En octubre de 1959, solamente se había realizado la Reforma Agraria como medida fundamental económica del Gobierno Revolucionario. Aviones piratas, que partían de Estados Unidos, volaron sobre el territorio de La Habana y, como consecuencia de los propios proyec tiles que arrojaron, más que el fuego de nuestras baterías antiaéreas, se produjeron dos muertos y un centenar de heridos. Luego, tuvo lugar la quema de los campos de caña, que es una agresión económica, una agresión a nuestra riqueza, y que fue negada por los Estados Unidos hasta que estalló un avión —con pi loto y todo— y se demostró, indiscutiblemente, la procedencia de esas naves piratas. Esta vez el gobierno norteamericano tuvo la gentileza de pedir disculpas. Fue también bombardeado por esas naves el central España, en febrero de 1960.
En marzo de ese año, el vapor La Coubre que traía armas y muni ciones de Bélgica, estalló en los muelles de La Habana en un accidente que los técnicos catalogaron de intencional, y que produjo 100 muertos.
En mayo de 1960, el conflicto con el imperialismo se hizo frontal y agudo. Las compañías de petróleo que operaban en Cuba, invocando el derecho de la fuerza y desdeñando las leyes de la república, que especificaban bien claro sus obligaciones, se negaron a procesar petróleo que habíamos comprado en la Unión Soviética, en uso de nuestro libre derecho a comerciar con todo el mundo y no con una parte de él como decía Martí.
Todos saben cómo respondió la Unión Soviética mandándonos, en un verdadero esfuerzo, centenares de naves para mover 3 600 000 toneladas anuales —el total de nuestra importación de petró leo crudo—, y mantener funcionando nuestra vida interna, nues tras fábricas, en fin, todo el aparato industrial que se mueve hoy a partir del petróleo.
En julio de 1960 se produce la agresión económica contra el azúcar cubano, que algunos gobiernos no han visto todavía. Se agudizan las contradicciones y se produce la reunión de la OEA en Costa Rica, en agosto de 1960. Allí —en agosto de 1960, repito—, se declara que se condena... Para decirlo en sus términos exactos: «se condena enérgicamente la intervención aun cuando sea condicionada, de una potencia extracontinental en asuntos de las re públicas americanas, y declara que la aceptación de una ame naza de intervención extracontinental por parte de un estado americano pone en peligro la solidaridad y la seguridad ame ri canas, lo que obliga a la Organización de los Estados Americanos a desaprobarla y rechazarla con igual energía.» (...)
Después, se estableció una verdadera obra maestra de beligerancia e ingenuidad política, que dio en llamarse «Libro Blanco» según las revistas que hablan tanto de los Estados Unidos, hasta provocar las iras del presidente Kennedy. Su autor es uno de los distinguidos asesores de la delegación norteamericana, que hoy está con nosotros. Es una acusación llena de tergiversaciones sobre la realidad cubana, que estaba concebida para la preparación que ya venía.
«El régimen de Castro representa un peligro para la auténtica revolución de America...», porque la palabra revolución también necesita, como decía alguno de los miembros de la presidencia, limpiar fondos de vez en cuando.
«El régimen de Castro es renuente a negociar amistosamente...», a pesar de que muchas veces hemos dicho que nos sentamos en pie de igualdad a discutir nuestros problemas con Estados Unidos, y aprovecho la oportunidad ahora, en nombre de mi gobierno, señor Presidente, para afirmar, una vez más, que Cuba está dispuesta a sentarse a discutir en pie de igualdad todo lo que la delegación de Estados Unidos quiera discutir, nada más que sobre la base estricta de que no haya condiciones previas. Es decir, que nuestra posición es clarísima al respecto.
Se llamaba, en el «Libro Blanco», al pueblo de Cuba a la subversión y a la revolución «contra el régimen de Castro, pero, sin embargo, el día 13 de abril el presidente Kennedy, una vez más, tomaba la palabra y afirmaba categóricamente que no invadiría Cuba y que las fuerzas armadas de los Estados Unidos no intervendrían nunca en los asuntos internos de Cuba. Dos días después, aviones desconocidos bombardeaban nuestros aeropuertos y reducían a cenizas la mayor parte de nuestra fuerza aérea, vetusta, remanente de lo que habían dejado los batistianos en su fuga.
El señor [Adlai] Stevenson, en el Consejo de Seguridad, dio enfática seguridad de que eran pilotos cubanos, de nuestra fuerza aérea, «descontentos con el régimen de Castro», los que habían cometido tal hecho y afirmó haber conversado con ellos.
