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General: Jacques de Molay 1
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De: Alcoseri  (Mensagem original) Enviado: 28/06/2011 12:47
Nuestro maestre Templario, el reverendísimo y devotísimo Jacques de Molay http://groups.google.com/group/secreto-masonico
 Molay recibió al enviado del papa el 6 de junio de 1306 con la pompa y cortesía reservadas para los personajes de alto rango. El mensaje indicaba que Su Santidad el papa Clemente V había convocado al maestre De Molay a Francia. Nuestro maestre trató de cumplir esa orden, haciendo todos los preparativos, pero antes de salir de la isla de Chipre, donde la orden había establecido su cuartel general, nuestro maestre se enteró de que el superior de los Hospitalarios también había sido convocado, pero se había negado alegando la necesidad de permanecer con su orden en época de conflicto. Esto suscitó grandes sospechas en nuestro maestre, que consultó con sus hombres de confianza. Su Santidad había también dado instrucciones a nuestro maestre de que viajara de incógnito y con un pequeño séquito. Esto despertaba aún más preguntas, ya que ¿por qué tenía que preocuparse Su Santidad de cómo viajaba nuestro maestre? Entonces le trajeron a nuestro maestre un curioso documento titulado De Recuperatione Terrae Sanctae. El manuscrito había sido escrito por uno de los hombres de leyes de Felipe IV y esbozaba una nueva y gran cruzada que sería dirigida por un rey guerrero designado para recuperar Tierra Santa de los infieles. Esta proposición era una afrenta directa a los planes de nuestra orden e hizo que nuestro maestre pusiera en duda sus llamadas a la corte del rey. Nuestro maestre hizo saber que desconfiaba grandemente del monarca francés, aunque sería tan insensato como inapropiado expresar esa desconfianza más allá de los muros de nuestro Templo. Con una actitud de prudencia, pues no era un hombre descuidado, y recordaba la traición de antaño de Federico II, nuestro maestre hizo planes para que nuestra riqueza y conocimiento pudieran ser protegidos. Rezaba para que estuviera equivocado, pero no veía ninguna razón para no estar preparado. Fue llamado el hermano Gilbert de Blanchefort y se le ordenó que se llevara el tesoro del Temple. Nuestro maestre le dijo luego a De Blanchefort: "Nosotros, los que estamos en la jefatura de la orden, podríamos estar en peligro. De manera que ninguno de nosotros ha de saber lo que vos sabéis, y vos debéis aseguraros de que lo que sabéis sea transmitido a otros de la manera apropiada." El hermano De Blanchefort, como era un hombre culto, se dispuso a realizar su misión y discretamente ocultó todo lo que la orden había adquirido. Cuatro hermanos fueron sus aliados y utilizaron cuatro palabras, una para cada uno de ellos, como señal suya, ET IN ARCADIA EGO. Pero las letras no son más que un anagrama del verdadero mensaje. Disponiéndolas adecuadamente aparece lo que su tarea implicaba. I TEGO ARCANA DEI. -"Yo oculto los secretos de Dios" -dijo Mark, traduciendo la última línea-. Los anagramas eran corrientes en el siglo XIV también. -Entonces, ¿De Molay estaba preparado? -preguntó Malone. Mark asintió. -Vino a Francia con sesenta caballeros, ciento cincuenta florines de oro y doce monturas cargadas de plata sin acuñar. Sabía que iban a surgir problemas. El dinero había de ser empleado para comprar su huida. Pero este tratado contiene alguna cosa de la que se sabe poco. El oficial al mando del contingente templario en el Languedoc era Seigneur de Goth. El papa Clemente V, el hombre que había convocado a De Molay, se llamaba Bertrand de Goth. La madre del papa era Ida de Blanchefort, y estaba emparentada con Gilbert de Blanchefort. De manera que De Molay poseía