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General: El comunismo va contra la naturaleza humana.
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De: 02ManuelA (message original) |
Envoyé: 31/08/2005 17:36 |
El totalitarismo y la naturaleza humana: Cómo y por qué fracasó el comunismo Conferencia pronunciada en Madrid el 21 de febrero de 2005 dentro del ciclo “La revolución de la libertad”, convocado por FAES en el Aula Magna de la Fundación Universitaria San Pablo-CEU. A principios de la década de los noventa viajé a Moscú en varias oportunidades. El mundo había sido testigo de dos sucesos asombrosos: la pacífica desintegración de la URSS y la disolución por decreto del partido comunista más grande y fuerte del planeta. Ya gobernaba Boris Yeltsin, con quien, a su paso por Estados Unidos, había compartido una interesante mañana, en la que pude darme cuenta del increíble nivel de confusión e improvisación que existía en los altos mandos del Kremlin y el intenso miedo que este político, nacido en los Urales, en los confines de Europa, sentía a ser ejecutado por el KGB. Curiosamente, el entierro de la URSS podía verse como una victoria del nacionalismo ruso, que juzgaba ese desmembramiento como una suerte de deseada liberación que libraba a Moscú de un rosario de incosteables sanguijuelas. Sólo Cuba, en el remoto Caribe, había costado a los rusos más de cien mil millones de dólares en inútiles subsidios a lo largo de varias décadas. ¿Qué sentido tenía continuar sosteniendo a la Nicaragua sandinista, agregar a la lista de satélites la Etiopía de Mengistu y la Angola revoloucionaria, o insistir en la guerra colonial de Afganistán? Entonces se repetía una audaz frase que sintetizaba esta pragmática posición política: “Hay que liberar a Rusia de la URSS”. Al fin y al cabo, aún podándole las adherencias imperiales, Rusia seguía duplicando en tamaño a cualquiera de las otras grandes naciones de la tierra: Estados Unidos, China, Canadá, Brasil o la India. El mundo veía a los soviéticos como verdugos, mientras los rusos, en cambio, se percibían como víctimas de una ideología que había hipertrofiado el perímetro de sus responsabilidades económicas y militares en perjuicio del bienestar de la propia población eslava. Pero tal vez más sorprendente aún que la incruenta cancelación del imperio soviético fue el dócil comportamiento del PCUS: sus veinte millones de miembros acataron la orden de disolverse sin protestar, y el país de Lenin, el país de la “gloriosa Revolución de Octubre”, meca y mito de todas los revolucionarios radicales del siglo XX, a una sorprendente velocidad enterró los dogmas y doctrinas marxistas-leninistas con un universal gesto de fatiga. En ese viaje a Moscú, tras entrevistarme con el canciller Andrei Kozirev y el vicecenciller Georgi Mamedov para hablar de los inevitables asuntos cubanos, por medio del escritor Yuri Kariakin, un gran especialista en Dostoievski y en Goya, concerté un encuentro con Alexander Yakovlev, un personaje que ya estaba fuera del gobierno, ex embajador de la URSS en Canadá y tal vez el principal consejero e ideólogo de Mijail Gorbachov. Quería escuchar en su propia voz una explicación coherente sobre el proceso que había liquidado el sistema comunista en la nación que por primera vez lo puso en práctica. En ese momento Yakovlev era el funcionario clave de una fundación creada por Gorbachov, e irónicamente nos recibió en el enorme despacho que había ocupado Mijail Suslov hasta su muerte, ocurrida en 1982. Suslov había sido el implacable defensor de la ortodoxia comunista, el Torquemada de mano dura contra cualquier desviación de la obediencia al Kremlin, ya fuera el trotskismo, el titoísmo o la revuelta húngara de 1956. Si existía un símbolo del drástico cambio ocurrido en la URSS era que Yakolev estuviera sentado exactamente en el lugar que, en su momento, ocupara el temido Suslov. I. Un sistema contrario a la naturaleza humana La historia que me contó Yakovlev merece ser repetida. Este héroe de la Segunda Guerra Mundial, miembro prominente del Partido, a principios de la década de los setenta se atrevió a escribir que el comunismo soviético arrastraba un perverso componente de la historia zarista que lo llevaba a ejercer la violencia indiscriminada contra la sociedad, lo que, a su vez, impedía el desarrollo de la URSS en todo su enorme potencial. Tal vez para impedir que ese peligroso juicio se contagiara a otros camaradas, el entonces premier Leonid Breznev, quien poco antes, tras la invasión a Checoslovaquia de 1968, había formulado la doctrina imperial que le concedía al PCUS el derecho a decidir dónde y cuándo desplegar los tanques para preservar el comunismo en el planeta, que era tanto como asignarle a la URSS el derecho al uso indiscriminado de la violencia a escala internacional, procuró a Yakovlev un exilio dorado, nombrándolo embajador en Canadá, lejos de las intrigantes camarillas del Kremlin. Pero el destino, como en el reino de Serendip, a veces desemboca en el lugar exactamente contrario al procurado. Sucedió que un día llegó a Canadá en viaje oficial un joven técnico en desarrollo agrario, prometedora estrella del Partido Comunista, el señor Mijail Gorbachov, y se reunió con su embajador Alexander Yakovlev, y estuvieron conversando durante varios días, tal vez porque la misión de Gorchachov se prolongó más de lo previsto o tal vez porque el avión de Aeroflot, la línea aérea soviética, se averió más de lo acostumbrado. Es muy aleccionador pensar que aquellas pláticas amables pero apasionadas entre dos personas inteligentes, que podemos imaginar humedecidas por un buen vodka ruso, sin que nadie lo supiera, y sin que los interlocutores lo sospecharan, cambiaron el rumbo de la humanidad. Anécdota que nos recuerda la fragilidad de esa futurología mecanicista basada en el acopio de información económica o en las predicciones de los expertos. Fue allí y entonces, aparentemente, donde Gorbachov se convenció de que el comunismo era reformable si se eliminaba ese doloroso componente de violencia que impedía el libre examen de los problemas. Fue