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De: 2158Fenice  (Mensaje original) Enviado: 26/01/2010 08:04
EL CALDEN
 
El caldén, símbolo de la geografía cultural pampeana  

Entre ocasos y amaneceres, el caldén renueva su firmeza en suelo pampeano. Foto: Alejandro Ochoa

 Muebles hechos con Caldén pampeano
 
Valla este post a hacer justicia para todos mis compañeros pampeanos que en más de una ocasión tuvimos que soportar la ignorancia de los que dicen "La pampa tiene el ombú".
Mentira señores, si en la pampa ven un ombú pongan cara de asombro. Les presento a nuestro árbol típico, El Calden.
 

El caldén, símbolo de la geografía cultural pampeana

Este árbol, considerado patrimonio natural en La Pampa, está íntimamente ligado a la fisonomía y la historia de la Provincia

REALICO : Llanura, campo raso, define la toponimia pampeana, y es en esa geografía con montes y lomadas donde el vocablo quichua recobra su esplendor, entre tanta diversidad de paisaje.
Desde que la ley 1532 de territorios nacionales otorgó los límites definitivos en 1884, la provincia situada en el centro del país está condicionada por las características ambientales
-con variación climática gradual desde el Nordeste subhúmedo hacia el Sudoeste árido- que define la organización territorial, la distribución de la población y las actividades económicas
en tres áreas: la región pampeana (pastizal), ocupada en su totalidad por los cultivos; la región del espinal (caldenal) en el centro, en forma de cuña o en diagonal Noroeste-Sudeste
y la región del monte (jarillal) hacia el Oeste, con el 50 por ciento de la superficie del territorio provincial.

Tiene, el caldenal, la estirpe rankel dibujada en su corteza. Demasiada sangre fue la que trocó a monte y pueblo en postergación y desesperanza, y convirtió en desierto al otrora
viejo mar que devino en ramas, salitral y río cercano, donde se presagia todavía un ocre verdeado.

En el hueco de los caldenes más grandes -añosas tinajeras con un par de siglos encima- se adivina el cuenco natural donde abrevaban los antiguos después de que el agua buscara refugio.
Sus ramas llevaban, como cañerías a la intemperie, el líquido que recibían entre murmullos del viento. El viento... con su porfía de adueñarse del espacio y del tiempo, mientras silba
su provinciana melodía -a veces agorera, otras confundida con trinos y rugidos, o serena, a medio tono-, que se cuela entre los árboles. No los despierta. Están allí desde siempre.
Enhiestos, con su forma de brazos en cruz dispuestos a dar cobijo. Casi no necesitan del agua y sobreviven estoicos entre amaneceres y ocasos, aunque ya nadie cuelgue bolsitas
con pedidos y trabajos -como hacían los originarios para conjurar las adversidades o para conseguir protección ancestral-, en esos, los árboles del gualichu.

Pampa despojada

Fue el desmonte una forma de vender la propia tierra. En tiempos de la Segunda Guerra, cuando la ración alcanzaba hasta lo imposible,
las máquinas ferroviarias a vapor debían ser alimentadas para trasladar materia prima a los puertos. Y en esa quietud de la pampa, desolada,
indefensa, caían a golpes de hacha los caldenes. Como hoy, cuando en muchos campos del Oeste, antes plagados de sombra, pretextan reemplazar
la cría de ganado por la siembra y los mutilan sin prever la reforestación ni los años que necesitan para crecer.

Caldén, dura y rojiza madera que en su entorno hace intuir la magia de un hogar (los hacheros cavan vericuetos profundos que techan con ramaje
y pasto puna, donde albergan a su -siempre- numerosa familia). Caldén, dura y rojiza madera que a gubia y formón -a veces a cuchillo-
le dan forma de rostro, de enseres o de figuras dispares, las manos inspiradas de los artesanos.
O surgen de su cuerpo lleno de vetas, parquets para los pisos, listones y ahora muebles, en un claro intento productivo que desnuda la necesidad laboral y la entronca
con la búsqueda del aporte de elementos genuinos. Con los rezagos o los árboles secos los hornos preparan el carbón de leña que hasta se exporta a Chile y nutre,
con su aroma particular y la calidez del fuego.

