Home  |  Contact  

Email:

Password:

Sign Up Now!

Forgot your password?

LA CUBA DEL GRAN PAPIYO
 
What’s New
  Join Now
  Message Board 
  Image Gallery 
 Files and Documents 
 Polls and Test 
  Member List
 Conociendo Cuba 
 CANCION L..A 
 FIDEL CASTRO.. 
 Fotos de FIDEL 
 Los participantes más activos 
 PROCLAMA AL PUEBLO DE CUBA 
 
 
  Tools
 
General: El comunismo va contra la naturaleza humana.
Choose another message board
Previous subject  Next subject
Reply  Message 1 of 44 on the subject 
From: 02ManuelA  (Original message) Sent: 31/08/2005 17:36
El totalitarismo y la naturaleza humana: Cómo y por qué fracasó el comunismo
Conferencia pronunciada en Madrid el 21 de febrero de 2005 dentro del ciclo “La revolución de la libertad”, convocado por FAES en el Aula Magna de la Fundación Universitaria San Pablo-CEU.
 
A principios de la década de los noventa viajé a Moscú en varias oportunidades. El mundo había sido testigo de dos sucesos asombrosos: la pacífica desintegración de la URSS y la disolución por decreto del partido comunista más grande y fuerte del planeta. Ya gobernaba Boris Yeltsin, con quien, a su paso por Estados Unidos, había compartido una interesante mañana, en la que pude darme cuenta del increíble nivel de confusión e improvisación que existía en los altos mandos del Kremlin y el intenso miedo que este político, nacido en los Urales, en los confines de Europa, sentía a ser ejecutado por el KGB.
 
Curiosamente, el entierro de la URSS podía verse como una victoria del nacionalismo ruso, que juzgaba ese desmembramiento como una suerte de deseada liberación que libraba a Moscú de un rosario de incosteables sanguijuelas. Sólo Cuba, en el remoto Caribe, había costado a los rusos más de cien mil millones de dólares en inútiles subsidios a lo largo de varias décadas. ¿Qué sentido tenía continuar sosteniendo a la Nicaragua sandinista, agregar a la lista de satélites la Etiopía de Mengistu y la Angola revoloucionaria, o insistir en la guerra colonial de Afganistán?
 
Entonces se repetía una audaz frase que sintetizaba esta pragmática posición política: “Hay que liberar a Rusia de la URSS”. Al fin y al cabo, aún podándole las adherencias imperiales, Rusia seguía duplicando en tamaño a cualquiera de las otras grandes naciones de la tierra: Estados Unidos, China, Canadá, Brasil o la India. El mundo veía a los soviéticos como verdugos, mientras los rusos, en cambio, se percibían como víctimas de una ideología que había hipertrofiado el perímetro de sus responsabilidades económicas y militares en perjuicio del bienestar de la propia población eslava.
 
Pero tal vez más sorprendente aún que la incruenta cancelación del imperio soviético fue el dócil comportamiento del PCUS: sus veinte millones de miembros acataron la orden de disolverse sin protestar, y el país de Lenin, el país de la “gloriosa Revolución de Octubre”, meca y mito de todas los revolucionarios radicales del siglo XX, a una sorprendente velocidad enterró los dogmas y doctrinas marxistas-leninistas con un universal gesto de fatiga.
 
En ese viaje a Moscú, tras entrevistarme con el canciller Andrei Kozirev y el vicecenciller Georgi Mamedov para hablar de los inevitables asuntos cubanos, por medio del escritor Yuri Kariakin, un gran especialista en Dostoievski y en Goya, concerté un encuentro con Alexander Yakovlev, un personaje que ya estaba fuera del gobierno, ex embajador de la URSS en Canadá y tal vez el principal consejero e ideólogo de Mijail Gorbachov. Quería escuchar en su propia voz una explicación coherente sobre el proceso que había liquidado el sistema comunista en la nación que por primera vez lo puso en práctica.
 
En ese momento Yakovlev era el funcionario clave de una fundación creada por Gorbachov, e irónicamente nos recibió en el enorme despacho que había ocupado Mijail Suslov hasta su muerte, ocurrida en 1982. Suslov había sido el implacable defensor de la ortodoxia comunista, el Torquemada de mano dura contra cualquier desviación de la obediencia al Kremlin, ya fuera el trotskismo, el titoísmo o la revuelta húngara de 1956. Si existía un símbolo del drástico cambio ocurrido en la URSS era que Yakolev estuviera sentado exactamente en el lugar que, en su momento, ocupara el temido Suslov.
 
 
I. Un sistema contrario a la naturaleza humana
 
La historia que me contó Yakovlev merece ser repetida. Este héroe de la Segunda Guerra Mundial, miembro prominente del Partido, a principios de la década de los setenta se atrevió a escribir que el comunismo soviético arrastraba un perverso componente de la historia zarista que lo llevaba a ejercer la violencia indiscriminada contra la sociedad, lo que, a su vez, impedía el desarrollo de la URSS en todo su enorme potencial.
 
Tal vez para impedir que ese peligroso juicio se contagiara a otros camaradas, el entonces premier Leonid Breznev, quien poco antes, tras la invasión a Checoslovaquia de 1968, había formulado la doctrina imperial que le concedía al PCUS el derecho a decidir dónde y cuándo desplegar los tanques para preservar el comunismo en el planeta, que era tanto como asignarle a la URSS el derecho al uso indiscriminado de la violencia a escala internacional, procuró a Yakovlev un exilio dorado, nombrándolo embajador en Canadá, lejos de las intrigantes camarillas del Kremlin.
 
Pero el destino, como en el reino de Serendip, a veces desemboca en el lugar exactamente contrario al procurado. Sucedió que un día llegó a Canadá en viaje oficial un joven técnico en desarrollo agrario, prometedora estrella del Partido Comunista, el señor Mijail Gorbachov, y se reunió con su embajador Alexander Yakovlev, y estuvieron conversando durante varios días, tal vez porque la misión de Gorchachov se prolongó más de lo previsto o tal vez porque el avión de Aeroflot, la línea aérea soviética, se averió más de lo acostumbrado.
 
