de desarrollo. Hasta entonces podrá comprender la verdad de las leyes de la
vida y el ser. Entonces sabrás que, tras la gloriosa y gran obra de la naturaleza,
 existe un plan definido de un arquitecto invisible, que es el poder que dirige y
gobierna todas las oleadas de vida, y también la vida compleja e interesante
 del templo humano en que el Dios viviente se hospeda.
La vida que actúa en el cuerpo se divide en dos corrientes distintas. Hay células
que son constructoras y existe otro grupo de gérmenes que bien pueden
clasificarse como destructores. Mientras el hombre es joven y goza d cabal
 salud, las pequeñas células elementales constructoras son las más activas y
 las más abundantes; mas, cuando la vejez se aproxima y, cuando el cuerpo se
fatiga y debilita por la demasía de trabajo o por los excesos, los microbios de que
 la ciencia médica nos informa y que son destructores, se multiplican de manera
 prolífica y tienden a efectuar la disolución del cuerpo físico. Pero estos
gérmenes tienen una función particular que cumplir: son los "carroñeros"
del cuerpo. Estos microbios o bacterias viven porque ingieren las impurezas
 del cuerpo y como limpiadores son de valor inestimable. Por ejemplo, cuando
 un hombre come demasiado y debilita su cuerpo de tal manera que menguan
 sus poderes de resistencia, le sobrevienen resfriados, barros, erupciones u
otras de las múltiples enfermedades que agobian a la humanidad. Los diminutos
 microbios elementales se alimentan d ellas sustancias nocivas que se forman
 en el cuerpo del hombre. De esta manera pueden ser útiles obreros, mas
 también peligra el que se constituyan en destructores que engendren
 enfermedades si, por acaso, se multiplican abundantemente. Que no se les
 dé demasiado alimento del que extraigan su vitalidad y entonces fomentarán
 la salud; pero, que s eles atraque, y entonces se trocarán en destructores.
Los intestinos se llenan de materias nocivas y desechos, sustancias que
procrean bacterias en grandes números, que arrojan
 tóxicos que acarrean la enfermedad.
La ley que actúa en el cuerpo físico es la misma que obra con la tierra y la
 mantiene en su órbita y crea la armonía entre las criaturas del mundo.
Hubo un tiempo en que el mundo fue una masa dentro del sol pero,
después, cuando fue arrojado, se convirtió en un cuerpo evolutivo y
viviente. En su interior y en su superficie cuanta billones tras billones de
distintas especies de células en diferente etapa de evolución. Existen grupos
 de átomos o células minerales, teniendo cada grupo una labor determinada
 que desempeñar dentro del gran cuerpo de la tierra. Luego encontramos,
 más arriba, otro grupo de trabajadores. Están labrando su salvación con
edificar y servir en el reino vegetal. Reciben su vida del reino mineral porque
 de él se alimentan. Las sustancias vegetales, cuando se desintegran,
vuelven al reino mineral. Sirven y ayudan a mantener en vida y salud a las
dos oleadas de vida superiores, a saber, el reino animal y el humano.
La obra de construir y destruir sigue su curso por doquier. Tomemos como
 ejemplo la jugosa fruta madura. Llegada a su estado final por la obra armoniosa
 de los dos ejércitos de vida celular, si, por ventura, un insecto la pica e inyecta
 su veneno a través de la cubierta de la fruta, este perjuicio interviene
 entonces en la vida d ellos obreros y empiezan su labor de destructores.
 Igualmente sucede cuando la fruta está demasiado madura: los obreros
cesan en su labor y comienza la putrefacción. Este juego entre la vida y la
 muerte siempre se efectúa pues, en cada oleada de vida se suscitará una
 lucha entre estas dos fuerzas. Mientras exista armonía y equilibrio entre
 los constructores y los destructores, la vida continuará serenamente. Son
de enorme necesidad ambos elementos, el positivo y el negativo pero, si
el negativo alcanza el dominio sobre el positivo, sobreviene entonces
discordia, enfermedad, decaimiento y muerte.
La lucha entre la vida y la muerte se efectúa no sólo en los cuatro reinos, el
 mineral, el vegetal, el animal y el humano, sino que la encontramos también
 en formaciones humanas tales como las naciones, las razas, las sociedades,
así como en las familias. Por todas partes encontramos constructores y