buena información confidencial. -Eso siempre ayuda -comentó Malone. -De Molay también sabía algo sobre Clemente V. Antes de su elección como papa, Clemente se encontró con Felipe IV. El rey tenía el poder de entregar el papado a quien deseara. Antes de dárselo a Clemente, impuso seis condiciones. La mayor parte tenía que ver con que Felipe pudiera hacer lo que le viniera en gana, pero la sexta se refería a los templarios. Felipe quería que la orden se disolviera, y Clemente accedió. -Un tema interesante -dijo Stephanie-, pero lo que parece más importante, de momento, es lo que el abate Bigou sabía. Él es el hombre que realmente encargó la lápida sepulcral de Marie. ¿Habría tenido noticia de una posible relación entre el secreto de la familia de Blanchefort y los templarios? -Sin la menor duda -dijo Thorvaldsen-. A Bigou le informó del secreto familiar la propia Marie d'Hautpoul de Blanchefort. El marido de ésta era un descendiente directo de Gilbert de Blanchefort. Una vez que la orden fue suprimida y los templarios empezaron a arder en la hoguera, Gilbert de Blanchefort no le habría contado a nadie el lugar donde estaba escondido el Gran Legado. De manera que ese secreto familiar tenía que estar relacionado con los templarios. ¿Qué otra cosa podía ser? Mark asintió. -Las Crónicas hablan de carros cubiertos de heno moviéndose por la campiña francesa, todos en dirección sur, camino de los Pirineos, escoltados por hombres armados disfrazados de campesinos. Todos menos tres consiguieron realizar el viaje sin incidentes. Por desgracia, no aparece mención alguna de su destino final. Sólo una pista en todas las Crónicas: " ¿Cuál es el mejor lugar para esconder un guijarro?" -En medio de un montón de piedras -dijo Malone. -Eso es lo que el maestre dijo también -corroboró Mark-. Para la mentalidad del siglo XIV, la ubicación más evidente era la más segura. Malone contempló nuevamente la reproducción de la lápida sepulcral. -De modo que Bigou hizo grabar esta lápida, que, en código, dice que oculta los secretos de Dios, pero se tomó la molestia de colocarla a la vista de todo el mundo. ¿Con qué objeto? ¿Qué estamos pasando por alto? Mark metió la mano en su mochila y sacó otro volumen. -Éste es un informe del mariscal de la orden escrito en 1897. El hombre estaba investigando a Saunière y tropezó con otro cura, el abate Gélis, de un pueblo cercano, que encontró un criptograma en su iglesia. -Como Saunière -dijo Stephanie. -Correcto. Gélis descifró el criptograma y quiso que el obispo tuviera conocimiento de lo que había descubierto. El mariscal se hizo pasar por representante del obispo y copió el rompecabezas, pero se guardó la solución para sí. Mark les mostró el criptograma, y Malone estudió las líneas de letras y símbolos. - ¿Alguna especie de clave numérica? Mark asintió. -Es imposible hacerlo sin la clave. Hay miles de millones de combinaciones posibles. -Había uno de éstos en el diario de tu padre también -dijo Malone. -Lo sé. Papá lo encontró en un manuscrito no publicado de Noel Corbu. -Claridon nos habló de eso. -Lo cual quiere decir que De Roquefort la tiene -dijo Stephanie-. Pero ¿no forma parte de la ficción del diario de Lars? -Cualquier cosa que Corbu tocó debe ser visto con sospecha -dijo Thorvaldsen-. Embelleció la historia de Saunière para promocionar su maldito hotel. -Pero está el manuscrito que él escribió -dijo Mark-. Papa siempre creyó que contenía la verdad. Corbu fue muy amigo de la amante de Saunière hasta que ella murió en 1953. Muchos creían que le había contado cosas. Por eso Corbu nunca publicó el manuscrito. Contradecía su versión novelizada de la historia. -Pero seguramente el criptograma del diario es falso, ¿no? -dijo Thorvaldsen-. Eso habría sido exactamente lo que De