Es muy aleccionador pensar que aquellas pláticas amables pero apasionadas entre dos personas inteligentes, que podemos imaginar humedecidas por un buen vodka ruso, sin que nadie lo supiera, y sin que los interlocutores lo sospecharan, cambiaron el rumbo de la humanidad. Anécdota que nos recuerda la fragilidad de esa futurología mecanicista basada en el acopio de información económica o en las predicciones de los expertos. 
 
Fue allí y entonces, aparentemente, donde Gorbachov se convenció de que el comunismo era reformable si se eliminaba ese doloroso componente de violencia que impedía el libre examen de los problemas. Fue allí y entonces donde dos comunistas patriotas se persuadieron de que sabían exactamente qué hacer para que el país más grande del mundo se convirtiera, además, en el más rico, feliz y desarrollado.
 
Era necesaria la reforma, la luego tan mentada perestroika. Pero para que la reforma diera sus frutos había que quitar las cadenas al juicio crítico: eso era la glasnost, la transparencia sin consecuencias ni represalias, la recuperación de la verdad como instrumento de análisis y corrección de los males. Si a la planificación colectivista y a la búsqueda de la justicia distributiva inherentes al marxismo se agregaba la libertad, el comunismo –concluyeron Yakovlev y Gorbachov– se convertiría en un modelo imbatible para lograr la felicidad de los pueblos.
 
Andando el tiempo, de un modo casi mágico las cartas fueron cayendo ordenadamente sobre la mesa: tras la muerte de Breznev el poder quedó en manos de Yuri Andropov, un reformista moderado y prudente, ex jefe del KGB y amigo de Gorbachov, quien de la mano de su poderoso protector ascendió unos peldaños dentro de la burocracia soviética. Pero en 1984 murió Andropov y, en lo que parecía ser un retroceso, fue elegido Konstantin Chernenko, un “duro” de la época de Breznev –fue su jefe de gabinete–, mas llegó al poder a los 74 años, ya enfermo de muerte. 
 
Apenas un año más tarde, en efecto, Chernenko murió, y es muy probable que ese hecho haya convencido a la nomenklatura soviética de la necesidad de estabilizar la autoridad eligiendo a un líder razonablemente joven y saludable capaz de dirigir el país durante un largo periodo. Fue en ese punto en el que Mijail Gorbachov entró en la historia por la puerta grande. Sólo tenía 53 años y proyectaba una imagen vigorosa. Con él traería de la mano a Yakovlev, y lo colocaría al frente del aparato de propaganda para defender el novomyshlenie, o nuevo pensamiento.
 
Los hechos que siguieron son más o menos conocidos. Gorbachov comenzó por continuar las reformas emprendidas por Andropov, entre ellas la de racionar el alcohol o aumentarlo significativamente de precio, dado que este vicio supuestamente debilitaba la capacidad productiva del país –una campaña en la que ya había fracasado el bueno de Nicolás II, último zar de Rusia–, pero lo verdaderamente decisivo fue la tolerancia con espacios de libertad crítica, que fueron aumentando de manera imparable en círculos cada vez más amplios. 
 
Poco a poco, los comentarios negativos dejaron de limitarse a los problemas concretos de la economía y se empezó a cuestionar la esencia del sistema soviético y los dogmas marxistas-leninistas. Todo ello llegaba acompañado de una aguda crisis de producción y abastecimiento, pero Gorbachov, lejos de amilanarse, extendió su voluntad de reformas al campo de los satélites europeos. Finalmente, en octubre de 1989 cayó el Muro de Berlín, y una tras otra casi todas las naciones de Europa Central fueron abandonando el comunismo y el campo soviético.
 
¿Por qué Gorbachov –pregunté a Yakovlev y a Kariakin, ambos conocedores íntimos del personaje–, pese a su temperamento enérgico, no intentó frenar la descomposición de la URSS y del llamado “campo socialista”? La respuesta que entonces me dieron me sigue pareciendo convincente: porque en la psicología profunda de Gorbachov, o en eso a lo que llamamos “carácter”, había un elemento genuino de aborrecimiento de la violencia. 
 
Gorbachov no ignoraba que se estaba desintegrando el mundo parido por Lenin a partir de 1917, pero sabía que para mantenerlo sujeto era indispensable sacar el Ejército Rojo a las calles y matar varios millones de personas. Seguramente es lo que hubieran hecho Stalin, Kruschov o Breznev, pero él era demasiado compasivo para ordenar una carnicería de esa magnitud.
 
Tras la descripción histórica de los hechos, que consumió casi toda la entrevista, le hice a Yakovlev una pregunta final: ¿en definitiva, por qué fracasó el comunismo? Se quedó pensando unos segundos y me dio una respuesta probablemente correcta, pero que hay que abordar con cuidado y en extenso: “Porque –me dijo– no se adaptaba a la naturaleza humana”. Las reflexiones que siguen van encaminadas a explorar esa premisa, aunque se hace necesario cierto rodeo previo.
 
II. El marxismo y sus fracasos
 
En realidad, hay un primer elemento de bulto, extraído del método científico, que indica que, en efecto, hay algo en el sistema comunista que invariablemente conduce al fracaso. Cuando llevamos a cabo un experimento en un laboratorio, y luego podemos repetirlo en las mismas condiciones y los resultados son similares, de esta experiencia extraemos reglas y conclusiones. Por la otra punta, cuando intentamos obtener unos resultados previstos y realizamos el mismo experimento, pero variando las circunstancias, y en ningún caso logramos esos resultados la conclusión obvia debería ser que la premisa científica estaba equivocada. 
 
Test, por cierto que el propio Marx recomendaba vivamente, como se puede leer en su conocido ensayo Tesis sobre Feuerbach, firmado junto a Engels, en el que el pensador alemán afirmaba: “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico”.
 