allí y entonces donde dos comunistas patriotas se persuadieron de que sabían exactamente qué hacer para que el país más grande del mundo se convirtiera, además, en el más rico, feliz y desarrollado. Era necesaria la reforma, la luego tan mentada perestroika. Pero para que la reforma diera sus frutos había que quitar las cadenas al juicio crítico: eso era la glasnost, la transparencia sin consecuencias ni represalias, la recuperación de la verdad como instrumento de análisis y corrección de los males. Si a la planificación colectivista y a la búsqueda de la justicia distributiva inherentes al marxismo se agregaba la libertad, el comunismo –concluyeron Yakovlev y Gorbachov– se convertiría en un modelo imbatible para lograr la felicidad de los pueblos. Andando el tiempo, de un modo casi mágico las cartas fueron cayendo ordenadamente sobre la mesa: tras la muerte de Breznev el poder quedó en manos de Yuri Andropov, un reformista moderado y prudente, ex jefe del KGB y amigo de Gorbachov, quien de la mano de su poderoso protector ascendió unos peldaños dentro de la burocracia soviética. Pero en 1984 murió Andropov y, en lo que parecía ser un retroceso, fue elegido Konstantin Chernenko, un “duro” de la época de Breznev –fue su jefe de gabinete–, mas llegó al poder a los 74 años, ya enfermo de muerte. Apenas un año más tarde, en efecto, Chernenko murió, y es muy probable que ese hecho haya convencido a la nomenklatura soviética de la necesidad de estabilizar la autoridad eligiendo a un líder razonablemente joven y saludable capaz de dirigir el país durante un largo periodo. Fue en ese punto en el que Mijail Gorbachov entró en la historia por la puerta grande. Sólo tenía 53 años y proyectaba una imagen vigorosa. Con él traería de la mano a Yakovlev, y lo colocaría al frente del aparato de propaganda para defender el novomyshlenie, o nuevo pensamiento. Los hechos que siguieron son más o menos conocidos. Gorbachov comenzó por continuar las reformas emprendidas por Andropov, entre ellas la de racionar el alcohol o aumentarlo significativamente de precio, dado que este vicio supuestamente debilitaba la capacidad productiva del país –una campaña en la que ya había fracasado el bueno de Nicolás II, último zar de Rusia–, pero lo verdaderamente decisivo fue la tolerancia con espacios de libertad crítica, que fueron aumentando de manera imparable en círculos cada vez más amplios. Poco a poco, los comentarios negativos dejaron de limitarse a los problemas concretos de la economía y se empezó a cuestionar la esencia del sistema soviético y los dogmas marxistas-leninistas. Todo ello llegaba acompañado de una aguda crisis de producción y abastecimiento, pero Gorbachov, lejos de amilanarse, extendió su voluntad de reformas al campo de los satélites europeos. Finalmente, en octubre de 1989 cayó el Muro de Berlín, y una tras otra casi todas las naciones de Europa Central fueron abandonando el comunismo y el campo soviético. ¿Por qué Gorbachov –pregunté a Yakovlev y a Kariakin, ambos conocedores íntimos del personaje–, pese a su temperamento enérgico, no intentó frenar la descomposición de la URSS y del llamado “campo socialista”? La respuesta que entonces me dieron me sigue pareciendo convincente: porque en la psicología profunda de Gorbachov, o en eso a lo que llamamos “carácter”, había un elemento genuino de aborrecimiento de la violencia. Gorbachov no ignoraba que se estaba desintegrando el mundo parido por Lenin a partir de 1917, pero sabía que para mantenerlo sujeto era indispensable sacar el Ejército Rojo a las calles y matar varios millones de personas. Seguramente es lo que hubieran hecho Stalin, Kruschov o Breznev, pero él era demasiado compasivo para ordenar una carnicería de esa magnitud. Tras la descripción histórica de los hechos, que consumió casi toda la entrevista, le hice a Yakovlev una pregunta final: ¿en definitiva, por qué fracasó el comunismo? Se quedó pensando unos segundos y me dio una respuesta probablemente correcta, pero que hay que abordar con cuidado y en extenso: “Porque –me dijo– no se adaptaba a la naturaleza humana”. Las reflexiones que siguen van encaminadas a explorar esa premisa, aunque se hace necesario cierto rodeo previo. II. El marxismo y sus fracasos En realidad, hay un primer elemento de bulto, extraído del método científico, que indica que, en efecto, hay algo en el sistema comunista que invariablemente conduce al fracaso. Cuando llevamos a cabo un experimento en un laboratorio, y luego podemos repetirlo en las mismas condiciones y los resultados son similares, de esta experiencia extraemos reglas y conclusiones. Por la otra punta, cuando intentamos obtener unos resultados previstos y realizamos el mismo experimento, pero variando las circunstancias, y en ningún caso logramos esos resultados la conclusión obvia debería ser que la premisa científica estaba equivocada. Test, por cierto que el propio Marx recomendaba vivamente, como se puede leer en su conocido ensayo Tesis sobre Feuerbach, firmado junto a Engels, en el que el pensador alemán afirmaba: “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico”. Apliquemos, pues, ese criterio de Marx a la experiencia comunista. La premisa marxista establecía que al eliminar la propiedad privada y planificar la producción se produciría una mejoría intensa del modo de vida físico y espiritual de las personas, hasta alcanzar una sociedad justa, equitativa, feliz, en la que no estuviera presente la violencia coactiva del Estado porque éste habría desaparecido. Se llegaría a una sociedad en la que ni siquiera serían necesarios los jueces y las leyes, porque la convivencia entre los seres humanos estaría basada en una forma de espontáneo altruismo capaz de armonizar fraternalmente las necesidades e intereses de todas las personas. Esta premisa se sustentaba en los supuestamente providenciales hallazgos de Karl Marx en el terreno histórico, filosófico y económico, que Engels sintetizó hábilmente en la oración fúnebre que le dedicara en 1883, en el momento de su muerte, y que cito textualmente: “Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales y, por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas”. Engels pudo agregar que Marx también trató de explicar la crisis final del capitalismo como resultado de una superproducción creciente, producto de la falta de planificación, dado que cada codicioso empresario ocultaba sus planes particulares a la competencia, acumulando stocks invendibles que generarían grandes masas de desempleados o de asalariados remunerados con sueldos decrecientes, provocando con ello una catástrofe económica que sumiría a los trabajadores en una espiral de progresiva miseria que no podía tener otro fin ni otro destino que la revolución mundial para terminar con ese criminal modo de explotación. Llegado ese punto, los obreros y campesinos –pero especialmente los obreros, que eran los sujetos históricos que habrían adquirido “conciencia de clase”- destruirían los Estados burgueses y los sustituirían por “dictaduras del proletariado” provisionales, hasta alcanzar el fabuloso mundo prometido por los marxistas. Provistos de estas fantásticas ideas, que a ellos les parecían “científicas”, aunque sólo eran hipótesis dudosas que casi inmediatamente comenzaron a ser desmontadas por otros pensadores –como Eugen von Böhm-Bawerk, quien ya en 1896 pulverizó la teoría del valor de Marx y sus postulados sobre la plusvalía–, en diversas partes del planeta numerosos reformadores sociales, llenos de buenas intenciones, sin esperar a la crisis final del capitalismo, encontraron una justificación para recurrir a la violencia, dada la santidad de los fines que se perseguían. Así las cosas, desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX surgieron figuras como Lenin, Trotski, Stalin, Kruschev, Tito, Enver Hoxha, Todor Zhivkov, Fidel Castro, Che Guevara, Georgi Dimitrov, Nicolás Ceaucesu, Mao, Tito, Walter Ulbricht, Kim Il Sung, Pol Pot y otras varias docenas de líderes que compartían un prominente rasgo biográfico: todos ellos se entregaron abnegadamente a una causa política por la que padecieron persecuciones y sufrimientos, y por la que arriesgaron la vida en numerosas oportunidades. Sin embargo, ese no era el único elemento que los unificaba: todos ellos, cuando ejercieron el poder dentro del sistema comunista, lo hicieron cruelmente, asesinando y encarcelando a millones de personas, acusándolas de traición, de rebelión o de simple desobediencia, cuando en la infinita mayoría de los casos se trataba de personas simplemente desafectas que sostenían puntos de vista diferentes o eran ex camaradas desengañados con las ideas marxistas. La represión brutal, pues, no parecía una aberración del sistema, sino la consecuencia natural de tratar de implantar un tipo de sociedad extraña a los valores y expectativas de las personas. Los revolucionarios rusos llegaron al poder en 1917, y un año más tarde Lenin ya daba la orden de crear “colonias penales” y de utilizar una feroz represión contra mencheviques, kadetes o cualquier fuerza acusada de simpatizar con los reformistas de Kerenski, tarea en la que Trotski colaboró con criminal energía, como recuerdan los historiadores que se han ocupado de la matanza de los marinos de Kronstadt. Pero las instrucciones de Lenin iban más allá todavía: era importante castigar indiscriminadamente, incluso a inocentes, para que nadie se sintiera seguro y todos obedecieran. Era el principio del Gulag, que luego Stalin continuaría con entusiasmo vesánico hasta dejar varios millones de muertos en las cunetas y calabozos, baño de sangre al que añadiría los juicios públicos a comunistas acusados de colaborar con el enemigo, farsas que solían culminar con la autoconfesión de crímenes nunca cometidos, gritos de militancia revolucionaria y la posterior descarga de los fusiles y el tiro en la nuca. Naturalmente, no hay nada desconocido en esta rápida descripción del terror comunista en las primeras tres décadas de su implantación en la URSS, pero a donde quiero llegar es a la siguiente observación: exactamente eso, o algo muy parecido, ocurrió luego en Bulgaria y en Rumanía, en Checoslovaquia y en Hungría, en China y en Corea del Norte, en Cuba y en Etiopía. Donde quiera que se implantaba el totalitarismo comunista aparecían el paredón de fusilamientos, las innumerables cárceles, las torturas, los juicios públicos, los siempre vigilantes cuerpos de delatores, la paranoica policía política, permanentemente dedicada a la búsqueda de traidores contactos con el exterior, los pogromos, los atropellos sin límite, las persecuciones a las minorías ideológicas, sexuales y, a veces, étnicas, y el control total de la vida de las personas, que ya ni siquiera podían emigrar, porque el deseo de marcharse resultaba ser una prueba clara de deslealtad a la patria. Daba exactamente igual que el proceso lo dirigiera un abogado cubano como Fidel Castro, educado por los jesuitas, un ex seminarista cristiano como Stalin, un maestro como Mao, un militar como Tito o un afrancesado y tímido burgués como Pol Pot. No era una cuestión de personas, sino de ideas y de métodos: todos no podían ser psicópatas malignos. No había diferencia en que se tratara de regímenes impuestos por el ejército soviético, como ocurrió en varios países de Europa Central, o que fueran el resultado de revoluciones, guerras civiles o golpes autóctonos, como en Albania, Cuba, China o Etiopía: el resultado -admitidas algunas diferencias de grado más que de fondo- acababa por ser muy parecido, como si la implantación del comunismo inevitablemente trajera aparejada una sanguinaria manera de maltratar a los seres humanos. ¿Por qué esa cruel fatalidad? ¿Cómo personas bien intencionadas, altruistas, que creen dedicar sus vidas a la redención de sus conciudadanos, incurren en esas monstruosidades? Seguramente, porque sacrificaban cualquier juicio moral con relación a los medios que utilizaban con tal de alcanzar los fines que se habían propuesto. Eso se ve con toda claridad en un párrafo clave del Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental –un cónclave planetario de guerrilleros, terroristas y radicales comunistas de medio mundo congregado