MI ORACIÓN A LA VIDA.
Vida,
lánguida y llana, grande e inmensa, ahí te doy mi oración, oración que se queda
como un adiós.
¡Adiós que
te doy tristemente, puesto que lo que te llevas ya no volverá, ya no vendrá,
porque se ha ido para siempre!
El alma,
un camino eterno para llevarse todo el gozo en plenitud.
El corazón,
sangre y calor, impulsados para no decaer.
La
eternidad, el cielo que nos ofrece, que lejano estás!
El sol,
astro, sin carnes, con la soledad del fuego caminante!
La Luna,
piedad y blancura, durmiendo, soñando en cada cielo.
Cielo,
azul y eternidad. Color y peremindad, dos voces que escuchan el murmullo.
El llanto,
la lágrima, ese camino de donde siempre parte lo que queremos ya no
vuelva.
La nube,
la alegría, la seda débil, la nieve trocada en cristal.
La espina,
terminación del tallo, herida que la vida nos va dejando.
La poesía,
el ideal de lo bello, la voz que busca la hermandad, hermandad de lo igual.
La
canción, la música, lo que hace soñar y formar nuevas poesías.
Las
estrellas, las que reciben otro nombre por su luz, las que son las plateadas
peregrinas.
El humo,
desaparición, una copa, un aliento y la vida que ya tiene fin.
El fuego,
lumbre y amanecer, prólogo y antítesis. Otra huella.
El viento,
mi cruz que se deja llevar por los impulsos.
Pensador Mexicano 1º de agosto de 1945.
Jaime Ortega y Araujo.