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General: Jacques de Molay 2
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From: Alcoseri  (Original message) Sent: 28/06/2011 12:48
Pero en ninguna parte de los Evangelios se dice que le administraran realmente ese número. Y, después de su tormento, se sentía aún, al parecer, lo bastante fuerte para dirigirse a sus acusadores de una manera enérgica. De manera que existen pocas pruebas de que estuviera débil. Con todo, muere al cabo de tres horas solamente (sin que le hubieran roto las piernas) tras haber sido supuestamente alanceado en el costado. -La profecía del Éxodo. Juan habla de ella en su Evangelio. Dice que todas estas cosas sucedieron para que se cumpliera la Escritura. -El Éxodo habla de las restricciones de la Pascua y de que no se puede sacar ninguna clase de carne fuera de la casa. Tenía que ser comida en su interior, sin romper los huesos. Eso nada tiene que ver con Jesús. La referencia de Juan es un débil intento de continuidad con el Antiguo Testamento. Por supuesto, como he dicho, los otros tres Evangelios no mencionan en ningún momento lo de la lanza. -Me imagino que lo que quiere usted decir, entonces, es que los Evangelios no son veraces. -Ninguna información contenida en ellos tiene sentido. Están en contradicción, no sólo con ellos mismos, sino con la historia, la lógica y la razón. Nos hacen creer que un hombre crucificado, sin que le rompan sus piernas, muere al cabo de tres horas, y entonces se le permite el honor de ser enterrado. Por supuesto, desde un punto de vista religioso, tiene perfecto sentido. Los primeros teólogos trataban de atraer seguidores. Necesitaban elevar a Jesús de la categoría de hombre a la de Cristo Dios. Los evangelistas escribieron en griego y habrían conocido la historia helénica. Osiris, el consorte de la diosa Isis, murió a manos de Seth en un viernes, y luego resucitó tres días más tarde. ¿Por qué no Cristo también? Desde luego, para que Cristo se alzara de entre los muertos, tendría que haber habido un cuerpo identificable. Unos huesos pelados por los pájaros, y arrojados a una fosa común, no lo habrían sido. De ahí el entierro. - ¿Eso era lo que Lars Nelle estaba tratando de probar? ¿Que Cristo no se alzó de entre los muertos? Ella hizo un gesto negativo con la cabeza. -No tengo ni idea. Todo lo que sé es que los templarios saben cosas. Cosas importantes. Lo suficiente para transformar una banda de nueve oscuros caballeros en una fuerza internacional. El conocimiento fue lo que alimentó su expansión. El conocimiento que Saunière redescubrió. Yo quiero ese conocimiento. - ¿Y cómo podría haber ninguna prueba de nada, de un modo u otro? -Tiene que haberla. Ya ha visto usted la iglesia de Saunière. Dejó un montón de pistas, y todas apuntan en la misma dirección. Debe de haber algo ahí... lo suficiente para convencerle a él de que debía seguir animando a los templarios en su búsqueda. -Estamos soñando -dijo Malone. - ¿Seguro? Malone observó que finalmente la tarde se había disuelto en la oscuridad, y las colinas y bosques que los rodeaban formaban una masa compacta. -Tenemos compañía -susurró Casiopea. Él esperó a que la mujer se explicara. -Durante mi paseo a caballo, me dirigí a uno de los promontorios. Allí divisé a dos hombres. Uno al norte, el otro al sur. Vigilando. De Roquefort le ha encontrado. -No pensaba que el truco con el chivato lo retrasara mucho tiempo. Debió de suponer que vendríamos aquí. Y Claridon le habría mostrado el camino. ¿La vieron a usted? -Lo dudo. Fui muy cuidadosa. -Esto podría ser peligroso. -De Roquefort es un hombre con prisa. Es impaciente, particularmente si se siente engañado. - ¿Se refiere usted al diario? Ella asintió. -Claridon se dará cuenta de que está lleno de errores. -Pero De Roquefort nos encontró. Estamos a un paso de él. -Debe de saber muy poco. Por lo demás, ¿por qué preocuparse? Simplemente utiliza sus recursos y busca por sí mismo. No, él nos necesita. Sus palabras tenían sentido, como todo lo demás que ella decía. -Salió usted a caballo esperando