Apliquemos, pues, ese criterio de Marx a la experiencia comunista. La premisa marxista establecía que al eliminar la propiedad privada y planificar la producción se produciría una mejoría intensa del modo de vida físico y espiritual de las personas, hasta alcanzar una sociedad justa, equitativa, feliz, en la que no estuviera presente la violencia coactiva del Estado porque éste habría desaparecido. Se llegaría a una sociedad en la que ni siquiera serían necesarios los jueces y las leyes, porque la convivencia entre los seres humanos estaría basada en una forma de espontáneo altruismo capaz de armonizar fraternalmente las necesidades e intereses de todas las personas. 
 
Esta premisa se sustentaba en los supuestamente providenciales hallazgos de Karl Marx en el terreno histórico, filosófico y económico, que Engels sintetizó hábilmente en la oración fúnebre que le dedicara en 1883, en el momento de su muerte, y que cito textualmente:
 
“Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales y, por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo. 
 
Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas”.
 
Engels pudo agregar que Marx también trató de explicar la crisis final del capitalismo como resultado de una superproducción creciente, producto de la falta de planificación, dado que cada codicioso empresario ocultaba sus planes particulares a la competencia, acumulando stocks invendibles que generarían grandes masas de desempleados o de asalariados remunerados con sueldos decrecientes, provocando con ello una catástrofe económica que sumiría a los trabajadores en una espiral de progresiva miseria que no podía tener otro fin ni otro destino que la revolución mundial para terminar con ese criminal modo de explotación. 
 
Llegado ese punto, los obreros y campesinos –pero especialmente los obreros, que eran los sujetos históricos que habrían adquirido “conciencia de clase”- destruirían los Estados burgueses y los sustituirían por “dictaduras del proletariado” provisionales, hasta alcanzar el fabuloso mundo prometido por los marxistas. 
 
Provistos de estas fantásticas ideas, que a ellos les parecían “científicas”, aunque sólo eran hipótesis dudosas que casi inmediatamente comenzaron a ser desmontadas por otros pensadores –como Eugen von Böhm-Bawerk, quien ya en 1896 pulverizó la teoría del valor de Marx y sus postulados sobre la plusvalía–, en diversas partes del planeta numerosos reformadores sociales, llenos de buenas intenciones, sin esperar a la crisis final del capitalismo, encontraron una justificación para recurrir a la violencia, dada la santidad de los fines que se perseguían. 
 
Así las cosas, desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX surgieron figuras como Lenin, Trotski, Stalin, Kruschev, Tito, Enver Hoxha, Todor Zhivkov, Fidel Castro, Che Guevara, Georgi Dimitrov, Nicolás Ceaucesu, Mao, Tito, Walter Ulbricht, Kim Il Sung, Pol Pot y otras varias docenas de líderes que compartían un prominente rasgo biográfico: todos ellos se entregaron abnegadamente a una causa política por la que padecieron persecuciones y sufrimientos, y por la que arriesgaron la vida en numerosas oportunidades. 
 
Sin embargo, ese no era el único elemento que los unificaba: todos ellos, cuando ejercieron el poder dentro del sistema comunista, lo hicieron cruelmente, asesinando y encarcelando a millones de personas, acusándolas de traición, de rebelión o de simple desobediencia, cuando en la infinita mayoría de los casos se trataba de personas simplemente desafectas que sostenían puntos de vista diferentes o eran ex camaradas desengañados con las ideas marxistas.
 
La represión brutal, pues, no parecía una aberración del sistema, sino la consecuencia natural de tratar de implantar un tipo de sociedad extraña a los valores y expectativas de las personas. Los revolucionarios rusos llegaron al poder en 1917, y un año más tarde Lenin ya daba la orden de crear “colonias penales” y de utilizar una feroz represión contra mencheviques, kadetes o cualquier fuerza acusada de simpatizar con los reformistas de Kerenski, tarea en la que Trotski colaboró con criminal energía, como recuerdan los historiadores que se han ocupado de la matanza de los marinos de Kronstadt. 
 
Pero las instrucciones de Lenin iban más allá todavía: era importante castigar indiscriminadamente, incluso a inocentes, para que nadie se sintiera seguro y todos obedecieran. Era el principio del Gulag, que luego Stalin continuaría con entusiasmo vesánico hasta dejar varios millones de muertos en las cunetas y calabozos, baño de sangre al que añadiría los juicios públicos a comunistas acusados de colaborar con el enemigo, farsas que solían culminar con la autoconfesión de crímenes nunca cometidos, gritos de militancia revolucionaria y la posterior descarga de los fusiles y el tiro en la nuca.
 
Naturalmente, no hay nada desconocido en esta rápida descripción del terror comunista en las primeras tres décadas de su implantación en la URSS, pero a donde quiero llegar es a la siguiente observación: exactamente eso, o algo muy parecido, ocurrió luego en Bulgaria y en Rumanía, en Checoslovaquia y en Hungría, en China y en Corea del Norte, en Cuba y en Etiopía. Donde quiera que se implantaba el totalitarismo comunista aparecían el paredón de fusilamientos, las innumerables cárceles, las torturas, los juicios públicos, los siempre vigilantes cuerpos de delatores, la paranoica policía política, permanentemente dedicada a la búsqueda de traidores contactos con el exterior, los pogromos, los atropellos sin límite, las persecuciones a las minorías ideológicas, sexuales y, a veces, étnicas, y el control total de la vida de las personas, que ya ni siquiera podían emigrar, porque el deseo de marcharse resultaba ser una prueba clara de deslealtad a la patria.
 
