**De estar herméticamente cerradas, las pesadas puertas del castillo son abiertas estrepitosamente mientras un rio de sangre tiñe el suelo a la par que unos gritos de dolor se hacen presente; al poco tiempo una docena o más de guardianes skeletons yacen prensados al suelo sin vida y otros aún permanecen de pie sosteniendo sus guadañas en posición de terror, sin siquiera haber dado batalla contra el causante de tal masacre, cuya obra produjo impecables heridas, tan discretas que a simple vista es imposible reconocer el tipo de técnica que los llevo a su inmediata muerte. -…como servidores del Dios Hades, lo más correcto es que estén muertos…- son las palabras que produce delatando su posición, aquél que oculto permanece entre un paño de remiendos que lo hacen pasar desapercibido a las sombras del castillo, logrando traspasar hasta el salón interior en busca del soberano de la muerte o en caso contrario a su sierva más fiel, Pandora.**

 

**Una vez dentro del castillo se desprende un desagradable olor, más aún, un aire pútrido y desagradable. –…no me malinterpretes…– al habla el encapuchado ser, mientras se observa debajo de su ropaje un discreto movimiento de su brazo derecho, sobresaliendo de la prenda que lo cubre, y mientras eso ocurre una línea de corte traza la tela y esta termina dividida en dos mitades descubriendo de quien se trata en realidad. Su armadura es idéntica a la que en vida engalano al guardián del pórtico de Capricornio, el legendario portador de Excalibur, la espada sagrada que todo lo divide. Con la diferencia de que el brillo dorado desapareció, en su lugar, un color macabro de muerte, siniestro y oscuro como la sombra de la luna. Se muestra así, el antaño Caballero dorado de Capricornio. –¡silencio!– ordena con despojos de autoridad, mientras ha comenzado; incendia su aura la cual expide un color violáceo, ha perdido la calidez del cosmos, ahora es una fría sensación de muerte, soledad y vacio, aún así, en su afilada mirada aún existe una convicción suprema, un deseo que en vida le hizo hervir la sangre, su sangre de caballero de Athena. –llévame con Hades ahora mismo, de otro modo…– desapareciendo del lugar, a espaldas de Nassu reaparece con su diestra amedrentando a escasos centímetros del cuello de la monja. –…separaré tu cabeza. –**

**Su inexpresivo rostro es el reflejo de su recia personalidad, tan afilada y discreta como el filo de su espada sagrada, la cual es representada en excalibur, la herencia que le fue dada por Athena al servicio como caballero dorado, ahora como un exiliado aún comparte el legado, en ambos brazos y piernas, su signo distintivo capaz de en un solo movimiento dividir la tierra en dos mitades cuya profundidad es eterna. –Voy a separar tu cabeza del resto de tu cuerpo, eso haré– al decirlo sus orbes se abren y dilatan mientras a raudal despliegue de energía concentrada en su brazo derecho, el cual, peligrosamente esgrime a unos centímetros del cuello de la monja –después iré a ver a Hades, y le haré lo mismo– así sin dudar ejecuta el corte directo a la yugular, un trazo limpio que solo deja una saeta de luz violácea que se pierde entre las ropas de la monja, con la intención de hacer caer su cráneo a sus pies.**

**El corte hecho al cuello de la monja debió decapitarla al instante, algo que no cuadra en la proyección de la línea de tiempo, más por la velocidad de la maniobrada técnica de Shura. En esos momentos, ese infernal sequito de repugnantes insectos se deja ir sobre su rostro, bastando tan solo un revés de su brazo derecho y otro más con su izquierdo para que una lluvia de destellos emergan y dividan como una red de cuantiosas ráfagas cortantes tan certeras que a la velocidad de la luz frenan la nube de insectos mientras su enardecida cosmoenergia se enciende como una llama violácea oscura que termina por envolver a las centenas de ráfagas en una serie de flashes luminosos incapaz de fallar, y de paso hacer pedazos a la mujer disfrazada.**

 

**Mientras los deslumbrantes cortes cercenan lo que parece ser el telar que viste la monja, es suficiente un revés de su diestra para detener la masacre. -Es suficiente- y volviendo a su inexpresivo rostro, Shura el legendario antaño caballero dorado de Capricornio envaina su legendaria espada sagrada con el serenar de su cosmoenergia, la cual vuelve en calma tal cual fuese envainada una espada real. Para así aproximarse a los pedazos que han quedado diseminados como despectivos residuos de su insignificante escamaruza. -Excalibur, la espada sagrada que lo corta todo!- es lo único que sale de su voz, cargada de ese acento temerario, discreto en su porte altivo pero corrompido con el siniestro color de su actual armadura... -Ni siquiera Hades podrá evitarla- es así como se marcha del lugar, apartándose de tal escenario.**