encontrarlos, ¿no? -Pensé que me estaban vigilando. - ¿Siempre se muestra tan suspicaz? Ella se dio la vuelta para quedarse de frente. -Sólo cuando la gente tiene intención de hacerme daño. -Me imagino que habrá usted considerado alguna línea de acción. -Oh, sí. Tengo un plan. LI ABADIA DES FONTAINES LUNES, 26 DE JUNIO 12:40 AM De Roquefort estaba sentado ante el altar en la capilla principal, ataviado una vez más con su manto blanco. Los hermanos llenaban los bancos delante de él, cantando unas palabras que databan del Inicio. Claridon se encontraba en los archivos, examinando documentos. El maestre había dado instrucciones al archivero de que permitiera al pícaro loco el libre acceso a todo lo que pidiera... pero también que mantuviera una estrecha vigilancia sobre él. El informe procedente de Givors era que el chteau de Casiopea Vitt parecía dormido por la noche. Un hermano vigilaba desde delante, el otro por detrás. De modo que, como era poco lo que se podía hacer, decidió atender a sus deberes. Una nueva alma iba a ser recibida en la orden. Setecientos años atrás, cualquier iniciado hubiera sido de nacimiento legítimo, libre de deudas y físicamente apto para librar combates. La mayoría eran solteros, pero también se había permitido la condición honorífica a casados. Los criminales no constituían un problema, así como tampoco los excomulgados. A ambos se les permitía la redención. El deber de todo maestre había sido asegurarse de que la hermandad crecía. La regla era clara: "Si cualquier caballero secular desea dejar la masa de gente caída en la perdición y abandonar este siglo, no se le negará el ingreso." Pero eran las palabras de san Pablo las que habían formado la norma moderna de la iniciación: "Acoge al espíritu si procede de Dios." Y el candidato que se arrodillaba ante él representaba su primer intento de ejecutar este mandato. Le disgustaba que semejante ceremonia gloriosa tuviera que celebrarse en plena noche tras unas puertas cerradas. Pero ése era el estilo de la orden. Su legado, el de De Roquefort -lo que él quería que apareciera anotado en las Crónicas mucho después de su muerte, -sería un retorno a la luz del día. Los cánticos se detuvieron. Se levantó del sillón de roble que había servido desde el Inicio de posición preeminente del maestre. -Buen hermano -le dijo al candidato, que estaba arrodillado ante él, las manos sobre una Biblia-, pides una cosa grande. De nuestra orden, tú sólo ves una fachada. Nosotros vivimos en esta resplandeciente abadía, comemos y bebemos bien. Tenemos ropa, medicinas, educación y realización espiritual. Pero vivimos bajo unos severos mandamientos. Es duro convertirse en el siervo de otro. Si deseas dormir, tal vez te despierten. Si estás levantado, quizás te ordenen que te eches. Quizás no desees ir a donde te manden, pero tendrás que hacerlo. Difícilmente harás nada de lo que deseas. ¿Podrás soportar todas esas privaciones? El hombre, de una edad próxima a los treinta años, con el cabello ya cortado, y su pálida cara recién afeitada, levantó la mirada y dijo: -Sufriré todo aquello que agrade al Señor. Sabía que el candidato era alguien típico. Había sido hallado en la universidad años atrás, y uno de los preceptores de la orden había vigilado los progresos del hombre mientras se informaba de su árbol genealógico e historia personal. Cuantas menos ataduras, mejor: por suerte, el mundo abundaba en almas a la deriva. Finalmente, se establecía el contacto directo, y, si el individuo se mostraba receptivo, era poco a poco iniciado en la regla, y se le hacían las preguntas realizadas a los candidatos durante siglos. ¿Estaba casado? ¿Comprometido? ¿Había hecho algún voto o adquirido un compromiso con alguna otra orden religiosa? ¿Tenía deudas que no podía pagar? ¿Alguna enfermedad oculta? ¿Estaba agradecido a algún hombre o mujer por alguna razón? -Buen hermano -le dijo De Roquefort al candidato-, en nuestra compañía, no debes buscar riquezas, ni honor, ni nada material. En vez de ello, debes buscar tres cosas. Primera, renuncia y rechazo a los pecados del