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General: El Sr. Gurdjieff dijo:
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De: Alcoseri  (Mensaje original) Enviado: 28/04/2011 00:31
El Sr. Gurdjieff dijo:
 «El hombre llega al mundo con una hoja limpia de papel, que inmediatamente todos los que lo rodean rivalizan por ensuciar y llenar con la educación, la moral, la información que llamamos conocimiento y con toda suerte de sentimientos de deber, honor, consciencia, y cosas así.» «Y todos y cada uno apoyan inmutable e indefectiblemente los métodos que emplean para injertar esas ramas en el tronco principal, llamado personalidad del hombre.» «La hoja de papel se va ensuciando gradualmente, y cuanto más sucia está, es decir, cuanto más lleno está un hombre de información efímera y de esas ideas del deber, el honor, etc., que lo obligan a engullir o le sugieren los demás, más 'inteligente' y virtuoso lo consideran quienes lo rodean.» «Y, al ver que la gente considera su 'suciedad' como un mérito, él mismo llega inevitablemente a tener la misma opinión de esa hoja sucia de papel.» «Y así tenemos un modelo de lo que llamamos el hombre, al cual se agregan frecuentemente términos tales como 'talento' y 'genio.'» «Pero el humor de nuestro 'genio', si cuando se despierta por la mañana no encuentra sus pantuflas junto a la cama se arruina para todo el día.» «El hombre ordinario no es libre en sus manifestaciones, ni en su vida, ni en sus humores.» «No puede ser lo que le gustaría ser; y no es lo que cree que es.» «Hombre, ¡qué poderoso suena! El nombre mismo significa 'la cumbre de la Creación; pero, ¿es adecuado este título al hombre contemporáneo?» «El hombre debería ser, sin duda, la cima de la Creación, puesto que está formado y posee todas las posibilidades para adquirir todos los datos exactamente similares a los datos del MATERIALIZADOR DE TODO CUANTO EXISTE en la Totalidad del Universo.» «Pero para tener derecho a llamarse 'hombre', hay que serlo.» Y para ser un hombre es necesario, en primer lugar, con infatigable persistencia y un indomable impulso de deseo, que surge de todas las partes separadas independientes que constituyen toda la presencia común, es decir, con un deseo proveniente simultáneamente del pensamiento, el sentimiento y el instinto orgánico, alcanzar un completo conocimiento de uno mismo —al mismo tiempo que se lucha incesantemente contra las propias debilidades subjetivas— y, más tarde, sobre los resultados obtenidos únicamente por la propia consciencia, con respecto a los defectos de la propia subjetividad establecida y a los medios elucidados para la posibilidad de combatirlos, esforzarse por desarraigarlos sin misericordia para con uno mismo. Hablando con franqueza, y de forma totalmente imparcial, el hombre contemporáneo, tal como lo conocemos, no es otra cosa que un mero mecanismo de relojería, aunque de construcción sumamente compleja. El hombre debe infaliblemente pensar profundamente acerca de su mecanicidad desde todos los aspectos y con total ausencia de parcialidad y comprenderla bien, con el fin de apreciar plenamente qué significación puede tener esa mecanicidad, y todas las consecuencias y resultados implícitos, para su propia vida futura y para la justificación del sentido y la finalidad de su surgimiento y de su existencia. Para quien desea estudiar la mecanicidad humana en general y tener de ella una clara comprensión, el más conveniente objeto de estudio es él mismo, con su propia mecanicidad; y sólo es posible estudiarla prácticamente y comprenderla con sensatez, con todo el ser, y no psicopáticamente, es decir, con sólo una de las partes de la presencia total, sino como resultado de la autoobservación correctamente conducida. Y, en lo que se refiere a esa posibilidad de conducir correctamente la autoobservación, sin riesgo de que se produzcan las maléficas consecuencias que se han observado más de una vez en los intentos de la gente por hacer esto sin el conocimiento adecuado, es necesario advertir —para evitar la posibilidad del celo excesivo— que nuestra experiencia, basada en la vasta información exacta que poseemos, ha demostrado que no se