Siéntome con frecuencia tentado a decir que el lunfardo constituiría algo así como el nivel de lengua de los compadritos y canfinfleros de fines del siglo pasado y comienzos del que ya casi pasó también. ¿Cómo hablaban esos personajes? De su habla no hay más testimonio que el literario. Y uno se pregunta si realmente hablarían como nos dieron a entender Piaggio, Iriarte, Villoldo, Pacheco, Miguel Ocampo, o si fueron estos quienes crearon un nivel de lengua, es decir, una manera de hablar característica de guapos, pesados, malevos y caralisas. Me inclino, en la buena compañía de Borges, a pensar que como lenguaje y como nivel de lengua el lunfardo es una creación literaria; es decir, un lenguaje ficticio, no hablado nunca en la vida real, aunque muchos de sus elementos léxicos fueran corrientes en las bocas del pueblo; no hablado jamás por personas de carne y hueso, sino por sujetos de papel y tinta. Por eso, cuando digo que el lunfardo es un nivel de lengua y me preguntan "nivel de quién", me cuido mucho de decir que es el nivel de los compadritos. Lo que digo es que se trata del nivel de lengua de los personajes del tango y del sainete. El gauchesco y el lunfardo son dos artificios, lindos artificios, en torno de los cuales se crearon una cultura gauchesca, que va desde los cielitos de Hidalgo hasta el nativismo de Silva Valdés, pasando por el criollismo y el drama rural, y una cultura lunfardesca, que comienza con la poesía lupanaria y los sainetes primitivos y, pasando por el cuplé malevo, Contursi y Carlos de la Púa, llega al surrealismo de Horacio Ferrer.
El lunfardo, en cuanto léxico, más allá de los despistes de quienes iniciaron su registro y su estudio, es un repertorio de vocablos traídos por la inmigración e incorporados en el habla del bajo pueblo porteño. Podría ser algo así como el latín plebeius, como el argot, como la germanía, como el gergo... Podría, pero no puede, porque en aquellas lenguas especiales, para emplear la ampulosa denominación de Vendryes, prevalece lo local, y en el lunfardo prevalece lo inmigrado. ¿Son esos vocablos de origen delincuente? También se incluyen los que utilizan los delincuentes inmigrados, las viejas voces jergales italianas que vienen de la Edad Media. Y puesto que en el caudal de una inmigración que no fue selectiva llegaron delincuentes por carradas, es natural que muchos términos lunfardos sean de origen delincuencial. Sin embargo, afirmar que el lunfardo es un lenguaje de los delincuentes porque cuenta con un número relativamente vasto de voces carcelarias sería más o menos como sostener que el castellano es un dialecto árabe porque se formó en la etapa de la dominación musulmana en España y porque incluye muchos términos arábigos.
El lenguaje lunfardo y el lenguaje gauchesco no son creaciones de guitarreros analfabetos o de milongueros que firmaban con una cruz. Ni siquiera son creaciones de semianalfabetos. Los payadores, fueran campesinos o puebleros, rechazaban el lunfardo. Betinoti condescendió alguna vez a ese léxico, pero, lo mismo que Carriego en otra jurisdicción, lo hizo por broma. Últimamente, los estudiosos Clara Rey de Guido y Walter Guido nos han proporcionado la oportunidad de acercarnos a la folletería acumulada por Robert Lehmann Nitsche y conservada en el Instituto Iberoamericano de Berlín. Han compilado, en efecto, una suerte de antología, seleccionando diversas composiciones, cantables o no, tomadas de 154 de los 643 folletos acopiados por el investigador alemán. La Biblioteca Ayacucho de Caracas ha publicado esa antología. Quien quisiera servirse de sus textos para compilar un diccionario lunfardo fracasaría en su empeño, porque aquellos poetas populares, pobres de sintaxis, mendigos de rimas, carentes por lo general de oído poético, semianalfabetos, en suma, casi no emplearon términos lunfardos. Para compilar un diccionario lunfardo hay que hacer lo que hicieron, cada uno en su predio, Antonio Dellepiane y Juan Piaggio (anotar las palabras sueltas que escuchaban en boca de los individuos del bajo pueblo), o fichar con paciencia páginas y más páginas de escritores cultos, de verdaderos hombres de letras, que con las palabras sueltas que escuchaban no compusieron un diccionario, sino que crearon un lenguaje.
Aquellos escritores no se atuvieron solo a los términos inmigrados. Les sumaron otros, de producción casera, que venían de lejos en el habla popular de la campaña y de la ciudad. Ellos son los que llamo prelunfardismos. El uso y la confusión lunfardizaron también algunas voces de la lengua oficial y produjeron los que llamo paralunfardismos; y la inagotable inventiva popular fue sumando incesantemente el aporte de sus propias creaciones, a las que llamo postlunfardismos.