mundo. Segunda, vivir al servicio de nuestro Señor. Y tercera, ser pobre y penitente. ¿Prometes a Dios y a Nuestra Señora que durante todos los días de tu vida obedecerás al maestre de este Templo? ¿Que vivirás en castidad, y sin tener propiedad personal? ¿Que observarás las costumbres de esta casa? ¿Que nunca abandonarás esta orden, ni por decisión o por debilidad, ni en los tiempos malos ni en los buenos? Estas palabras habían sido usadas desde el Inicio, y De Roquefort recordaba cuando le habían sido dirigidas a él, treinta años antes. Aún podía sentir la llama que se había encendido en su interior... un fuego que ahora quemaba con violenta intensidad. Ser un templario era importante. Significaba algo. Y estaba decidido a asegurarse de que cada candidato que vistiera el hábito durante su mandato comprendiera esa devoción. Se enfrentó al hombre arrodillado. - ¿Qué dices tú, hermano? -Por amor a Dios, lo haré. - ¿Comprendes que se te puede exigir la vida? Y después de lo que había ocurrido los últimos días, esta pregunta parecía aún más importante. -Sin duda. - ¿Y por qué ofrecerías tu vida por nosotros? -Porque mi maestre lo ordene. La respuesta correcta. - ¿Y harías esto sin objeción? -Poner objeciones sería violar la regla. Mi tarea es obedecer. De Roquefort hizo un gesto al pañero, que sacó de un cofre de madera un largo trozo de tela de sarga. -Levántate -le dijo al candidato. El joven se puso de pie, ataviado con un hábito de lana negro que cubría su delgado cuerpo de la cabeza a los pies desnudos. -Quítate el hábito -le dijo, y el joven se sacó la prenda por la cabeza. Debajo, el candidato iba vestido con una camisa blanca y pantalones negros. El pañero se acercó con la tela y se mantuvo de pie a su lado. -Te has quitado el sudario del mundo material -explicó De Roquefort-. Ahora te abrazamos con la tela de nuestra hermandad y celebramos tu renacimiento como un hermano de la orden. Hizo un gesto y el pañero se adelantó y envolvió al candidato con la tela. De Roquefort había visto a muchos hombres llorar en este momento. Él mismo había tenido que esforzarse para contener sus emociones cuando la misma tela le envolvió en el pasado. Nadie sabía cuál era la antigüedad de ese sudario, pero había permanecido reverentemente en el cofre de la iniciación desde el Inicio. Conocía bien la historia de una de las primeras telas. Había sido usada para envolver a Jacques de Molay después de que el maestre fuera clavado a una puerta en el Temple de París. De Molay había permanecido echado dentro de la tela durante dos días, incapaz de moverse por sus heridas, demasiado débil para levantarse incluso. Mientras estaba así, las bacterias y los productos químicos de su cuerpo habían manchado las fibras y generado una imagen, que cincuenta años más tarde empezó a ser venerada por crédulos cristianos como el cuerpo de Cristo. Siempre había considerado eso muy apropiado. El maestre de los Caballeros del Temple -la cabeza de una supuesta orden herética- se convertía en el molde a partir del cual todos los posteriores artistas reproducían la cara de Cristo. Levantó los ojos para mirar a la asamblea. -Tenéis ante vosotros a nuestro más reciente hermano. Lleva el sudario que simboliza el renacimiento. Es un momento que todos hemos experimentado, un momento que nos une a todos nosotros. Cuando me elegisteis como maestre, os prometí un nuevo día, una nueva orden, una nueva dirección. Os dije que, en el futuro, dejaría de haber unos pocos que supieran más que muchos. Os prometí que encontraría nuestro Gran Legado. Dio un paso adelante. -En nuestros archivos, en este momento, se encuentra un hombre que posee el conocimiento que necesitamos. Por desgracia, mientras nuestro anterior maestre no hacía nada, otros, ajenos a la orden, han estado buscando. Yo personalmente seguí sus esfuerzos, observé y estudié sus movimientos, esperando la hora en que nos uniríamos a esa búsqueda. -Hizo una pausa-. Ese momento ha llegado. Tengo a algunos hermanos más allá de estas paredes que están buscando en este momento, y les seguirán algunos más de vosotros. Mientras