Roquefort hubiera querido del diario. -No podemos hacer más que esperar -dijo Malone, mientras descubría una reproducción de Leyendo las reglas de la caridad sobre la mesa. Levantó la reproducción, del tamaño de una carta, y estudió lo escrito debajo del hombrecillo, con hábito de monje, subido a un taburete que se llevaba el dedo a los labios, indicando silencio: ACABOCE A° DE 1681 Algo no cuadraba, e instantáneamente comparó la imagen con la litografía. Las fechas eran diferentes. -Me he pasado la mañana aprendiendo cosas sobre ese cuadro -informó Casiopea-. Descubrí esa imagen en internet. El cuadro fue destruido por el fuego a finales de los años cincuenta, pero, antes de eso, la tela había sido limpiada y preparada para su exhibición. Durante el proceso de restauración se descubrió que 1687 era realmente 1681. Pero, por supuesto, la litografía fue realizada en una época en que la fecha estaba oculta. Stephanie hizo un gesto negativo con la cabeza. -Esto es un rompecabezas sin respuesta. Todo cambia a cada minuto. -Están haciendo ustedes justamente lo que el maestre quería -dijo Geoffrey. Todos le miraron. -Dijo que en cuanto se asociaran ustedes, todo se revelaría. Malone estaba confuso. -Pero tu maestre nos advirtió específicamente de que tuviéramos cuidado con el ingeniero. Geoffrey señaló a Casiopea. -Quizás deberían ustedes tener cuidado con ella. - ¿Qué significa eso? -preguntó Thorvaldsen. -Su raza luchó contra los templarios durante dos siglos. -De hecho, los musulmanes derrotaron a los hermanos y los echaron de Tierra Santa -declaró Casiopea-. Y los musulmanes andalusíes mantuvieron a raya a la orden en España, cuando los templarios trataron de extender su esfera de influencia hacia el sur, más allá de los Pirineos. De manera que su maestre tenía razón. Cuidado con el ingeniero. - ¿Qué haría usted si encontrara el Gran Legado? -le preguntó Geoffrey a Casiopea. -Depende de lo que se encuentre. - ¿Por qué importa eso? El Legado no es suyo, sea lo que sea. -Es usted muy atrevido para ser un simple hermano de la orden. -Aquí hay mucho en juego, y lo menos importante es su propósito de demostrar que el cristianismo es una mentira. -No recuerdo haber dicho mi propósito. -El maestre lo sabía. La cara de Casiopea se puso tensa... La primera vez que Malone veía un síntoma de agitación en su expresión. -Su maestre no sabía nada de mis motivos. -Y manteniéndolos ocultos -replicó Geoffrey-, no hace usted otra cosa que confirmar sus sospechas. Casiopea se enfrentó a Henrik. -Este joven podría ser un problema. -Fue enviado por el maestre -dijo Thorvaldsen-. No deberíamos cuestionarlo. -Él nos traerá problemas -declaró Casiopea. -Tal vez -repuso Mark-. Pero forma parte de esto, así que acostúmbrese a su presencia. Ella se quedó tranquila y serena. - ¿Confía usted en él? -No importa -dijo Mark-. Henrik tiene razón. El maestre confiaba en él, y eso es lo que cuenta. Aunque el buen hermano pueda ser irritante. Casiopea no insistió en el tema, pero en sus cejas estaba escrito la sombra de un motín. Y Malone no estaba necesariamente en desacuerdo con su impulso. Dirigió de nuevo su atención a la mesa y contempló fijamente las fotografías tomadas en la iglesia de María Magdalena. Observó el jardín con la estatua de la Virgen y las palabras MISIÓN 1891 y PENITENCIA, PENITENCIA grabadas en la cara de la invertida columna visigoda. Repasó las fotos en primer plano de las estaciones del Vía Crucis, deteniéndose un momento en la estación n.