El siguiente texto lo he extraído (especialmente para exponer en la Comunidad) del libro “Mi amigo el Che”, escrito por Ricardo Rojo.
Tomamos la costumbre de reunirnos todas las noches, al filo de las 12, cuando Guevara recibía en su despacho hasta las 5 de la mañana. En un cuarto contiguo, donde a menudo su esposa, Aleida, atendía a los visitantes, había también un saco de yerba mate y los utensilios para prepararla. Era una antigua costumbre del Río de la Plata que había conservado intacta, y los amigos íntimos sabían que no existía para el Che un obsequio mejor que ése. La información se extendió, y pronto no hubo delegación universitaria, política u obrera, procedente de la Argentina, Uruguay o Paraguay que no llegara con su modesta ofrenda de yerba mate.
El mate pasaba de mano en mano, mientras afuera amanecía. Los argentinos de Cuba celebraban el rito de los gauchos en el aposento del Che. Allí conocí finalmente a Alberto Granados, el bioquímico que viajó con Guevara la primera vez fuera de la Argentina. Cuando el Che todavía era estudiante de medicina. Granados trabajaba en Cuba en su especialidad y la devoción que él sentía por Guevara era correspondida por la ternura que el Che sentía por él.
La idea de que Guevara fue un hombre con pocos afectos, difícil para la amistad o, mejor dicho, distraído de las obligaciones que ésta implica por su concentración a la política y a la revolución, es falsa. Con Granados, con Masetti, con Gustavo Roca, conmigo, con los que fueron sus amigos argentinos en distintas épocas, pero sobre todo con los que lo conocieron íntimamente antes de que fuese célebre y poderoso, Guevara era un amigo ejemplar, cálido, interesado en los problemas del otro hasta disimular por completo la magnitud que su propia figura había adquirido.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS
(Gran Papiyo)