ESTRUCTURA Y MISERIA DEL CAMPO CUBANO (1958) L a Agrupación Católica Universitaria terminó hace varias semanas su Encuesta sobre el Nivel de Vida del Trabajador Agrícola Cubano. No dijeron nada nuevo los jóvenes católicos. Mas ratificaron y reactualizaron un puñado de cifras estadísticas que revelan las pavorosas e infrahumanas condiciones de vida de una parte sustancial de la población cubana. La revisión de esos datos, a pesar de su frialdad numérica, da escalofríos de espanto. El obrero agrícola no dispone como promedio de más de 25 centavos diarios para comer, vestir y calzar. El 60% de ellos vive en bohíos de techo de guano y piso de tierra, sin servicios ni letrina sanitaria, sin agua corriente y sin electricidad. El 85% de esas covachas, rezagos inconcebibles de la vivienda aborigen precolombina, solamente tiene una o dos piezas en las que debe hacinarse la familia rural — hombres, mujeres y niños—, para dormir. El 90% se alumbra con quinqués de luz brillante. El 3% no tiene luz de ninguna clase. El 44% de los obreros agrícolas no asistió, no pudo asistir, jamás, a una escuela. El 43 % permanece en la oscuridad del analfabetismo. Esos obreros y sus familias se alimentan fundamentalmente a base de arroz y frijoles. Solamente un 11% de ellos toma leche. Solamente un 4% come carne. Solamente un 2% consume huevos. Su alimentación tiene un déficit promedio de más de mil calorías diarias. Y la carencia de vitaminas y elementos minerales en tal régimen subdietético no por incalculable es menos evidente. Así, a la insalubridad y la ignorancia, se une la desnutrición como factor descriptivo esencial de las condiciones vitales de este sector del pueblo cubano. De ahí a la degeneración física sólo hay un paso. ¿Se ha dado? Quizá. La talla promedio del obrero agrícola cubano es de sólo cinco pies y cuatro pulgadas. Lástima que no se pueda realizar un estudio comparativo con la estatura del pueblo cubano de hace cien años y que no se lleve a cabo la comparación con la talla promedio actual de los factores étnicos que han contribuido a la formación del pueblo cubano de hoy. Y a la desnutrición, la ignorancia y la insalubridad, debe añadirse la enfermedad y el parasitismo. La encuesta católica universitaria probó que el 14% de los obreros agrícolas de este país padece o ha padecido de tuberculosis. Que el 13% ha pasado la tifoidea. Y que el 36% se confiesa parasitado, lo que quiere decir que el por ciento real es mucho más alto. No de balde, un técnico norteamericano que nos visitara recientemente declaró que las condiciones de vida en las áreas rurales de Cuba eran las más infelices del mundo, más infelices, conforme a su experiencia, que las de la mayoría de los pueblos atrasados de África y Asia. La causa matriz Mas, ¿qué explica esa pavorosa situación? Porque, evidentemente, esos dos millones y medio de personas (40% de la población total del país) sometidas a tales condiciones de vida, no lo están por su agrado, ni por ignorancia, ni por falta de deseos o capacidad para el trabajo. De hecho, ni una campaña educativa ni una campaña caritativa, aunque la llevara a cabo la más poderosa neoliga “Contra el analfabetismo y la miseria”, podría resolver el problema. A menos que se enfrentara con sus causas matrices, esto es, la inadecuada estructura económica y social del país. Más específicamente: su inadecuada estructura agraria. El bajo nivel de vida de la población rural cubana está determinado por sus escasos ingresos. Y esos escasos ingresos se deben a que los agricultores apenas si pueden mantenerse superexplotando una pequeña parcela de tierra que cada vez rinde menos. Y a que los obreros agrícolas tienen limitadas posibilidades de empleo a la zafra azucarera y a algunas cosechas de cierta importancia, por lo que se encuentran desocupados y sin ganar un solo centavo durante la mayor parte del año . Empero, dada la estructura de la propiedad y la producción agrícola nacional, no podría ser de otra manera. Un agricultor carece de tierras, porque un grupo limitado de empresas y terratenientes controlan casi el 70% del área nacional en fincas, de cuya extensión apenas si aprovechan la décima parte. Un obrero agrícola carece de trabajo, porque el latifundio y el monocultivo azucarero, impiden la diversificación y expansión de la producción agrícola limitando al mínimo sus posibilidades de empleo. En tanto y en cuanto este esquema agrario se mantenga intangible, la situación de miserable penuria de la población rural permanecerá igual. Lo que resolvería el problema es la elevación de los ingresos reales de ese grupo social. Y esto solamente puede lograrse mediante transformaciones sustantivas en el régimen de distribución de la propiedad y en la multiplicación y expansión de los tipos de cultivo.