° 10, en la que un soldado romano se estaba jugando la túnica de Cristo, los números, tres, cuatro y cinco visibles en las caras de los dados. Luego hizo una pausa en la estación 14, que mostraba el cuerpo de Cristo trasladado al amparo de la oscuridad por dos hombres. Recordó lo que Mark había dicho en la iglesia, y no pudo dejar de preguntarse: ¿Iban hacia la tumba o salían de ella? Movió negativamente la cabeza. ¿Qué demonios estaba sucediendo? XLIX 5:30 PM De Roquefort encontró el yacimiento arqueológico de Givors, que estaba claramente señalado en el mapa Michelin, y se acercó con cierta precaución. No quería anunciar su presencia. Aunque Malone y compañía no estuvieran allí, Casiopea Vitt le conocía. De manera que al llegar ordenó al conductor que cruzara lentamente a través de un campo cubierto de hierba que servía de aparcamiento, hasta encontrar el Peugeot del modelo y el color que recordaba, con una etiqueta adhesiva en el parabrisas indicando que era de alquiler. -Están aquí -dijo-. Aparca. El conductor hizo lo que le mandaban. -Iré a explorar -les dijo a los otros dos hermanos y a Claridon-. Esperad aquí y manteneos fuera de la vista. Bajó del coche. Era a última hora de la tarde, y el disco color sangre de sol veraniego iba desapareciendo gradualmente por encima de las paredes de arenisca que los rodeaban. Hizo una profunda inspiración y saboreó el fresco y tenue aire, que le recordaba la abadía. Evidentemente habían ganado altitud. Un rápido examen visual le permitió descubrir un sendero bordeado de árboles sumido en largas sombras, y decidió que aquella dirección parecía la mejor, pero permaneció fuera del sendero, caminando entre los altos árboles, sobre un tapiz de flores y brezo que alfombraba el suelo color violeta. La tierra de los alrededores había sido antaño propiedad templaría. Una de las mayores encomiendas de los Pirineos había ocupado la cima de un cercano promontorio. De hecho era un arsenal, uno de los diversos lugares donde los hermanos trabajaban día y noche elaborando las armas de la orden. Conocía aquella gran destreza que había conseguido unir madera, cuero y metal para crear unos escudos que no se podían hender fácilmente. Pero la espada había sido el verdadero amigo del hermano caballero. Los barones con frecuencia amaban a sus espadas más que a sus esposas, y trataban de conservar la misma durante toda la vida. Los hermanos albergaban una pasión similar, que la regla alentaba. Si se esperaba de un hombre que ofrendara su vida, lo menos que podía hacerse era dejarle llevar el arma de su elección. Las espadas templarias, sin embargo, no eran como las de los barones. Nada de empuñaduras adornadas con oro, o engastadas con perlas. Nada de pomos de cristal que contuvieran reliquias. Los hermanos caballeros no necesitaban de tales talismanes, ya que su fuerza procedía de su devoción a Dios y la obediencia de la regla. Su compañero había sido su caballo, siempre un animal rápido e inteligente. A cada caballero se le asignaban tres monturas, que eran alimentadas, almohazadas y ataviadas a diario. Los caballos fueron uno de los recursos por los que la orden prosperó, y los purasangres, los palafrenes y especialmente los corceles respondían al afecto de los hermanos caballeros con una incomparable lealtad. Había leído la historia de un hermano que regresó al hogar desde una de las Cruzadas y no fue abrazado por su padre, pero sí fue instantáneamente reconocido por su fiel semental. Y los caballos eran siempre sementales. Montar una yegua era impensable. ¿Qué era lo que había dicho un caballero? "La mujer con la mujer." Siguió andando. El olor a moho y humedad de las ramitas caídas estimuló su imaginación, y casi le pareció oír los pesados cascos que antaño habían aplastado los tiernos musgos y flores. Trató de oír algún sonido, pero interfería el chasquido de los grillos. Estaba atento a la vigilancia electrónica, pero hasta el momento no había percibido ninguna señal. Continuó su camino a través de los altos pinos, separándose