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General: Artefactos extraños
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من: Kadyr (الرسالة الأصلية) |
مبعوث: 01/07/2025 05:17 |
¿Para qué tenían los antiguos romanos miles de dodecaedros de bronce como este? En los últimos tres siglos se han hallado más de un centenar y todavía siguen siendo uno de los grandes misterios de la arqueología. ¿Podría ser que, en realidad, no fueron obra de los romanos? Muchos de vosotros habréis oído hablar de los ooparts, objetos antiguos que parecen fuera de lugar, como si, por su tecnología, no pertenecieran al contexto cultural o temporal en el que fueron hallados y desafiasen la cronología de la historia. Pero hoy no os vamos a hablar de ooparts, sino de objetos históricos misteriosos que sí pudieron ser fabricados con la tecnología disponible en su época pero cuya finalidad los arqueólogos e historiadores no han logrado averiguar aún. Como, por ejemplo, este intrigante objeto que os ha impulsado a ver el vídeo: el conocido como dodecaedro romano. Se le llama así por la sencilla razón de que no se sabe qué era, más allá de que posee la forma de un poliedro con doce caras pentagonales. Se han encontrado más de 130 repartidos por toda la Europa romana, lo que indica, por estadística, que eran unos objetos bastante comunes, ya que los romanos debieron de fabricar miles y miles de ellos... Pero ¿para qué servían? Ni idea. Más adelante os contaremos todo lo que se sabe acerca de ellos y las principales hipótesis de los estudiosos, pero primero... queremos mostraros otros objetos fascinantes para cuya finalidad los arqueólogos aún no tienen explicación. Empezaremos viajando hasta el sur de Costa Rica, a la llanura aluvial del delta del Diquís, la península de Osa y la Isla del Caño. Porque es allí donde se encuentran más de quinientas esferas de piedra, creadas presuntamente por la cultura de Diquís a lo largo de mil años, desde el siglo V hasta la llegada de los españoles. Fueron descubiertas en 1939, cuando la empresa bananera estadounidense United Fruit Company comenzó a deforestar la zona para cultivar banano. ¿Qué habríais hecho vosotros si hubieseis topado con semejante hallazgo? ¿Informar a las autoridades locales? Suena lógico, sí..., pero los estadounidenses optaron primero por dinamitar unas cuantas de aquellas esferas para ver si en su interior había oro. Quizá pensaron que se trataba de la versión precolombina de la caja fuerte. Pero no, no contenían oro ni otros metales o piedras preciosas. Eran macizas y estaban hechas de un único tipo de piedra dura, en la mayoría de casos granodiorita o gabros. Solo unas pocas son de piedra caliza. Lo que más llama la atención al contemplarlas es la aparente perfección de la forma esférica de algunas de ellas, con un acabado muy fino. Y las hay de todos los tamaños, desde las que miden unos pocos centímetros hasta las que rondan los dos metros y medio de diámetro. Algunas pesan más de 16 toneladas. Desde 1970, las esferas y sus emplazamientos están protegidos por las autoridades de Costa Rica; incluso han reensamblado algunas de las que fueron dinamitadas por los estadounidenses. Sin embargo, para cuando se activó aquella protección legal, cientos de esferas ya habían ido a parar a manos privadas, y se repartieron por colecciones y jardines de particulares, empresas y museos de todo el mundo. En junio de 2014, la Unesco nombró Patrimonio de la Humanidad al conjunto de asentamientos precolombinos con esferas de piedra de Diquís. La gran pregunta es: “¿Para qué?”. O, al menos: “¿Por qué?”