El día 19 de abril se produce la fracasada invasión donde nuestro pueblo entero, compacto en pie de guerra, demostró una vez más que hay fuerzas mayores que la fuerza indiscriminada de las armas, que hay valores más grandes que los valores del dinero, y se lanzó en tropel por los estrechísimos callejones que conducían al campo de batalla, siendo masacrados en el camino de ellos por la superioridad aérea enemiga. Nueve pilotos cubanos fueron los héroes de aquella jornada, con los viejos aparatos. Dos de ellos rindieron su vida; siete son testigos excepcionales del triunfo de las armas de la libertad.
Acabó Playa Girón, para no decir nada más sobre esto, porque «a confesión de parte relevo de pruebas», señores delegados, el presi dente Kennedy tomó sobre sí la responsabilidad total de la agre sión. Y, además, quizás en ese momento no recordó las palabras que había pronunciado pocos días antes.
Podríamos pensar nosotros que había acabado la historia de las agresiones. Como dicen los periodistas, les contaré una primicia. El día 26 de julio de este año, grupos contrarrevolucionarios armados en la Base Naval de Guantánamo iban a esperar al comandante Raúl Castro en dos lugares estratégicos, para asesinarlo. El plan era inteligente y macabro. Le tirarían al comandante Raúl Castro mientras iba por la carretera, de su casa a la manifestación con que celebramos nuestra fecha revolucionaria. Si fracasaban, dina - mi tarían la base, o mejor dicho, harían estallar las bases ya dinamitadas del palco desde donde presidiría nuestro compañero Raúl Castro esa manifestación patriótica. Y pocas horas después, señores delegados, morteros norteamericanos, desde territorio cu bano, empezarían a disparar sobre la Base de Guantánamo. El mu ndo entero, entonces, se explicaría claramente la cosa, los cubanos, exasperados, porque en sus rencillas particulares uno de esos «comunistas que existen ahí» fue asesinado, empezaban a atacar la Base Naval de Guantánamo, y los pobres Estados Unidos no tendrían otra cosa que defenderse.
Ese era el plan, que nuestras fuerzas de seguridad, bastante más efectivas de lo que pudiera suponerse, descubrieron hace unos días. (...)
Hay una serie de problemas políticos que están dando vueltas. Uno de ellos es político-económico, es el de los tractores. Quinientos tractores no es un valor de cambio. Quinientos tractores es lo que estima nuestro Gobierno que puede permitirle re parar los daños materiales que hicieron los 1200 mercenarios. No pagan ni una vida, porque las vidas de nuestros ciudadanos no estamos acostumbrados a valorarlas en dólares o en equipos de cual quier clase. Y mucho menos la vida de los niños que murieron en Playa Girón, de las mujeres que murieron en Playa Girón.
Pero nosotros avisamos que si les parece una transacción odiosa del tiempo de la piratería, el cambiar seres humanos —a quienes nosotros llamamos gusanos—, por tractores, podríamos hacer la tran sacción de seres humanos por seres humanos. Hablamos a los señores de Estados Unidos, les recordábamos al gran patriota Albizu Campos, moribundo ya después de años y años de estar en una mazmorra del imperio, y les ofrecimos lo que quisieran por la libertad de Albizu Campos; recordamos a los países de América que tuvieran presos políticos en sus cárceles que podríamos hacer el cambio, nadie respondió.
Naturalmente, nosotros no podemos forzar ese trueque. Está simple mente, a disposición de quienes estiman que la libertad de los «valerosos» contrarrevolucionarios cubanos —el único ejército del mundo que se rindió completo, casi sin bajas—, quien esti me que estos sujetos deben estar en libertad, pues que deje en libertad a sus presos políticos, y toda América estará con sus cárceles resplandecientes, o al menos sus cárceles políticas sin preocupaciones. (...)
Hay algún otro problema, también de índole político-económico. Es, señor Presidente, que nuestra flota aérea de transporte está quedándose, avión por avión, en los Estados Unidos. El proce dimiento es simple. Suben algunas damas con armas ocultas en las ropas, se las dan a sus cómplices, los cómplices asesinan al cus todio, le ponen en la cabeza la pistola al piloto, el piloto enfila hacia Miami, y una compañía, legalmente, por supuesto —por que en Estados Unidos todo se hace legalmente—, establece un recurso por deudas contra el Estado cubano, y entonces el avión se confisca.
Pero resulta que hubo uno de los tantos cubanos patriotas —además hubo un norteamericano patriota, pero ese no es nuestro— que andaba por ahí, y él solito, sin que nadie le dijera nada, decidió enmendar la plana de los robadores de bimotores, y trajo a las playas cubanas un cuatrimotor precioso. Naturalmente, nosotros no vamos a utilizar ese cuatrimotor, que no es nuestro. La propiedad privada la respetamos nosotros, pero exigimos el dere cho de que se nos respete, señores; exigimos el derecho de que no haya más farsas; el derecho de que haya órganos americanos que puedan hablar y decirles a los Estados Unidos: «Señores, ustedes están haciendo un vulgar atropello; no se pueden quitar los aviones a un Estado, aunque esté contra ustedes; esos aviones no son suyos, devuelvan esos aviones, o serán sancionados.»