del sendero, adentrándose en el bosque. Sentía calor en la piel, y el sudor le goteaba de la frente. Allá arriba, el viento gemía entre las grietas de las rocas. Monjes guerreros, en eso se convirtieron los hermanos. Le gustaba aquel término. El propio San Bernardo de Clairvaux justificaba toda la existencia de los templarios glorificando la matanza de los infieles. "Ni el dar la muerte ni el morir, cuando se hace por el amor de Cristo, contiene nada criminal, sino más bien merece gloriosa recompensa. El soldado de Cristo mata con seguridad y muere de la forma más segura. No lleva la espada sin motivo. Es el instrumento de Dios para el castigo de los malvados y para la defensa de los justos. Cuando mata a malvados, no es un homicida, sino un malicida, y se le considera un ejecutor legal de Cristo." Se sabía bien esas palabras. Se enseñaban a todos los novicios. Las había repetido en su mente mientras veía morir a Lars Nelle, Ernest Scoville y Peter Hansen. Todos eran herejes. Hombres que se interponían en el camino de la orden. Ahora había algunos nombres más que añadir a esa lista. Los de los hombres y mujeres que ocupaban el chteau que aparecía ente él, más allá de los árboles, en una resguardada hondonada entre una sucesión de riscos rocosos. Había sabido cosas del chteau gracias a la información que había ordenado reunir antes de salir de la abadía. Antaño residencia real en el siglo XVI, una de las múltiples casas de Catalina de Mediéis, había escapado a la destrucción durante la Revolución gracias a su aislamiento. De manera que seguía siendo un monumento al Renacimiento, una pintoresca masa de torretas, agujas y tejados perpendiculares. Casiopea Vitt era evidentemente una mujer adinerada. Mansiones como ésta requerían grandes sumas de dinero para comprarlas y mantenerlas, y él dudaba de que ella realizara visitas guiadas aquí como una forma de complementar sus ingresos. No, ésta era la residencia privada de un alma reservada, un alma que por tres veces había interferido en su aventura. Un alma que debía ser vigilada. Pero él también necesitaba los dos libros que Mark Nelle poseía. De modo que ni hablar de actos precipitados. El día estaba cayendo rápidamente, y profundas sombras empezaban ya a engullir el chteau. Su mente barajaba todas las posibilidades. Tenía que estar seguro de que estaban todos dentro. Su actual posición estaba demasiado cerca. Pero descubrió un pequeño grupo de hayas a unos doscientos metros de distancia que proporcionaría una vista despejada de la puerta principal. Tenía que suponer que esperaban su llegada. Después de lo que había pasado en la casa de Lars Nelle, seguramente sabían que Claridon estaba trabajando para él. Pero quizás no suponían que fuera a llegar tan pronto. Lo cual era estupendo. Necesitaba regresar a la abadía. Lo estaban esperando. Se había convocado un consejo que exigía su presencia. Decidió dejar a los dos hermanos en el coche para que vigilaran. Eso sería suficiente por ahora. Pero volvería. L 8:00 PM Stephanie no podía recordar la última vez que ella y Mark se habían sentado a hablar. Quizás desde que él era un adolescente. Así de profunda era la sima que se interponía entre ellos. Ahora se habían retirado a una sala en lo alto de una de las torres del chteau. Antes de sentarse, Mark había abierto cuatro ventanas, permitiendo que el penetrante aire del atardecer los refrescara. -Lo creas o no, pienso en ti y en tu padre cada día. Amaba a tu padre. Pero en cuanto se tropezó con la historia de Rennes, su atención se desvió completamente. Este asunto se convirtió en su obsesión. Y en aquella época, eso me ofendió. -Eso puedo comprenderlo. De veras. Lo que no entiendo es por qué le obligaste a elegir entre tú y lo que él consideraba