. ¿Por qué tomarse la molestia de esculpir semejantes moles de piedra? ¿Tenían alguna finalidad o significado? Para los costarricenses actuales, esas esferas se han convertido ya en un símbolo de identidad nacional y numerosos edificios públicos las exhiben con orgullo, pero ¿qué representaban para quienes las crearon? El hecho de que muchas de las esferas fueran retiradas de su ubicación original durante las primeras décadas tras su descubrimiento dificulta saber si estaban colocadas de algún modo concreto, lo que tal vez habría arrojado luz sobre su propósito. Sin embargo, a partir del estudio de la ubicación de las esferas que permanecieron 'in situ' en las diferentes zonas arqueológicas, como en la denominada Finca 6, en la región Brunca, los expertos han propuesto diversas hipótesis, como la de que servían para identificar el rango social dentro de una tribu, la de que conformaban una especie de jardín astronómico a fin de calendarizar los ciclos agrícolas o la de que son una representación artística y simbólica de la cosmovisión de la cultura indígena del Diquís. Según esta última hipótesis, la forma esférica representaría la geometría sagrada y perfecta del centro del mundo, y estaría hecha de piedra porque, como eran animistas y creían que todas las cosas tenían alma, pensarían que ese material, la piedra, poseía un alma fuerte e inmortal. Pero, hasta el momento, ninguna de las hipótesis propuestas ha podido ser demostrada. Si vosotros tenéis alguna, nos gustaría leerla abajo, en los comentarios. Nosotros, contemplando estas esferas, la verdad es que no podemos evitar acordarnos de las cabezas colosales esculpidas por los olmecas. ¿Guardarán algún tipo de relación en su significado? Saltemos ahora al otro lado del océano Pacífico, hasta Japón. Allí se encontraron estas esculturas, las shakokidogu, en las que muchos creen ver a seres extraterrestres. Fueron creadas durante el periodo Jomon de la historia japonesa, es decir, entre los años 14.500 y 300 a. C., y se han hallado en diferentes puntos de la isla Honshu, la más grande del archipiélago japonés. Estas figurillas de arcilla de ojos desorbitados son en realidad un subgrupo dentro de las dogu, pequeñas figuras de arcilla de aspecto humanoide –de entre 10 y 30 centímetros de alto– cuyo propósito se desconoce y de las que se estima que existen entre 15.000 y 18.000 piezas. Al parecer, no estaban vinculadas a ritos funerarios, y algunos eruditos teorizan acerca de que las shakokidogu –y las dogu en general– eran efigies de personas reales, vinculadas a ellas para manifestar algún tipo de magia simpática, es decir, magia por imitación. Por ejemplo, quizá los antiguos habitantes del actual Japón creían que podían transferir una enfermedad a una estatuilla que representara al enfermo y que, al romper la efigie, destruían también la enfermedad. Eso podría explicar que fueran tan abundantes y que a casi todas les falte alguna parte, como un brazo o una pierna, generalmente cercenados de manera intencionada. Pero no está demostrado que esa fuera su utilidad. Otra hipótesis, basada en los exagerados atributos femeninos de muchas de ellas, con cinturas estrechas y caderas muy anchas, es que estuvieran vinculadas de algún modo a ritos chamánicos asociados a la fertilidad. Pero tampoco se sabe con certeza: las inscripciones dibujadas o grabadas que presentan algunas en el abdomen también aparecen en otras partes del cuerpo, y se ignora si poseían algún significado o eran meramente decorativas. ¿Y qué podemos decir acerca de los ojos saltones de las shakokidogu? El término shakoki significa “dispositivo bloqueador de luz”, y proviene del parecido de esos ojos con las gafas de nieve tradicionales empleadas por los inuit, un pueblo que habitaba en Siberia, al noroeste de Asia, antes de que cruzaran el estrecho de Bering y se asentaran en las zonas árticas de Norteamérica. ¿Serán esas estatuillas en realidad representaciones de algún visitante inuit? El misterio persiste. Igual que en el caso de uno de los objetos más intrigantes de la arqueología: el disco de Festo. Fue hallado en 1908 por el arqueólogo italiano Luigi Pernier mientras excavaba en el palacio minoico de Festo, ubicado en el sur de la isla mediterránea de Creta. Se trata de un disco de arcilla cocida que presenta en ambas caras, y siguiendo una