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General: LEY DEL CARMA Y DEL PERDÓN
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De: Celeste Sanchez  (Missatge original) Enviat: 27/11/2013 19:18









El hombre no recibe más de lo que dé. El Juego de la Vida es un juego parecido al lanzamiento de un boomerang. Aquello mismo que un hombre piensa, sus acciones y sus palabras termina por manifestarse, tarde o temprano, con una precisión que es realmente asombrosa. Aquí nos encontramos con la ley universal del karma, que significa en sánscrito «retorno». «Todo aquello que un hombre siembra, eso mismo cosechará.»

Una de mis amigas me contó la historia siguiente, que ilustra perfectamente esta ley: «Una de mis tías me ayudó sin darse cuenta de lo que hacía a liberarme de mi karma personal; aquello mismo que yo decía, otro me lo repetía. Yo estaba a menudo irritada en casa y, un día, le dije a mi tía que hablaba durante la cena: "Deja de hablar, deseo comer en paz".

«Al día siguiente, desayunaba con una señora a la que quería causar una buena impresión. Yo hablaba con animación, hasta que ella me dijo: "Deja ya de hablar, ¡deseo comer en paz!".» Mi amiga se encuentra en un nivel elevado de conciencia; por lo tanto, su karma actúa más rápidamente que el de una persona que está todavía sobre el plano mental.

Cuanto más sabemos, más son las responsabilidades que nos vemos obligados a asumir. Aquel que conoce la Ley Espiritual y no la practica, sufre mucho las consecuencias. «El temor al Señor (la Ley) es el comienzo de la sabiduría.» Si comprendemos que la palabra del Señor significa «Ley», muchos pasajes de la Biblia se volverán más claros.

«La venganza es mía, para mí la retribución», dijo el Señor (la Ley). Ésta es la Ley que venga, no Dios. Dios ve al hombre perfecto «creado a su propia imagen» (imaginación) y dotado «de los poderes de la dominación». Ahí está, pues, la idea perfecta del hombre, tal como se halla registrada en el Entendimiento Divino, esperando que el hombre la reconozca, pues él no puede ser más que aquello que quiere ser y no puede alcanzar lo que quiere alcanzar.

Observamos nuestro éxito o nuestro fracaso, nuestra alegría o nuestra tristeza, antes de que éstas surjan de las escenas que están en nuestra imaginación. Hemos observado este hecho en la madre que imagina la enfermedad de su hijo, o la mujer que «quiere» el éxito de su marido.

Jesucristo dijo: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Así que constatamos que la libertad (que nos libera de condiciones desgraciadas) procede del conocimiento, el conocimiento de la Ley Espiritual. La obediencia precede a la autoridad y la ley obedece a aquel que obedece a la ley. La ley de la electricidad tuvo que haber sido padecida antes de que pudiera servir al hombre. Aquel que la emplea con ignorancia, puede estar delante de un enemigo mortal. Así en ella está la ley del Espíritu.

Una señora que poseía una gran fuerza de voluntad deseaba llegar a ser la propietaria de una casa perteneciente a uno de sus familiares y se formaba con bastante frecuencia imágenes mentales en las que se veía a sí misma viviendo en aquella casa. Después de cierto tiempo, el propietario murió y ella heredó la casa. Muchos años más tarde, antes de que llegara a conocer la Ley Espiritual, esta mujer me preguntó un día: «¿Cree usted que yo haya tenido algo que ver con la muerte de este hombre?». «Sí —le respondí—. Su deseo era tan fuerte que lo barrió todo, pero usted ya ha pagado ese karma. Su marido, al que usted amaba muchísimo, murió poco después, y esta casa se transformó para usted en una especie de "caballo en la cuadra" durante muchos años.»

Sin embargo, ni el primer propietario de esta casa, ni el marido de la mujer habrían podido verse afectados por su pensamiento si hubieran estado firmemente anclados en la Verdad. Pero lo cierto es que ambos se encontraban bajo los efectos de la ley kármica. Esta señora, al sentir hasta qué punto deseaba aquella casa, debería haber dicho: «Inteligencia Infinita, dame la casa que me conviene, que sea tan encantadora como ésta, la casa que es mía por derecho divino».

La elección divina le habría ofrecido una satisfacción perfecta y habría aportado a cada uno su propio bien. El modelo divino es el único con el que se puede trabajar con la más completa de las seguridades. El deseo es una fuerza formidable. Debe ser canalizado convenientemente, sino irá inmediatamente seguido por el caos.