importante. Su tono acerado la hirió, y tuvo que obligarse a conservar la calma. -El día que lo enterramos, me di cuenta de lo equivocada que había estado. Pero no podía hacer que volviera. -Aquel día sentí odio hacia ti. -Lo sé. -Sin embargo tú te limitaste a huir a casa y me dejaste en Francia. -Pensé que era donde tú deseabas estar. -Así era. Pero durante los últimos cinco años he tenido un montón de tiempo para reflexionar. El maestre fue mi guía, aunque sólo ahora me doy cuenta de lo que quería decir con muchos de sus comentarios. En el Evangelio de santo Tomás, Jesús dice: "El que no odia a su padre y a su madre como yo no puede ser mi discípulo." Y luego dice: "El que no ama a su padre y a su madre como yo no puede ser mi discípulo." Estoy empezando a comprender estas afirmaciones contradictorias. Yo te odiaba, madre. -Pero ¿me amas también? El silencio se alzó entre ellos, y eso le desgarró el corazón a la mujer. Finalmente él dijo: -Eres mi madre. -Eso no es una respuesta. -Es todo lo que vas a conseguir. Su cara, al igual que la de Lars, era un compendio de sentimientos encontrados. Ella no insistió. Su oportunidad de exigir algo había pasado hacía mucho tiempo. - ¿Sigues siendo la jefa del Magellan Billet? -preguntó Mark. Ella agradeció el cambio de tono. -Por lo que yo sé, todavía. Pero probablemente he tentado la suerte los últimos días. Cotton y yo no hemos pasado inadvertidos. -Parece un buen hombre. -El mejor. Yo no quería implicarle, pero él insistió. Trabajó para mí mucho tiempo. -Es bueno tener amigos así. -Tú tienes uno también. - ¿Geoffrey? Es más mi oráculo que un amigo. El maestre le hizo jurar lealtad hacia mí. ¿Por qué? No lo sé. -Te defendería con su vida. Eso está claro. -No estoy acostumbrado a que la gente sacrifique su vida por mí. Stephanie recordó lo que el maestre había dicho en su nota dirigida a ella, sobre que Mark no poseía la resolución para terminar sus batallas. Le contó exactamente lo que el maestre había escrito. El escuchaba en silencio. - ¿Qué habrías hecho si te hubieran elegido maestre? -quiso saber ella. -Una parte de mí se alegró de haber perdido. Ella estaba asombrada. - ¿Por qué? -Soy profesor de universidad, no un líder. -Eres un hombre que está en medio de un conflicto importante. Un conflicto que otros hombres esperan ver resuelto. -El maestre tenía razón sobre mí. Ella le miró con no disimulada consternación. -Tu padre se avergonzaría de oírte decir eso. Esperó que su ira estallara, pero Mark guardó silencio, y ella pudo oír el chasquido producido por los insectos de fuera. -Probablemente he matado a un hombre hoy -dijo Mark con un susurro-. ¿Cómo se habría sentido papá por eso? Ella había estado esperando que lo mencionara. Mark no había dicho una palabra sobre lo que había sucedido desde que salieron de Rennes. -Cotton me lo contó. No tenías elección. Al hombre se le ofreció una opción, y decidió desafiarte. -Vi cómo caía rodando. Es extraña esa sensación que pasa por tu cuerpo al saber que acabas de quitar una vida. Ella esperó a que se explicara. -Me sentía contento de que el gatillo se hubiera encallado, pues yo había sobrevivido. Pero otra parte de mí estaba abochornada porque el otro hombre no. -La vida es una elección tras otra. Él eligió equivocadamente. -Tú haces eso todos los días, ¿verdad? Tomar esa clase de decisiones... -Todos los días. -Mi corazón no es lo bastante fuerte para eso. - ¿Y el mío sí? La ofendía su suposición. -Dímelo tú, madre. -Hago mi trabajo, Mark. Aquel hombre eligió su destino; no tú. -No. De Roquefort lo eligió. Le envió a aquel precipicio sabiendo que habría un enfrentamiento. Él hizo la elección. -Y ése es el problema con tu orden, Mark. La lealtad ciega no es cosa buena. Ningún país, ningún ejército, ningún