Daba exactamente igual que el proceso lo dirigiera un abogado cubano como Fidel Castro, educado por los jesuitas, un ex seminarista cristiano como Stalin, un maestro como Mao, un militar como Tito o un afrancesado y tímido burgués como Pol Pot. No era una cuestión de personas, sino de ideas y de métodos: todos no podían ser psicópatas malignos. No había diferencia en que se tratara de regímenes impuestos por el ejército soviético, como ocurrió en varios países de Europa Central, o que fueran el resultado de revoluciones, guerras civiles o golpes autóctonos, como en Albania, Cuba, China o Etiopía: el resultado -admitidas algunas diferencias de grado más que de fondo- acababa por ser muy parecido, como si la implantación del comunismo inevitablemente trajera aparejada una sanguinaria manera de maltratar a los seres humanos.
 
¿Por qué esa cruel fatalidad? ¿Cómo personas bien intencionadas, altruistas, que creen dedicar sus vidas a la redención de sus conciudadanos, incurren en esas monstruosidades? Seguramente, porque sacrificaban cualquier juicio moral con relación a los medios que utilizaban con tal de alcanzar los fines que se habían propuesto. 
 
Eso se ve con toda claridad en un párrafo clave del Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental –un cónclave planetario de guerrilleros, terroristas y radicales comunistas de medio mundo congregado en La Habana en 1966– enviado por el Che Guevara, quien entonces preparaba su aventura boliviana, en el que el médico argentino reivindicaba “el odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta y selectiva máquina de matar”. Odiar y matar a los enemigos era exactamente lo que debía hacer el revolucionario en nombre del amor a la humanidad, y por ello no debía sentir la menor vacilación o pena.
 
Esta fanática certeza en las creencias comunistas, que ha convertido a Stalin, al Che, a Pol Pot y a tantos revolucionarios en criminales políticos, tiene, además, dos consecuencias nefastas. Por una parte, los lleva a crear un lenguaje compatible con el odio, inevitablemente precursor de la agresión. Los adversarios ideológicos son siempre “gusanos”, “apátridas”, “vendepatrias”, “lamebotas del imperialismo”, es decir, una gentuza infrahumana que se puede suprimir sin contemplaciones con un balazo en la cabeza o se puede internar para siempre entre rejas, como se hace en los zoológicos con los animales peligrosos. 
 
La segunda consecuencia de esta actitud dogmática es el autismo moral. En general, quienes permanecen fieles a las creencias comunistas se cierran totalmente a otros estímulos intelectuales críticos o a proposiciones más razonables, enterrando la cabeza en la arena, como afirman que hacen los avestruces cuando se sienten en peligro.
¿Cómo seguir creyendo en el análisis económico marxista tras la refutación impecable de Bohm-Bawerk y otros miembros destacados de la Escuela austriaca? ¿Cómo insistir en las bondades de la planificación centralizada cuando Ludwig von Mises, ya en 1922, en su obra Socialismo demostró la imposibilidad del cálculo económico en sociedades complejas, el valor de los precios como un sistema de señales y el mercado como la manera menos ineficiente de asignar recursos, prediciendo, de paso, el inevitable fracaso del entonces incipiente experimento soviético? ¿Cómo sostener el materialismo dialéctico y la superstición de que la historia se comporta de acuerdo con las leyes supuestamente descubiertas por Marx tras ponderar las reflexiones de Karl Popper sobre el historicismo? ¿Cómo insistir en la culpabilización de Occidente si se ha leído con detenimiento El opio de los intelectuales de Raymond Aron o los seminales ensayos de Isaiah Berlin? ¿Cómo no coincidir con Hayek cuando advierte que el camino socialista conduce a la servidumbre, o con Hanna Arendt cuando explica los tortuosos mecanismos que destruyen el equilibrio emocional en los regímenes totalitarios y generan ese odioso sentimiento de indefensión con que ese tipo de omnipresente dictadura castra y marca a los ciudadanos?
 
Los marxistas, prisioneros de una injustificada arrogancia intelectual, para poder insistir cómodamente en sus errores descalificaban las observaciones de sus adversarios sin necesidad de conocerlas, o recurrían a una obscena aspereza en el lenguaje, siempre encaminada a tratar de destruir a los autores, no a sus ideas, y muy especialmente cuando se referían a personas de izquierda o ex comunistas que habían escapado de la secta y contaban sus valiosas experiencias, como Arthur Koestler, André Malraux, Albert Camus, George Orwell, John Dos Passos, Octavio Paz, Joaquín Maurín, Eudocio Ravines, Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza, Jorge Semprún y otras varias docenas o quizás centenas de valiosos intelectuales y pensadores desencantados con la praxis marxista-leninista, invariablemente calificados de agentes de la CIA, de asalariados de Wall Street o, más genéricamente, de “lacayos al servicio del imperialismo”. 
 
 
Otras circunstancias, los mismos resultados
¿Sería acaso un problema cultural? ¿Habría tal vez culturas más proclives a ejercer la violencia o a aceptar la tiranía y otras en las que el comunismo podía arraigar de manera más suave y natural? No parece. El comunismo se intentó en el enorme imperio ruso, en el que coincidían cien pueblos distintos; en la Alemania del Este, corazón de Europa, desarrollada y culta; en Checoslovaquia y Hungría, dos fragmentos gloriosos del viejo Imperio Austrohúngaro; en el mosaico yugoslavo; en la Albania culturalmente desovada por Turquía; en China, en Vietnam, en Camboya, en Corea del Norte; en Cuba y Nicaragua; en el África negra de Angola y Etiopía. Y en todos fue un desastre. 
 
Se intentó en pueblos de raíz greco-cristiana, como Rusia, Bulgaria y Rumanía; en pueblos católicos, como Hungría, Cuba o Nicaragua; en pueblos cristiano-protestantes, como Alemania o Checoslovaquia; en pueblos islamizados, como Albania, ciertas porciones de Yugoslavia y algunas repúblicas del Turquestán soviético; en otros de tradición confuciana, budista y taoísta, como China, Camboya, Vietnam y Corea del Norte. Y en todos fracasó. 
 
