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General: El Sufismo, la Masonería del mundo Islámico
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De: Alcoseri  (Mensaje original) Enviado: 21/02/2019 17:59
El Sufismo, la Masonería del mundo Islámico     
 
El sufismo es el misticismo del islam. Como tal, tiene la distinción de existir tanto en el Islam sunita como en el chiita. Describir el sufismo es una tarea desalentadoramente afortunada. Como todo misticismo, es sobre todo una búsqueda de Dios y su expresión puede tomar formas muy diferentes. Por otro lado, por sus aspectos esotéricos, presenta prácticas secretas, ritos de iniciación, con variables según la cofradía, ya que el sufismo cuenta con varias cofradías. Aunque el sufismo es estrictamente musulmán, los sunitas tradicionales y los chiitas ortodoxos miran el sufismo con desconfianza, por su desapego a los dogmas. La gran mayoría de los Imanes se oponen enérgicamente al sufismo y en el Islam sunita, la mayoría de los ulemas están mucho más interesados en la letra del Corán y sus interpretaciones legales y literales que en las especulaciones esotéricas de los sufíes a los que encuentran olor a azufre. Esta oposición generalizada contribuye a la discreción y secrecía del sufismo. Además, el sufismo no tiene unidad. Cada maestro tiene una cohorte de seguidores atraídos por la reputación de su enseñanza. A lo sumo, estos maestros declaran estar unidos a una "hermandad", fundada por un famoso sufí de siglos pasados; nadie revisa ninguna ortodoxia de la enseñanza dada, siempre que se refiera al Islam. La importancia de este Islam secreto esotérico es notable. Históricamente, desempeñó un papel destacado en el nacimiento de las desviaciones chiitas, a saber, el ismailismo y la religión drusa. En literatura, ha inspirado profundamente algunas de las obras árabes-persas más notables, como Cuentos de las mil y una noches o el poema de amor de Layla y Majnún. Sin embargo, es a través de su espiritualidad es que el sufismo es la más insólita de todas las corrientes esotéricas del Mundo. En la concepción sufí, el enfoque de Dios es gradual. Primero debemos respetar la ley del Corán, pero es solo un requisito previo que no permite comprender la naturaleza del mundo. Los ritos son ineficaces si uno ignora su significado oculto. Sólo una iniciación puede penetrar detrás de la apariencia de las cosas. El hombre, por ejemplo, es un microcosmos, es decir, un mundo en reducción, donde encontramos la imagen del universo, el macrocosmos. Por lo tanto, es natural que al profundizar el conocimiento del hombre, uno llegue a una percepción del mundo que ya es un acercamiento de Dios. Según los sufíes, toda la existencia procede de Dios y solo Dios es real. El mundo creado es solo el reflejo de lo divino, "el universo es la Sombra del Absoluto". Al percibir a Dios detrás de la pantalla de las cosas implica la pureza del alma. Solo un esfuerzo por renunciar al mundo permite que uno se apresure hacia Dios: "El hombre es un espejo que, una vez pulido y bien limpiado, refleja fielmente a Dios". El Dios descubierto por los sufíes es un Dios de amor y se lo alcanza a través del Amor: "quien conoce a Dios, lo ama, quién sabe que el mundo lo renuncia". "Si quieres ser libre, sé cautivo del amor". Estos son acentos o aspectos que no serían repudiados por los místicos masones. Es curioso observar a este respecto las convergencias del sufismo con otras corrientes filosóficas o religiosas: en su origen, el sufismo estaba influenciado por el pensamiento pitagórico y la religión zoroástrica de Persia; La iniciación sufí, que permite un nuevo nacimiento espiritual, asocia a la iniciación masónica y uno podría incluso encontrar algunas reminiscencias budistas en la fórmula sufí "el hombre no existe ante Dios". La misma diversidad e incluso imaginación en las técnicas espirituales del sufismo: la búsqueda de Dios por el simbolismo pasa, en ciertos sufíes, por la música, el simbolismo, o la danza que, según dicen, trasciende el pensamiento; esto es lo que practicó Yalal ad-Din Muhammad Rumi, el fundador de la orden sufí Mevleví; en otros sufíes, el simbolismo es un ejercicio intelectual en el que se especula, al igual que los judíos en la Cabalá, o entre nosotros los masones, sobre el valor numérico de las letras; a veces también, es