En el Oeste hubo una propuesta de declararlo parque provincial a un caldenal ya disperso, cercano a Victorica. Pegado a Santa Rosa, en Toay,
otro monte de menor superficie, esperó en vano igual reconocimiento.
Hace un par de años, entidades ambientalistas pidieron que se declarara al caldenal pampeano Patrimonio Natural de la Humanidad.

Guardianes de la historia

Es tan honda su pertenencia a esta tierra, que el escudo de La Pampa tiene un caldén sobre fondo azul en su campo superior.
En el campo inferior, curvilíneo, la figura del indio sobre campo verde se hermana con las espigas que lo rodean y las lanzas pampas cruzadas por detrás,
con el sol naciente y la cinta azul y blanca entrelazada. Todo remite a labranza y a indómita heredad, a magnífico cielo y a epopeya pobladora.

Remolinean huesos en el medanal y el páramo, sin apuro, inventa otro paisaje. Y brotan obstinados, como en un ritual, los ecos subterráneos de los raigones dispuestos a no morir,
entre tanto silencio, mientras los renuevos afloran en el cíclico trayecto jalonado de alpatacos, jarilla, jume, o aliladas flores de cardo.
Cuando la quemazón los lastima, permanecen espectrales, como postrer arraigo.

Acaso el huitrú sea la señal más cabal de pampeanía.

Develado el secreto, emergen y se corporizan en la llanura con tanta naturalidad, que apenas algunos caldenes se atrevieron a seguir plantados en provincias cercanas.
Como para no perder la mirada inicial y para que las estrellas que se desbordan del cielo de La Pampa puedan reconocer la huella del regreso -porque aun sin moverse del mismo sitio,
se suele emigrar- es preciso, entonces, entrever la silueta inconfundible de esos guardianes de la historia, para abarcarlos en la distancia.

Calden-Huitrú. Es decir La Pampa. Sensación inasible, entrañable correspondencia mineral y vegetal como designio. En la costumbre de escudriñar el horizonte,
se los distingue como hipotéticas antorchas que marcan el camino. Que se presume arduo, pero es tan conocido...

Por Gladys Sago
Para LA NACION

La autora es la actual directora de La Voz de Realicó , periódico pampeano que este mes cumplirá setenta años  

La historia del caldén de Italó

La leyenda cuenta que Huitrú, indio pincén, quedó inmortalizado en este árbol, como símbolo de un amor capaz de sobrevivir a lo imposible.
 
Según la leyenda, hace muchos años vivía en las llanuras pampeanas una tribu de los indios pincén. Uno de sus miembros, un hombre llamado Huitrú, quedó inmortalizado en un árbol, como símbolo de un amor capaz de sobrevivir a lo imposible. Cuentan que Huitrú se enamoró de Aylén, una mujer que pertenecía a una tribu vecina, y que ambos fueron rechazados y exiliados cuando las respectivas comunidades descubrieron la relación que los unía. Aylén, que tenía prohibido ver a Huitrú, fue maldecida y muerta cruelmente por desobedecer a sus autoridades. Profundamente triste, Huitrú perdió el deseo de vivir y pidió ayuda a Nguenéchén. Este lo escuchó, pero no pudo remover la maldición impuesta a Aylén, así que lo convirtió en un árbol inmenso, de una corteza fuerte. Su fruto simbolizaría para siempre el renacimiento de su amor, a pesar del odio entre las tribus.

Con el correr del tiempo, los indios pincén se protegerían debajo del árbol que bautizaron Huitrú, en su memoria. Y desde entonces sus ramas ofrecerían sombra y protección.
 
"Porque allá todo es nuevo, solitario y salvaje./ Imagina una cálida llanura silenciosa, imagina/ los altos pastos secos batidos por el viento,/ la noche, que desciende tan dolorosamente,/ algún árbol lejano y el pavor de sentirnos/ sobras ya de la nada, olvidados de la nada,/ seres recién nacidos que habrán de hacerlo/ todo."

