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General: El Secreto del Monte del Templo del Rey Salomón
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De: Kadyr  (message original) Envoyé: 23/07/2025 01:04
El Secreto del Monte del Templo del Rey Salomón

Los científicos han revelado un descubrimiento que podría transformar nuestra comprensión de la historia, la espiritualidad y la propia realidad. Bajo las piedras silenciosas del Monte del Templo, uno de los lugares más sagrados y disputados del planeta, se encontró algo inesperado, algo que nadie imaginó ver con sus propios ojos. Durante siglos, este Monte del Templo en Jerusalén   estuvo protegida por tabúes, guerras y leyendas; pero ahora, excavaciones discretas y tecnología de punta han abierto un portal al pasado. Lo que yacía oculto podría obligar al mundo a reconsiderar todo. ¿Y si un sólo  lugar contuviera pruebas físicas de la presencia divina? No en parábolas ni metáforas, sino en piedra, fuego y escritura antigua. Este hallazgo, mantenido en secreto durante meses, conocido sólo  por un puñado de académicos y autoridades religiosas, está a punto de revelarse. Prepárate para un viaje que te dejará sin aliento, pues esta historia no trata  sólo  de arqueología: es sobre fe, ciencia y el punto exacto donde el cielo y la tierra podrían encontrarse. ¿Estás listo para descubrir lo que ha estado oculto bajo los cimientos del tiempo?

Antes de continuar, hay algo que debes saber. Durante más de 2000 años, algo poderoso se mantuvo en secreto, escondido en fragmentos de la Biblia o Libro de la Ley.

Imagina un monte rodeado de silencio, reverencia y temor, no por su altura, sino por lo que se dice que yace bajo ella. El Monte del Templo, conocido como Har HaBayit para los judíos y Haram al-Sharif para los musulmanes, no es  sólo  una elevación de tierra. Es una cápsula milenaria sellada por lo sagrado, las guerras y el misterio. Durante cientos de años , luego de las excavaciones de los Caballeros Templarios en el Lugar del Templo del Rey Salomón , ninguna excavación oficial se atrevió a tocar sus cimientos, y no sin razón. Esta colina de 35 acres en el corazón de Jerusalén es el núcleo palpitante de tres de las religiones más grandes del mundo. Un  sólo  error allí podría incendiar el planeta. Sin embargo, esa prohibición  sólo  hizo el lugar más seductor para la ciencia y la espiritualidad.

Luego de los Templarios , los primeros en intentarlo fueron soldados británicos  y exploradores del siglo XIX, como el ingeniero británico Charles Warren, quien se arrastró por túneles y cisternas antiguas bajo la Ciudad Vieja, reportando cámaras extrañas, pasajes olvidados y ruidos en las paredes de piedra. Tras sus expediciones, las puertas se cerraron literalmente. Desde entonces, excavar bajo el Monte del Templo se convirtió en un tabú absoluto, tanto espiritual como político. Las tradiciones judías prohíben pisar donde pudo haber estado el Santo de los Santos; para el islam, es el lugar de la ascensión del profeta Mahoma, un sitio tan sagrado que el mismo aire parece contener memorias de lo invisible.

Pero, ¿y si te dijera que hace poco más de veinte años algo cambió en silencio? A finales de los años noventa, un proyecto de construcción no autorizado removió el suelo sagrado sin permiso. Lo que se suponía que era  sólo  tierra fue tratado como escombro y arrojado a las afueras de la ciudad: toneladas de tierra ancestral, descartadas como basura común. Nadie imaginaba que en esa tierra estaban las pistas de un secreto enterrado durante siglos.

Ahora, piensa conmigo: ¿y si esa tierra rechazada contuviera fragmentos de una verdad prohibida? Lo que vino después fue aún más inesperado. Un grupo de arqueólogos israelíes, en un acto casi de rescate espiritual, inició el Proyecto de Tamizado del Monte del Templo. En un parque común, personas de toda índole —voluntarios, estudiantes, ancianos— comenzaron a tamizar cada puñado de tierra como si buscaran reliquias de otro mundo. Poco a poco, las señales empezaron a aparecer: primero monedas antiguas, luego fragmentos de cerámica y, más tarde, símbolos. No eran  sólo  hallazgos históricos; eran objetos que parecían extraídos directamente de los rituales sagrados descritos en los textos santos. Todo esto sugería algo profundo: bajo ese monte, el tiempo no había pasado,  sólo  esperaba el momento adecuado para hablar.