secuencia en espiral, inscripciones hechas mediante presión de sellos jeroglíficos preconfigurados. Es decir, que no fueron grabando los símbolos uno a uno, sino que primero colocaron todos los sellos con relieve conformando la espiral completa y luego imprimieron con ellos el disco. Y como se estima que este fue creado en torno al año 1750 a. C., eso lo convertiría en el documento impreso más antiguo de la historia. ¿Con qué fin fue elaborado? El sistema usado para imprimirlo hace pensar en que pretendían generar varias copias de un modo sencillo, porque crear los 45 sellos en relieve empleados en él –uno por cada símbolo– para generar una sola copia requeriría mucho más esfuerzo que grabarlos con un punzón directamente sobre el disco de arcilla blanda antes de cocerlo. Por tanto, se podría deducir que el creador quería elaborar muchos textos y por ello había desarrollado una versión primitiva de la imprenta que chinos y europeos emplearían miles de años más tarde. Pero el gran problema para averiguar su significado es... que nadie sabe leerlo. Muchos arqueólogos y lingüistas, tanto profesionales como aficionados, han intentado descifrarlo a lo largo del último siglo, pero hasta el momento nadie lo ha logrado y las hipótesis sobre el tipo de lenguaje empleado son innumerables: griego jónico, griego homérico, griego micénico, lengua hitita, lengua semítica, texto bilingüe griego-minoico, escritura silábica indoeuropea... Pero nadie ha conseguido traducirlo. Por ello, tampoco se sabe si se trata –como algunos han sugerido– de una oración, de un relato de aventuras, de un teorema geométrico o incluso de un juego de mesa. Por el momento, la opinión que cuenta con más apoyos en los círculos académicos es la de que no se podrá resolver el enigma hasta que se encuentren otras inscripciones con el mismo tipo de lenguaje que permitan descifrarlo. En total, en ambas caras del disco aparecen 241 representaciones de los 45 símbolos empleados. Están agrupadas en lo que podrían ser palabras o sílabas, separadas unas de otras por líneas verticales. En la cara A del disco –el cual mide unos 16 centímetros de diámetro y casi 2 de grosor– hay 31 grupos de símbolos, en la cara B, 30. Los expertos han llegado a la conclusión de que al menos 10 de los símbolos empleados son similares a los de la escritura lineal que empleaba la civilización minoica, lo que reforzaría la idea de que el objeto tiene unos 4.000 años de antigüedad. No obstante, también existe otra posibilidad; la que apuntaba en 2008 el lingüista Jerome Eisenberg en un artículo publicado en la revista 'Minerva', editada por la Sociedad de Anticuarios de Londres: que el disco de Festo no sea más que una falsificación fabricada por su descubridor, Luigi Pernier, desesperado por no encontrar ninguna reliquia que dejara impresionados a sus colegas. En opinión de Eisenberg, la razón de que nadie haya sido capaz de traducir el texto pictográfico del disco es, sencillamente, que Pernier se lo sacó de la manga. El lingüista apoyaba su opinión en el hecho de que los bordes del disco sean perfectamente lisos, algo supuestamente imposible de lograr en aquella época, cuando aún no se empleaban hornos para cocer la arcilla. “Las piezas minoicas de arcilla –explicaba Eisenberg en su artículo– se cocían de forma accidental, es decir, secándose al sol; pero Pernier no se dio cuenta de eso”. Según Eisenberg, para demostrar que no es un fraude habría que realizar un test de termoluminiscencia al disco, lo que ofrecería una datación aproximada de la fecha de escritura. Pero, hasta el momento, las autoridades griegas no han permitido someterlo a esa prueba, argumentando que es demasiado frágil y podría resultar gravemente dañado o incluso destruido. De modo que el enigma del disco de Festo aún perdura. Otros discos misteriosos los encontramos en China. Se trata de los bi, discos neolíticos de jade creados por la cultura Liangzhu, que se desarrolló entre los años 3400 