Lo ensayaron sociedades de origen eslavo, germánico, chino, subsahariano, latino, hispanoamericano, escandinavo y turcomano, y todas concluyeron en el desastre, el abuso, la pobreza y la mediocridad. Un fracaso del que sólo conseguían salvarse abandonando el sistema, o del que todavía hoy intentan huir mixtificándolo con medidas carácterísticas de las sociedades occidentales tomadas de la economía de mercado.
 
Pero, ¿cómo y por qué podemos afirmar que se trata de experimentos fracasados? ¿No habla la propaganda comunista de sociedades dotadas de extendidos sistemas de salud y educación, en las que no existe el desempleo y todas las personas disfrutan de unos bienes mínimos, suficientes para sostener una vida feliz? Naturalmente, éxito y fracaso son siempre juicios relativos, pero, como en los laboratorios, contamos con experimentos de control y contraste que nos permiten calificar de total desastre la experiencia comunista: tras la Segunda Guerra Mundial varios países y sociedades homogéneas se dividieron en los dos sistemas antagónicos que durante medio siglo disputaron la Guerra Fría. Hubo dos Alemanias, dos Coreas, y dos o varias Chinas: la continental, Taiwán, Hong Kong, incluso Singapur. Hubo una Austria neutral en la que se instauró la democracia y se insistió en la economía de mercado, mientras Hungría y Checoslovaquia –los otros dos grandes fragmentos del viejo Imperio Austrohúngaro– quedaban tras el Telón de Acero.
 
La comparación de los resultados no ha podido ser más humillante para el sistema comunista. Alemania Occidental, Austria, Corea del Sur, las Chinas capitalistas se desarrollaron mucho más eficaz y humanamente, desplazándose hacia formas de convivencia cada vez más democráticas y respetuosas de los derechos civiles, como sucediera en Taiwán y en Corea del Sur, convirtiéndose en un poderoso polo de atracción para quienes tuvieron la desgracia de quedar al otro lado de los barrotes. 
 
Las sociedades capitalistas no eran perfectas, por supuesto, y no estaban exentas de graves problemas, pero el flujo migratorio indicaba la clara preferencia de los pueblos. Nadie saltaba el muro en dirección al Este. Los chinos que lograban huir pedían asilo en Taiwán o en Hong Kong, nunca en el paraíso de Mao. La mayor parte de los prisioneros norcoreanos cautivos en Corea del Sur, terminada la guerra en 1953, imploraron no ser devueltos al país del que provenían. Cuba, tras ser un importante refugio de inmigrantes a lo largo del siglo XX, a partir de la revolución se convirtió en un pertinaz exportador de balseros y emigrantes. 
 
Los Estados comunistas, como observara la profesora y diplomática norteamericana Jeanne Kirkpatrick, eran las primeras entidades políticas de la historia que construían murallas no para evitar las invasiones, sino para impedir las evasiones de sus desesperados súbditos, y no hay un juicio más certero para medir la calidad de una sociedad que la dirección en que se desplazan los migrantes.
 
¿Sería, acaso, un problema de recursos materiales? Tampoco: resultaba evidente que el comunismo fracasaba en todas las circunstancias materiales posibles, aun cuando tuviera enormes posibilidades de triunfar. La URSS contaba con inmensos recursos naturales, mayores que los de cualquier otro país. Ucrania había sido el granero de Europa hasta la Primera Guerra Mundial. Bulgaria y Rumanía tenían una buena experiencia en el terreno agrícola. Alemania del Este, Checoslovaquia y Hungría poseían una antigua tradición industrial y científica, y podían exhibir un copioso capital humano formado en notables universidades. Todos esos países crearon un mercado común articulado en torno al Comecon –la respuesta soviética al Plan Marshall y a la Comunidad Económica Europea– y coordinaban sus esfuerzos económicos, financieros e investigativos. 
 
Sin embargo, todos esos factores positivos no eran suficientes para generar riqueza, tecnología o avances científicos en la cuantía en que Occidente lo lograba, y, visto ya con cierta perspectiva, resulta casi inexplicable que, con ese inmenso potencial a su servicio, el bloque comunista no haya sido capaz de originar siquiera una sola de las grandes revoluciones tecnológicas del siglo XX: la televisión, la energía nuclear, los antibióticos, la biotecnología, los vuelos supersónicos, los transistores o la computación. Sólo en un aspecto, el de carrera espacial, los soviéticos tomaron la delantera, por un corto periodo, tras el sputnik lanzado en 1957, pero ese episodio más bien parecía un subproducto de la cohetería militar, una industria favorecida por el Kremlin, donde también habría que inscribir la impresionante actividad espacial posteriormente desplegada por Moscú. 
 
No obstante, todavía existía una coartada final para no admitir que el marxismo partía de una serie de errores intelectuales originales que conducían al fracaso a todos los líderes, en todas las culturas y hasta en las más prometedoras circunstancias materiales. Ese pretexto era la idea de que existía un “socialismo real” que fracasaba por errores humanos en su torpe implementación y no por el carácter equivocado de los planteamientos originales. Se negaban a aceptar, entre otras evidencias, la melancólica observación de Yakovlev: el comunismo, sencillamente, no se adapta a la naturaleza humana. Exploremos ahora las razones de esta esencial incompatibilidad.
 
 


First  Previous  30 to 44 of 44  Next   Last  
Reply  Message 30 of 44 on the subject 
From: 02ManuelA Sent: 09/09/2005 19:59
Yoel, muy cierta esa observación. Aunque yo añadiría que, al tiempo, es necesario que sientan suficientemente amenazado desde dentro y desde fuera ese poder omnímodo que detentan, que perciban su futuro como algo dudoso y precario, de manera que, al menos los más inteligentes de entre ellos, opten por subirse al tren de las reformas. Hay que irles apretando suavecito el gaznate y ofrecerles, a la vez, un buen coche-cama. 
 
Saludos. 