Pero aquí es donde las cosas se tornan aún más extrañas. Entre los artefactos comenzaron a surgir indicios de una civilización extremadamente avanzada para su época, al menos en su relación con lo sagrado: sellos de barro, inscripciones en hebreo antiguo, herramientas rituales y, lo más escalofriante, marcas que indicaban que ese espacio no era  sólo  un templo, sino una estructura viva diseñada para canalizar la presencia divina. Detente y pregúntate: ¿podrían estos vestigios revelar cómo los antiguos entendían el contacto con lo divino? Y, lo más provocador, ¿será que fuimos programados, generación tras generación, para olvidar lo que allí estaba escondido?

Reliquias Sagradas y Evidencias Ocultas

La historia pudo haber terminado con tierra desechada y reliquias esparcidas por el viento, pero, como guiados por un llamado invisible, los arqueólogos se negaron al olvido. En el polvo de lo rechazado comenzaron a surgir pistas de lo impensable. Cada pedazo de cerámica, cada fragmento de hueso, cada símbolo tallado llevaba una voz del pasado, y esas voces empezaron a gritar con más fuerza. El Proyecto de Tamizado del Monte del Templo, nacido como una misión casi desesperada para salvar lo que quedaba, se convirtió en uno de los movimientos arqueológicos más importantes del siglo. Más de medio millón de artefactos fueron rescatados, pero lo que los hacía tan extraordinarios no era  sólo  su antigüedad, sino la precisión con la que coincidían con los textos sagrados. Era como si los manuscritos milenarios hubieran cobrado cuerpo, forma y materia ante los ojos de los científicos.

Entre los objetos encontrados había monedas de la época de Herodes, puntas de flecha de las cruzadas e incluso joyas de tiempos islámicos. Pero, en medio del torbellino de hallazgos, empezó a emerger un patrón que apuntaba directamente al Primer Templo, atribuido al rey Salomón, una época considerada por muchos académicos más mito que realidad. Entonces apareció un fragmento aparentemente insignificante: un pequeño pedazo de arcilla aplanado y agrietado por el tiempo. Al limpiarlo y examinarlo, reveló algo extraordinario: un bulla, un sello usado para autenticar documentos oficiales, con una inscripción en hebreo paleo que decía “Gaeali Yahu, hijo de Ier”, un hombre mencionado en los textos bíblicos ligado al linaje sacerdotal de la época del profeta Jeremías. No era una réplica ni una invención; era la materialización de una memoria espiritual, un vínculo directo entre la narrativa sagrada y la arqueología.

No fue el único hallazgo. Otros sellos comenzaron a surgir, portando nombres y títulos que atravesaban los registros bíblicos como confirmaciones silenciosas, uno tras otro, como piezas de un rompecabezas divino. Estos revelaban una burocracia sacerdotal organizada, presente justo bajo el suelo del monte. Pero, ¿qué pensarías si te dijera que esto era  sólo  el comienzo? El equipo encontró instrumentos ceremoniales, fragmentos de lámparas con marcas de hollín, huesos de sacrificios carbonizados y pedazos de vasijas usadas en rituales. Luego, un descubrimiento inesperado: un peine de marfil, con los dientes aún intactos, que contenía la inscripción más antigua conocida en lengua cananea. Algo aparentemente banal, un objeto de higiene, pero en su contexto, tal vez un elemento de purificación ritual, un recordatorio de que lo sagrado también se expresa en lo cotidiano.

Poco después apareció una pequeña pala de bronce usada para quemar incienso, cubierta con residuos ennegrecidos de resinas ancestrales, como si llevara el aroma de una era olvidada. A su lado, joyas finamente trabajadas que pudieron pertenecer a sacerdotisas, siervas o peregrinas, algunas posiblemente abandonadas en la prisa del exilio o dejadas como ofrendas silenciosas. También había dibujos de menorás, símbolos de los portones del templo y vestigios de túnicas sacerdotales, como si cada capa de tierra revelara un nuevo capítulo de una historia que se negaba a morir. Mientras más profundo excavaban, más antigua y enigmática se volvía la pista.

Pero nada preparó a los investigadores para lo que encontraron en una sección específica de los escombros, una zona con una concentración inusual de artefactos relacionados con el sacerdocio. La distribución no era aleatoria; indicaba un colapso localizado, un espacio que tal vez había sido sellado, oculto o incluso destruido intencionalmente. La pregunta inevitable surgió: ¿qué había sucedido allí? Las evidencias comenzaron a señalar cámaras, túneles y pasillos enterrados, quizás un santuario oculto, tal vez el centro mismo del culto ancestral. Hasta ese momento, todo seguía siendo una hipótesis, pero el peso acumulado de las pruebas empezó a resquebrajar los muros de la duda. Por primera vez, había vestigios materiales suficientes para cuestionar la delgada línea entre creencia y hecho. Lo que durante siglos se consideró alegoría comenzaba a tomar forma de realidad.