trata de algo tan simple como puede parecer a primera vista. Es por eso por lo que hacemos del estudio de la mecanicidad del hombre contemporáneo el fundamento de una autoobservación correctamente conducida. Antes de empezar a estudiar dicha mecanicidad y todos los principios para una autoobservación correcta, el hombre debe decidir, en primer lugar, y para siempre, que será incondicionalmente sincero consigo mismo, que no cerrará los ojos ante nada, que no dejará de lado ningún resultado, lo condujera donde lo condujere, que no temerá las inferencias y que no se detendrá ante ningún límite previo y autoimpuesto; y, en segundo lugar, para que la elucidación de esos principios pueda ser adecuadamente percibida y transubstanciada en los discípulos de esta nueva enseñanza, es necesario establecer una forma correspondiente de 'lenguaje', ya que la forma establecida del lenguaje nos resulta totalmente inadecuada para tales elucidaciones. En cuanto a la primera condición, es necesario advertir desde el comienzo que un hombre que no está acostumbrado a pensar y a actuar siguiendo las líneas correspondientes a los principios de la autoobservación debe tener el coraje de aceptar sinceramente las inferencias obtenidas sin desalentarse; debe someterse a ellas y seguir adelante con esos principios, con el crescendo de la persistencia, obligatoriamente necesaria para esto. Dichas inferencias pueden 'trastornar' todas las convicciones y creencias previamente arraigadas en el hombre, así como también todo el orden de su mentación ordinaria; y, en tal caso, puede perder, quizá para siempre, todos los placenteros 'valores tan caros a su corazón, que, hasta ese momento, han constituido su vida tranquila y serena. Gracias a la autoobservación correctamente efectuada, el hombre puede captar desde los primeros días y establecer incuestionablemente su completa impotencia y su debilidad, literalmente frente a todo cuanto lo rodea. Se convencerá con la totalidad de su ser de que todo lo gobierna, todo lo dirige. Él no gobierna ni dirige absolutamente nada. Se siente atraído y repelido no sólo por todo lo animado que posee la capacidad de influir sobre el surgimiento de alguna asociación en él, sino también por cosas totalmente inertes e inanimadas. Sin ninguno de los impulsos de autoimaginación o autotranquilidad que se han vuelto inseparables de los hombres contemporáneos, sabrá que toda su vida no es otra cosa que una ciega reacción a las atracciones y repulsiones mencionadas. Verá claramente cómo están moldeados sus llamados enfoques del mundo, sus puntos de vista, su carácter, su gusto y así sucesivamente —en resumen, cómo está formada su individualidad y bajo qué influencias pueden modificarse sus detalles. Y, en lo que se refiere a la segunda condición indispensable, es decir, el establecimiento de un lenguaje correcto, es necesaria porque nuestro lenguaje, establecido hace poco, que ha obtenido 'derechos de ciudadanía, por así decirlo, y en el que hablamos, expresamos nuestro conocimiento e ideas a los demás y escribimos libros, carece ya totalmente de valor para un intercambio más o menos exacto de opiniones. Las palabras que componen nuestro lenguaje contemporáneo, debido al pensamiento arbitrario que expresan, transmiten ideas indefinidas y relativas y, por lo tanto, son percibidas 'elásticamente' por el individuo promedio. Para producir esta anormalidad en la vida del hombre, creemos que también aquí desempeñó un importante papel el sistema anormal de educación establecido para los jóvenes. Y eso ocurrió porque, basado, como ya hemos dicho, principalmente en la obligación que tienen los jóvenes de aprender de memoria tantas palabras como sea posible, diferenciada la una de la otra sólo por la impresión que produce su consonancia y no por la sustancia verdadera del significado que expresan, dicho sistema de educación ha producido en la gente la pérdida gradual de la capacidad de meditar y de reflexionar sobre lo que están diciendo y sobre lo que les dicen. Como resultado de la pérdida de esa capacidad y, al mismo tiempo, en vista de la necesidad de transmitir pensamientos a los demás de forma más o menos