Una lista de términos que hayan sido corrientes en el habla popular con anterioridad a la inmigración en masa no es de ardua compilación. Veamos algunos: cajetilla petimetre, del germanesco jaque fanfarrón, a través del aumentativo jaquetón y del probable diminutivo jaquetilla; chucho miedo, del quechua chúhchu tercianas; chumbo proyectil de arma de fuego; arma de fuego, del portugués chumbo plomo; descangayado descuajaringado, deteriorado, desvencijado, quebrantado, del portugués descangalhado quebrantado, roto; fulo enojado, irritado, del portugués del Brasil fulo de raiva pálido de ira; malevo maleante, maligno, matón, pendenciero, del castellano malévolo inclinado al mal; marimba golpiza, del afronegrismo marimba, cierto instrumento musical de percusión; naco trozo de tabaco trenzado, del portugués naco pedazo, trozo; pedo embriaguez, del castellano antiguo embebdarse embriagarse; pucho colilla, del quechua púchu residuo; quilombo prostíbulo; desorden, del afronegrismo brasileño quilombo refugio de los negros cimarrones; tamango bota de potro, calzado rústico, del portugués tamancos zuecos; vichar observar con disimulo, espiar, del portugués vigiar vigilar; viola guitarra, del portugués viola tipo de guitarra.
Se me ocurre llamar paralunfardismos a algunos vocablos del lenguaje social, y aun del lenguaje literario, que popularmente son interpretados como lunfardos, y como tales suelen aparecer también en trabajos sobre el tema. No son muchos, pero son. Plus et minus non mutat speciem. En el momento de preparar estos apuntes sólo se me ocurrieron cinco, y son los siguientes. Ustedes recuerdan que el carrerito del tango de Vacarezza usaba chambergo. A lo mejor es por eso por lo que algunas buenas personas me dicen: "Busqué chambergo en su diccionario y no lo encontré". "Búsquelo en el diccionario de la Real Academia", suelo contestarles. En castellano se dice sombrero chambergo, porque chambergo es adjetivo, derivado del general Schomberg, que hacia el año 1650 se fue de Francia a hacer la guerra a Cataluña. Les dieron entonces su nombre a la casaca que usaban sus soldados y también a otras prendas. Aquella casaca se llamaba "casaca chamberga", y el sombrero que lucía plumas y cintillo, "sombrero chambergo". Aquí chambergo es todo sombrero blando, e incluso el semiblando Orión. Pero nadie le diría chambergo al sombrero de copa ni a la que llamamos galera. Ahora que lo recuerdo, el sombrero del carrerito, aunque no tenía plumas, llevaba en el ala un clavelito de color de ceibo.
Vacarezza escribió en el famoso monólogo de Rancagua, el personaje de Tu cuna fue un conventillo que hacía José Franco: "Era una paica papusa, retrechera y rantifusa, que aguantaba la marrusa sin protestas, hasta el fin". Carlos de la Púa, en una estrofa casi críptica de "El vago Amargura", poema de La crencha engrasada, dice: "Y aunque siempre tuvo minas retrecheras que hacían las latas con facilidá". En el tango Jirón porteño, que inicialmente se llamó Oro bajo, también aparece una mina retrechera. Por todo lo cual no faltan quienes supongan que retrechera sea voz lunfarda; pero no lo es, sino impecablemente castiza. En español, el retrechero es el que con artificios disimulados y mañosos trata de eludir la confesión de la verdad o el cumplimiento de lo debido, y en otra acepción equivale a atractivo; sexy, como diríamos ahora. Todo comenzó con el verbo traer, que produjo retraer, con el significado contar, referir, usado ya por Berceo, y también censurar, echar en cara. Un participio de retraer, retrecha, significó vituperio, y dio el adjetivo retrechero para designar al que trata de eludir el cumplimiento de algo, al traidor, al seductor y, finalmente, al agraciado, de bella estampa. La paica papusa de Vacarezza era retrechera simplemente porque era papusa, es decir, porque era bonita.
Farra es voz de origen incierto, pero ni fue traída por los inmigrantes ni tampoco circula con exclusividad en Buenos Aires. Corominas asegura que en Portugal farra es voz de origen brasileño. El mismo Corominas supone, y es pura suposición, que se trata de un vocablo de raíz onomatopéyica. Lo que parece menos incierto es que en un principio significó burla, luego diversión, enseguida juerga y alternativamente orgía. De todo eso tenían Aquellas farras evocadas por Cadícamo.
Y puesto que Cadícamo llamó Garúa a uno de sus tangos, abundan quienes creen que es esa una voz lunfarda. Por supuesto, no hay tal cosa. Ya en 1590 se llamaba en Lima garúa a la niebla húmeda y espesa, y a la llovizna que solía acompañar ese fenómeno. La posibilidad de que se tratara de alguna supérstite voz quechua milagrosamente salvada de la presunta destrucción de la no menos presunta civilización incaica ha sido desechada. Ya nadie duda de que es el mismo vocablo canario garuja, que significa llovizna; pero a los efectos perseguidos por esta charla me parece más importante señalar su ranciedad, su antigüedad en el habla americana. Y no se ha afincado solamente en el nivel de lengua lunfardo. Sin ningún ánimo de lunfardizar, suele augurarse a ciertas personas en retirada "que les garúe finito".