Reply  Message 31 of 44 on the subject 
From: mfelix28 Sent: 09/09/2005 19:59
Manuel A.:
¿Cuantas africanas crees que son periodistas? ( a los 22 años)
Y de ellas, ¿ cuantas crees que estudian derecho  en Buckingham? Y una vez  que esta africana acaba su carrera en Buckingham, encuentra trabajo, en Inglaterra, Transforma el permiso-residencia de estudios en permiso-residencia de trabajo, muy normal en las african@s, ocurre siempre en el Reino UNido.
Encuentra dinero para producir un documental, ( cuatro libras de nada) se lo emiten en la BBC y además ella misma lo prsenta.
Normal.
LO hacen cientos de africanas todos los días.'
 
¡Manuel A.!
Además mira:
Es africana, de Kenia ( donde un 30% de la población adulta tienen SIDA)
Cree dañina la ayuda para Africa ( o sea que países cuyo PNB no da ni para pagar los intereses de la deuda con un alto porcentaje de sida ( personal improductivo) esquilmado, por quien sea, pero esquilmado de sus riquezas, no necesita ayuda, adémás es malo que se les ayude.
Que se retiren las ONG, "Méduicos Sin Fronteras", etc. ¿...?
¿Como pueden hacer frente un campesino keniata al precio de un kg. de trigo subvencionado en USA o en Europa por los gobiernos a los agricultores?
Encima que les quiten las ayudas.
Absurdo.
 
Es periodista  y estudia leyes en Buckingam, pero
¡No tiene idea de que es la Alianza de Civilizaciones.!
 
 
 
Desde luego tus amigos de Libertad Digital y los Liberales, no podido encontrar a otra.
Una africana de kenia que no queire ayuda y que siendo periodista ignora lo que es la Alianza de civilizaciones.
Pero hace un documental sobre Africa y se lo emiten.
¿No te extraña?
A mi me extrañó y miré más
Aqui ponen su video,  los de CATO son más reaccionarios que los neoliberales, con decirte que son de la opinión que el Plan Marshall no influyó para nada en la reconstruccion europea.
Two 28 minute episodes feature 22-year old Kenyan law-student June Arunga's
 
No Manuel A., no creo en esta chica, ni como africana ni como persona.
Saludos

Reply  Message 32 of 44 on the subject 
From: 02ManuelA Sent: 11/09/2005 12:00
Eres muy libre de creer o no..
 
Pero ella es africana y es persona. Y opina, con datos y argumentos.
 
Las limosnas quitan el hambre para hoy,  pero la perpetúan en el futuro. Exceptuando momentos de crisis especialmente agudos que hay que resolver de manera inmediata, jamás han servido para otra cosa que para comprar estómagos agradecidos y castrar la iniciativa propia de las gentes.
 
Que  ahora los socialistas me digáis que la labor de las señoras marquesas de las mesas petitorias en aquellos tiempos de D. Paquito eran la solución para los problemas de África, con las huchas del chinito y el negrito, me produce tanta risa como menosprecio hacia vuestra pretendida identificación con los económicamente débiles.
 
Os habéis vuelto nuevos ricos y lo que queréis es un pobre en vuestra mesa, como un elemento más de ostentación.
 
Nuevos ricos. Y mejor no preguntar a costa de qué.
 
Saludos.

Reply  Message 33 of 44 on the subject 
From: mfelix28 Sent: 11/09/2005 12:00
Manuel A.:
 
Tu tambien ers muy libre de creer que esta señorita representa a las africanas, porque representa perfectamente a los capitalistas, sea de cualquier raza o continiente.
Luego si sigues sus opiniones darás mucho trabajo cuando haya que refutartelas.
Ahora iniciarás un largo debate al apuntar partiendo de la base falsa de que crees que las ONG y la Ayudas a Africa  son la misma cosa y se limitan a darles dinero.
Eso es precisamente lo que hacen los imperialistas.
Es lo de Bush " compasión" no justicia ni reparación.
¡Como de contagioso es este Bush!
Espero que no le vaya con lo de "compasión" a los de N.Orleans.
Sacarles 100 y "donarles" uno,está bien y es agradable a los ojos del dios fundamentalista,  pero si tratas de que esas cien se queden allá, y su cacao no vaya a la Nestlé, ni sus diamantes a Holanda, ni su cobre a Belgica, sino que haya fábricas de chocolate, talladores de diamantes y fundiciones de Cobre en Africa, entonces te llaman comunista y en Africa te "montan" una revolución enseguida.
 
Aquí ya como Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como, Que  ahora los socialistas me digáis que la labor de las señoras marquesas de las mesas petitorias en aquellos tiempos de D. Paquito eran la solución para los problemas de África
 
No se porqué retorcido método de deducción llegas a esta conclusión sobre si consideramos que los marqueses  y marquesas están en el PP, algunas de ellas ministras con Aznar.
Pero si ya crees que una keniatta, periodista que ignora la "Alianza de Civilizaciones" y estudiante de derecho en Londres autorra y presentadora de un documental en la BBC es lo más representativo de una africana...
No me extraña, ya puedo espera que un día me digas que Bush es el ejemplo de la socialdemocracia nórdica aplicada a USA o que el modelo de seguridad de los diques de Nueva Orleans está copiado de los de Holanda.
 
Saludos

Reply  Message 34 of 44 on the subject 
From: matilda Sent: 12/09/2005 03:43
mmmmm Félix, es que Manuel empieza con Montaner y termina con la africana,pasando por el darwinismo filosófico, pero si te atreves a cuestionar lo que postula se refuta a si mismo, hombre que te van a considerar inhumano, y sobre todo bibliotecario,jejeje
saludos
Matilda

Reply  Message 35 of 44 on the subject 
From: mfelix28 Sent: 13/09/2005 07:59
¿Bibliotecario Independientes Matilda? 
¿De esos que se inventaron el gran exito en la reunión Anual  de Bibliotecarios (de donde fueron expulsados)?
Porque como pasa con sus perioduistas gusanos descubrieron que ni eran bibliotecarios ni eran independientes.
Yo no quiero ser de esos, buuuuuuuaaaaaaa, no quiero, buuuaaaaaaa

Reply  Message 36 of 44 on the subject 
From: 02ManuelA Sent: 13/09/2005 15:59
Eso de que los marqueses y marquesas están en el PP, vamos a dejarlo. Si quieres te voy haciendo la lista de los aristócratas filosociatas, encabezada por la Sagrada Familia en pleno y su nuera experiodista, y acabada en cualquier estrambote de colorines, como el Excmo. Sr. Marqués de Castellbell y El Vilar, don José Luis de Vilallonga, sablista profesional y real hagiógrafo de saldo.
 
