La Historia del Masón que abrió una Grieta a otra Dimensión
En un rincón olvidado de la ciudad de Macondo , donde las calles adoquinadas parecían susurrar secretos antiguos, vivía el francmasón Elías Llano , un maestro masón de la Respetabilísima Logia Estrella del Zenith #49. No era un masón común; su vida masónica estaba impregnada de rituales, símbolos y la búsqueda de verdades ocultas. Pero nada lo había preparado para lo que ocurrió aquella noche estrellada , en el solsticio de verano de 2004.
El masón Elías Llano , como era su costumbre, realizaba un ritual privado en su logia particular, un cuarto revestido de madera y cubierto de grabados zodiacales , y todo el mobiliario propio de una Logia del Rito Escoces . Había dispuesto un piso ajedrezado , un compás de oro y una escuadra de ébano sobre un altar masónico algo improvisado. Buscaba profundizar a solas , conectar con lo que los masones llamaban el "Gran Arquitecto del Universo" y comenzó con la invocación propia de la Masonería al Ser Supremo. Pero esa noche de tenida a solas , algo si respondió. No era una presencia divina, ni un eco de su propia mente. Era algo... otro, un algo indefinible , y de eso vamos a hablar hoy .
Formalmente las liturgias y rituales masónicos , son para operar al menos con 7 masones, pero el masón Elías Llano, había hecho un ritual masónico para hacerlo son un sólo masón.
Mientras recitaba unas frases de la liturgia , el aire se volvió denso, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Las velas alrededor del Ara Sagrada titilaron , no por el viento, sino como si algo invisible las rozara. De pronto, un zumbido grave resonó en la sala de aquel templo masónico algo improvisado , Elías volteo hacia el Septentrión de la Logia, que era donde provenía aquel sonido , y el espacio frente a Elías Llano se rasgó como un lienzo. No era un portal brillante ni un destello de penumbras , sino más bien era una grieta irregular, un vacío que parecía absorber la luz y el sonido. Más allá, había algo: o mejor dicho un “NO Algo” , una realidad que no pertenecía a este mundo terrenal .
El hermano masón Elías Llano sintió que su mente era succionada hacia ese abismo. No había palabras para lo que vio. Era un lugar donde las formas geométricas se retorcían en ángulos imposibles, donde colores sin nombre danzaban en patrones que desafiaban la lógica. Había entidades, o al menos eso creyó, no humanas, no animales, sino presencias que lo observaban sin ojos, que hablaban sin voz. Intentó comprender, pero su lenguaje, su razón, eran insuficientes. Era como intentar describir un sueño en el que el tiempo y el espacio no existían.
Cuando volvió en sí, estaba desplomado en el suelo ajedrezado de su Templo, con las velas consumidas hasta la cera. Su cuerpo temblaba, y su mente era un torbellino de imágenes fragmentadas. Intentó escribir lo que había visto, pero las palabras se deshacían en su pluma. "Luz", "forma", "infinito": nada capturaba la esencia de aquella experiencia. Frustrado, tomó una pluma fuente y comenzó a grabar en una hoya en blanco. Sus manos, guiadas por un impulso que no entendía, trazaron símbolos extraños: espirales que se cruzaban en ángulos antinaturales, círculos rotos que parecían girar sobre sí mismos, líneas que sugerían profundidad en una superficie plana. Cada trazo era un intento desesperado de plasmar lo inefable.
2 días después hermanos de la logia, Elías les conto a su hermano la historia, y al ver los grabados, quedaron perplejos. No reconocían los símbolos; no eran parte de la tradición masónica ni de ningún conocimiento arcano conocido. Algunos lo acusaron de mentiroso , otros de locura. Pero Elías Llano no podía explicarles. Cada vez que intentaba hablar de la grieta, de las entidades, de los colores imposibles, su voz se quebraba, y sólo podía señalar los grabados. "Ahí está", decía, con los ojos vidriosos. "Todo está ahí" pero no lo puedo expresar con palabras, los hermanos masones que conocían bien a Elías, sabían por sus expresiones y lenguaje corporal que no mentía, que le había sucedido algo .
Con el tiempo, Elías Llano se aisló. Pasaba días en su Logia Particular , creando más símbolos, llenando paredes, suelos y pergaminos. Algunos decían que los grabados emitían un leve zumbido por las noches, como si vibraran con la energía de esa otra realidad. Otros juraban que, al mirarlos fijamente, sentían un vértigo que los hacía olvidar dónde estaban. Los hermanos de logia de Elías ayudados por su esposa también nerviosa , temiendo que Elías Llano hubiera despertado algo peligroso, desmantelaron su Logia particular tras su muerte misteriosa, ocurrida unos 4 años después, durante otro Solsticio de Verano , los masones aun así guardaron notas , dibujos y grabados en el sótano de la Logia .