 destructores en lucha para alcanzar la supremacía. Mientras los constructores
 permanezcan positivos, atraerán hacia ellos la salud, la prosperidad y el
éxito. Si no existieran estos dos elementos, no habría adelanto ni progreso.
 Los hombres fuertes de cualquier nación se fortalecen por la oposición; los
que vencen, se elevan; pero los que fracasan, se hacen débiles y caen.
Condición semejante encontramos en la Fraternidad Rosacruz. Mientras era
 pequeña y estaba en su infancia, un hombre y una mujer lucharon solos para
evitar que los destructores, la oposición, no le quitaran la vida. Desde entonces
ha crecido sobremanera y después de esa pareja de obreros vinieron cientos
 de otros colaboradores y también algunos destructores. Cada Grupo de
Estudio y cada Centro de la Fraternidad, por lo regular, empieza por la
iniciativa de un miembro, que se constituye en la primera célula, a la que
otros se adhieren y así se funda el Centro. Pero los obreros y los
constructores en los Centros d ella Fraternidad nunca están libres de los
 destructores y, cuando éstos logran el dominio, la disolución sobreviene
 y el Centro fenece. Pero, cuando los constructores se mantienen firmes
e incólumes, aunque el Centro sufra y pase por períodos de discordia,
esa perseverancia y lealtad salvará la vida del Centro. Además, esos
constructores alcanzarán fortaleza y gran provecho de la lucha, mientras
 los destructores perderán una gran oportunidad que, quizá, no les
vuelva otra vez. Y llegarán a comprender en vidas subsiguientes las
deudas de destino en que por tan proceder incurrirán. Como un gran
 Maestro dijo a sus seguidores: "¡Ay del mundo por los escándalos!
Porque, necesario es que haya escándalos pero, ¡ay de
 aquel hombre por el cual viene el escándalo!"
Acostumbramos hablar de la "materia muerta". El hombre tiende a pensar
 que las piedras y los minerales están muertos porque son inertes. Pero el
ocultista sabe que todo lo que se encuentra en el universo de Dios goza
de vida. En realidad nada hay muerto, como cree muy a menudo el hombre
 pues, hasta el aire que respiramos está pletórico de billones de pequeños
 seres con vida. El éter es sustancia viviente de varios grados. El polvo
que hollamos está lleno de diminuta vida celular. Cada célula tiene un
trabajo particular, bien sea como constructor, bien como destructor. Y
 nosotros, podemos ser una rémora en su labor o podemos impulsarla.
Se nos ha dicho que nuestro cuerpo físico está compuesto de sustancia
 mineral, que mantiene en unión el ego y sus obreros mientras lo habite. Pero
 apenas el ego se retira y el cordón plateado se rompe, ese cuerpo físico
empieza a derrumbarse y a pudrirse. Entonces es cuando las pequeñas
 células destructoras se multiplican y desempeñan su labor de volver la
 materia inútil otra vez al reino mineral. Cuando el cuerpo es enterrado
 en el suelo, la tierra, con el tiempo, reabsorbe la sustancia
mineral que antes fuera el templo físico del espíritu. Cuando el cuerpo se
 embalsama y se coloca en un ataúd de metal, herméticamente cerrado, como
 se está popularizando tanto en nuestros días o, cuando e incinerado y las
cenizas se guardan en una urna hermética en el lugar de la cremación, se
 obstruye la evolución d ellos átomos minerales puesto que, como hemos
 dicho, todo tiene vida y se encuentra en cierto estado de evolución,
bien sea carne putrefacta o el ego del hombre.
Todas las cosas se ven obligadas a cumplir cierta misión y, bien sean
constructoras o destructoras, todos tienen su trabajo que desempeñar
 en este gran plan d ella evolución. El rey, en su trono, desde el que
 gobierna su reino, depende grandemente del hombre del desagüe,
que le ayuda a conservar la salud d ella ciudad y también contribuye así a
que se conserve la salud del rey. Todos somos llamados a cumplir alguna
misión en la vida. Todos somos parte integrante d ella gran vida de Dios,
incluso los más diminutos granos de arena.

"No hay muerte. Las hojas de la selva
truecan en vida el aire invisible;
Las rocas se desintegran para alimentar
el musgo hambriento que soportan.
No hay muerte. El polvo que pisamos
se transformará, bajo las lluvias del estío,
en dorado grano o en jugosa fruta
o enflores de matices de arco iris"

 

 
 


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