por la repetición indefinida de la invocación de los nombres de Dios que el sufí busca su unión con él. El sufismo trae así al Islam una dimensión poética y mística que sería buscada en vano por los fastidiosos exegetas del texto coránico. Es por esto último, se busca marginar al sufismo del Islam ortodoxo. Los sufíes están convencidos que sus ideas son afines a las de Mohammed o Mahoma fundador del Islam, al mismo tiempo que piensan que el Corán, son un cumulo de revelaciones esotéricas, revelaciones que Mohammed el profeta de Dios sólo habría comunicado a algunos de sus compañeros. . Por lo tanto, todos los maestros sufíes relacionan su enseñanza con una larga cadena de predecesores que los autentican como provenientes directamente de Mohammed. Esta legitimidad por la referencia al Santo profeta Mohammed como fundador del sufismo, no conduce a una estandarización del movimiento sufí: las escuelas sufíes abundan y cada una tiene su propio estilo y prácticas. Estas escuelas son generalmente designadas bajo el nombre de hermandades. Antes de continuar con el estudio de algunos de ellos, debe tenerse en cuenta que las cofradías se han convertido, no en una institución, sino al menos en una forma de vivir el Islam es tan generalmente aceptado que todo tipo de personas pueden pertenecer a estas cofradías. Los movimientos, ya sean místicos o no, tienen el título de hermandad para llevar a cabo sus actividades. Por lo tanto, no es sorprendente encontrar fraternidades de sufíes a veces muy concurridas pero con una espiritualidad rudimentaria, muy alejadas de las altas especulaciones que se hicieron en Sufismo del Pasado , pero en este momento hay otras fraternidades sufíes con los altos componentes de la espiritualidad universal. El sufismo cubre realidades muy diferentes en el Islam ortodoxo. En pocas palabras, nos gustaría proponer una reflexión para distinguir "místico" y "esoterismo". El sufismo forma una antigua masonería espiritual dentro del Islam cuyos orígenes se pierden en el tiempo. Por lo común se le considera una secta musulmana de corte liberal, que ha despertado ciertas suspicacias entre las líneas ortodoxas del mundo islámico. Aun así Muchas tradiciones relacionan al Profeta Mohammed con el Sufismo. El sufismo no es una religión pues no está sujeta a Dogmas, ni su organización es monástica o eclesiástica. El sufismo respeta así mismo todos los ritos de cualquier credo siempre si estos contribuyen a la armonía social, pero al igual que la Masonería amplían las bases espirituales del Misticismo, enriqueciendo siempre que sea posible a la misma religión, dando un enfoque superior a cualquier concepto religioso y de esta manera desvinculando y liberando a la religión Islámica de fanatismos El sufismo forma una antigua masonería espiritual dentro del Islam cuyos orígenes se pierden en el tiempo. Por lo común se le considera una secta musulmana de corte liberal, que ha despertado ciertas suspicacias entre las líneas ortodoxas del mundo musulmán. Aun así Muchas tradiciones relacionan al Profeta Mohammed con el Sufismo. El sufismo no es una religión pues no está sujeta a Dogmas, ni su organización es monástica o eclesiástica. El sufismo respeta así mismo todos los ritos de cualquier credo siempre si estos contribuyen a la armonía social, pero al igual que la Masonería amplían las bases espirituales del Misticismo, enriqueciendo siempre que sea posible a la misma religión, dando un enfoque superior a cualquier concepto religioso y de esta manera desvinculando y liberando a la religión Islámica de fanatismos. Los vínculos entre el Sufismo islámico y la Masonería El vinculo que existe entre Sufismo y Masonería, fue claramente expuesto hace muchos años en el Libro “Los Sufis” escrito por Idries Shah, Libro sobre Sufismo que sin lugar a dudas es el más vendido de todos los tiempos, no sólo el más leído, sino el más releído, un libro que ya es un clásico. Sin lugar a equivocarnos la Obra Los Sufis de Idries Shah no es sólo el libro de sufismo más importante de todos los tiempos, sino también es el Libro más vendido sobre el Islam, después claro del Sagrado Corán. Y por qué digo que es el más releído, simplemente porque quien posee el libro, se convierte sencillamente en el libro de consulta más adecuado tanto para neófitos en la materia del Sufismo, como para