Naturalmente, sabemos que, desgraciadamente, no hay organismo interamericano que tenga esa fuerza. Apelamos sin embargo, en este augusto cónclave, al sentimiento de equidad y justicia de la delegación de los Estados Unidos, para que se normalice la situación de los robos respectivos de aviones. (..)
Es necesario explicar qué es la Revolución cubana, qué es este hecho especial que ha hecho hervir la sangre de los imperios del mundo y también hervir la sangre, pero de esperanza, de los desposeídos del mundo, al menos.
Es una Reforma Agraria, antifeudal y antimperialista, que fue transformándose por imperio de su evolución interna y de sus agresiones externas, en una revolución socialista y que la proclama así, ante la faz de América: Una revolución socialista. Una revolución socialista que tomó la tierra del que tenía mucho y se la dio al que estaba asalariado en esa tierra, o la distribuyó en cooperativas entre otros grupos de personas que no tenían ni siquiera tierra donde trabajar, aun cuando fuera como asalariado.
Es una revolución que llegó al poder con su propio ejército y sobre las ruinas del ejército de la opresión; que se sentó en el poder, miró a su alrededor, y se dedicó, sistemáticamente, a destruir todas las formas anteriores de dictaduras de una clase explotadora sobre la clase de los explotados, destruyó el ejército totalmente, como casta, como institución, no como hombres, salvo los criminales de guerra, que fueron fusilados. También de cara a la opinión pública del continente y con la conciencia bien tranquila.
Es una revolución que ha reafirmado la soberanía nacional y, por primera vez, ha planteado para sí y para todos los pueblos de América, y para todos los pueblos del mundo, la reivindicación de los territorios injustamente ocupados por otras potencias.
Es una revolución que tiene una política exterior independiente, que viene aquí a esta reunión de Estados Americanos, como uno más entre los latinoamericanos; que va a la reunión de los países no alineados como uno de sus miembros importantes y que se sienta en las deliberaciones con los países socialistas, y que estos le consideran un país hermano.
Es, pues, una revolución con características humanistas. Es solidaria con todos los pueblos oprimidos del mundo; solidaria, señor Presidente, porque también decía Martí: «Todo hombre verda dero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre.» Y cada vez que una potencia imperial avasalla a un territorio, le está dando una bofetada a todos los habitantes de ese territorio.
Es necesario explicar qué es la Revolución cubana, qué es este hecho especial que ha hecho hervir la sangre de los imperios del mundo y también hervir la sangre, pero de esperanza, de los desposeídos del mundo, al menos.
Es una Reforma Agraria, antifeudal y antimperialista, que fue transformándose por imperio de su evolución interna y de sus agresiones externas, en una revolución socialista y que la proclama así, ante la faz de América: Una revolución socialista. Una revolución socialista que tomó la tierra del que tenía mucho y se la dio al que estaba asalariado en esa tierra, o la distribuyó en cooperativas entre otros grupos de personas que no tenían ni siquiera tierra donde trabajar, aun cuando fuera como asalariado.
Es una revolución que llegó al poder con su propio ejército y sobre las ruinas del ejército de la opresión; que se sentó en el poder, miró a su alrededor, y se dedicó, sistemáticamente, a destruir todas las formas anteriores de dictaduras de una clase explotadora sobre la clase de los explotados, destruyó el ejército totalmente, como casta, como institución, no como hombres, salvo los criminales de guerra, que fueron fusilados. También de cara a la opinión pública del continente y con la conciencia bien tranquila.
Es una revolución que ha reafirmado la soberanía nacional y, por primera vez, ha planteado para sí y para todos los pueblos de América, y para todos los pueblos del mundo, la reivindicación de los territorios injustamente ocupados por otras potencias.
Es una revolución que tiene una política exterior independiente, que viene aquí a esta reunión de Estados Americanos, como uno más entre los latinoamericanos; que va a la reunión de los países no alineados como uno de sus miembros importantes y que se sienta en las deliberaciones con los países socialistas, y que estos le consideran un país hermano.
Es, pues, una revolución con características humanistas. Es solidaria con todos los pueblos oprimidos del mundo; solidaria, señor Presidente, porque también decía Martí: «Todo hombre verda dero debe sentir en la mejilla el golpe dado a cualquier mejilla de hombre.» Y cada vez que una potencia imperial avasalla a un territorio, le está dando una bofetada a todos los habitantes de ese territorio. (..)
Ernesto Che Guevara
Extracto del discurso
Pronunciado: Ante la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) de la Organización de Estados Americanos en Punta del Este - Uruguay, el 8 de agosto de 1961.
Primera vez publicado: Por la OEA como parte de las memorias de la conferencia.