hablaba, dejó que su mirada se desviara a través de la iglesia hacia el capellán. Éste era un italiano de semblante solemne, el prelado jefe, el clérigo ordenado de más alto rango de la orden. El capellán dirigía a los sacerdotes, aproximadamente una tercera parte de los hermanos, hombres que escogían una vida dedicada solamente a Cristo. Las palabras del capellán tenían mucho peso, especialmente dado que el hombre hablaba muy poco. Al principio, en el momento de reunirse el consejo, el capellán había expresado en voz alta su preocupación por las recientes muertes. -Se está usted moviendo demasiado deprisa -declaró el capellán. -Estoy haciendo lo que la orden desea. -Está haciendo lo que usted desea. - ¿Hay alguna diferencia? -Habla usted como el antiguo maestre. -En ese aspecto tenía razón. Y aunque yo estaba en desacuerdo con él en muchísimas cosas, le obedecía. Se sentía ofendido por la franqueza del joven, especialmente delante del consejo, pero era consciente de que había muchos hermanos que respetaban al capellán. - ¿Qué quería usted que hiciera? -Preservar la vida de los hermanos. -Los hermanos saben que pueden ser llamados a entregar su vida. -Esto no es la Edad Media. No estamos librando una cruzada. Estos hombres se han consagrado a Dios y jurado su obediencia a usted como prueba de su devoción. No tiene usted derecho a quitarles la vida. -Trato de encontrar nuestro Gran Legado. - ¿Con qué fin? Hemos podido pasar sin él durante setecientos años. No es importante. De Roquefort se sintió escandalizado. - ¿Cómo puede usted decir semejante cosa? Es nuestra herencia. - ¿Y qué podría significar eso hoy? -Nuestra salvación. -Ya estamos salvados. Los hombres de aquí poseen todos unas almas buenas. -Esta orden no se merece el destierro. -Nuestro destierro es autoimpuesto. Estamos contentos con él. -Yo no. -Ésta es su lucha, no la nuestra. Su ira iba creciendo. -No tengo intención de ser desafiado. -Maestre, aún no hace una semana, y se ha olvidado ya de dónde vino. Mirando fijamente al capellán, intentó penetrar los rasgos de la rígida cara. Pensaba hacer lo que había dicho. No iba a ser desafiado. El Gran Legado tenía que ser hallado. Y las respuestas estaban con Royce Claridon y con aquellos que se encontraban ante el chteau de Casiopea Vitt. De manera que ignoró la inescrutable mirada del capellán y se concentró en la multitud que estaba sentada ante él. -Hermanos, recemos por el éxito. LII 1:00 AM Malone se encontraba en Rennes, paseando por el interior de la iglesia de María Magdalena. Los detalles chillones le producían la misma sensación de incomodidad. La nave estaba vacía, salvo por un hombre que estaba de pie ante el altar, vestido con casulla. Cuando el hombre se dio la vuelta, el rostro le resultó familiar. Bérenger Saunière. - ¿Por qué está usted aquí? -preguntó Saunière con una voz estridente-. Ésta es mi iglesia. Mi creación. De nadie más. Sólo mía. - ¿Y cómo es que es suya? -Yo corrí el riesgo. Sólo yo. - ¿Riesgo de qué? -Aquellos que desafían al mundo siempre corren riesgos. Entonces observó un agujero abierto en el suelo, justo delante del altar, y unos escalones que conducían a la oscuridad. - ¿Qué hay ahí? -preguntó. -El primer escalón en el camino de la verdad. Dios bendiga a todos aquellos que han guardado esa verdad. Dios bendiga su generosidad. La iglesia que lo rodeaba repentinamente se desvaneció y se encontró en medio de una plaza arbolada que se extendía ante la embajada de Estados Unidos de Ciudad de México. La gente corría en todas direcciones, y los sonidos de los cláxones, el rechinar de los neumáticos y el rugir de los motores diesel no paraban de crecer. Entonces se oyeron disparos. Procedían de un coche que había frenado hasta detenerse. De él salían unos hombres. Disparaban contra una mujer de mediana edad y un joven diplomático danés que estaba disfrutando de su almuerzo en la sombra. Los infantes de Marina que guardaban la embajada reaccionaron, pero estaban demasiado lejos. Él echó mano de su arma y disparó. Cayeron cuerpos al pavimento. La cabeza de Cai