Estos versos del poema "Desde lejos", de Horacio Armani, transmiten la orfandad que debieron haber sentido los primeros habitantes del departamento General Roca, frente a la inmensidad del desierto. Toda la zona central y este era, durante el siglo pasado, una inmensa llanura cubierta, en su mayor parte, sólo por el pasto llamado puna. A estas planicies sin árboles se aplicó el término "pampa", de origen quechua. En ese espacio todo corre libremente, sin que nada se oponga, sin barreras ni murallas para el tiempo, sin filtraciones de otras zonas que aparezcan de pronto y fundan espejismos en el suelo y en las nubes. Es en esta pampa donde se observan algunos jóvenes montes avanzar sobre las aguadas que visitaban los indígenas y sus caballadas. A ese caldén que salpicaba la inmensidad los ranqueles los llamaban "Quethré Huithrú", que significa árbol solitario, pues no comprendían cómo pudo nacer o quién pudo sembrarlo en ese paisaje vacío, de ahí su temor a esa misteriosa presencia.

Ellos creían que entre sus ramas moraba el "Hualicho", el demonio, y por eso trataban de calmar los maleficios ofreciendo "apachetas" (piedras colocadas con fines rituales) apenas veían colgados de sus brazos rugosos a los k´tus (trozos de trapos o de vestimentas), que eran las cárceles de un espíritu de enfermedad allí encerrado por la machi (hechicera, curandera).

El árbol genuinamente pampa, el árbol del indio, el caldén vetusto, retorcido, nudoso, oscuro, del que podría decirse que han tomado los ranqueles sus perfiles y la misma pampa sus misterios, no ha sido contado nunca. Es hermoso y fantástico. Sus ramajes tienen algo de los brazos que se estiran indecisos y se doblan cansados. El tronco, mucho de los viejos dioses de un mito de la tierra. Ayer dio sombra a los toldos de Epumer. Ahora alzan su hogar junto a él los hombres de otras razas. Su presencia en las llanuras tiene un encanto propio.

No hay árbol en la tierra americana que determine una transición tan brusca, tan inesperada, como la que éste ofrece en las inmensas planicies con su figura alegre y arcaica. Según menciones históricas, uno de estos árboles enjoyaba las extensas llanuras de nuestro departamento, junto a la rastrillada que corría desde Tres Lagunas hasta Italó.

Mi curiosidad me llevó a rastrear este histórico "Quethré Huithrú". Es posible que este caldén que existe al oeste de la Estación Italó sea dos veces centenario. Allí está: un árbol robusto, de una corteza arrugada, con espinas en sus ramas y unas pocas chauchas a punto de caerse. El tiempo, que todo lo roe, lo destruye o lo muda en su originalidad, no se ha ensañado aún con este viejo árbol. ¡Gracias Huitrú y Aylén por este regalo!

Por María Laura Inés Bolontrade
Para LA NACION


El bosque de caldén
 
  
 
A fines del siglo XIX, los bosques se extendían desde el sudoeste de Buenos Aires, sur de Córdoba y San Luis, gran parte del territorio pampeano, noreste de Río Negro
y hasta el sureste de Mendoza. Hoy, quien viaja por estas provincias, apenas si sabe que muchas de estas llanuras verdes y planas que inundan todo,
antes eran kilómetros y kilómetros de bosques de caldén, donde además habitaban especies de todo tipo y color.

En los últimos años, solamente en La Pampa, 2.536 hectáreas de caldenar (una extensión tan grande como 2.500 manzanas o cuadras en una ciudad),
desaparecen y se convierten en tierras para el ganado y el cultivo. En las últimas dos décadas, también en La Pampa, unas 300.000 hectáreas por año
fueron arrasadas por los incendios (más del 75% responsabilidad del hombre), y después, el viento y la lluvia lavan los pobres suelos desprotegidos.
El árbol

Toda una aventura para quienes salían unas cuadras de la ciudad de Buenos Aires a mediados de 1800, dijeron “la pampa tiene el ombú”

y muchos pensaron que ese era el árbol del centro del país. Sin embargo, aquí manda el Caldén, un árbol robusto, con arrugas en su corteza,

espinas en sus ramas y unas chauchas dulces que los mapuches utilizaban para hacer “chicha”.