en La Habana en 1966– enviado por el Che Guevara, quien entonces preparaba su aventura boliviana, en el que el médico argentino reivindicaba “el odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta y selectiva máquina de matar”. Odiar y matar a los enemigos era exactamente lo que debía hacer el revolucionario en nombre del amor a la humanidad, y por ello no debía sentir la menor vacilación o pena. Esta fanática certeza en las creencias comunistas, que ha convertido a Stalin, al Che, a Pol Pot y a tantos revolucionarios en criminales políticos, tiene, además, dos consecuencias nefastas. Por una parte, los lleva a crear un lenguaje compatible con el odio, inevitablemente precursor de la agresión. Los adversarios ideológicos son siempre “gusanos”, “apátridas”, “vendepatrias”, “lamebotas del imperialismo”, es decir, una gentuza infrahumana que se puede suprimir sin contemplaciones con un balazo en la cabeza o se puede internar para siempre entre rejas, como se hace en los zoológicos con los animales peligrosos. La segunda consecuencia de esta actitud dogmática es el autismo moral. En general, quienes permanecen fieles a las creencias comunistas se cierran totalmente a otros estímulos intelectuales críticos o a proposiciones más razonables, enterrando la cabeza en la arena, como afirman que hacen los avestruces cuando se sienten en peligro. ¿Cómo seguir creyendo en el análisis económico marxista tras la refutación impecable de Bohm-Bawerk y otros miembros destacados de la Escuela austriaca? ¿Cómo insistir en las bondades de la planificación centralizada cuando Ludwig von Mises, ya en 1922, en su obra Socialismo demostró la imposibilidad del cálculo económico en sociedades complejas, el valor de los precios como un sistema de señales y el mercado como la manera menos ineficiente de asignar recursos, prediciendo, de paso, el inevitable fracaso del entonces incipiente experimento soviético? ¿Cómo sostener el materialismo dialéctico y la superstición de que la historia se comporta de acuerdo con las leyes supuestamente descubiertas por Marx tras ponderar las reflexiones de Karl Popper sobre el historicismo? ¿Cómo insistir en la culpabilización de Occidente si se ha leído con detenimiento El opio de los intelectuales de Raymond Aron o los seminales ensayos de Isaiah Berlin? ¿Cómo no coincidir con Hayek cuando advierte que el camino socialista conduce a la servidumbre, o con Hanna Arendt cuando explica los tortuosos mecanismos que destruyen el equilibrio emocional en los regímenes totalitarios y generan ese odioso sentimiento de indefensión con que ese tipo de omnipresente dictadura castra y marca a los ciudadanos? Los marxistas, prisioneros de una injustificada arrogancia intelectual, para poder insistir cómodamente en sus errores descalificaban las observaciones de sus adversarios sin necesidad de conocerlas, o recurrían a una obscena aspereza en el lenguaje, siempre encaminada a tratar de destruir a los autores, no a sus ideas, y muy especialmente cuando se referían a personas de izquierda o ex comunistas que habían escapado de la secta y contaban sus valiosas experiencias, como Arthur Koestler, André Malraux, Albert Camus, George Orwell, John Dos Passos, Octavio Paz, Joaquín Maurín, Eudocio Ravines, Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza, Jorge Semprún y otras varias docenas o quizás centenas de valiosos intelectuales y pensadores desencantados con la praxis marxista-leninista, invariablemente calificados de agentes de la CIA, de asalariados de Wall Street o, más genéricamente, de “lacayos al servicio del imperialismo”. Otras circunstancias, los mismos resultados ¿Sería acaso un problema cultural? ¿Habría tal vez culturas más proclives a ejercer la violencia o a aceptar la tiranía y otras en las que el comunismo podía arraigar de manera más suave y natural? No parece. El comunismo se intentó en el enorme imperio ruso, en el que coincidían cien pueblos distintos; en la Alemania del Este, corazón de Europa, desarrollada y culta; en Checoslovaquia y Hungría, dos fragmentos gloriosos del viejo Imperio Austrohúngaro; en el mosaico yugoslavo; en la Albania culturalmente desovada por Turquía; en China, en Vietnam, en Camboya, en Corea del Norte; en Cuba y Nicaragua; en el África negra de Angola y Etiopía. Y en todos fue un desastre. Se intentó en pueblos de raíz greco-cristiana, como Rusia, Bulgaria y Rumanía; en pueblos católicos, como Hungría, Cuba o Nicaragua; en pueblos cristiano-protestantes, como Alemania o Checoslovaquia; en pueblos islamizados, como Albania, ciertas porciones de Yugoslavia y algunas repúblicas del Turquestán soviético; en otros de tradición confuciana, budista y taoísta, como China, Camboya, Vietnam y Corea del Norte. Y en todos fracasó. Lo ensayaron sociedades de origen eslavo, germánico, chino, subsahariano, latino, hispanoamericano, escandinavo y turcomano, y todas concluyeron en el desastre, el abuso, la pobreza y la mediocridad. Un fracaso del que sólo conseguían salvarse abandonando el sistema, o del que todavía hoy intentan huir mixtificándolo con medidas carácterísticas de las sociedades occidentales tomadas de la economía de mercado. Pero, ¿cómo y por qué podemos afirmar que se trata de experimentos fracasados? ¿No habla la propaganda comunista de sociedades dotadas de extendidos sistemas de salud y educación, en las que no existe el desempleo y todas las personas disfrutan de unos bienes mínimos, suficientes para sostener una vida feliz? Naturalmente, éxito y fracaso son siempre juicios relativos, pero, como en los laboratorios, contamos con experimentos de control y contraste que nos permiten calificar de total desastre la experiencia comunista: tras la Segunda Guerra Mundial varios países y sociedades homogéneas se dividieron en los dos sistemas antagónicos que durante medio siglo disputaron la Guerra Fría. Hubo dos Alemanias, dos Coreas, y dos o varias Chinas: la continental, Taiwán, Hong Kong, incluso Singapur. Hubo una Austria neutral en la que se instauró la democracia y se insistió en la economía de mercado, mientras Hungría y Checoslovaquia –los otros dos grandes fragmentos del viejo Imperio Austrohúngaro– quedaban tras el Telón de Acero. La comparación de los resultados no ha podido ser más humillante para el sistema comunista. Alemania Occidental, Austria, Corea del Sur, las Chinas capitalistas se desarrollaron mucho más eficaz y humanamente, desplazándose hacia formas de convivencia cada vez más democráticas y respetuosas de los derechos civiles, como sucediera en Taiwán y en Corea del Sur, convirtiéndose en un poderoso polo de atracción para quienes tuvieron la desgracia de quedar al otro lado de los barrotes. Las sociedades capitalistas no eran perfectas, por supuesto, y no estaban exentas de graves problemas, pero el flujo migratorio indicaba la clara preferencia de los pueblos. Nadie saltaba el muro en dirección al Este. Los chinos que lograban huir pedían asilo en Taiwán o en Hong Kong, nunca en el paraíso de Mao. La mayor parte de los prisioneros norcoreanos cautivos en Corea del Sur, terminada la guerra en 1953, imploraron no ser devueltos al país del que provenían. Cuba, tras ser un importante refugio de inmigrantes a lo largo del siglo XX, a partir de la revolución se convirtió en un pertinaz exportador de balseros y emigrantes. Los Estados comunistas, como observara la profesora y diplomática norteamericana Jeanne Kirkpatrick, eran las primeras entidades políticas de la historia que construían murallas no para evitar las invasiones, sino para impedir las evasiones de sus desesperados súbditos, y no hay un juicio más certero para medir la calidad de una sociedad que la dirección en que se desplazan los migrantes. ¿Sería, acaso, un problema de recursos materiales? Tampoco: resultaba evidente que el comunismo fracasaba en todas las circunstancias materiales posibles, aun cuando tuviera enormes posibilidades de triunfar. La URSS contaba con inmensos recursos naturales, mayores que los de cualquier otro país. Ucrania había sido el granero de Europa hasta la Primera Guerra Mundial. Bulgaria y Rumanía tenían una buena experiencia en el terreno agrícola. Alemania del Este, Checoslovaquia y Hungría poseían una antigua tradición industrial y científica, y podían exhibir un copioso capital humano formado en notables universidades. Todos esos países crearon un mercado común articulado en torno al Comecon –la respuesta soviética al Plan Marshall y a la Comunidad Económica Europea– y coordinaban sus esfuerzos económicos, financieros e investigativos. Sin embargo, todos esos factores positivos no eran suficientes para generar riqueza, tecnología o avances científicos en la cuantía en que Occidente lo lograba, y, visto ya con cierta perspectiva, resulta casi inexplicable que, con ese inmenso potencial a su servicio, el bloque comunista no haya sido capaz de originar siquiera una sola de las grandes revoluciones tecnológicas del siglo XX: la televisión, la energía nuclear, los antibióticos, la biotecnología, los vuelos supersónicos, los transistores o la computación. Sólo en un aspecto, el de carrera espacial, los soviéticos tomaron la delantera, por un corto periodo, tras el sputnik lanzado en 1957, pero ese episodio más bien parecía un subproducto de la cohetería militar, una industria favorecida por el Kremlin, donde también habría que inscribir la impresionante actividad espacial posteriormente desplegada por Moscú. No obstante, todavía existía una coartada final para no admitir que el marxismo partía de una serie de errores intelectuales originales que conducían al fracaso a todos los líderes, en todas las culturas y hasta en las más prometedoras circunstancias materiales. Ese pretexto era la idea de que existía un “socialismo real” que fracasaba por errores humanos en su torpe implementación y no por el carácter equivocado de los planteamientos originales. Se negaban a aceptar, entre otras evidencias, la melancólica observación de Yakovlev: el comunismo, sencillamente, no se adapta a la naturaleza humana. Exploremos ahora las razones de esta esencial incompatibilidad. |
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De: 02ManuelA |
Envoyé: 31/08/2005 19:47 |
Continuación) III. La naturaleza humana Durante buena parte de los siglos XIX y XX psicólogos, sociólogos, filósofos y biólogos discutieron apasionadamente sobre la esencia de la naturaleza humana. El núcleo del debate era muy escueto: unos opinaban que, fundamentalmente, el hombre era el resultado de la influencia externa, mientras los otros se decantaban por explicarlo como consecuencia de factores genéticos. Por un tiempo, un sector tal vez mayoritario del mundo académico, seguramente horrorizado por la experiencia del nazismo, negó con vehemencia que los seres humanos tuvieran instintos o tendencias innatas, y hasta se consideró “reaccionario” y “racista” suponer que la herencia y la biología jugaban un papel preponderante en la conducta de las personas. No obstante, en la segunda mitad del siglo XX, con la concesión del Premio Nobel en 1973 al etólogo austro-alemán Konrad Lorenz por las investigaciones y reflexiones volcadas en su libro On Agression, en medio de un agrio debate académico que dura hasta nuestros días, se fortaleció una especie de neodarwinismo que tuvo otro hito fundamental en los postulados de los sociobiólogos, capitaneados por Edward O. Wilson desde la publicación de sus libros Sociobiology (1975) y On human nature (1978). A partir de ese momento fue creciendo exponencialmente el número y la importancia de quienes pensaban que los seres humanos, como todas las criaturas, estaban sujetos a las fuerzas de la evolución, lo que permitía explicar la conducta, los sentimientos y las actitudes como formas de adaptación a esa misteriosa urgencia de perpetuación de las especies que gobierna a todos los seres vivos. A esa visión neodarwiniana, en general contrapuesta a la postura de los científicos sociales más cercanos al marxismo, también se le llamó “funcionalismo”: la existencia de instituciones como el matrimonio y la familia, de creencias religiosas o de comportamientos agresivos frente a los extraños podían explicarse como estrategias innatas de