Thorvaldsen reventó cuando las balas que iban dirigidas contra la mujer le dieron a él. Malone disparó a los dos hombres que habían iniciado el tiroteo, y entonces sintió que una bala le rasgaba el hombro. El dolor hería sus sentidos. Manaba sangre de la herida. Se tambaleó, pero consiguió disparar a su atacante. La bala penetró en la oscura cara, que nuevamente se convirtió en la de Bérenger Saunière. - ¿Por qué me disparó usted? -preguntó con calma Saunière. Aparecieron las paredes de la iglesia reformada y las estaciones del Vía Crucis. Malone vio un violín sobre uno de los bancos. Un plato de metal descansaba sobre las cuerdas. Saunière flotó y esparció arena sobre el plato. Entonces deslizó un arco por las cuerdas y, cuando sonaron unas agudas notas, la arena se dispuso ella sola en un dibujo distinto. Saunière sonreía. -Cuando el plato no vibra, la arena permanece inmóvil. Si cambia la vibración, se crea otro dibujo. Uno diferente cada vez. La estatua del sonriente Asmodeo cobraba vida, y la forma diablesca abandonaba la pila de agua bendita de la puerta principal y se dirigía hacia él. -Es terrible este lugar -decía el demonio. -No eres bienvenido aquí -gritaba Saunière. -Entonces, ¿por qué me incluiste? Saunière no respondía. Otra figura emergió de las sombras. Era el hombrecillo del hábito de monje de Leyendo las reglas de la caridad. Seguía con el dedo en los labios, indicando silencio, y transportaba el taburete en el que aparecía escrito ACABOCE A° 1681. El dedo se apartaba y el hombrecillo decía: -Yo soy el alfa y el omega, el comienzo y el fin. Entonces el hombrecillo se desvanecía. Aparecía una mujer, su cara oculta, vestida con ropas oscuras, sin adornos. -Usted conoce mi tumba -decía. Marie d'Hautpoul de Blanchefort. - ¿Tiene usted miedo a las arañas? -preguntaba-. No le harán daño. Sobre su pecho aparecían números romanos, brillantes como el sol. LIXLIXL. Bajo los símbolos se materializaba una araña, el mismo dibujo de la lápida sepulcral de Marie. Entre sus tentáculos había siete puntos. Pero los dos espacios próximos a la cabeza estaban vacíos. Con el dedo, Marie trazaba una línea desde su cuello, por el pecho, a través de las resplandecientes letras, hasta la imagen de la araña. Y aparecía una flecha allí donde habían estado sus dedos. La misma flecha de dos puntas de la lápida sepulcral. Él estaba flotando. Alejándose de la iglesia. A través de las paredes, saliendo al patio y al jardín de flores, donde la estatua de la Virgen se levantaba sobre la columna visigótica. La piedra ya no tenía aquel color gris deslustrado por el tiempo y el clima. En vez de ello, brillaban las palabras PENITENCIA, PENITENCIA y MISIÓN 1891. Asmodeo reaparecía. El demonio decía: -Con este signo lo vencerás. Ante la columna visigótica se encontraba el cuerpo de Cai Thorvaldsen. Bajo él, un trozo de grasiento asfalto, de color carmesí por la sangre. Sus miembros estaban extendidos en retorcidos ángulos, como los de Cazadora Roja tras tirarse de la Torre Redonda. Sus ojos abiertos de par en par, como encandilados por el shock. Oyó una voz. Aguda, seca, mecánica. Y vio un televisor con un hombre de bigote informando de las noticias, hablando sobre la muerte de una abogada mexicana y un diplomático danés, desconociéndose las causas de los asesinatos. Y las secuelas posteriores. -Siete muertos... Nueve heridos. Malone se despertó. Había soñado con la muerte de Cai Thorvaldsen anteriormente -en realidad, muchas veces-, pero nunca en relación con Rennes-le-Chteau. Su mente estaba al parecer llena de unos pensamientos que había encontrado difícil evitar cuando trataba, dos horas antes, de caer dormido. Finalmente había conseguido desaparecer, cómodamente instalado en una de las múltiples habitaciones del chteau de Casiopea Vitt. Ésta le había asegurado que sus gorilas, fuera, estarían vigilando y preparados por si De Roquefort decidía actuar durante la noche. Pero él se mostró de acuerdo con su valoración. Estaban a salvo, al menos hasta el día siguiente. De manera que se durmió. Pero su mente había seguido tratando de