Matilda, proterrorista, tú si que no solamente te autorrefutas, sino que contaminas con ese sólo dictado cualquier otra cosa que puedas decir.
 
Saludos.

Reply  Message 37 of 44 on the subject 
From: matilda Sent: 13/09/2005 15:59
Manuel, cuánta liviandad en tus dichos! que es ser proterrorista? nunca sería pro nada, en todo caso soy lo que soy, y hasta puedes llamarme terrorista, ya que cuando se acaban los argumentos comienzan las difamaciones, pero defínete hombre, se es o no se es, y tus cuestionamientos no se validan con tus exposiciones, me pregunto si vives dentro de un termo o en una burbuja, ya que al parecer lo único que tienes para decir son sandeces del tipo de : Polpot, Stalin, Maoísta, inhumano,proterrorista ...y que sigue??
Aseguro que yo no festejo las muertes , afirmo que si festejo las victorias, ésas que siendo pequeñas aún, te duelen.Los que celebramos la vida lo hacemos sin resignarnos, sin apenarnos,sin detenernos en el pasado y justamente celebramos que el tiempo está por venir,porque sí porque es lo justo.....no hay analgésicos ni anestesia,la vida tal como es para transformarla, para revolucionarla,para llenarla de esperanzas, algo que vos hace rato  perdistes.
saludos
Matilda

Reply  Message 38 of 44 on the subject 
From: mfelix28 Sent: 14/09/2005 19:54
Manuel A.:
¡Qu e susto! Creí que te referías a Juan de Villalonga, el compañero de pupitre s de Azanra que regaló, legalmente, eso sí, que la derechona sabe hacer las cosas bien, cinco mil millones de pesetas  30.000.000 € a sus amiguetes en la  "privatizada" ( ¡ y tan privatizada! ) Telefónica.
Pero no hablas de Jose L. de Vilallonga el monárquico, ( para tí  ¿todos los monarquicos son sociatas?)
Ahí tienes razón, este noble "Marques de Castellvell" y Grande de España odiaba a Aznarín, le parecía mediocre'.
¡Estos nobles!
No como estos otros:
 
Esta es la Condesa de Murillo y Grande de España, la sin par: Esperanza Aguirre
Fue ministra de Cultura con el primer Gobierno Aznar, entrañable donde la haya, fue la que respondió a la pregunta de si conocía a Saramago, respondió ¿Que Sara Mago, no , no conozco a esa pintora?
Luego fue preidenta del Senado y ahora es Presidenta de la Comunudad de Madrid.
Antes se entretuvo desviando el recorrido del tren AVE para que hiciera una paradita en un pueblo, del cual, "casulamente" su familia poseía casi todos los solares: Yebes.
Unos miles de millones de nada para la señora Condesa.
 
Otra condesa, la Condesa de Salvatierra, la ministra anterior de la Esperancita en el mismo ramo, la Cultura, tuvo peor suerte, de ministra pasó a alcaldesa de Sevilla y hoy, perdida la alcaldía solo es portavoz del PP en el Ayuntamiento evillano
 
La Marquesa de Pozo Rubio es eurodiputada del PP, pero consiguió la fama por feminista, al ganar mediante juicio ( en Estrasburgo)  su marquesado que ostentaba su hermano, de menor edad que ella, 
 
 
¿Habrá alguna más? De golpe me suenan estas, pero como lo tienen muy callado, no sé.
Saludos

Reply  Message 39 of 44 on the subject 
From: matilda Sent: 15/09/2005 07:59
Felix. en serio ésa es la condesa? y aún percibe rentas de algun condado??
Qué es eso de "grande"? cómo se aplica? perdona la ignorancia ,pero se me ocurren varias cositas.......
con razón no conocía a Saramago...jijiji
 
saludos
Matilda

Reply  Message 40 of 44 on the subject 
From: matilda Sent: 15/09/2005 15:59
Por cierto ManuelA, leiste lo de Montaner (pro-terrorista)? o te tomó por sorpresa??
Matilda

Reply  Message 41 of 44 on the subject 
From: 02ManuelA Sent: 15/09/2005 15:59
Proterroristas, pronarcos, procorruptos, protiranos, pro todo tipo de hijos de mala madre.
 
Antidemócratas, liberticidas, estranguladores de la individualidad, carceleros del alma, segadores de todo lo que sobresale por encima del fango.
 
Allá donde ejercéis vuestro poder sóis la miseria
interior igualitariamente repartida, más la miseria material para la inmensa mayoría. Y la
condición cuadrúpeda como perspectiva de futuro para todos. Vuestra areté es la ruindad del rebaño.
 
Como muy bien dijo Groucho, el más inteligente de los Marx, saliendo de la nada, habéis escalado las más altas cumbres de la miseria.
 
Váis contra la naturaleza humana.

Reply  Message 42 of 44 on the subject 
From: mfelix28 Sent: 16/09/2005 12:00
Si quieres este tratamiento de acuerdo, ya tardabas en mostrar la patita:
 
Proterroristas, pronarcos, procorruptos, protiranos, pro todo tipo de hijos de mala madre.