exacta, se ven obligados, a pesar del infinito número de palabras que existe ya en todos los idiomas contemporáneos, a tomar prestadas de otros idiomas o a inventar cada vez más palabras; lo cual ha ocasionado finalmente que, cuando un hombre contemporáneo desea expresar una idea para la que conoce muchas palabras aparentemente apropiadas y la expresa con una palabra que parece, de acuerdo con su reflexión mental, adecuada, se siente instintivamente inseguro con respecto a la corrección de su elección, e, inconscientemente, da a la palabra su propio significado subjetivo. Debido, por un lado, a su uso automatizado y, por el otro, a la desaparición gradual de la capacidad de concentrar su atención activa durante un cierto período, el hombre promedio, al pronunciar o escuchar cualquier palabra, acentúa involuntariamente y da mayor énfasis a alguno de los aspectos de la idea que expresa esa palabra; y concentra invariablemente todo el significado del vocablo en un rasgo de la idea que indica; es decir, la palabra no significa para él todas las implicaciones de la idea dada, sino meramente la primera significación casual dependiente de las ideas formadas en el encadenamiento de las asociaciones automáticas que fluyen en él. De ahí que, cada vez que, en el curso de una conversación, el hombre contemporáneo escucha o dice una y la misma palabra, le da otro significado, a veces completamente opuesto al sentido que expresa dicha palabra. A cualquier hombre que se ha vuelto consciente en cierto grado de esa situación y ha aprendido a observar ese «festín tragicómico del sonido» todo esto le resulta particularmente marcado y evidente cuando observa la conversación de dos individuos contemporáneos. Cada uno de ellos introduce su propio sentido subjetivo en todas las palabras que se han convertido en palabras centro de gravedad en la, por así decirlo, «sinfonía de palabras sin contenido» y, para el oído del observador imparcial, todo resulta como lo que en los antiguos relatos Sinokooloopianianos de Las Mil y Una Noches se denomina «tontería fantástica cacofónica». Conversando de esa forma, las personas contemporáneas imaginan, no obstante, que se entienden entre sí y están seguras de que transmiten sus pensamientos a los demás. Nosotros, por el contrario, basándonos en gran cantidad de datos indiscutibles, confirmados por experimentos psico-físico-químicos, afirmamos categóricamente que, mientras los seres contemporáneos permanezcan tal como son, es decir, como «seres promedio», nunca podrán, cualquiera que sea el tema del que hablen y particularmente si el asunto es abstracto, entender las mismas ideas por medio de las mismas palabras ni podrán nunca comprenderse entre sí. Por ello, en el hombre promedio contemporáneo, toda experiencia interior e incluso toda experiencia dolorosa que engendra mentación y que ha producido resultados lógicos que, en otras circunstancias, podrían ser muy beneficiosos para los que lo rodean, no se manifiesta exteriormente sino que sólo se transforma en un «factor esclavizante» para él mismo. Debido a esto, hasta el aislamiento de la vida interior de cada hombre individual aumenta, y, como consecuencia, la llamada «instrucción mutua», tan necesaria para la existencia colectiva de la gente, resulta siempre más o menos destruida. Debido a la pérdida de la capacidad de meditar y de reflexionar, cada vez que el hombre contemporáneo promedio escucha o emplea en la conversación cualquier palabra con la que está familiarizado sólo por su consonancia, no se detiene a pensar, ni siquiera surge en él ningún problema con respecto al verdadero significado de esa palabra, puesto que ya ha decidido, de una vez y para siempre, que la conoce y que los demás la conocen también. La duda, quizá, surge a veces en él cuando escucha una palabra completamente desconocida por primera vez; pero, en ese caso, se contenta meramente con sustituirla por otra palabra adecuada de consonancia familiar e imaginar que la ha comprendido. En apoyo de lo que acabamos de decir, una palabra usada con mucha frecuencia por todo hombre contemporáneo, la palabra «mundo», nos proporciona un excelente ejemplo. Si la gente