resolver el rompecabezas. La mayor parte del sueño se desvaneció, pero recordaba la última parte... el locutor de la televisión informando del ataque en Ciudad de México. Se enteró más tarde de que Cai Thorvaldsen había estado saliendo con la abogada mexicana. Se trataba de una impetuosa y brava dama que investigaba a un misterioso cartel. La policía local se enteró de que había habido amenazas que ella ignoraba. La policía había estado en la zona, pero curiosamente ninguno de ellos andaba por allí cuando los pistoleros salieron de aquel coche. Ella y el joven Thorvaldsen estaban sentados en un banco, tomando su almuerzo. Malone andaba cerca, de regreso a la embajada, con una misión en la ciudad. Había usado su automática para abatir a los dos atacantes antes de que otros dos se dieran cuenta de que estaba allí. Nunca llegó a ver al tercero y cuarto hombres, uno de los cuales le metió una bala en el hombro izquierdo. Antes de caer inconsciente, consiguió disparar a su atacante, y el último hombre fue abatido por uno de los infantes de Marina de la embajada. Pero no antes de que un montón de balas llovieran sobre un montón de personas. Siete muertos... Nueve heridos. Se incorporó en la cama. Acababa de resolver el rompecabezas de Rennes. LIII ABADÍA DES FONTAINES 1:30 AM De Roquefort pasó la tarjeta magnética por el lector y se abrió el pestillo electrónico. Entró en los brillantemente iluminados archivos y se abrió paso a través de las estrechas estanterías, hasta donde estaba sentado Royce Claridon. En la mesa, delante de Claridon, había montones de escritos. El archivero, sentado a un lado, observaba pacientemente, tal como le habían ordenado hacer. De Roquefort hizo un gesto para que el hombre se retirara. - ¿Qué ha podido descubrir? -le preguntó a Claridon. -Los materiales que usted me indicó son interesantes. Nunca llegué a darme cuenta de hasta qué punto creció esta orden después de la Purga de 1307. -Hay muchas cosas en nuestra historia. -Descubrí una narración de cuando Jacques de Molay fue quemado en la hoguera. Muchos hermanos al parecer contemplaron ese espectáculo en París. -Caminó hacia la hoguera el 13 de marzo de 1314, con la cabeza alta, y le dijo a la multitud: "Es más que justo que en un momento tan solemne, cuando a mi vida le queda tan poco tiempo, deba revelar el engaño que se ha practicado y hablar a favor de la verdad." - ¿Ha memorizado usted sus palabras? -preguntó Claridon. -Es un hombre que merece la pena conocer. -Muchos historiadores atribuyen a De Molay la desaparición de la orden. Se dice que era débil y complaciente con el poder. - ¿Y qué dicen los textos que usted ha leído sobre él? -quiso saber De Roquefort -Que parecía fuerte y decidido e hizo planes antes de viajar de Chipre a Francia el verano de 1307. De hecho se anticipó a lo que Felipe IV había planeado. -Nuestra riqueza y conocimiento fueron salvaguardados. De Molay se aseguró de eso. -El Gran Legado. -Claridon asintió. -Los hermanos se aseguraron de que sobreviviera. De Molay se encargó de ello. Los ojos de Claridon parecían fatigados. Aunque era una hora tardía, De Roquefort funcionaba mejor de noche. - ¿Ha leído usted las palabras finales de De Molay? Claridon asintió con la cabeza. -"Dios vengará nuestra muerte. No transcurrirá mucho tiempo antes de que la desgracia caiga sobre los que nos han condenado." -Se estaba refiriendo a Felipe IV y Clemente V, que conspiraron contra él y contra nuestra orden. El papa murió menos de un mes más tarde, y Felipe sucumbió siete meses después. Ninguno de los herederos de Felipe dio a luz a un hijo varón, por lo que el linaje real Capeto se extinguió. Cuatrocientos cincuenta años más tarde, durante la Revolución, el rey francés fue encarcelado, al igual que De Molay, en el Temple de París. Cuando la guillotina finalmente le cortó la cabeza a Luis XVI, un hombre sumergió su mano en la sangre del rey muerto y lanzó un capirotazo a la multitud, gritando: "Jacques de Molay, has sido vengado." - ¿Uno de los suyos? De Roquefort asintió. -Un hermano... llevado por la emoción del momento. Estaba