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No solo Tango...: Mi Buenos Aires querida.
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: 2158Fenice  (Mensaje original) Enviado: 10/12/2020 11:14

  

    



FELICES FIESTAS PATRIA MÍA

L'immagine può contenere: albero, pianta e spazio all'aperto



Buenos Aires es una ciudad felizmente poblada con gran cantidad de árboles. Calles, Plazas y rutas lucen diversas especies que le otorgan una característica especial a la ciudad. Un cierto aire romántico y nostálgico, que da placer cuando se la camina y se la recorre, sin la prisa que la vida moderna impone a veces. Claros al alba, silenciosos en el sopor de la tarde, inquietos por la brisas del crepúsculo, oscuros en la noche. Desde el borde de una calle o escondidos en algún rincón de una plaza, los centenarios árboles de la ciudad ocultan incontables historias: han sido refugio de amores prohibidos, testigos de dramas sangrientos, inspiradores de pintores, poetas y payadores. También los hay raros, únicos, con aromas y contornos inigualables.
Entre esos árboles, hay unos cuantos que guardan entre sus ramas, recuerdos de un Buenos Aires que ya no está. Son añosos ejemplares que desde sus majestuosidades, han contemplado la vida de los ciudadanos y sus avatares y aquí los recordaremos.
Una placa a los pies del palo borracho de Cerrito y Tucumán recuerda la inauguración de la avenida 9 de Julio. El ejemplar de 11 toneladas fue llevado para la ocasión desde el hospital Rivadavia. Al verlo en su nuevo lugar, BALDOMERO FERNÁNDEZ MORENO le dedicó un poema: «Arbol que Samuel Molina y de su tierra natal/ cultivó en un hospital al par que su medicina/ Por orden de una oficina hoy te ves en otra parte/ Ya puedes emborracharte con todos los alcoholes/ que te sobrarán faroles, compadre, para agarrarte”.
A fines del siglo XIX, GABINO EZEIZA, el famoso payador, elegía el fresco y la sombra del gomero de Almafuerte y Caseros, en Parque de los Patricios, para entonar sus ocurrentes improvisaciones. En Canalejas al 1700, en Caballito, hay un paraíso al que se abrazó FELIPE VALLESE el 22 de agosto de 1962, día en que lo secuestraron. Dicen que se aferró al tronco con todas sus fuerzas, pero ni así pudo evitar el joven obrero metalúrgico ser secuestrado. Hoy, esa calle lleva su nombre y cada año se le rinde homenaje a la sombra de aquel paraíso que quiso pero no pudo salvarlo.
En una plazoleta ubicada entre la avenida Manuel Quintana y Junín, llama la atención un viejo y gigantesco gomero surcado por un delta de venas que laten bajo la alegría de los días. Fue plantado por el agrónomo MARTÍN JOSÉ DE ALTOLAGUIRRE, cuya quinta se hallaba en ese barrio de la Recoleta.
Corría el año 1826 y vino siendo todavía semilla de “ficus macrophylla”, a bordo del buque francés “Henriette”. Consignado a MARTÍN JOSÉ DE ALTOLAGUIRRE, le fue entregado a los monjes recoletos para que lo plantaran en el Jardín de su Convento, que por entonces ocupaba el predio donde hoy se halla el Cementerio de La Recoleta. En 1834, siendo ya un hermoso señor árbol, fue trasplantado al lugar que hoy ocupa, entre las calles Junín y Presidente Quintana, lugar que le fue sin duda muy propicio, porque comenzó a crecer y a crecer hasta adquirir una dimensión descomunal: su follaje cubre un cuarto de manzana y debió ser auxiliado mediante soportes que apuntalan sus largas ramas de 20 metros de largo y 1,5 metros de diámetro, para que no caigan, vencidas por tamaño peso.
El Aromo del Perdón. Se encuentra en el Parque Tres de Febrero (Palermo), en el cruce de las Avenidas del Libertador y Sarmiento; donde se alza también el Monumento de los Españoles y la estatua de DOMINGO F. SARMIENTO. A unos 40 metros detrás, estaba ubicada la vivienda personal de JUAN MANUEL DE ROSAS. El Parque que lo rodeaba, era conocido como “Palermo de San Benito” y tenía lagos con góndolas para navegar por él, un pequeño muelle y un canal que lo unía al Río de la Plata, inmensos jardines y parques arbolados, donde se alzaba un frondoso aromo: el famoso “árbol del perdón”. A su sombra dormía la siesta JUAN MANUEL DE ROSAS y dice la historia, que hasta allí se acercaba su hija MANUELITA, para pedir el “perdón de su tata”, para alguno de los tantos personajes, cuya oposición lo había hecho merecedor a prisión o a un peor destino.
La araucaria de la Plaza Colombia. A los 24 años, Felicitas Guerrero había llorado un hijo y enterrado al padre de su hijo. De una inmensa fortuna y una belleza inigualable, no pasó mucho tiempo para que los hombres comenzaran a revolotear a su alrededor. Ella se enamoró de uno de ellos, Samuel Sáenz Valiente, pero hubo otro, Enrique Ocampo, tío de las escritoras y poetisas Victoria y Silvina, que no lo soportó. Así, una calurosa noche de enero de 1872, el hombre se aparece por el caserón de Barracas y la bella Felicitas accede a hablar con él. Durante la charla, no sacó sus ojos de la imponente araucaria que su familia había plantado en el jardín que hoy ocupa la plaza Colombia. «!! Basta ya! !Retírese y no vuelva nunca más!!, le ordenó la joven. Entonces se escucharon dos disparos, un grito desesperado y dos disparos más. Cuando los vecinos y la policía entraron a la casa, nadie sabía muy bien qué era lo que había pasado. Las crónicas de la época hablaron de asesinato y suicidio. Las dudas nunca se aclararon, porque hasta el expediente policial desapareció. Y sólo una añosa araucaria supo la verdad.
En el jardín del Centro Atómico de Avenida de los Constituyentes y General Paz hay un manzano que según se dice, es un retoño del manzano que hizo famoso al científico Isaac Newton (¿Será verdad?). Y si de antigüedad se trata, en las Barrancas de Belgrano hay un ombú con una placa que dice que es uno de los más antiguos de Buenos Aires. Y en Scalabrini Ortiz y Cabrera se ve una copa de ficus que parece levitar desde la ventana de una casa. Lamentablemente el árbol fue talado y la casa tapiada.
Otros se hicieron famosos por presenciar momentos únicos, como el algarrobo de Plaza Flores, retoño del bicentenario de la chacra de Pueyrredón en San Isidro, bajo cuya sombra se entrevistaron PUEYRREDÓN y SAN MARTÍN para elaborar los planes que llevarían la independencia a Chile. O el retoño del pacará de Puán y Baldomero Fernández Moreno, en el que bajo sus sombras, el infatigable sacerdote Saturnino Segurola, aplicaba la vacuna contra el implacable flagelo de la viruela en 1800.


      










    


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: karmyna Enviado: 10/12/2020 21:54
 


 
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