Y aquí es donde el terreno empieza a temblar, no  sólo  en el suelo de Jerusalén, sino en los cimientos de nuestra comprensión. ¿Podrían estos hallazgos probar que el Templo de Salomón existió tal como se describe? ¿Que los rituales, los sacerdotes, la presencia divina no eran símbolos, sino eventos reales? ¿Qué nos dice eso sobre el mundo que heredamos y sobre lo que aún podría estar escondido bajo nuestros pies?

Ahora, exploremos más a fondo, porque lo que estaba por venir no eran  sólo  reliquias, sino estructuras, sistemas y engranajes sagrados esculpidos en piedra, que revelarían algo aún más perturbador: un templo que no funcionaba  sólo  por la fe, sino por una ingeniería espiritual.

Cámaras Selladas y la Máquina de la Santidad

Hasta ese momento, todo parecía increíble: fragmentos de cerámica, objetos sagrados, sellos con nombres bíblicos. Pero nada preparó a los arqueólogos para lo que vendría después. Entre 2021 y 2024, el enfoque de la investigación cambió de piezas sueltas a estructuras completas. Ya no se trataba  sólo  de restos de un antiguo culto; estaban frente a algo mucho mayor, más profundo. Literalmente bajo la superficie del Monte del Templo, los científicos descubrieron un proyecto, un plan, una arquitectura de lo invisible.

Con la excavación directa aún prohibida por razones religiosas y políticas, recurrieron a la tecnología: radares de penetración terrestre, similares a los usados en las pirámides de Egipto. Las señales en los monitores eran claras: formas rectangulares, ángulos precisos, vacíos subterráneos que no podían ser naturales. La tierra comenzó a susurrar lo que había estado oculto durante milenios. Al cruzar estas lecturas con antiguos mapas del mandato británico de inicios del siglo XX, los resultados dejaron perplejos a los investigadores. Los contornos coincidían; los pasillos dibujados por oficiales británicos, antes desacreditados, estaban allí, en el mismo lugar, con las mismas proporciones, como si hubieran sido guardados en silencio por generaciones, esperando el momento adecuado para resurgir.

Con excavaciones discretas autorizadas cerca del Muro de los Lamentos, los arqueólogos abrieron paso a una antigua estructura herodiana. Entre el polvo y el silencio, encontraron una escalinata esculpida en roca caliza que descendía a una antesala olvidada por el tiempo. Las paredes revelaban símbolos cristianos bizantinos, con cruces desvanecidas e inscripciones que evocaban oraciones del siglo V. Pero el verdadero enigma estaba justo debajo. Al excavar unos centímetros más, el equipo alcanzó una base aún más antigua: bloques de piedra perfectamente cortados, alineados con una precisión casi quirúrgica, con técnicas arquitectónicas que remontaban al periodo del Primer Templo, similares a las de las puertas atribuidas a Salomón en Megido.

Ante los ojos de los científicos, estaba la prueba de que esa cámara cristiana había sido construida sobre algo mucho más antiguo, un santuario de eras olvidadas. Pero había algo extraño: el acceso a niveles más profundos había sido bloqueado intencionalmente, no por terremotos ni erosión, sino por manos humanas. Alguien, hace siglos o milenios, selló ese lugar como si quisiera evitar que algo fuera descubierto o liberado. Una nueva escalera, parcialmente derrumbada, conducía aún más abajo, y los sensores revelaron una sala cilíndrica con un pequeño altar en el centro. No era  sólo  arquitectura antigua; era un código, un mensaje tallado en piedra. Cada línea esculpida, cada unión entre los bloques, parecía cargada de significado y de intención espiritual.

Pero lo que más impresionó al equipo no fue lo que vieron, sino lo que no esperaban encontrar: un sistema hidráulico. Sí, bajo el Monte del Templo, donde se suponía que  sólo  habría vestigios de fe, había ingeniería. Un complejo intrincado de cisternas, túneles, canales y depósitos tallados directamente en la roca madre. Los análisis mostraron que este sistema había sido planeado con un conocimiento hidráulico muy superior a lo que se creía posible para la época. Algunos pasajes conducían a cámaras de contención de agua; otros, a canales de desagüe diseñados para evitar acumulaciones. Los ductos estaban recubiertos con un mortero impermeable que había resistido el paso del tiempo. Cuando analizaron los residuos, la sorpresa fue aún mayor: los depósitos minerales eran compatibles con el siglo VIII a.C., la época de Ezequías o incluso anterior.