supiera cómo captar lo que pasa en sus pensamientos cuando escuchan o utilizan la palabra «mundo», la mayoría de ellos tendría que admitir —por supuesto que si quisieran ser sinceros— que la palabra no encierra para ellos ninguna idea exacta. Al escuchar simplemente la consonancia acostumbrada, cuyo significado creen conocer, es como si ellos se dijeran, «Ah, mundo, ya sé qué es», y siguieran pensando tranquilamente en otra cosa. Si uno les llamara deliberadamente la atención sobre esa palabra y supiera explorar en ellos para encontrar qué es lo que entienden por ella, se sentirían al principio sencillamente «incómodos», pero pronto se recobrarían, es decir, se engañarían rápidamente, y, evocando la primera definición de la palabra que les acudiese a la mente, la ofrecerían como propia, aunque, en realidad, no habían pensado antes en ella. Si uno poseyera el poder necesario y pudiera obligar a un grupo de personas contemporáneas, incluso de las que han recibido una «buena educación», a manifestar exactamente qué entienden por la palabra «mundo», también se «andarían por las ramas» y uno involuntariamente recordaría hasta el aceite de ricino con cierta ternura. Por ejemplo, uno de ellos que, entre otras cosas, hubiera leído unos cuantos libros sobre astronomía, diría que el «mundo» es un enorme número de soles rodeados por planetas situados a distancias colosales uno del otro y formando en conjunto lo que llamamos «Vía Láctea», más allá de la cual, a distancias inconmensurables y más allá de los límites de los espacios accesibles a nuestra investigación, se encuentran presumiblemente otras constelaciones y otros mundos. Otro, interesado en la física contemporánea, hablaría del mundo como una evolución sistemática de la materia, comenzando con el átomo y terminando con los más enormes conjuntos, como los planetas y los soles; quizá se referiría a la teoría de la similitud del mundo de los átomos y electrones con el mundo de los soles y los planetas y así sucesivamente, en el mismo estilo. Otro que, por algún motivo, tuviera el «hobby» de la filosofía y hubiera leído todo lo escrito sobre ese asunto, diría que el mundo es sólo el producto de nuestras representaciones e imágenes subjetivas, y que nuestra Tierra, por ejemplo, con sus montañas y sus mares, sus reinos animal y vegetal, es un mundo de apariencias, un mundo ilusorio. Un hombre familiarizado con las últimas teorías del espacio multidimensional diría que el mundo es habitualmente considerado como una esfera tridimensional infinita, pero que, en realidad, un mundo tridimensional como ése no puede existir y es sólo un corte transversal imaginario de otro mundo cuatridimensional del cual surge y hacia el cual se dirige todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Un hombre cuya visión del mundo esté basada en los dogmas de la religión diría que el mundo es todo lo que existe, visible e invisible, creado por Dios y dependiente de Su Voluntad. Nuestra vida en el mundo visible es breve, pero, en el mundo invisible, donde el hombre recibe la recompensa o el castigo por sus actos durante su permanencia en el mundo visible, la vida es eterna. Otro, inclinado al espiritualismo, diría que, junto al mundo visible, existe también otro, un mundo del «Más Allá», y que se ha logrado ya establecer una comunicación con los seres que habitan ese mundo del «Más Allá». Un fanático de la teosofía iría aún más lejos y diría que existen siete mundos que se interpenetran mutuamente y que están compuestos por materia cada vez más rarificada, y así sucesivamente. En resumen, ni un solo hombre contemporáneo podría ofrecer una sola idea definida, exacta para todas las aceptaciones, del verdadero significado de la palabra «mundo». La totalidad de la vida psíquica interior del hombre medio no es otra cosa que un «contacto automatizado» de dos o tres series de asociaciones previamente percibidas por él de impresiones fijadas bajo la acción de algunos impulsos surgidos en las tres localizaciones heterogéneas o «cerebros» que posee. Cuando esas asociaciones comienzan a actuar nuevamente, es decir, cuando se da la repetición de las correspondientes impresiones, empieza