quienes están ya versados en el asunto sufí. Sé que habrá sufíes que simpaticen con Idries Shah, y otros más que no; pero de una cosa debemos estar seguros, Idries Shah será el Sufí más leído en los próximos 200 o 300 años, y de aquí a que esto de un giro de oscurantismo total, o se intentase hacer lo imposible, que sería hacer quemar todos los Libros que vinculen a los masones con los sufis, y como esto no pasará el vinculo entre Sufismo y Masonería serían imposibles de deshacer. Pero, los vínculos masónicos con el sufismo no son exclusivos de la obra del Escritor Sufí Idries Shah, ya en la historia Templaría se habla claramente de el encuentro de estos con los Sufíes (Místicos del Islam) lo que hizo que los templarios se convirtiesen de Barbaros Sanguinarios en seres profundamente místicos y poderosos. Y, claro podemos recordar los viajes de Christian Rosenkreutz a tierras del Islam, donde contactó con una Cofradía de Sufíes en Damasco, siendo el Eminente Rosenkreutz uno de los primeros y principales promotores del surgimiento de la Masonería Operativa. No deja de ser curioso, por no emplear palabras más ásperas, el desconocimiento que existe sobre capítulos enteros de nuestra Historia, tan fundamentales para comprenderla en su dimensión exacta. Me estoy refiriendo, en concreto, a la obra y legado árabes en Europa. El interés que subyace detrás de estas ocultaciones es bastante obvio: por un lado, la Iglesia Católica niega, distancia a claros competidores y, por otro, los linajes reales legitiman sus pretendidos derechos demonizando a aquellos a quienes expulsaron por las armas de su propia tierra, que es la de todos. Todo esto ha condicionado hasta hoy un ambiente cultural donde ese legado, esa presencia y sedimento, simplemente no existe. Pero sí que existe. En algún momento, cualquier inquieto se ha preguntado probablemente por las auténticas creencias de los Caballeros del Temple o cómo pudieron haber hecho tan buenas migas con ciertos musulmames, sus supuestos enemigos acérrimos, objeto de sus iras y sus cruzadas, hasta el punto de vestir a su manera, expresarse en su lengua y trocar sus nombres propios por otros árabes. A todo el que tenga esta inquietud, le recomiendo efusivamente la lectura del libro “Los sufis”, de Idries Shah, para adentrarse en la manera de pensar sufi, los místicos del Islam, y su soberbio y secular compendio de sabiduría. Pero también, y sobre todo, para asimilar una parte fundamental de la masonería, tal y como se entiende y se practica hoy. El autor del libro apunta las numerosas coincidencias existentes entre los rituales y formas de pensar de sufis y masones. Sin embargo, según se excusa, por respeto a la intimidad de unos y otros a quienes sin duda alguna conoce sobradamente, no profundiza en los secretos comunes de ambos. A pesar de ello, en sus descripciones pone de relieve el significado de muchos símbolos sufis, o árabes, o musulmanes, que a los masones les resultarán del todo familiares. Y ofrece explicaciones que, por fin, responden con toda claridad al significado de hechos y de símbolos que emplean, o que manejan, y que no acababan de entenderse correctamente, o verse del todo claros, en menoscabo de su eficacia. Hay una impresión generalizada de que los Caballeros Templarios adquirieron en sus viajes a Oriente una parte fundamental de su patrimonio de conocimiento. No cabe duda. Pero ahora, tras conocer la Historia y a sus protagonistas, tampoco se ve la necesidad de tener que viajar hasta Jerusalem cuando la élite de pensadores orientales ejercía ya en la península Ibérica desde varios siglos antes, y eran contemporáneos, y vecinos, de los Templarios. Ahí están Ibn Rushd o Averroes (s. XII), Avicenas, Ibn el-Arabi, el- Majiriti y tantos otros. Sea lo que fuere lo que los Caballeros Templarios fueron a buscar a Jerusalem, no fue nada de lo que ya tenían aquí. Con Muza y con Tarik desembarcaron sabios sufis en el siglo VIII, que nacieron, vivieron y trabajaron en la Península durante 800 años, que llegaron hasta Poitiers y se asentaron y convivieron en el Languedoc francés, cuna del catarismo y tierra natal del Temple. Eso supone demasiado tiempo, demasiado territorio y demasiado talento como para haberse evaporado sin más, sin pena ni gloria, como pretenden algunos. Durante la noche de la Edad Media, las familias