y 2250 a. C. en la parte baja del delta del río Yangtsé. Se desconoce su función o significado, aunque se sabe que, de algún modo, estaban vinculados a otros objetos enigmáticos de jade, los cong, unos tubos que por fuera presentan un aspecto de columna cuadrangular pero cuyo agujero interior es circular. La superficie externa de los cong presenta divisiones verticales u horizontales, y en ocasiones está decorada con caras similares a máscaras. También varían en sus proporciones: algunos cong son muy alargados y estrechos mientras que otros, en cambio, son más anchos que altos. Los bi, por su parte, son discos planos y anchos con un agujero en su centro. Aunque la mayoría miden entre 25 y 30 centímetros de diámetro, los hay de tan solo un centímetro y también de un metro. Muchos siglos más tarde, otras culturas chinas comenzaron a adornarlos con grabados, pero originalmente, en el Neolítico, los Liangzhu los creaban completamente lisos. En las tumbas de la élite de los Liangzhu se han desenterrado miles de bi y cong. En una sola tumba se llegaron a encontrar 25 bi y 33 cong. En algunos casos, los discos se situaban sobre la cabeza, el pecho y el estómago de la persona fallecida; en otros, alineados a su alrededor. Se sospecha por ello que ambas tipologías de piezas de jade tenían alguna aplicación de carácter ritual, pero no está claro cuál. Eran piezas muy trabajosas de crear, de modo que es normal que estuvieran vinculadas a las élites, tal vez como un simple símbolo de estatus, pero solo se trata de una suposición. Lo que sí se sabe es que la presencia de los bi y los cong en las tumbas de la cultura Liangzhu influyó en las prácticas mortuorias chinas posteriores, ya que se siguió enterrando a los difuntos con piezas de jade durante gran parte de la historia de aquella región. Una hipótesis acerca de su uso original en los enterramientos apunta a que creyeran que el jade prevenía la descomposición de la carne; otra, que los bi se empleaban para guiar el alma del difunto hacia el cielo. En esa línea, los discos representarían el cielo y los tubos cuadrangulares la tierra. Pero... ¿quién sabe? Volvamos ya con los dodecaedros romanos. Datan de los siglos II al IV de nuestra era, y, en su gran mayoría, están hechos de bronce. En el centro de cada una de sus doce caras pentagonales tienen un orificio circular de un diámetro variable que conecta con el interior hueco del objeto. Incluso entre las caras de un mismo dodecaedro el tamaño de los agujeros puede ser distinto, lo que añade un extra de misterio a sus posibles aplicaciones. No tienen números ni letras inscritos que puedan aportar alguna pista sobre qué son, y de las decenas de dodecaedros que se han hallado hasta ahora muy pocos muestran algún signo de desgaste, lo que indica que no soportaban fricciones; lo que, a su vez, parece descartar que estuviesen destinados a formar parte de los engranajes de algún tipo de mecanismo. Además, en cada uno de sus vértices, poseen una pequeña bola metálica, unas protuberancias que les confieren ese curioso aspecto de coronavirus. Su tamaño oscila entre los cuatro y los once centímetros, con caras de entre 6 y 40 milímetros de diámetro. El más pequeño encontrado hasta la fecha pesa tan solo 35 gramos; el más grande, un kilo. Los expertos indican que fueron fundidos empleando la técnica de la cera perdida, que permite generar copias a partir de un molde obtenido de una pieza original. Como decíamos antes, se estima que los romanos debieron de crear miles y miles de ellos, ya que se han encontrado alrededor de 130 en territorios de las actuales Austria, Francia, Alemania, Hungría, Suiza, Países Bajos y Bélgica. También se han hallado en el Reino Unido. Paradójicamente, donde no se han encontrado ha sido en el corazón de Roma, es decir, en la zona central de la actual Italia ni en las orillas mediterráneas del Imperio. El primero fue descubierto en 1739 en la localidad inglesa de Aston y el hallazgo más