|
LA MAGDALENA
[…] Mientras estaba inclinada cerca de
la tumba, con los ojos llenos de lágrimas, Dios la sorprende de la manera más
inesperada. El evangelista Juan subraya cuán persistente es su ceguera: no se
da cuenta de la presencia de los dos ángeles que la interrogan y ni siquiera
sospecha viendo al hombre a sus espaldas, creyendo que era el guardián del
jardín. Y, sin embargo, descubre el acontecimiento más sobrecogedor de la
historia humana cuando finalmente es llamada por su nombre: «¡María!» (Jn 20,16). ¡Qué lindo es pensar que la primera
aparición del Resucitado fue de una forma tan
personal! Que hay alguien que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento y
desilusión, que se conmueve por nosotros, y nos llama por nuestro nombre. Es una
ley que encontramos grabada en muchas páginas del Evangelio. Alrededor de Jesús
hay tantas personas que buscan a Dios; pero la realidad más prodigiosa es que,
mucho antes, es Dios el que se preocupa
por nuestra vida, que quiere volverla a levantar, y para hacer esto nos llama
por nuestro nombre, reconociendo el rostro personal de cada uno. Cada hombre es una historia de amor que Dios
escribe en esta tierra. Cada uno de nosotros es una historia de amor de Dios. A
cada uno de nosotros, Dios nos llama por nuestro nombre: nos conoce por nombre,
nos mira, nos espera, nos perdona, tiene paciencia con nosotros. Cada uno de
nosotros tiene esta experiencia.
Y
Jesús la llama: «¡María!»: la revolución de su vida, la revolución destinada a
transformar la existencia de todo hombre y de toda mujer, comienza con un
nombre que resuena en el jardín del sepulcro vació. Los Evangelios nos
describen la felicidad de María: la resurrección de Jesús no es una alegría
dada con cuentagotas, sino una cascada que arrolla toda la vida. La existencia
cristiana no está entretejida con felicidades blandas, sino con oleadas que lo
arrollan todo.
Intentemos
pensar también nosotros, en este instante, con el bagaje de desilusiones y
derrotas que cada uno lleva en el corazón, que hay un Dios cercano a nosotros,
que nos llama por nuestro nombre y nos dice: «¡Levántate, deja de llorar,
porque he venido a liberarte!».
Papa
Francisco (17/5/2017)
|
|
|
Primer
Anterior
2 a 3 de 3
Següent
Darrer
|
|
Leyendo, me acordé de la letra de una canción que conocí en el catolicismo, y que no podía cantar sin quebrarme hasta que llegó el encuentro con Jesús hace 18 años.
Es que yo había sentido a Jesús tocándome en el hombro y pronunciando mi nombre. Es que él dijo: "Héctor" mirándome a los ojos.
La reproduzco debajo, recreando mi corazón, con la esperanza de permitir que otras almas sientan eso que yo siento:
Tu has venido a la orilla no has buscado a sabios, ni a ricos tan solo quieres que yo te siga
Señor, me has mirado a las ojos sonriendo, has dicho mi nombre en la rena, he dejado mi barca junto a ti, buscare otro mar
Tu necesitas mis manos mis cansancios que a otros descansen amor que quiero seguir amando
Señor, me has mirado a las ojos sonriendo, has dicho mi nombre en la rena, he dejado mi barca junto a ti, buscare otro mar
Tu sabes bien lo que quiero en mi barca no hay oro ni espadas tan solo redes y mi trabajo
Señor, me has mirado a las ojos sonriendo, has dicho mi nombre en la rena, he dejado mi barca junto a ti, buscare otro mar
Tu pescador de otros mares ansia entera de almas que esperan amigo bueno que asi me llamas
Señor, me has mirado a las ojos sonriendo, has dicho mi nombre en la rena, he dejado mi barca junto a ti, buscare otro mar |
|
|
|
Es hermosa esa canción, Héctor, y en muchas comunidades aún la siguen cantando. Todavía recuerdo la primera
vez que la oí. Fue un día de mucha emoción espiritual. Diría, de conmoción, y esta canción ayudó a mi corazón a acercarse y abrirse a Jesús. Y lo sigue haciendo.
¡¡¡Otra cosa que nos une, amigo. Y siempre en Cristo!!!
|
|
|
|
|