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General: EL CALOR DEL SOL
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De: Atlacath  (Mensaje original) Enviado: 19/05/2021 02:12

El calor del sol

 

El amanecer es un espectáculo único en la naturaleza que el hombre moderno ignora casi totalmente. No sólo nos referimos al amanecer visto desde las altas cumbres, a las que se ha llegado saliendo de casa muy temprano, cuando la noche daba sus últimos estertores, sino también al alba en el campo, donde cada cosa despierta a la vida en todas sus formas y colores, cuando el alma se siente dispuesta a escuchar aquella voz que puede llenar de alegría todo el día que acaba de empezar. “De mañana sácianos de tu misericordia, y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días” (Salmo 90:14).

Esta tan importante hora de la cita diaria con el Amigo divino está al alcance de cualquiera, tanto en la ciudad como en el campo, al aire libre como en su habitación. Él siempre estará allí, dispuesto a hablarnos y escucharnos.

Si el israelita en el desierto no hubiera madrugado cada día para recoger el maná en proporción a sus necesidades, habría perecido. Si hubiera tardado en hacerlo, con el calor el maná se hubiera derretido (Éxodo 16:21).

Al prolongarse la cena, a la mañana siguiente uno se levanta con el tiempo justo para asearse y desayunar, saliendo a toda prisa para el trabajo o la escuela. A pesar de que “el maná” estaba a nuestro alcance y el Amigo fiel dispuesto a reconfortar y fortificar nuestra alma para resistir los embates del nuevo día, no le hemos prestado mucha atención. Hemos pensado: «¡Más tarde, ya tendré tiempo!» y, con el calor del sol, nuestros buenos deseos se desvanecen.

“Hemos soportado la carga y el calor del día”, dicen los obreros de la parábola (Mateo 20:12). Sin duda, el Maestro aprecia su esfuerzo y les dará el denario convenido. Así el Señor bendice el trabajo de todo aquel que se acerca a él. Claro está que la perseverancia en los estudios, el cumplimiento de las tareas diarias o la lucha constante para sacar la familia adelante son cosas buenas. No obstante, si al amanecer el alma no ha sido confortada, el estado espiritual pronto será vencido por “la carga y el calor del día”, aunque se tomasen las riendas con fuerza.

Si, por el contrario, en las primeras horas de la mañana —antes que el espíritu se prepare para asimilar nuevos conocimientos o para efectuar las mil y una tareas diarias— se tuviera la feliz costumbre de consagrar, como dijo alguien, un cuarto de hora entre noventa y seis que tiene el día, para sentarse a los pies del Señor, ¡qué diferencia se notaría y qué resultados obtendríamos!

La hierba era verde y la flor se abría… Pero “cuando sale el sol con calor abrasador, la hierba se seca, su flor se cae, y perece su hermosa apariencia” (Santiago 1:11). ¿Por qué es éste el estado de bastantes jóvenes? Aquél, por ejemplo, tenía interés por las cosas de Dios, frecuentaba las reuniones, crecía en el ambiente cristiano… Sin embargo, poco a poco, insensiblemente, pero con toda certeza, su dedicación al Altísimo disminuyó; surgieron preocupaciones y distracciones que llenaron su vida, llegó para él “el calor del día” con los exámenes y el consecuente esfuerzo para superarlos. Multitud de citas llenaron su tiempo libre, ocupando los fines de semana y… la flor se cayó. La causa de este apartamiento no es otra que la falta del alimento fundamental, el que ni las reuniones ni los contactos pueden sustituir: la cita matinal y diaria con el Señor para escuchar lo que quiera decirnos y llevarle nuestra oración (Salmo 5:3).

Es verdad que se necesita bastante fuerza de voluntad; pero, nuestros esfuerzos serán bendecidos si, pese a la oscuridad, al sueño o al frío, nos tomamos unos minutos cada mañana —sin ser acuciados por el tiempo que transcurre— para presentarnos en silencio delante de él, como lo hizo Moisés, y escuchar la voz de Aquel que habla (Números 7:89).

“Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de la sequía no se fatigará ni dejará de dar fruto” (Jeremías 17:8). En cambio, al salir el sol se quemará la simiente sembrada en pedregales, porque no tiene raíz (Marcos 4:6).

G.A.

Mi carta

La Biblia es como una carta: algo muy personal.

Está escrita para .

Todas las advertencias están dirigidas a .

Jesucristo murió por .

Me ofrece a una redención personal.

Si quiero ser salvo por la eternidad, tengo que aceptarle como mi Redentor personal.


© Ediciones Bíblicas - 1166 Perroy (Suiza)
Se autoriza sacar fotocopias de este folleto para uso o difusión personal. En este caso, utilizarlo en su integralidad y sin cambios.



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