Una década más tarde, un joven aprendiz encontró los grabados en un sótano olvidado de la logia. Al verlos y tocarlos, sintió un escalofrío, como si algo lo observara desde el otro lado. Los símbolos, aunque indescifrables, parecían vivos, pulsando con un propósito desconocido. Nadie supo si eran un mensaje, una advertencia o un intento de Elías Llano por reconstruir un puente hacia esa realidad paralela. Pero una cosa era cierta: aquellos que estudiaban los símbolos demasiado tiempo comenzaban a soñar con grietas en el aire y colores que no podían nombrar.
Y en algún lugar, más allá de nuestra realidad, algo seguía observando.
Volvamos meses antes de la muerte del francmasón Elías , para dar más claridad al evento, incidente , acontecimiento , o como quiera usted llamarlo.
La realidad era que Elías Llano no fue el mismo tras aquella noche en 2004. La grieta que se abrió en su taller no sólo le mostró una realidad imposible, sino que dejó una marca en el tejido mismo del mundo. Los símbolos que grabó, aquellos trazos febriles que intentaban capturar lo inefable, no eran sólo un reflejo de su experiencia: eran un ancla, un faro que conectaba su Logia con ese otro lugar. Y algo, o alguien, lo había notado.
En las semanas siguientes a su visión, Elías Llano comenzó a percibir cosas extrañas. Sombras que se movían en los bordes de su visión, no como siluetas humanas, sino como formas que se retorcían, como si intentaran encajar en un espacio tridimensional que les era ajeno. Por las noches, escuchaba susurros en lenguas que no reconocía, no palabras, sino sonidos que parecían vibrar dentro de su cráneo. Al principio, lo atribuyó a la fatiga, al trauma de lo que había visto. Pero entonces comenzaron los incidentes.
Una noche, mientras trabajaba en un nuevo grabado, una de las velas del Ara se apagó sin motivo. Elías Llano levantó la vista y vio, en el rincón oscuro del septentrión de la Logia , una figura. No era sólida, no del todo. Era como un borrón de tinta color violeta que se deslizaba por el aire, con contornos que se deshacían y reformaban. Sus "ojos", si podían llamarse así, eran dos puntos de un blanco cegador, y aunque no se movían, Elías Llano sintió que lo atravesaban. Intentó gritar aterrado , pero su voz se ahogó en un silencio opresivo. La figura se desvaneció cuando una ráfaga de viento abrió inexplicablemente la puerta de la Logia, pero dejó tras de sí un olor metálico , como a metal quemado en la soldadura y algo que no permitía la respiración .
No fue la única vez. Los entes, como Elías Llano comenzó a llamarlos, se volvieron más frecuentes. Aparecían en los momentos más inesperados: un reflejo distorsionado en un espejo, un movimiento en el agua de un vaso, una silueta que se deslizaba por las grietas de las paredes. No eran hostiles, no al principio, pero su presencia era profundamente perturbadora. Los objetos en la Logia comenzaron a comportarse de manera extraña: materializaciones, desmaterializaciones , el compás de oro giraba sólo , trazando círculos perfectos en el aire; los libros se abrían en páginas que Elías Llano no recordaba haber escrito, llenas de más símbolos imposibles. Una vez, encontró una de sus esculturas de mármol, un busto de la Diosa Minerva , con los ojos tallados de forma diferente, como si alguien, o algo, los hubiera alterado para que parecieran mirar hacia él.
El francmasón Elías Llano intentó destruir los grabados o dibujos , convencido de que eran la puerta que permitía a estos entes colarse en nuestra realidad. Pero cada vez que intentaba borrarlos, su mano se detenía, como si una fuerza invisible lo sujetara. Los símbolos parecían susurrarle, no con palabras, sino con sensaciones: promesas de conocimiento, de poder, de verdades que ningún humano había tocado. Pero también había una advertencia implícita: si rompía el vínculo, algo peor vendría.
La logia comenzó a sospechar. Los hermanos que visitaban a Elías Llano notaban un frío antinatural en la logia particular de Elías , un zumbido que hacía temblar los dientes. Uno de ellos, el venerable maestro Tomás, afirmó haber visto una sombra moverse detrás de Elías Llano durante una conversación, una sombra que no proyectaba su cuerpo. Cuando lo confrontaron, Elías Llano sólo pudo balbucear sobre "ellos" y "la grieta". Mostró los grabados, ahora cubriendo no sólo la losa original, sino las paredes, el suelo, incluso el techo del taller. Los símbolos parecían más complejos, como si evolucionaran por su cuenta, formando patrones que dolía mirar demasiado tiempo.