pudientes o nobles europeas, al contrario que las árabes y judías, no educaban a sus hijos más que para el elevado ejercicio de la guerra, el botín y el tributo, dejando para los siervos tareas bajas como leer, escribir, medir o contar. Por muy bien que puedan caer los fundadores del Temple, o los impulsores de su fundación, el Priorato de Sión –excepto quizá San Bernardo u otros eclesiásticos implicados–, es seguro que no debieron poseer en ningún modo la erudición y la profunda tradición de conocimiento que sí demostraban los sheikhs sufis en aquellos tiempos. En definitiva, es lógico suponer que estos intelectualmente inquietos nobles europeos tomasen por maestros a los depositarios de esa cultura mística tanto más desarrollada, del mismo modo que los romanos adoptaron la griega, los bárbaros la latina o los mongoles la china. Una de las historias tradicionales que manejan los sufis para darse a entender cuenta que cuatro viajeros, cada uno procedente de un país distinto, se habían acabado juntando para aliviar la pesadumbre del camino. También habían decidido unir sus recursos y, a estas alturas, próximos a su destino final, ya solo les quedaba una moneda con que comprar algo de comer. En esto llegaron a una posada y, a la puerta, el mulá sufi Nasrudín –el sempiterno protagonista, sabio e ingenuo, de este tipo de historias– les oyó discutir acaloradamente. Uno quería gastar la moneda en comprar “parabadás”. El segundo quería “tomanoides”, el tercero “fliscus” y, el cuarto, “muntas”. Nasrudín se acercó y les pidió la moneda, con su promesa de comprar algo con lo que todos quedarían satisfechos. Los viajeros accedieron con cierto recelo. Al rato, Nasrudín regresó con una hermosa cesta de uvas que tendió hacia los viajeros. “¡Excelente! –dijo el primero– un cesto de parabadás, tal y como yo propuse!”. El segundo dijo “hombre, qué bien, tomanoides, tanto que me apetecían”. Y así lo mismo el tercero y el cuarto. Porque cada cual, en su propio idioma, estaba refiriéndose a lo mismo: uvas. Así definen los sufis su misión: encontrar lo bueno que tiene en común el fondo de todas las religiones, hacérselo entender a todos y conciliar a las personas en torno a esos valores clave. Según la simbología sufi, las uvas son la fuente del vino (el conocimiento), y la embriaguez que causa éste, el estado de felicidad que produce el conocimiento de Dios. Pero no es esta simbología recurrente del sufismo a lo que me quiero referir, sino a la similitud entre el fondo de este episodio de Nasrudín y aquel texto de las Constituciones de Anderson donde se lee que ningún masón está obligado a practicar otra religión que aquella en la que están de acuerdo todos los hombres. Su lectura es doble: por un lado, deja al masón a su libertad de conciencia, pero por otro, le obliga a la búsqueda y a la práctica de esa religión o valores en que todos los hombres convienen . Ambas citas dejan patente la absoluta coincidencia del pensamiento sufi y masón sobre el asunto de sus creencias y prácticas religiosas. Pero hay cientos de coincidencias más, hasta el punto de convencerse uno no solo de que no pueden ser fruto de la casualidad, sino que sufismo y masonería son, en el fondo y en la forma, una misma cosa. A los masones, no debiera de extrañarles en absoluto. De hecho a los sufis les parecería, y les parece, lo más lógico y lo más normal del mundo, como efectivamente lo es. Puede que a muchos se les caigan los palos del sombrajo con esta posibilidad, pero las evidencias no dejan lugar a dudas. Desde toques y contraseñas, hasta orígenes gremiales, simbología y herramientas de construcción y cantería, relación y actitudes recíprocas entre maestro y aprendiz, los grados, el perfeccionamiento personal, el sentido de evolución permanente, el orden de aprendizaje de las diferentes materias, no temer infierno ni desear cielo, la herencia druídica y egipcia, Lug o Thoth, Hermes y Mercurio, conceptos de Templo interior y exterior, columnas, luz, Oriente, la tradición oral, experiencia personal... Ningún masón encontrará en el sufismo nada que le sea extraño, aunque sí mucho de nuevo y de esclarecedor. En la introducción del libro, el solventísimo Robert Graves dice: En realidad, la masonería tuvo como origen una sociedad sufi (probablemente los malamati, añadiría yo). Se la conoció por primera