Esto levantó una nueva hipótesis: ese templo no era  sólo  un espacio de adoración, sino una máquina de purificación, un organismo vivo creado para conducir agua, rituales, personas y energía. Los espacios internos eran más que sagrados; eran funcionales. Cada depósito podría estar vinculado a prácticas sacerdotales: lavar instrumentos, purificar ofrendas o incluso sostener rituales ocultos que nunca se registraron oficialmente. Era como si la espiritualidad misma hubiera sido esculpida en lógica, matemáticas e ingeniería.

Pero la revelación más perturbadora aún estaba por llegar. Al superponer el mapa de las cisternas con pasajes bíblicos de los libros de Crónicas y Reyes, los arqueólogos notaron algo escalofriante: las ubicaciones coincidían con los puntos donde, según los textos, se realizaban los rituales más sagrados, como el lavado de manos de los sacerdotes, los holocaustos y las libaciones. Bajo lo que sería el altar de los sacrificios, encontraron un depósito lleno de cenizas mezcladas con rastros de sangre seca y resinas, indicios claros de un culto continuo. Era el eco fosilizado de oraciones olvidadas. Y entonces, una pregunta quedó flotando en el aire: si los antiguos fueron capaces de planear todo esto con tanta exactitud, ¿qué más sabían? ¿Era ese templo una especie de portal físico hacia la trascendencia, un puente concreto entre lo humano y lo divino, operado con la precisión de un reloj sagrado?

La Inscripción que Sacudió al Mundo

Durante semanas, los científicos continuaron adentrándose en el subsuelo con un cuidado casi ceremonial. Cada metro excavado iba acompañado de silencio, reverencia y tensión. No  sólo  estaban investigando ruinas; estaban penetrando en capas de la realidad que pocos se atreverían a imaginar. Cuando encontraron la cámara final, envuelta en una espiral de pasillos colapsados y escombros endurecidos, el aire se volvió denso. Algo en esa piedra parecía estar vivo.

Y entonces la vieron: un umbral tallado en el lecho rocoso, sellado por el tiempo y la intención. La entrada fue limpiada lentamente, como si cada toque pudiera perturbar siglos de energía acumulada. Al cruzar la abertura, se encontraron con una sala circular esculpida con una precisión anormal. No había decoraciones en las paredes ni inscripciones en los laterales;  sólo  el centro de la cámara captaba la atención: una pila de piedra poco profunda, rodeada de cenizas, fragmentos de lámparas ennegrecidas y pequeños objetos que parecían ofrendas. Pero fue lo que estaba grabado en la parte superior de la pila lo que hizo que el mundo se detuviera.

Bajo la luz de los arqueólogos, apareció una inscripción en hebreo paleo, parcialmente borrada pero aún legible: “Aquel que habita aquí, su espíritu jamás se aleja”. Un silencio se apoderó de todos. La frase resonaba con los textos más sagrados de la tradición israelita, describiendo la Shejiná, la presencia divina que habitaba el Santo de los Santos, el lugar más sagrado del Templo de Salomón, al que  sólo  el Sumo Sacerdote podía entrar una vez al año. Y ahí estaba, no en metáforas ni cánticos, sino tallado en piedra.

El análisis de la pila lo confirmó: estaba hecha de la misma piedra caliza local utilizada en las construcciones del siglo VIII a.C. Las lámparas alrededor contenían residuos de aceites aromáticos usados en los rituales descritos en los libros de Levítico y Crónicas. Las cenizas, cuidadosamente estudiadas, revelaron rastros de mirra, madera de acacia y fragmentos de huesos carbonizados, todos elementos ligados a los antiguos sacrificios del templo. Esa inscripción trascendía todo: era una declaración espiritual hecha materia, la confirmación de que los antiguos no  sólo  creían, sino que experimentaban.

Bajo el Monte del Templo, en el corazón del mundo antiguo, descansaba un espacio sellado no  sólo  con piedras, sino con propósito: una cápsula de lo sagrado, mantenida lejos de ojos humanos por generaciones, esperando ser redescubierta. La conmoción fue instantánea, aunque silenciosa. Las autoridades, conscientes del potencial explosivo del hallazgo, decidieron no hacerlo público, pero no pudieron evitar las filtraciones. Foros académicos comenzaron a murmurar; rabinos se encerraron en reflexión; teólogos cristianos reinterpretaron profecías, y en algunas comunidades islámicas surgió la inquietud. ¿Qué significaba esa confirmación material de una tradición que parecía pertenecer al ámbito de lo espiritual?

Alcoseri


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De: Kadyr Envoyé: 23/07/2025 02:09


 
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