Una noche, desesperado, Elías Llano intentó un nuevo ritual para cerrar la grieta. Encendió las velas, trazó un círculo de sal y recitó palabras que había soñado, palabras que no entendía pero que sentía correctas. Por un momento, el aire se estabilizó, el zumbido cesó. Pero entonces, la grieta reapareció, más grande, más violenta. De ella surgieron no uno, sino varios entes. Algunos eran como la figura que había visto antes, borrones de oscuridad con ojos blancos. Otros eran peores: formas que parecían humanas a primera vista, pero cuyos movimientos eran erráticos, como marionetas manejadas por hilos torpes. Uno de ellos, con la forma aproximada de una mujer, se acercó a Elías Llano y extendió una mano que no era una mano, sino un amasijo de filamentos que se retorcían como gusanos. Cuando tocó su brazo, Elías Llano sintió un dolor que no era físico, sino como si su alma fuera arrancada de su cuerpo.
Logró escapar del taller, cerrando la puerta tras de sí, pero los entes no lo siguieron. O al menos, eso creyó. Durante los días siguientes, los habitantes de la ciudad comenzaron a reportar cosas extrañas: luces parpadeantes en callejones, susurros en casas vacías, animales que huían despavoridos de lugares aparentemente normales. Un niño afirmó haber visto a una "señora rota" caminando por el cementerio, su cuerpo doblándose en ángulos imposibles. Los rumores apuntaban al taller de Elías Llano , y la logia, temiendo un escándalo, decidió actuar.
Cuando entraron a la Logia personal de Elías, encontraron a Elías Llano muerto, sentado en una silla en oriente . Sus ojos estaban abiertos, pero completamente blancos, como si hubieran sido quemados desde dentro. Los grabados en la sala parecían brillar con una luz tenue, y el aire estaba cargado de ese olor a metal fundido . Los entes no estaban, pero los masones sintieron que eran observados. Sellaron la Logia , tapiaron las puertas y ventanas, y declararon el lugar espurio . Los grabados fueron cubiertos con telas, pero nadie se atrevió a destruirlos, sino que con permiso de la esposa del masón Elías , fueron llevados al sótano de la Logia Estrella del Zenith.
Años después, cuando el joven aprendiz descubrió los dibujos y gravados en el sótano de aquella logia Estrella del Zenith , los símbolos seguían allí, intactos. Al tocarlos, no sólo sintió el escalofrío, sino que vio algo: una grieta diminuta, apenas un destello, que se abrió y cerró en un instante. No vio a los entes, pero esa noche soñó con ellos. En su sueño, no estaban atrapados en la Logia . Estaban fuera, en la ciudad, en el mundo, deslizándose por las sombras, esperando. Y los símbolos, aquellos trazos imposibles, no eran sólo un recuerdo de la experiencia de Elías Llano . Eran una puerta que nunca se cerró del todo.
En algún lugar, en los callejones oscuros, en los reflejos de los espejos, en los sueños de los incautos, los entes seguían allí. Observando. Esperando. Y los símbolos, grabados en piedra y en la mente de quienes los veían, susurraban una verdad aterradora: la grieta nunca había sido sólo una entrada. Era una invitación
Ahora vamos a darle un giro a esta historia
Si vamos a dar un giro a la historia del masón Elías Llano donde la experiencia de la grieta y los entes no fuera real, sino quizás una alucinación, un sueño o algo psicológico. Vamos a retomar desde donde lo dejamos, con un enfoque perturbador pero anclado en la idea de que todo podría haber sido irreal. --- Los masones sellaron el taller de Elías Llano esa noche, tapiando puertas y ventanas como si quisieran encerrar un demonio. La ciudad susurró rumores durante semanas: luces extrañas, sombras que no debían estar, el niño que hablaba de la "señora rota". Pero con el tiempo, los rumores se desvanecieron, y el taller quedó como una reliquia maldita, un cuento para asustar a los nuevos aprendices de la logia. Sin embargo, cuando el joven aprendiz irrumpió en el taller años después, en 2020, y tocó los símbolos de Elías Llano , no sólo sintió un escalofrío. Sintió una verdad que lo desgarró: ¿y si nada de eso había sido real? Elías Llano , según los registros de la logia, había sido un hombre brillante pero frágil. Los hermanos mayores, los pocos que aún recordaban, murmuraban que Elías Llano sufría de episodios de insomnio crónico, de visiones que lo acosaban desde joven. Un médico de la época, un masón que había estudiado en la UANL , sugirió que Elías Llano padecía una forma rara de epilepsia del lóbulo temporal, una condición que podía provocar alucinaciones vívidas, sensaciones de otro mundo. Los símbolos, la grieta, los entes... ¿y si todo había sido un constructo de su mente, un lienzo donde su psique rota pintó sus miedos más profundos? El aprendiz, llamado Mateo Martínez , se obsesionó con los grabados. Los estudió bajo la luz de una lámpara de luz ultravioleta , trazando cada línea con los dedos. Los símbolos eran hermosos, sí, pero también caóticos, como si reflejaran una mente al borde del colapso. Encontró notas de Elías Llano , escondidas dentro de un folder entre las hojas de dibujos , caída inexplicablemente al suelo. No eran los garabatos de un místico tocado por lo divino o lo demoníaco, sino los delirios de un hombre perdido. En una página, Elías Llano escribió: "La grieta no está fuera. Está dentro. Me observa desde mis propios ojos". En otra, garabateado con letra temblorosa: "Si los veo, ¿por qué no me ven ellos? ¿O soy yo quien los crea?" el francmasón Mateo Martínez comenzó a investigar.