(...) La tierra ancha y ajena Para el lector habrá quedado bien claro, sin embargo, que ese problema tiene mayores implicaciones que las simplemente derivadas de la necesidad de superar técnicas de cultivo. Lo que realmente impulsa en Cuba la explotación anticientífica e inadecuada de las tierras e inferioriza progresivamente las condiciones de vida en el campo, es la falta de áreas productivas y bajo adecuado régimen de tenencia en manos de los agricultores que verdaderamente trabajan . Una descentralización de la propiedad rural, y un sistema de tenencia adecuado, permitirían a los agricultores extender sus cultivos y formar los ahorros necesarios para superar sus técnicas. Porque en Cuba no se trata, como en otras regiones, de un exceso de la población relativamente al área cultivable existente. Tierras, las hay. Pero concentradas en unas pocas manos que no las ponen a producir. Aquí, el 70% del número total de fincas, son predios pequeños de menos de 25 hectáreas de extensión que, no obstante su carácter mayoritario, disponen solamente del 10% del área nacional en la fincas. La otra cara de la medalla es que existen unas 12 mil fincas (8% del total), de entre 100 y 1 000 hectáreas, que controlan el 35% del área total en fincas. Y que además hay 894 imponentes latifundios de más de 1 000 hectáreas que disponen del 36% del área en fincas. Es decir, que apenas 13 mil fincas (de más de 100 hectáreas) absorben alrededor de 6 millones de hectáreas, mientras que 112 mil fincas (de menos de 25 mil hectáreas) solamente disponen de 1 millón de hectáreas en total. La concentración de la propiedad agraria en Cuba queda de esta manera evidenciada. Los latifundios de tan generosa extensión se encuentran en manos de compañías azucareras —nacionales y extranjeras— y de terratenientes criollos dedicados a la ganadería. La industria azucarera posee más de 2,7 millones de hectáreas, pero ni con una zafra récord siembra de caña más de la mitad de esa superficie. La ganadería dispone de 4 millones de hectáreas, mas, para el número de reses que cría, mejora y ceba, bien le bastaría con la mitad y aun con la cuarta parte. La redistribución de esas vastas extensiones de tierra entre campesinos que van malmuriendo en sus pequeños y superexplotados fundos y entre parte de los obreros agrícolas desocupados casi todo el año, se presenta así a la vista como la solución más humana, lógica y económica del problema planteado. Esa solución, no obstante, encontraría grandes dificultades en su aplicación. La élite cerrada y rígida Porque la élite empresarial y terrateniente cuyos títulos de propiedad cubren prácticamente las tres cuartas partes del territorio nacional aprovechable para la explotación agropecuaria, representa una de las secciones más rígidas y cerradas de la estructura social del país. Sin contar que dentro de la porción empresarial se encuentran comprendidas unas cuantas prepotentes compañías foráneas. CON ESTA ESTRUCTURA AGRARIA NO PUEDE HABER DESARROLLO ECONÓMICO 111 mil fincas 1 millón de ha. El 70% de las fincas tiene menos de 25 ha., y están concentradas en el 16% del área nacional. 36 mil fincas 1,6 millón de ha . El 22,5% de las fincas — de entre 25 y 100 ha.— disponen del 18% del área nacional. 12 mil fincas 3 millones de ha . El 7,4% de las fincas de entre 100 y 1 000 ha. disponen del 35% del área nacional. 894 fincas 3 m illones de ha. El 0,5% de las fincas de más de 1 000 ha. controla Más del 20% del área nacional. Esa élite no explota la tierra ni en la mínima parte de sus posibilidades. Pero tampoco permite que alguien lo haga por ella. Y hasta es hipersensible a cualquier planteamiento que ponga en tela de juicio la conveniencia que tal política tiene para los intereses nacionales. Ha echado por otro lado raíces en los mismos poderes del Estado, donde su presencia y su influencia son determinantes. Y ello explica que apenas si hayan tenido interferencias en el ejercicio de un derecho a la propiedad que es un lastre para el progreso del país y que está cuajado de los más caracterizados rezagos feudales (la aparcería, tan común en Cuba, es un contrato típicamente feudal). Explica también que durante años hayan mantenido frenado el desarrollo de la nación, sin que una legislación agresiva les haya salido al paso, y sin que por lo menos se haya mantenido constante en la opinión una prédica iluminadora al respecto. Parece, inclusive, que ya ha pasado la época en que la reforma agraria era el punto focal de la agitación programática de los partidos políticos. Apenas si se escucha hablar de ella. Y, salvo excepciones, hasta los propios economistas criollos han evadido el tratamiento de la cuestión influidos quizá por intereses del más puro matiz feudal, ya que el más indocumentado de todos sabe o debe saber que la reforma agraria es uno de los presupuestos del desarrollo económico. Hay en este sector, confesémoslo, mucha terminología keynesiana y neokeynesiana. Pero muy poco interés en comprometerse, siquiera sea teóricamente, con los problemas candentes del verdadero interés nacional. 16 de marzo de 1958, pp. 38-40, 113-114 |