vez en Inglaterra bajo el reinado de Aethelstan (924-939) y fue introducida en Escocia bajo el disfraz de un 2 gremio de artesanos a principios del siglo XIV, gracias sin duda alguna a los Caballeros Templarios. (...) Los tres instrumentos de trabajo que actualmente se exhiben en las logias masónicas representan tres posiciones para la oración. Buizz o Boaz y Salomón hijo de David, no fueron súbditos israelitas del rey ni aliados fenicios como se daba por supuesto, sino arquitectos sufis de Abdel-Malik, autores junto con quienes lo siguieron de la Cúpula de la Roca, la reconstrucción sobre las ruinas del templo de Salomón. Sus nombres auténticos fueron Thuban abdel Faiz (Izz) y su biznieto Maaruf, hijo o discípulo de David de Tay, cuyo nombre súfico fue Salomón porque fue “hijo de David”. Las proporciones arquitectónicas fijadas para este templo (su geometría sagrada), igual que en la Kaaba de la Meca, eran numéricamente equivalentes a ciertas raíces árabes portadoras de mensajes sagrados. Curiosamente, existe otro Hiram Abif sufi, relacionado con la construcción del templo, condenado a muerte y ejecutado por la inquisición local por negarse a revelar cierto secreto. Con solo asomar la punta de la nariz hacia los sufis y al idioma árabe, muchos recónditos misterios se desmoronan y muestran su significado feliz con toda nitidez. En idioma árabe, como en hebreo, no se escriben las vocales de las palabras, sino solamente las consonantes. El uso y el contexto es lo que determina cómo se pronuncia en cada caso y qué significado procede. De esa manera, muchas palabras, y sus significados, consiguen mantenerse unidas. Es como si la palabra PC, por ejemplo, pudiera leerse como POCO, PICO, PECA, PACO, PACE y hasta Ordenador Personal o Partido Comunista. O que, con esa forma de cifrar, los comunistas se hicieran llamar “los Escaladores” y usaran por símbolo la cima o PICO de un monte para librarse de los recelos del Caudillo o inquisidor de turno, o se pintasen una PECA para reconocerse, valga el símil. Es un recurso del idioma árabe muy empleado en el lenguaje poético, en el propio de los iniciados y también en el uso común. Los sufis se defendían, hasta donde podían, mediante este sistema frente a sus propios tribunales de inquisición, que también los sufrieron y aún hoy padecen muchos otros. Hete aquí que, en árabe se emplean varias palabras para el color negro. Una de ellas, la raíz FHM o FHHM, puede leerse como negro o negra, pero también como asimilar el conocimiento, o sabiduría, por extensión, e incluso como Egipto o carbón. Existe una orden llamada los Carboneros. De este modo, los templos erigidos por los Caballeros del Temple para albergar a las vírgenes negras, no serían otra cosa que templos elevados a la Sabiduría (a la “Negra”). Y quien quisiera ir allí para adorar a la Madre de Jesús en ese símbolo, pues que fuese. Y el que quiera ver en la imagen no a María y a Jesús Niño, sino a la Magdalena y a Meroveo, pues estupendo también. Porque mejor ir que no ir. En el círculo próximo del Profeta Mohammed había sufis, que lo eran antes y lo siguieron siendo después de la revelación del Profeta. Quien escuche la voz del pueblo sufi y no diga aamín (amén) quedará señalado como un necio ante Dios, dijo. Y también es frase suya el preferir sin duda que alguien sea musulmán (creyente), cristiano, judío... a que no crea ni practique creencia alguna. Las Constituciones de Anderson, con talante idéntico y menor lirismo, hablan también del estúpido ateo. En heráldica, el símbolo de la cabeza negra es habitual. En el escudo de Huges de Payns había tres de estas cabezas, como símbolo de conocimiento y de Trinidad. En el de Cerdeña, una cabeza negra (de moro, dicen ellos), con los ojos vendados: conocimiento interior. Y algo que ver con esto tiene, sin duda, la cabeza de Baphomet, o Sophia, a la que confesaron reverenciar los Caballeros Templarios. En las ceremonias sufis, el suelo se adorna con paños blancos y negros para el trabajo, como lo llaman ellos, qué casualidad. El significado de la raíz negro ya lo hemos explicado. El de la raíz blanco significa, entre otras cosas, luz. Y por supuesto, lo de siempre: quien quiera entenderlo como yin y yan, bienvenido sea, que también es constructivo. O como principio hermético de polaridad, pues bien también. Porque si un símbolo, o la expresión de una verdad o principio, no fuera compatible con las creencias más sinceras, no sería sufi. Porque sufismo, y masonería, son precisamente eso: creencias sinceras que todo hombre honesto es capaz de compartir. 