allí, vigilando que la monarquía francesa fuera eliminada. -Esto significa mucho para usted, ¿no? No estaba particularmente interesado en compartir sus sentimientos con aquel extraño, pero quiso dejar las cosas claras. -Soy maestre. -No. Hay más cosas. Más que esto. -No sabía que usted fuera todo un analista, además de agente de campo. -Usted se puso delante de un coche a toda velocidad, desafiando a Malone a que le atropellara. Y también me habría usted quemado la carne de mis pies sin ningún remordimiento. -Monsieur Claridon, miles de mis hermanos fueron arrestados... Todo ello por la codicia de un rey. Varios cientos fueron quemados en la hoguera. Irónicamente, sólo la mentira los hubiera librado. La verdad era su sentencia de muerte, ya que la orden no era culpable de ninguna de las acusaciones lanzadas contra ella. Esto es intensamente personal. Claridon alargó la mano en busca del diario de Lars Nelle. -Tengo algunas malas noticias. He leído gran parte de las notas de Lars, y hay algo que no va bien. A De Roquefort no le gustó esa afirmación. -Hay errores. Las fechas están mal. Las localizaciones difieren. Algunas fuentes están anotadas incorrectamente. Cambios sutiles, pero que, para un ojo adiestrado, son evidentes. Por desgracia, De Roquefort no era lo bastante erudito para saber la diferencia. De hecho, él había esperado que el diario contribuiría a aumentar su conocimiento. - ¿Se trata simplemente de errores de registro? -Al principio, así lo creí. Luego, a medida que descubría más y más, empecé a dudar de ello. Lars era un hombre meticuloso. Hay un montón de información en el diario que yo ayudé a acumular. Esto es intencionado. De Roquefort alargó la mano hacia el diario y pasó las páginas hasta encontrar el criptograma. - ¿Y qué pasa con esto? ¿Es correcto? -No tengo manera de saberlo. Lars nunca me contó que hubiera descubierto la secuencia matemática que lo explica. De Roquefort estaba preocupado. - ¿Me está usted diciendo que el diario es inútil? -Lo que estoy diciendo es que hay errores. Incluso algunas de las anotaciones del diario personal de Saunière están equivocadas. Yo mismo leí algunas de ellas hace mucho tiempo. De Roquefort estaba confuso. ¿Qué estaba pasando allí? Recordó el último día de la vida de Lars Nelle, lo que el norteamericano le había dicho. -No podría usted encontrar nada, aunque lo tuviera ante sus narices. Allí, de pie entre los árboles, se había sentido ofendido por la actitud de Nelle, pero admiraba el coraje del hombre... considerando que había una cuerda enrollada alrededor de su cuello. Unos minutos antes había observado cómo el norteamericano ataba la cuerda a uno de los montantes del puente, y luego aseguraba el nudo. Nelle se había subido entonces de un salto a la pared de piedra y mirado fijamente al oscuro río de abajo. Él había seguido a Nelle todo el día, preguntándose qué estaba haciendo en los altos Pirineos. El pueblo cercano no tenía ninguna relación con Rennes-le-Chteau ni con ninguna de las investigaciones conocidas de Lars Nelle. Ahora se estaba aproximando la medianoche y la oscuridad envolvía el mundo a su alrededor. Sólo el borboteo del agua que corría bajo el puente perturbaba el silencio de las montañas. Salió del follaje a la carretera y se acercó al puente. -Me estaba preguntando si acabaría usted por dejarse ver -dijo Nelle dándole la espalda-. Supuse que un insulto le haría salir. - ¿Sabía que estaba ahí? -Estoy acostumbrado a que los hermanos me sigan. -Nelle finalmente se dio la vuelta hacia él y señaló la cuerda que llevaba en torno al cuello-. Si no le importa, me disponía a suicidarme. -Al parecer, la muerte no le asusta. -Yo morí hace mucho tiempo. - ¿No teme usted a su Dios? Él no permite el suicidio. - ¿Qué Dios? El polvo al polvo, ése es nuestro destino. - ¿Y si estuviera usted equivocado? -No lo estoy. - ¿Y qué pasa con su búsqueda? -No ha traído más que desgracias. ¿Y por qué le preocupa mi alma? -No me preocupa. Pero lo de su búsqueda ya es otra cuestión. -Ustedes me han estado vigilando mucho tiempo. Incluso su maestre ha