reciente hasta el momento de elaborar este vídeo se produjo en 2023 en Norton Disney, también en Inglaterra, donde apareció un dodecaedro en excelentes condiciones de conservación. Una cuarta parte de todos los dodecaedros conocidos en la actualidad se han localizado en el territorio de la Britania romana, pero la mayoría estaban en las Galias. ¿Se puede deducir para qué se empleaban esos extraños objetos a partir del contexto en el que fueron hallados? Resulta complicado. Porque han aparecido en todo tipo de lugares: en termas, en teatros, en el lecho de un río, entre tesoros de monedas, en entornos militares, en tumbas... En una de estas últimas se encontró un dodecaedro junto a un objeto óseo en forma de asa, pero estaba en tan mal estado que no se pudo conservar, por lo que no se sabe si ambos objetos guardaban algún tipo de relación. Hasta el momento, los arqueólogos y los historiadores han formulado medio centenar de hipótesis acerca de cuál podría ser el propósito de los dodecaedros, pero ninguna de ellas ha podido ser confirmada, ya que no se ha encontrado ninguna referencia a ellos en los textos de la época ni aparecen representados gráficamente en ninguna obra de arte que pueda aportar pistas sobre su uso. Una de las hipótesis es la de que sirvieran como instrumento para medir grandes distancias, mirando a través de ellos, pero carecen de marcas que hagan pensar que tuviesen algún tipo de finalidad como utensilio de medición o matemático. También se ha propuesto que pudieran ser carretes de hilo para tejer, pero la referencia más antigua del tejido con carretes data del año 1535, es decir, más de un milenio después. Además, en aquella época el bronce era demasiado valioso para emplearlo como simple carrete. Como mencionábamos antes, algunos dodecaedros fueron hallados en tesoros de monedas, lo que parece indicar que sus dueños los consideraban valiosos o... como apuntan algunos expertos, también es posible que su uso estuviera relacionado con las monedas en sí mismas. Por ejemplo, como herramienta para medir que las monedas tuvieran el diámetro correcto y no hubiesen sido recortadas. Otros opinan que podrían ser juguetes infantiles o una especie de dados, pero esa hipótesis también parece chocar con el metal con el que estaban hechos y el gran peso de algunos de ellos. “¿Una prueba de habilidad para orfebres novatos?”. Es otra posibilidad: quizá construir un dodecaedro fuese un requisito para acceder a un collegium, un gremio, porque la técnica de fundición de la cera perdida es muy compleja. Pero la gran dispersión geográfica de las ubicaciones donde han aparecido dodecaedros parece apuntar en contra de esa idea. En el siglo XIX, un grupo de anticuarios señaló que, dado el contexto militar en el que se habían encontrado algunos de estos objetos, podrían ser en realidad cabezas de mazas o incluso proyectiles de metal, pero otros eruditos rechazaron la idea por considerar que son demasiado livianos para resultar efectivos como arma contundente. De acuerdo, ¿y si no tenían una utilidad física, sino espiritual? Esa es la línea preferida de expertos como Guido Creemers, conservador del Museo Galorromano de Tongeren, en Bélgica, quien sospecha que se empleaban en rituales mágicos relacionados con la brujería o la adivinación. “Conocemos una categoría de placas de metal con inscripciones mágicas –explicó Creemers en una entrevista de 2023– que se colocaban, por ejemplo, en las casas, en un lugar donde no eran visibles. Fueron fabricadas por magos y su destino era maldecir al dueño de la casa. Los dodecaedros podrían servir para un propósito comparable, o para la adivinación”. De ser cierta esa hipótesis, podría explicar el hecho de que no aparezcan menciones escritas ni representaciones gráficas de los dodecaedros, ya que tanto la brujería como la videncia no estaban permitidas oficialmente y su práctica se castigaba con severidad. Por otro lado, basándonos en el hecho de que los