líder, que insistiera en semejante estupidez, ha sobrevivido jamás. Mis agentes toman sus propias decisiones. Transcurrió un momento de tenso silencio. -Tienes razón -murmuró él finalmente-. Papá se habría avergonzado de mí. Ella decidió arriesgarse. -Mark, tu padre se fue. Lleva muerto mucho tiempo. Para mí, tú lo has estado durante cinco años. Pero ahora estás aquí. ¿No hay lugar en tu interior para el perdón? Su súplica estaba impregnada de esperanza. Él se levantó de la silla. -No, madre, no lo hay. Y salió de la habitación. Malone había buscado refugio fuera del chteau, bajo una sombreada pérgola cubierta de verdor. Sólo los insectos perturbaban su tranquilidad, y se dedicó a observar cómo los murciélagos revoloteaban a través del cada vez más oscuro cielo. Un poco, antes, Stephanie le había llevado aparte para contarle que una llamada suya a Atlanta, pidiendo un completo dossier sobre su anfitriona, había revelado que el nombre de Casiopea Vitt no aparecía en ninguna de las bases de datos sobre terroristas que mantenía el gobierno de Estados Unidos. Su historia personal era corriente, aunque la mujer era medio musulmana, y eso, en estos tiempos, significaba una bandera roja de alerta. Era propietaria de una corporación multinacional, con sede en París, que realizaba operaciones comerciales en muchos campos, y tenía recursos del orden de miles de millones de euros. Su padre había fundado la compañía y ella heredó el control, aunque no se implicaba mucho en sus operaciones diarias. Era también la presidenta de una fundación holandesa que trabajaba en estrecha cooperación con Naciones Unidas en la lucha internacional contra el sida y el hambre en el mundo, particularmente en África. Ningún gobierno extranjero la consideraba una amenaza. Pero Malone no estaba seguro. Nuevas amenazas surgían a diario, y de los lugares más extraños. -Le veo muy ensimismado. Levantó la mirada, descubriendo a Casiopea más allá de la pérgola. La mujer llevaba una ropa de montar negra ajustada que le sentaba muy bien. -Pues estaba pensando en usted. -Me siento halagada. -Yo no lo estaría. -Malone hizo un gesto señalando su indumentaria-. Me estaba preguntando adonde iba. -Trato de montar un poco cada mañana. Me ayuda a pensar. Penetró en el cercado. -Hice construir esto hace años como un tributo hacia mi madre. A ella le encantaba el aire libre. Casiopea se sentó en un banco frente a él. Malone comprendió que había un propósito en su visita. -Vi antes que tenía usted sus dudas sobre todo esto. ¿Es porque se niega a cuestionar su Biblia cristiana? Malone no quería realmente hablar de ello, pero Casiopea parecía ansiosa. -En absoluto. Es porque usted decidió cuestionar la Biblia. Parece que todo el mundo implicado en esta búsqueda tiene intereses personales. Usted, De Roquefort, Mark, Saunière, Lars, Stephanie. Hasta Geoffrey, que es un poquito raro, por decir algo, tiene sus planes. -Deje que le diga algunas cosas y quizás verá que esto no es personal. Al menos, en mi caso. Malone lo dudaba, pero quería oír lo que ella tenía que decir. - ¿Sabía usted que en toda la historia sólo se han encontrado los restos de un hombre crucificado en Tierra Santa? No lo sabía. -La crucifixión era ajena a los judíos. Lapidaban, quemaban, decapitaban o estrangulaban para ejecutar la pena capital. La ley mosaica sólo permitía que un criminal que ya hubiera sido ejecutado colgara de un madero como un castigo adicional. -"Porque el que es colgado es maldecido por Dios" -dijo, citando el Deuteronomio. -Veo que conoce usted el Antiguo Testamento. -Tenemos un poco de cultura allá en Georgia. Ella sonrió. -Pero la crucifixión era una forma corriente de ejecución romana. Varro, en el año 4 antes de Cristo, crucificó a más de dos mil. Floro, en