Habló con los pocos masones vivos que conocieron a Elías Llano . Uno, un masón anciano casi delirante al escuchar del masón Elías Llano , le confesó algo inquietante: Elías Llano había consumido hierbas extrañas en sus rituales, mezclas que compraba a un yerbero dudoso de origen Yaqui . Decían que esas hierbas, traídas de tierras del Estado de Sonora, podían abrir la mente... o destruirla.
Otro hermano le contó que el francmasón Elías Llano había pasado días sin dormir antes de su muerte, murmurando sobre sombras que no existían, dibujando símbolos que decía "venían a él" en sueños. ¿Y los entes? Nadie más los vio, salvo en las historias que Elías Llano contaba, con ojos vidriosos y manos temblorosas. Pero lo que perturbaba a al hermano masón Mateo no era sólo la posibilidad de que todo hubiera sido una alucinación.
Era que los símbolos, falsos o no, tenían poder. Cuando los miraba demasiado tiempo, sentía un zumbido en los oídos, un mareo que lo hacía tambalearse. Una noche, mientras los copiaba en un cuaderno, juró que vio una sombra moverse en el reflejo de la ventana. No era una figura clara, como los entes que Elías Llano describía, sino un borrón, un eco de algo que no estaba ahí. Se convenció de que era su imaginación, de que la historia de Elías Llano lo había impresionado demasiado.
Pero entonces encontró algo más en el sótano de la Logia : un espejo pequeño, cubierto de polvo, con un marco grabado con los mismos símbolos. Al mirarse en él, por un instante, sus ojos no fueron los suyos. Eran blancos, vacíos, como los de Elías Llano en las historias. Mateo intentó racionalizarlo. Era el cansancio, la sugestión, el peso de los rumores. Pero los sueños comenzaron. En ellos, veía la grieta, no como una puerta a otra realidad, sino como un reflejo roto de sí mismo. Vio a los entes, pero no eran criaturas de otro mundo. Eran fragmentos de él: sus dudas, sus miedos, su obsesión. En un sueño, la "señora rota" le habló, con una voz que era la suya propia: "Tú los haces reales al mirarlos". Desesperado, el masón Mateo Martínez decidió quemar los grabados. Encendió una hoguera en el patio trasero de la logia, arrojando las losas al fuego. Pero mientras las llamas consumían las hojas con gravados y dibujos , el humo formó patrones que parecían repetir los símbolos, como si se negaran a desaparecer. Los otros masones, al verlo, lo detuvieron, acusándolo de profanar la memoria de Elías Llano .
Pero el masón Mateo no podía explicarse. Sólo balbuceaba: "No es real, pero lo veo. No es real, pero está aquí". La logia lo expulsó (irradio), temiendo que su obsesión fuera un eco de la locura de Elías Llano . Mateo se mudó lejos, pero nunca dejó de dibujar los símbolos. Los trazaba en servilletas, en las paredes de su casa, en su piel. Decía que no podía evitarlo, que "algo" lo empujaba. Los médicos que lo atendieron, meses después, diagnosticaron esquizofrenia, agravada por el estrés y la sugestión.
Pero en sus últimos días, internado en un hospital, Mateo susurró algo a una enfermera: "Si no es real, ¿por qué los veo en ti?" Y en la ciudad, en las noches de luna llena, algunos dicen que aún ven sombras que no deberían estar, reflejos que no encajan, zumbidos que vienen de ninguna parte. Nadie sabe si son ecos de la mente rota de Elías Llano , de la obsesión de Mateo Martínez , o si, tal vez, la grieta nunca necesitó abrirse o ser real para dejar su marca. Porque, al final, lo que nos aterra no siempre viene de otro mundo. A veces, sólo necesita que creamos en él , o seguramente estos entes están esperando a la próxima persona que los invoque .
Alcoseri