El hombre no debe pedir nunca más que aquello que le pertenece por derecho divino. Volviendo a nuestro ejemplo anterior: si la señora en cuestión hubiera tenido la costumbre mental de decir: «Si esta casa que deseo es mía, no la puedo perder; si no me pertenece, dame, Señor, su equivalente», el propietario quizás habría encontrado una solución armoniosa (si eso hubiera estado en la elección divina) o bien otra casa habría sustituido a la primera. Todo aquello cuya manifestación se ve forzada por la voluntad personal será siempre una «mala adquisición»; por lo tanto, siempre conducirá al fracaso.

El hombre ha recibido esta afirmación: «Que se haga Mi voluntad, y no la tuya». Y, cosa bien curiosa, el hombre siempre obtiene aquello que desea cuando renuncia a su voluntad personal, permitiendo así que la Inteligencia Infinita pueda actuar a través de él. «Quédate tranquilo y espera en silencio la liberación del Señor» (la Ley).

En otra ocasión, una señora vino a verme presa de una gran angustia. Se sentía realmente muy angustiada después de saber que su hija había decidido hacer un viaje que a ella le parecía muy arriesgado. Según me dijo, había utilizado todos los argumentos posibles, enumerando los peligros que asumía al emprender este viaje, pero su hija no la quiso escuchar y decidió partir. Le dije a esta madre: «Usted impone su voluntad personal a su hija, y no tiene el derecho; además, su miedo no hace sino atraer este viaje, pues el hombre atrae a sí mismo aquello que teme». Y añadí: «Relájese, retire su influencia mental, remítala a las manos de Dios, y sírvase de esta afirmación: "Dejo esta situación en manos del Amor Infinito y Sagrado; si este viaje está previsto en el Plan Divino, yo lo bendigo y no me resisto más, pero si no está divinamente determinado, doy gracias porque no se produzca"». Uno o dos días más tarde, su hija le anunció: «Madre, renuncio a mi viaje», y la situación retornó a su «posición original».

Aprender «a mantener la calma» es algo que parece difícil al hombre. Volveré a tratar más detalladamente esta ley en el capítulo dedicado a la no resistencia. Daré ahora otro ejemplo de la manera en que cosechamos aquello mismo que sembramos.

Una persona me dijo que le habían dado en el banco un billete falso. Se sentía bastante molesta por ello. «El banco jamás reconocerá su error», se lamentaba. Yo le respondí: «Analicemos la situación y busquemos el motivo que atrajo ese billete hacia usted». Ella reflexionó un momento, y dijo: «Ya sé, envié una moneda falsa a un amigo para gastarle una broma». Así pues, la ley le ha enviado a ella el billete falso, pues la ley no comprende las bromas. Yo le dije entonces: «Debemos apelar a la ley del perdón y neutralizar esta situación».

El cristianismo se fundamenta sobre la ley del perdón. Cristo nos ha redimido de la maldición de la ley kármica, y Cristo en cada hombre es su propio Redentor y su propio Salvador en toda condición discordante. Así pues, le dije: «Espíritu Infinito, nosotros hacemos una llamada a la ley del perdón y te damos gracias por aquella (la señora) que está bajo la protección de la gracia y no bajo el peso de la ley, y que no puede perder este dinero que le pertenece por derecho divino». «Y ahora —añadí después—, vaya al banco y diga, sin miedo alguno, que el billete que ellos le dieron por error era falso.» La mujer obedeció y, ante su enorme sorpresa, el personal del banco le pidió disculpas, y le cambiaron su billete con mucha cortesía.

Así pues, el conocimiento de la ley da al hombre el poder de deshacer sus errores. El hombre no puede forzar el ambiente exterior para que sea lo que ni siquiera es él mismo. Si desea riquezas, debe estar lleno de riquezas en su conciencia.

Un día, una señora vino a solicitarme un tratamiento para la prosperidad. Ella se interesaba bien poco por su interior, que estaba en el más completo desorden. Yo le dije: «Si usted quiere ser rica, es necesario que antes se ordene a sí misma. Todos aquellos que poseen grandes fortunas son ordenados, y el orden es la primera ley del cielo». Después añadí: «Mientras que el orden no reine en usted misma, la riqueza huirá de usted». Inmediatamente, esta mujer empezó a arreglar su casa, dispuso los muebles de forma diferente, organizó los cajones, limpió las alfombras, y de ese modo no tardó mucho en alcanzar una importante retribución pecuniaria, en forma de un presente que le hizo un familiar. Cambió y dirigió sus negocios pecuniarios vigilando su entorno, y, ahora, todo se dirige hacia la prosperidad, subiendo que Dios es su fuente. Muchas personas ignoran que dar es invertir, y que atesorar, ahorrar en exceso, conduce invariablemente a experimentar pérdidas. «Aquel que da con liberalidad será más rico que aquel que ahorra en exceso, pues éste no hace más que empobrecerse.»