supervivencia de nuestra especie, involuntariamente aprendidas y aprehendidas durante cientos de miles de años de constante evolución. Si aceptamos esta premisa teórica, y si convenimos en que la clave del éxito en cualquier sociedad es el capital humano de que se dispone, sus virtudes cívicas, la disposición que se muestre para el trabajo y la coherencia y adecuación entre el sistema de convivencia y los rasgos psicológicos de quienes deben habitarlo, ¿qué elementos de los planteamientos marxistas y del modelo de organización comunista del Estado contradecían la naturaleza humana y afectaban negativamente a la sociedad y, por ende, al proceso de creación de riquezas? A mi juicio, varios, todos ellos vinculados a la psicología profunda de la especie, y para facilitar su comprensión creo que vale la pena consignar diez de los más importantes, aunque sea de manera esquemática: 1. El colectivismo y la represión al ego El más evidente de esos elementos contrarios a la naturaleza humana era la imposición violenta de diversas expresiones del colectivismo que negaban o reprimían la pulsión egoísta radicada en la psiquis de las personas sanas. El totalitarismo convertía el reclamo de prestigio y distinción personal -uno de los grandes motores de la acción humana- en una suerte de conducta antisocial castigada por las leyes y estigmatizada por la moral oficial, olvidando que las personas necesitan fortalecer su autoestima mediante el reconocimiento social basado en la singularidad de sus logros. Naturalmente, esa represión al egoísmo y a la búsqueda de reconocimientos iba acompañada por grotescas formas sustitutas del éxito, como las distinciones oficiales a los “héroes del trabajo” dentro de la tradición stajanovista, pero la artificialidad de este sistema de premios, generalmente entregados en ceremonias ridículas, inevitablemente vinculados a la docilidad bovina de los elegidos, acababa por perder cualquier tipo de prestigio social, vaciándolo totalmente de contenido emocional. 2. El altruismo universal abstracto contra el altruismo selectivo espontáneo El colectivismo exhibía, además, otra faceta inmensamente negativa: decretaba la obligatoriedad de una especie de altruismo universal abstracto -los obreros, la humanidad, el campo socialista- mientras combatía el altruismo selectivo espontáneo, dirigido al círculo de las relaciones más íntimas, que es, realmente, el que moviliza los esfuerzos de los seres humanos: al desaparecer la propiedad privada ya no era posible dotar a los hijos de elementos materiales que garantizaran su bienestar. Ese fuerte instinto de protección que lleva a padres y madres -especialmente a las madres- a sacrificarse por sus descendientes y a posponer las gratificaciones personales en aras de sus seres queridos quedaba prácticamente anulado por la imposibilidad material de transmitirles bienes. Era, pues, un sistema que inhibía y penalizaba dos de las actitudes y comportamientos que más influyen en la voluntad de trabajar y en la consecuente creación de riquezas: la búsqueda del triunfo personal y la protección y el mejoramiento de la familia. ¿Cómo asombrarse, pues, de los raquíticos resultados materiales del totalitarismo comunista, cuando el sistema, generalmente impuesto por la violencia, suprimía las motivaciones más enérgicas que tienen las personas para trabajar con ahínco? 3. La desaparición de los estímulos materiales como recompensa a los esfuerzos Pero ni siquiera ahí terminaban los refuerzos negativos que debilitaban la voluntad de trabajar en las personas comunes y corrientes: el marxismo proponía como meta la lejana obtención de un paraíso siempre situado en la inalcanzable línea del horizonte. El sistema exigía el sacrificio constante en beneficio de generaciones futuras, privando a los trabajadores de una recompensa efectiva e inmediata conseguida como resultado de sus desvelos, ignorando que, si algo se sabe con toda certeza en el terreno de las motivaciones, es que existe una relación directa entre el nivel de esfuerzo y la inmediatez de la recompensa obtenida: mientras mayor sea y más próxima se encuentre la recompensa, más intenso será el esfuerzo por obtenerla. ¿Cuánto tiempo y cuántas generaciones de trabajadores podían realmente defender con entusiasmo un sistema que les negaba o aplazaba sine die una legítima compensación por sus desvelos? 4. La falsa solidaridad colectiva y el debilitamiento del “bien común” Como consecuencia del colectivismo y de la desaparición de estímulos materiales asociados al esfuerzo personal, en todos los Estados comunistas se producía, además, un paradójico fenómeno que Marx no supo prever: la solidaridad colectiva, lejos de fortalecerse con el comunismo, fue desvaneciéndose hasta hacerse imperceptible. Nadie cuidaba los bienes públicos. La verdad oficial era que todo era de todos. La verdad real era que nada era de nadie, y, en consecuencia, a nadie le importaba robar al Estado, dilapidar las instalaciones colectivas o abusar sin contemplaciones de los servicios ofrecidos, actitud que generaba una letal combinación entre el despilfarro y la escasez propia del sistema. En los Estados comunistas la obsolescencia de los equipos era asombrosa: los tractores, los vehículos de transporte o cualquier maquinaria que se entregaba a los trabajadores tenía una vida útil asombrosamente breve, acortada aún más por la permanente falta de piezas de repuesto, típica de las economías centralmente planificadas. Nadie cuidaba nada porque las personas no conseguían asumir mentalmente la idea del “bien común”. Lo que era del Estado -un ente opresor remoto e incómodo- no les pertenecía a ellas, y no había razón para protegerlo. Esto se veía con claridad en el entorno urbano característico de las ciudades regidas por el socialismo, siempre sucio, despintado, mal iluminado, con edificios en ruinas. A un país como Alemania del Este, la más próspera de las naciones comunistas, las cuatro décadas que duró el comunismo no le alcanzaron siquiera para recoger todos los escombros de la Segunda Guerra mundial. En La Habana, destruida por la incuria sin límite del castrismo, mientras los automóviles oficiales al servicio de la nomenklatura apenas duraban dos o tres años, los viejos coches de los años cuarenta y cincuenta, todavía en manos de particulares, se mantenían circulando heroicamente. La diferencia entre el destino de unos y otros era una forma silenciosa, pero efectiva, de demostrar la ineficiencia sin paliativos del socialismo y el inmenso costo material que esa característica le imponía a la sociedad. 