El juez Belluscio me preguntó alguna vez por qué razón no había incluido yo el término lunatismo en mi Diccionario lunfardo. Es una palabra utilizada por Cadícamo en su lindo tango Copas, amigas y besos y en su vals Soledad. En el primero dice: "Y hoy la llevo en mi negro lunatismo como un grotesco fantasma de mí mismo"; en el segundo: "Yo soy como un fantoche que un raro lunatismo empuja por la vida sin alma y sin amor". Le expliqué al ilustre magistrado que no se trata de un vocablo lunfardo, sino de una creación de Cadícamo, inventada a partir del adjetivo lunático, que en el mejor castellano se aplica a quien padece locura, no continua, sino por intervalos. Lunático es palabra que aparece ya en el Libro de Alexandre, compuesto a mediados del siglo XIII, y su aparición se debe a la creencia de que la dolencia en cuestión es debida a un mal influjo de la luna. Procede del bajo latín lunaticus sometido a la influencia de la luna, que se puede encontrar en el siglo IV en San Jerónimo. Don Leopoldo Lugones, que dedicó a la luna un volumen de 350 páginas, en verso y en prosa, El lunario sentimental, no debía creer mucho en la perversidad del satélite. Le dice: "Eres bella y caritativa: el lunático que por ti alimenta una pasión nada lasciva entre sus quiméricas novias te cuenta, oh astronómica siempreviva". En realidad, todo el libro de Lugones es un coqueteo con la luna, un flirt unilateral, como el del toro enamorado de la luna, que cantaba Lola Flores. Para Cadícamo el lunatismo es una especie de mufa avant la lettre, un cóctel de esplín y melancolía, de paranoia y de metejón.
Estas y probablemente otras palabras han sido introducidas por el tango y la literatura popular en el nivel de la lengua lunfardesca, y allí se han afianzado paralelamente con las voces lunfardas. Por eso les digo paralunfardismos, y cada cual puede darles el adjetivo que prefiera, menos el de lunfardo.
Si el lunfardo se forma con vocablos traídos por la inmigración, la etapa de su enriquecimiento léxico debió haber concluido cuando, en 1914, al estallar la primera guerra mundial, Europa dejó de exportar pobladores. En consecuencia, toda voz aparecida después de la primera guerra y afincada en el nivel de lengua lunfardo debería considerarse un postlunfardismo. De esos términos los hay contemporáneos y relativamente antiguos. Hinchar es de los años veinte; piola, de los treinta; petitero, de los cincuenta; cheto, de los setenta, lo mismo que trolo y que groncho; y trucho llega a su apogeo en los últimos años, cuando los dublés, que igualaban a los valores, comenzaron a sacarles ventaja. Hay una buena colección de estos términos que los jóvenes conocen mejor que yo. Algunos vienen de la jerga de la droga, como pálida y bajón; otros, de la economía, como bicicletear y su traducción pedalear, o palo y palo verde; la farándula aportó no sólo el camelo y la sanata, sino también los plomos de diverso peso específico; del terrorismo salió copar; del psicoanálisis, masoquear; de los oficios, tachero; del automovilismo, tuerca; del lenguaje juvenil, forro; de la política, tránsfuga y guitarrear. Estoy mencionando exclusivamente términos que tienen registro literario, que no son creaciones efímeras de la televisión.
Estos aportes derrumban no solo mi afirmación de que el lunfardo es un léxico predominantemente inmigrado, porque estos vocablos predominantemente no lo son. También derrumban la otra, de que se trata del nivel de lengua de los personajes del tango y del sainete, porque ahora el tango cantado no es masivo y el sainete es un rescoldo que nadie aviva. Vendryes viene en mi ayuda. Refiriéndose al argot dice que resulta de una especialización de la lengua; y como no existe más que como oposición a esa lengua común, es preciso que la relación entre la lengua común y el argot sea sentida constantemente mientras se emplea el argot.
Esta observación sagacísima del gran lingüista me permite ensayar una nueva y moderna –o posmoderna, no sé– definición del lunfardo: un repertorio de vocablos y modismos que circulan en el habla de Buenos Aires en oposición a los que corresponden al habla común. En oposición a "mujer" decimos mina; en oposición a "comer" decimos morfar; en oposición a "adinerado" decimos bacán; en oposición a "falso" decimos trucho; en oposición a "soportar" decimos bancar. No importa para el caso que se busque el término opuesto por juego, por donaire o por eufemismo. Allí donde el porteño utiliza, no importa para qué razones, un término cualquiera con el propósito de oponerlo al de la lengua común, allí está el lunfardo. En definitiva esto es lo que hacía Celedonio Flores cuando en lugar de decir "hermosa muchacha" decía "linda piba" o "papusa garaba". Y esto es lo que hace Roberto Selles –para nombrar a otro gran poeta– cuando en lugar de escribir que "un frío gris daba miedo", escribió que "un torniyo gris daba pavura".