hablado conmigo. Por desgracia, la orden tendrá que continuar la búsqueda... sin que yo le indique el camino. - ¿Era usted consciente de que lo vigilábamos? -Naturalmente. Los hermanos han tratado durante meses de conseguir mi diario. -Ya he dicho que es usted un hombre extraño. -Soy un hombre miserable que simplemente ya no quiere continuar viviendo. Una parte de mí lamenta esto. Por mi hijo, al que quiero. Y por mi mujer, que me ama a su manera. Pero ya no tengo deseos de seguir viviendo. - ¿Y no hay maneras más rápidas de morir? Nelle se encogió de hombros. -Detesto las armas, y el veneno me parece ofensivo. Desangrarme hasta la muerte no resulta atractivo, así que opté por colgarme. De Roquefort se encogió de hombros. -Parece egoísta. - ¿Egoísta? Le diré lo que es egoísta. Lo que la gente me ha hecho. Creen que en Rennes se oculta todo, desde la reencarnada monarquía francesa hasta alienígenas procedentes del espacio. ¿Cuántos investigadores nos han visitado con su equipo para profanar la tierra? Se han derribado paredes, cavado agujeros, excavado túneles. Incluso se han abierto tumbas y exhumado cadáveres. Los escritores han considerado todas las absurdas teorías imaginables... Todo para hacer dinero. Estaba atónito ante aquel extraño discurso de un suicida. -He sido espectador mientras los médiums celebraban sesiones y los clarividentes tenían conversaciones con los muertos. Se ha fabulado tanto que, de hecho, la verdad resulta aburrida. Me obligaron a escribir ese galimatías. Tenía que aprovecharme de su fanatismo para vender libros. La gente quería leer tonterías. Es ridículo. Hasta yo me reía de mí mismo. ¿Egoísmo? Todos esos retrasados mentales son los que deberían llevar esa etiqueta. - ¿Y cuál es la verdad sobre Rennes? -preguntó él con calma. -Estoy seguro de que le gustaría saberla. De Roquefort decidió probar otro enfoque. - ¿Se da cuenta de que es usted la única persona que podría resolver el rompecabezas de Saunière? - ¿Que podría? Digamos mejor que lo he resuelto. Recordó el criptograma que había visto en el informe del mariscal guardado en los archivos de la abadía, el que los curas Gélis y Saunière encontraron en sus iglesias, el que Gélis tal vez había muerto resolviéndolo. - ¿No podría usted decírmelo? Había casi una súplica en esta pregunta, una súplica que no le gustó. -Es usted como todos los demás... en busca de respuestas fáciles. ¿Dónde hay un desafío en eso? A mí me llevó años descifrar esa combinación. -Y supongo que la puso por escrito. -Eso ya lo descubrirá usted. -Es usted un hombre arrogante. -No, soy un hombre trastornado. Hay una diferencia. Ya ve, todos esos oportunistas que vinieron por su propio interés, para marcharse sin nada, me enseñaron algo. Él esperó una explicación. -No hay absolutamente nada que encontrar. -Está usted mintiendo. Nelle se encogió de hombros. -Tal vez, o tal vez no. De Roquefort decidió dejar a Lars Nelle con su tarea. -Que encuentre usted la paz. Se dio la vuelta y comenzó a irse. -Templario -gritó Nelle. De Roquefort se detuvo y se dio la vuelta. -Voy a hacerle un favor. No se lo merece, porque lo que hicieron todos ustedes, los hermanos, fue crearme molestias. Pero tampoco su orden se merecía lo que le pasó. De modo que le daré una pista. Sólo usted la tendrá, y, si es inteligente, podría incluso resolver el rompecabezas. ¿Tiene papel y lápiz? De Roquefort se acercó nuevamente a la pared, buscó en su bolsillo y sacó un pequeño bloc de notas y una pluma, que tendió a Nelle. El viejo garabateó algo, y luego le arrojó la pluma y el bloc a su lado. -Buena suerte -dijo Nelle. Luego el norteamericano saltó por encima del pretil del puente. De Roquefort oyó cómo la cuerda se tensaba, así como un breve y rápido chasquido cuando el cuello se rompió. Acercó entonces el bloc a sus ojos y a la débil luz de la luna leyó lo que Lars Nelle había escrito. http://groups.google.com/group/secreto-masonico


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From: BARILOCHENSE6999 Sent: 13/08/2022 10:46



 
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