dodecaedros no se hayan encontrado en las zonas del Imperio romano que bordeaban el Mediterráneo, como Hispania o el norte de África, y en que la mayoría hayan aparecido en Britania y el norte de las Galias, existe la posibilidad de que, en realidad... los dodeacaedros no sean romanos, sino celtas. Y es que los celtas eran grandes maestros metalúrgicos. Pero en ese caso también seguiríamos teniendo la incógnita de cuál era el propósito de aquellos objetos. ¿Una herramienta para planear la siembra? ¿Un amuleto de buena suerte? ¿Un peso para las redes de pesca? ¿Un candelabro donde insertar velas? ¿Un instrumento musical? ¿Un portaestandartes? ¿Una junta? ¿Un utensilio para calibrar tuberías? Si alguno de vosotros conoce la respuesta, por favor, no dudéis en compartirla, porque habréis resuelto un enigma que lleva siglos dando quebraderos de cabeza a los arqueólogos. Por último, no queremos terminar este vídeo sin compartir con vosotros el misterio que envuelve a las conocidas como piedras de Baalbek, tres colosales piedras extraídas, en la época helenística, de una cantera en la antigua ciudad de Heliópolis, la actual localidad libanesa de Baalbek. En este caso, lo intrigante no es su finalidad, pues muchas otras piedras de la misma cantera fueron empleadas en la construcción del asombroso y muy cercano Templo de Helios, que los romanos rebautizarían más tarde como Templo de Júpiter. El enigma es de qué modo pretendían mover semejantes moles con la tecnología disponible en aquella época. Para que os hagáis una idea, la más pequeña de las tres gigantescas piedras monolíticas, la conocida como “piedra de la mujer embarazada”, pesa mil toneladas, y para desplazarla, teniendo en cuenta la orografía del terreno, harían falta más de una docena de grúas actuales con una capacidad de elevación media. Las otras piedras pesan aún más: 1.200 y 1.650 toneladas respectivamente. No es de extrañar que se quedaran allí donde fueron extraídas. Pero ¿fue un error de cálculo? ¿Se dieron cuenta, una vez cortadas, de que se habían pasado tres pueblos? ¿O realmente creían que serían capaces de moverlas? En el Templo de Helios se pueden contemplar bloques de piedra enormes, algunos –como los tres que forman el denominado 'trilito'– pesaban alrededor de 750 toneladas. Por tanto, es lógico pensar que sí creyeron que podrían mover las tres gigantescas piedras que se quedaron en la cantera. ¿Cómo? Nadie lo sabe. Las grúas de la época habrían sido incapaces de levantar semejantes moles, de modo que tal vez lo hicieran empleando rodillos bajo los bloques o algún sistema de planos inclinados. Quizá conociesen las mismas técnicas utilizadas por los egipcios milenios antes para construir sus pirámides. Pero hay que tener en cuenta que los bloques de granito más pesados empleados en las pirámides egipcias rondaban las 80 toneladas, es decir, que los constructores de Heliópolis planeaban levantar piedras incluso veinte veces más pesadas. ¿Y por qué no usaron finalmente las tres de mayor tamaño que habían cortado? ¿Tal vez su técnica de desplazamiento de bloques valiese para piedras de 750 toneladas pero no para piedras de mil? Como curiosidad final, quizá os estéis preguntando por qué una de aquellas piedras, la de mil toneladas, es conocida como “la piedra de la mujer embarazada”. Según cuenta una leyenda, se debe a que una mujer en estado de gestación logró convencer al pueblo de Heliópolis de que ella sola sería capaz de mover esa piedra... a cambio, eso sí, de que la alimentaran hasta que naciera su hijo. No sabemos si cumpliría finalmente su promesa, pero lo cierto es que precisamente esa piedra es el único de los tres grandes monolitos que se encontró desplazado de la ubicación original donde había sido cortado. De modo que, aunque poco, sí lograron moverlo. ¿Y vosotros? ¿Qué opináis de los objetos que os hemos mostrado? ¿Tenéis alguna hipótesis acerca de su finalidad? |
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