3 Quién no recuerda largas conjeturas sobre el signo T de los monumentos góticos, que si la letra Tau griega, que si la forma del báculo de los peregrinos bajo la Vía Láctea, que si la cruz potenzada... Y resulta que la letra T, en árabe, es una raíz que significa, ni más ni menos que conocimiento interior. Mire usted por dónde. El mensaje de los constructores templarios no era otro que el clásico griego conócete a tí mismo, una señal de tráfico para prevenirnos contra nuestro peor enemigo, la cara del espejo, nosotros mismos. Incluso la concepción dual cátara de la deidad, Dios como expresión de Amor y su contraposición como Creador, o Rex Mundi, se comprende por fin desde la explicación sufi: para ellos, el objetivo es la fusión en el Amor de Dios, y lo que nos separa y obstaculiza el camino hacia Él es precisamente la Creación, esto es, tanto nuestra propia naturaleza imperfecta como la materia codiciable. En árabe, cada uno de sus 28 caracteres es también un número, de modo que una palabra puede ser leída simultáneamente como una fecha también, o un número de teléfono o cualquier cifra significativa. Es un recurso muy frecuente entre los árabes, en sus bromas, en sus secretos, en sus cartas de amor... Y es también una de las peculiaridades que hacen posible la cábala. Por eso, es muy difícil entender a fondo la masonería, o la cábala, sin conocer un mínimo de árabe. Porque se trata de mucho más que de juegos de palabras intraducibles. Para el árabe, toda la simbología masónica es mucho más próxima, más comprensible. Una persona sabia, astuta o sagaz, para nosotros es un zorro. Para ellos, es una serpiente, como las que abrazan el cetro de Mercurio, cuya asociación con sabiduría resulta tan indirecta para un no árabe. El legendario trobador cátaro, el inventor del amor romántico tal y como lo entendemos hoy, de la música pop y ya no solo para ricos, es el que tañe la truba, el antiguo laúd árabe. Sus canciones amorosas son canciones sufis de Amor a Dios, a la Sabiduría Suprema con forma de mujer. En nada diferentes a los poemas de Ibn el-Arabi, el murciano, o a los de Ramón Llull en su Llibre de l’Amic i del Amat. O a la inalcanzable Dulcinea, por cuyo amor se entrega don Quijote, en plan sufi, al ejercicio del Amor Indiscriminado. Curiosamente, además, un episodio del s. VIII ó X, coloca de Nasrudín atacando a gigantes que no eran sino molinos, aunque de agua esta vez. Va a ser cierto que esa historia se la contó el tal Cide Hamete Benengeli a Cervantes, tal como éste afirma. La figura del arlequín, místico y desconcertante, vestido a rombos, es sufi. Y la del bufón, el sabio chistoso consejero de reyes, más influyente que príncipes y cortesanos, también vestido a rombos, tal como se le muestra en los naipes (naib), importación sufi al igual que el tarot. Los rombos provienen de los mantos confeccionados a base de remiendos y que son distintivo sufi. Y muy probablemente lo sean también el inteligente humor andalusí y su predisposición a esa perspectiva humorística, tan sana y desapegada, de analizar la vida. Pero esto es solo la anécdota, la cáscara. Las importantes coincidencias de sufismo y masonería son profundas y sustanciales. Además, tampoco existe documentación sobre los secretos de uno ni otra. Debería ser iniciado en ambos, pero intuyo que podrían convalidarse muchas asignaturas. No era mi intención resumir un libro, sino animar a la lectura de una obra que no debe ignorar ningún amigo del Conocimiento. E incitar a asomarse a todas las puertas que se abren en cada página, desde lapidarias citas del Corán, sabias, cabales y hermosas como pocas, hasta la Alquimia de la felicidad, de Ghazali, que aporta buenas medidas de luz sobre azufres, oros y mercurios, y otros palos de la baraja, por lo general tan farragosos. Por último, un sentido agradecimiento y reconocimiento a los sufis, tan injustamente arrinconados, a los que tantísimo debemos y de los que tanto nos queda por aprender. “Los sufis”, de Idries Shah es uno de esos libros que deben leerse con los ojos cerrados


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