5. La ruptura de los lazos familiares Por otra parte, el colectivismo y la imposibilidad de colaborar con el bienestar de la familia no parecían ser un producto fortuito de la desaparición de la propiedad privada, sino una consecuencia conscientemente buscada por la dictadura totalitaria en su afán por romper los lazos familiares, con el objetivo de forjar hombres y mujeres que no estuvieran sujetos a la moral tradicional. De ahí las comunas chinas, las escuelas en el campo cubanas o el rechazo brutal camboyano a la vida urbana durante la tiranía de Pol Pot: se trataba de romper bruscamente los vínculos de sangre para crear una hermandad fundada en la ideología, donde la fuente única para la transmisión de los valores fuera el omnisapiente Partido. Por eso en todos los gobiernos comunistas se cantaban las glorias de los niños que vencían los prejuicios de la lealtad burguesa y eran capaces de delatar a la policía política a sus padres o hermanos cuando éstos violaban las normas de la doctrina. Ni siquiera se podía amar a quien no exhibiera las señas de identidad comunistas o, más genéricamente, “revolucionarias”. En Cuba, por ejemplo, desde los años sesenta el castrismo decretó el fin de cualquier contacto con familiares “desafectos” o exiliados, y centenares de miles de familias interrumpieron sus vínculos tajantemente. Hijos, padres y hermanos, divididos por la militancia política por órdenes implacables del Estado, dejaron de hablarse o escribirse. En los expedientes policíacos, en las planillas de admisión a los centros de estudio y en las empresas se inscribía el dato peligroso: “El acusado mantiene relaciones con familiares que viven en el exterior”. Otras veces la advertencia giraba en torno al círculo de amigos: “El acusado mantiene relaciones con contrarrevolucionarios conocidos”. Mas esa brutal manipulación de las zonas afectivas de las personas tenía un alto costo emocional: las personas, obligadas por el miedo, obedecían al Estado y renunciaban a los lazos familiares o amistosos comprometedores, pero secretamente se distanciaban aún más del Estado que las obligaba a esa abyecta mutilación de sus querencias. 6. Las instituciones estabularias Consecuentemente, el totalitarismo negaba y reprimía cualquier forma de organización que no estuviera sujeta al control y escrutinio de la cúpula gobernante. La sociedad no podía espontáneamente generar instituciones para defender ideales o intereses legítimos. La participación estaba limitada a los pocos cauces creados por la cúpula: el Partido, las organizaciones de masas, los parlamentos unánimes, los sindicatos amaestrados, y en ninguna de esas instituciones oficiales las personas se veían realmente representadas. De forma contraria a la tradición histórica, el comunismo era un sistema conscientemente dedicado a desatar lazos y a disgregar las estructuras espontáneas y naturales de vinculación generadas por la sociedad, sustituyéndolas por correas de transmisión de una autoridad arbitraria y represiva disfrazadas de cauces artificiales de participación, aun cuando eran, en realidad, verdaderos establos en los que “encerraban” a los ciudadanos para lograr su obediencia. ¿Resultado de esa cruel estabulación de las personas? Un creciente sentimiento de enajenación en el conjunto de la población, incapaz de sentirse representada y mucho menos defendida por un sector público percibido como extraño y ajeno. 7. Del ciudadano indefenso al ciudadano parásito Sin embargo, el pecado comunista de someter a la obediencia a los ciudadanos mediante la coacción, y de cortarles las alas para que no pudieran pensar, organizarse ni crear riquezas por cuenta propia, traía implícita su propia penitencia: convertía a las personas en unos improductivos parásitos que esperaban del Estado los bienes y servicios que éste no podía proporcionarles, precisamente por las limitaciones que había impuesto a la sociedad. Ese ciudadano indefenso se convertía entonces en un consumidor permanentemente insatisfecho, constantemente obligado a violar las injustas reglas a que era sometido mediante el robo y el mercado negro, debilitando con ello las normas éticas que deben presidir cualquier organización social justa y razonable. 8. El miedo como elemento de coacción y la mentira como su consecuencia En todo caso, ¿cómo lograban los comunistas ese grado de control social? Lo conseguían por medio de una desagradable sensación física omnipresente en las sociedades dominadas por el totalitarismo: mediante el miedo. Miedo a la represión. Miedo a los castigos físicos y morales. Miedo a ser expulsado de la universidad o del centro de trabajo. Miedo a ser despojado de la vivienda. Miedo a la cárcel. Miedo a los aterrorizantes pogromos. Miedo a las golpizas. Miedo a los paredones de fusilamiento. Sólo que el miedo, como todo refuerzo negativo -afirmación en la que no se equivocan los psicólogos conductistas-, es un estímulo precario que genera reacciones contraproducentes. Entre ellas, tal vez las más graves son el fingimiento, la simulación y la ocultación. Mentir es la especialidad de las sociedades regidas por el comunismo. Miente el Partido cuando defiende planteamientos que sabe falsos o inalcanzables. Mienten los funcionarios cuando informan sobre los resultados de la gestión a ellos encomendada, generalmente mal ejecutada por falta de medios. Mienten los jerarcas cuando presentan resultados deliberadamente distorsionados. Mienten los militantes o los indiferentes cuando deben opinar sobre los logros supuestamente obtenidos. Pero, lo que es aún más grave, todos, tirios y troyanos, enseñan a sus hijos a mentir, porque en el sistema comunista, al revés de lo que asegura la Biblia, la verdad no nos hace libres, sino nos lleva directamente a la cárcel. Sólo que esa atmósfera de falsedades -que en Cuba llaman de “doble moral”, o de “moral de la yagruma”, una hoja que tiene dos caras de distintos colores- se transforma en una fuente del cinismo más descarnado y destructor, terrible medio para la creación de riquezas, como revela una frase que se oía en todas las sociedades regidas por el comunismo: “Ellos (el Estado) simulan pagarnos; nosotros, a cambio, simulamos trabajar”. 