Es único en su tipo y tan autóctono que en ningún lugar del mundo que no sea el centro de Argentina se encuentra.

Mejor olvidado:

A principios del siglo XX, era el combustible para las panaderías y las calderas de las locomotoras cuando el carbón inglés escaseó durante la Primera Guerra Mundial.

Según la revista “Caras y Caretas” de 1906, 140 vagones cargados de leña de caldén (1.400.000 kilogramos) partían todas las semanas desde Toay,

Santa Rosa, Rancul y otras localidades de La Pampa.

“Durante ese período, que se conoce como el de la “Primera Gran Hachada”, como el consumo era leña, se cortaba todo sin selección”,

cuenta la ingeniera agrónoma Marta Scarone. Se reabastece el país nuevamente de carbón en el ‘30 y desmontar era menos rentable.

Aunque fue una “primavera” que duró hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando el hacha entra nuevamente en escena y comienza la

“Segunda Gran Hachada”. Para parquet y adoquines fundamentalmente, era una industria “próspera” en la década del ’40:

“Se cortaban los que estaban bien conformados y sanos, y se dejaban los enfermos o mal formados”, dice Scarone.

Primero para leña, después para pisos y muebles, y por último, desmontar para extender la frontera agrícola. Llega el ganado y el cultivo extensivo,

y se limpian las tierras para dar paso a la “nueva” actividad productiva del momento.

No está catalogado como “en vías de extinción”, sin embargo el caldenar retrocede todos los años. De acuerdo a distintos informes, los bosques nativos

se han “corrido” hacia el oeste aproximadamente unos 150 kilómetros desde 1930 y actualmente el ecosistema del caldenar en su estado virgen

ya casi no existe. Según informes, quedan unas 2.870.000 hectáreas en La Pampa, 500.000 en San Luis y 100.000 en Córdoba.

MÍSTICO

 ÁRBOL SAGRADO: Los indios mapuches que habitaron la región de La Pampa, consideraron al caldén como árbol sagrado, por la protección que les ofrecía

como sombra en el verano, resguardo del viento, del frío del invierno y refugio para protegerse de los"huincas" (el hombre blanco).

Por ello tenían prohibido utilizar sus ramas como leña. Durante el verano recolectaban "la chaucha", fruto del caldén y elaboraban "chicha", una bebida fermentada.

 ÁRBOL VENERADO: Era tan reverenciado por el indio que cuando lo hallaba, solitario, a la vera del camino le rendía ofrendas para asegurarse en alejar al diablo o espíritus del mal; de esta manera conquistaba un destino próspero y de bienestar.

ÁRBOL GENEROSO: Algunos caldenes, por una conformación especial, permitían almacenar agua en su interior, debido a que presentaban en unión del tronco con el ramaje, un hueco en el que se juntaba el agua de lluvia. Otros caldenes eran ahondados también, por el indio, y su existencia en las travesías, era una garantía de sobrevivencia. Recibían el nombre de tinajeras.

El carácter extraño, raro e incomparable de este árbol, del cual están hechos nuestros relojes artesanales exóticos, radica en los numerosos inconvenientes que tiene para su reproducción. Su única forma de reproducción es cuando las semillas se desprenden del árbol y el ganado consume el fruto, que luego excreta quedando las mismas en condición de germinar.
Sin embargo, esto puede no ocurrir por los diversos factores que inciden negativamente: años lluviosos, heladas muy intensas, sequedad del suelo, opresión mecánica de otras especies, parásitos, polillas y su corto período de capacidad germinativa. Estas dificultades transforman al caldén en una especie particular y exótica.

 


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