a comprobar, bajo la influencia de algún shock accidental interno o externo, que, en otra localización, comienzan a repetirse las impresiones homogéneas evocadas por ellas. Todas las particularidades del enfoque del mundo del hombre ordinario y los rasgos característicos de su individualidad, surgen y dependen de la secuencia del impulso que se produce en él en el momento de la percepción de impresiones nuevas y también del automatismo establecido para el surgimiento del proceso de la repetición de dichas impresiones. Y eso es lo que explica la incongruencia observada, incluso por el hombre medio durante su estado pasivo, de las varias asociaciones que nada tienen en común y que fluyen simultáneamente en su interior. Dichas impresiones que se dan en la presencia común del hombre son percibidas debido a los tres, podríamos llamar, aparatos que posee —aparatos como los que existen en las presencias de todos los animales— y que actúan como perceptores de las siete «vibraciones centro de gravedad planetarias». La estructura de esos aparatos perceptivos es la misma en todas las partes del mecanismo. Consisten en adaptaciones que semejan discos fonográficos limpios; sobre esos discos, o, como podría también llamárseles, «carretes», todas las impresiones recibidas empiezan a ser grabadas desde los primeros días después de la aparición de un hombre en el mundo e incluso antes, durante el período de su formación en el vientre materno. Y los aparatos separados que constituyen ese mecanismo general poseen también cierta adaptación que actúa automáticamente, debido a lo cual las impresiones recién recibidas, además de ser registradas junto a las previamente percibidas y similares a ellas, son registradas también junto con las impresiones percibidas simultáneamente con estas últimas. Así, cada impresión experimentada es inscrita en varios lugares y en varios carretes, y allí en los carretes, es conservada sin modificaciones. Dichas percepciones impresas tienen una propiedad tal que, por el contacto con vibraciones homogéneas de igual calidad, se «animan a sí mismas» y entonces se repite en ellas una acción similar a la que evocó su primer surgimiento. Y es esta repetición de las impresiones previamente percibidas lo que engendra la llamada asociación, y las partes de esa repetición que entran en el campo de la atención del hombre, lo que condiciona la llamada «memoria». La memoria del hombre medio, en comparación con la memoria de un hombre armoniosamente perfeccionado, es una muy imperfecta adaptación para la utilización, durante su vida responsable, de su provisión de impresiones previamente percibidas. Con la ayuda de la memoria, el hombre medio sólo puede utilizar y estar en contacto con una muy pequeña parte de sus impresiones previamente percibidas, mientras que la memoria propia de un hombre verdadero no pierde de vista ninguna de sus impresiones sin excepción, cualquiera que sea su antigüedad. Se han realizado muchos experimentos y se ha establecido con indudable exactitud que todo hombre en estados definidos, como, por ejemplo, en el estado de cierta etapa del hipnotismo, puede recordar hasta en los más mínimos detalles todo lo que le ha ocurrido alguna vez; puede recordar todos los detalles del ambiente, los rostros y las voces de las personas que lo rodeaban incluso en los primeros días de su vida, cuando todavía era, de acuerdo con la creencia de la gente, un ser inconsciente. Cuando un hombre se encuentra en uno de dichos estados, es posible conseguir artificialmente que incluso los carretes ocultos en los más oscuros rincones del mecanismo comiencen a funcionar; pero ocurre con frecuencia que dichos carretes empiezan a funcionar por sí solos, bajo la influencia de algún shock manifiesto u oculto, provocado por alguna experiencia determinada, por lo cual el hombre se enfrenta de improviso con escenas, imágenes, rostros, etc., largo tiempo olvidados RELATOS DE BELCEBÚ A SU NIETO Gurdjieff http://groups.google.com/group/secreto-masonico


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De: Alcoseri Enviado: 09/08/2012 13:29


 
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