el 66, mató a cerca de cuatro mil. Tito en el año 70 ejecutó a cinco mil en un día. Sin embargo, sólo se han hallado los restos de un único crucificado. Eso fue en 1968, justo al norte de Jerusalén. Los huesos databan del siglo primero, lo cual causó revuelo en un montón de gente. Pero el muerto no era Jesús. Se llamaba Yehochanan, medía en torno al metro y sesenta y siete y tendría entre veinticuatro y veinticinco años. Sabemos eso por la información escrita en su osario. Además, había sido atado a la cruz, no clavado, y no tenía rota ninguna de sus piernas. ¿Comprende usted la importancia de ese detalle? Sí lo comprendía. -Por asfixia, así es como uno moría en la cruz. La cabeza acababa por caer hacia delante, y se producía la privación de oxígeno. -La crucifixión era una humillación pública. Las víctimas no deberían morir demasiado pronto. Para retrasar la muerte, se colocaba un trozo de madera bajo el cuerpo para poder sentar a la víctima en él, o un calzo en los pies sobre el que pudiera apoyarse. De esa forma, el acusado podía sostenerse y respirar. Al cabo de unos días, si la víctima no había agotado sus fuerzas, los soldados le rompían las piernas. De esa manera, ya no podía seguir apoyándose. La muerte llegaba rápidamente después. Malone recordó los Evangelios. -Una persona crucificada no podía deshonrar el Sabbath. Los judíos querían que los cuerpos de Jesús y los dos criminales ejecutados con Él fueran bajados al crepúsculo. De manera que Pilatos ordenó que se les rompieran las piernas a los dos criminales. Ella asintió. -"Pero cuando llegaron al lado de Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas." Eso es de Juan. Siempre me he preguntado por qué Jesús murió tan rápidamente. Sólo llevaba colgado unas pocas horas. Generalmente, se tardaba días en morir. ¿Y por qué los soldados romanos no le rompieron las piernas de todos modos, sólo para asegurarse de que moría? En vez de ello, dice Juan, le atravesaron el costado con una lanza y de la herida salió sangre y agua. Pero Mateo, Marcos y Lucas no mencionan este hecho. - ¿Qué quiere usted decir con eso? -De las decenas de miles que fueron crucificados, sólo se han encontrado los restos de uno de ellos. Y la razón es sencilla. En tiempos de Jesús, el entierro era considerado un honor. No existía mayor horror que el que tu cuerpo fuera abandonado a los animales. Todos los castigos supremos de Roma (ser quemado vivo, arrojado a las bestias o la crucifixión) tenían algo en común. No quedaba ningún cuerpo para enterrar. Las víctimas de la crucifixión eran dejadas colgando para que las aves las picotearan hasta dejar limpios sus huesos, y luego lo que quedaba era arrojado a una fosa común. Sin embargo, los cuatro Evangelios están de acuerdo en que Jesús murió en la novena hora, las tres de la tarde, y luego fue bajado de la cruz y enterrado. Malone empezaba a comprender. -Los romanos no habrían hecho eso. -Ahí es donde la historia se complica. Jesús fue condenado a muerte, con el Sabbath a unas pocas horas. Sin embargo ordenaron que muriera por crucifixión, una de las maneras más lentas de matar a una persona. ¿Cómo podía pensar alguien que estuviera muerto antes del crepúsculo? El Evangelio de Marcos cuenta que hasta Pilatos se sorprendió de una muerte tan rápida, y le preguntó al centurión si todo estaba en orden. -Pero ¿no fue torturado Jesús antes de ser clavado a la cruz? -Jesús era un hombre fuerte en la flor de la vida. Estaba acostumbrado a recorrer grandes distancias bajo el calor. Sí, sufrió los azotes. Según la ley, debía recibir treinta y nueve latigazos.


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De: BARILOCHENSE6999 Enviado: 13/08/2022 10:47



 
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