Reply  Message 43 of 44 on the subject 
From: matilda Sent: 16/09/2005 12:00
MIRA MANUEL A, ESTE ES EL MISMO TIPO QUE VOS EXPONÉS COMO UNA ARTICULO DIGNO DE DISCUTIR, QUE DEBO DEDUCIR DE TODO ESTO? QUE VOS SOS PRO-TERRORISTA??
PORQUE TERRORISTA NO ES SÓLO BIN LADEN,JEJE,
LO DE PRONARCO VIENE POR POR ANARQUISTAS? MMMMM NO ME SUENA TAN MALO EN TODO CASO, AHORA SI ES POR NARCOTRAFICANTE, TE RECUERDO QUE NO VIVO EN MIAMI. ME ENCANTÓ TU RECURRENCIA AL GRIEGO, PERO TE DIRÉ QUE LOS GRIEGOS TENÍAN OTRO CONCEPTO de la areté HACE MUCHOS SIGLOS CUANDO LA ESCLAVITUD ERA VISTA COMO SITUACION "NATURAL" DEL HOMBRE. BUENO QUIZÁS NO MUY DIFERENTE DEL TUYO......MUY POÉTICO LO TUYO HOMBRE, PERO HARIAS MEJOR EN DEJARLE LA POESIA A LOS POETAS COMO ROQUE DALTON, TU DIATRIBA NO ES MAS QUE LA MISMA BESTIA CON OTRO COLLAR.
matilda
Carlos Alberto Montaner, el terrorismo precoz y la tembladera maldita

Raúl Gómez

El pasado 2 de agosto el periodista Jean Guy-Allaad escribió, en la edición internacional digital del diario Granma, el artículo “Montaner, terrorista”, donde aporta elementos sobre la participación de Carlos Alberto Montaner en actos terroristas realizados en Cuba a inicios de la década del 60 y lo señala como agente de la Agencia central de inteligencia (CIA) de Estados Unidos.

Montaner por su parte, en su artículo “Granma miente”, pretende que le convalidemos su participación en acciones terroristas en la década del 60, sobre la base de que estos hechos tuvieron lugar hace casi medio siglo, cuando apenas tenía 17 años, como si los delitos por terrorismo prescribieran en el tiempo y como si él entonces no tendría edad para ser terrorista.

Sin embargo, en una entrevista que le efectuara en septiembre de 2004 el medio digital literaturacubana.com, el Montaner entrevistado vendría a contradecir al Montaner terrorista. Ante la pregunta: ¿Piensa que esta tarea le ha restado tiempo a su obra de ficción, a su inicial vocación de novelista y cuentista?, Montaner señaló: “Querido Lauro, por supuesto que si. Tengo 61 años, y desde los 15 la llamada revolución cubana me ha mantenido permanentemente ocupado...”. Nada, que estamos en presencia de un terrorista precoz, alguien que los sicólogos estadounidenses describen como un teenager terrorist.

En su artículo, Montaner reconoce que, en efecto, como señalara Jean Guy-Allart, fue detenido en Cuba en diciembre de 1960, cuando tenía 17 años, por “conspirar contra los poderes del Estado” y pretende hacernos creer que conspirar contra los poderes del Estado no tenía nada que ver con el terrorismo. Sin embargo, una vez mas el Montaner entrevistado viene a contradecir al Montaner terrorista. En una entrevista que le efectuara el periodista Angel de Jesús Piñera, que fuera publicada el 27 de abril de 1962 por la revista “Avance” de Miami, puede leerse que Carlos Alberto Montaner compartía la jefatura de Acción y Sabotaje de la organización Rescate Estudiantil con Alfredo Carrión Obeso. Nada, que en la semántica de hoy, es terrorismo lo mismo que en la década del 60 la CIA llamaba como Acción y Sabotaje.

Por otro lado, Montaner dice: “...fuimos apresados casi en el momento mismo en que comenzábamos a intentar ayudar a las guerrillas campesinas del Escambray que luchaban heroicamente para tratar de impedir la consolidación de la dictadura comunista en Cuba”. ¿ Será que Montaner, a sus 62 años, habrá olvidado que fue Estados Unidos quien, a través de la CIA, creó y fomento el bandidismo en el Escambray, que costó la vida a más de 500 cubanos, entre los que se encuentran los maestros alfabetizadores Conrado Benitez y Manuel Ascunce ? Nada, que el Montaner periodista, huyéndole a la acusación de terrorista, se nos revela como un criminal agente de la CIA.

Desde mi punto de vista, la mejor respuesta de Montaner, a la acusación de agente de la CIA que le hizo Jean Guy-Allart, habría sido la de no darse por aludido. Después de todo eso es lo que aconseja fervientemente Vaclav Havel a los asalariados del gobierno de Estados Unidos que radican en Cuba. El por qué Montaner no siguió el sabio consejo de Havel forma parte de los aspectos insondables de la naturaleza humana. En Cuba y en otras partes de América Latina existe un refrán que dice que “el que ají pica es porque ají come”, que parece explicar porque Montaner desoye a Havel.

En un discurso en el 2002, Douglas Feith, el jefe de asuntos políticos del Pentágono, reconoció el “desagradable hecho” de que en las últimas tres décadas el mundo, incluido Estados Unidos, toleró el terrorismo. Y agregó: “En el mundo post septiembre 11, nadie que aspire a la respetabilidad puede tolerar, menos aún apoyar, terroristas que en el pasado pudieron haber sido vistos como defensores de la libertad”. Tal vez esto explique en parte porque Montaner huye despavorido de su pasado, y confiesa amargado: A veces tengo la sensación de que nuestra historia, o la historia de mi generación, es la de un grupo atrapado en una especie de arena movediza, en una tembladera maldita”. A confesión de parte, relevo de pruebas...

rgomez19532004 @yahoo.es


Reply  Message 44 of 44 on the subject 
From: matilda Sent: 19/09/2005 22:34
..............y al parecer fin de los "grandes aportes discursivos" o en boca cerrada no entran moscas....
matilda
 
 


First  Previous  30 a 44 de 44  Next   Last  
Previous subject  Next subject
 
©2025 - Gabitos - All rights reserved