He aquí la historia de un señor que deseaba comprarse un abrigo de piel. Acompañado por su señora, se dedicó a visitar numerosas tiendas, pero no pudo encontrar lo que buscaba. Todos los abrigos que le presentaban le parecían de aspecto mediocre. Finalmente, encontró uno que valía mil dólares, pero el dueño de la tienda dio su autorización para que le redujeran el precio a quinientos dólares, al considerar que la temporada ya estaba bastante avanzada. El hombre poseía alrededor de setecientos dólares. La razón le aconsejaba: «No debes gastarte casi todo lo que posees en comprar un abrigo». Pero el hombre, que era muy intuitivo, no razonaba jamás. Miró a mujer, y le dijo: «Sí, vamos a comprar este abrigo, y voy a hacer un gran negocio». Ella consintió, aunque sin gran entusiasmo. Alrededor de un mes más tarde, el hombre recibió un pedido por valor de diez mil dólares. El abrigo le había dado una tal conciencia de la prosperidad que él la había atraído; sin este abrigo, no habría podido realizar este importante negocio. Fue una inversión que le permitió obtener grandes ingresos. Si el hombre no hubiera escuchado sus intuiciones, que le decían que debía gastar o dar, esa misma suma de dinero se la habría gastado de todos modos sin obtener beneficio alguno, o de una manera inadecuada.

Una señora me contó que en el día de Acción de Gracias había informado a su familia de que ofrecería la cena tradicional. Tenía el dinero necesario, pero decidió ahorrar. Algunos días más tarde, un ladrón entró a hurtadillas en su habitación y le robó el montante exacto de la cena. La ley sostiene siempre a aquel que gasta sin miedo y con sabiduría. Ocurrió en cierta ocasión que una de mis alumnas salió de compras acompañada por su pequeña sobrina. La niña quería un juguete, pero su tía le dijo que no podía permitirse comprarlo en aquellos momentos. De repente, se dio cuenta de que estaba cediendo a la idea de la pobreza, en lugar de remitirse a Dios, ¡a su providencia! Así pues, compró el juguete, y cuando regresó a su casa se encontró en la calle la cantidad exacta que había pagado poco antes.

Nuestros recursos son infinitos e infalibles cuando nuestra confianza es absoluta, pero la confianza y la fe deben preceder a la demostración. «Que sea hecho según tu fe». «La fe es la sustancia de las cosas que esperamos, la evidencia de las cosas que no vemos», pues la fe mantiene la visión estable, las imágenes adversas se disipan y «en el tiempo requerido, nosotros cosecharemos, si no vacilamos».

Jesucristo nos ofreció la buena nueva (el Evangelio) que enseña una ley más elevada que la ley del karma. Es la ley de la gracia, o perdón. Esta ley libera el hombre de la ley de la causa y el efecto, de la ley de las consecuencias. «Por la gracia y no por la ley».

Se nos dice que cosecharemos lo que hayamos sembrado; los dones de Dios se derraman sin parar sobre nosotros. «Todo aquello que posee el Reino está en él.» Este estado de bendición continuo espera a aquel que ha logrado superar el entendimiento y el pensamiento mortales. Las tribulaciones existen en la comprensión mortal, pero Jesucristo dijo: «Ten valor, yo he vencido al mundo». El pensamiento carnal se corresponde con el pensamiento del pecado, de la enfermedad y de la muerte. Jesús comprendió su irrealidad absoluta y afirmó que enfermedad y tristeza pasarán y que hasta la propia muerte, su último enemigo, será vencida.

Hoy, desde el punto de vista científico, sabemos que la muerte puede ser vencida al imprimir en el subconsciente la convicción de la juventud eterna y de la vida eterna. El subconsciente, es la fuerza sin dirección, ejecuta sin discutir las órdenes que recibe. Al trabajar bajo la dirección del superconciente (el Cristo o Dios en el hombre) se alcanzará la «resurrección del cuerpo». El hombre no rechazará más su cuerpo en la muerte, sino que se transformará en un «cuerpo eléctrico» como cantó el poeta Walt Whitman, pues el cristianismo está fundamentado sobre el perdón de los pecados y sobre «un sepulcro vacío».



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