9. La desaparición de la tensión competitiva De forma tal vez previsible, un modelo de organización como el comunismo, que introduce en la sociedad unas artificiales tensiones psicológicas basadas en el miedo y en la permanente incoherencia entre lo que se cree, lo que se dice y lo que se hace, simultáneamente destruye una tensión natural que contribuye a la mejora de la especie: la urgencia por competir. En efecto, los seres humanos tienden a competir en prácticamente todos los ámbitos de la convivencia. Desde el simple intercambio de criterios entre varias personas, muy estudiado por la dinámica de grupos, en donde inconscientemente todos procuran establecer y colocarse dentro de una cierta jerarquía, hasta las competiciones deportivas, en las que resulta obvia la búsqueda del triunfo, las mujeres y los hombres luchan por destacarse y escalar posiciones de avanzada. Desgraciadamente, dentro del sistema comunista, donde las únicas instituciones que existen son las diseñadas artificialmente por el Partido y donde las iniciativas que se permiten son sólo las que emanan de la cúpula dirigente, los individuos creativos son casi siempre marginados y no encuentran campo para desarrollar sus sueños y proyectos. Los “héroes” y “capitanes de industria”, como les llamaba Thomas Carlyle, impelidos por la naturaleza para llevar a cabo impetuosas hazañas sociales, están prohibidos, son perseguidos o se les extirpa cruelmente de la vida pública si consiguen hacerse peligrosamente visibles. Es muy probable que en países como la URSS o Checoslovaquia, donde había un alto nivel educativo, existieran personas como William Schockley, uno de los creadores del transistor, o jóvenes inquietos como Steven Jobs, padre del computador personal Apple, pero ¿cómo las buenas ideas se transforman en acciones concretas en sistemas sociales cerrados, guiados por dogmas infalibles y administrados por burocracias políticas, ciegas y sordas ante cualquier iniciativa novedosa? El éxito aplastante de sociedades como la norteamericana, comparadas con las comunistas, se debe, en gran medida, a las inmensas posibilidades de actuación que tienen los individuos creativos donde existen libertades individuales e instituciones que favorecen el talento excepcional. Es muy notable que un genio como Thomas Alva Edison haya patentado más de mil inventos, entre ellos la bombilla de luz eléctrica, o que un estudiante llamado Bill Gates haya creado un software ingenioso para ser utilizado como sistema operativo en las computadoras, pero tan admirable como la obra de estas personas es que vivían en sociedades que potenciaban el paso vertiginoso de la idea al artefacto y del artefacto a la empresa. Edison no sólo inventó la bombilla: además creó la empresa para distribuir la electricidad y cobrar por el servicio. Gates no sólo perfeccionó el lenguaje Basic y le dio un destino concreto como pieza clave de las computadoras personales: también, en un humilde garaje y ayudado por cuatro amigos, creó una empresa, Microsoft, que en veinte años estaría entre las mayores del planeta. De haber nacido ambos en el mundo comunista, lo probable es que la creatividad y energía que los impulsaba a trabajar, competir y triunfar se hubiera disuelto lentamente bajo el peso letal de un sistema concebido para destruir casi cualquier iniciativa espontáneamente surgida en su seno. 10. La necesidad de libertad A esta represión del espíritu de competencia hay que agregar la fatal supresión de las libertades implícita en toda forma de organización social montada sobre la existencia de dogmas inapelables, como sucede con la escolástica marxista. ¿Por qué recurrir a la expresión âescolástica marxistaâ? Porque en el marxismo, como en el método escolástico medieval, las verdades ya son conocidas, y aparecen consignadas en los libros sagrados de la secta escritos por las autoridades. En el marxismo lo único que les es dable a las personas, especialmente si ocupan puestos destacados, es confirmar la sagacidad de las autoridades con ridículos ditirambos como âGran timonelâ, âMáximo líderâ, âQuerido líderâ, âPadre de la patriaâ, muestras todas de las formas más degradadas de culto a la personalidad. Pero sucede que la libertad para informarse, examinar la realidad y proponer cursos de acción no es un lujo espiritual prescindible, sino una de las causas de la prosperidad en las sociedades modernas. Si hay una definición bastante exacta del hombre es la de “ser que se informa constantemente”. No es una casualidad que el saludo más extendido en la especie humana sea: “¿Qué hay de nuevo?”. ¿Por qué? Porque el rasgo característico de la especie es la permanente transformación del medio en el que vive, y eso significa un cambio constante en los peligros que acechan y en las oportunidades que surgen. Tenían razón, pues, Yakovlev y Gorbachov cuando pensaban que la libertad para intercambiar información sin miedo -la glasnost- era el camino para aliviar los enormes problemas de la URSS, pero se equivocaron al creer que el sistema comunista era reformable. No lo era, como finalmente me admitió Yakovlev, porque contrariaba la naturaleza humana. Eso lo condenaba al fracaso. IV. Epílogo Sólo que la evidencia no es suficiente para convencer a cierta gente de la inviabilidad del comunismo. Un profesor y amigo me contaba que había acudido a un país latinoamericano para dictar una conferencia sobre el fin del marxismo; a las puertas de la universidad lo esperaba una elocuente pancarta: “Marx ha muerto: ¡viva Trotski!”. Y así es: decenas de fracasos en otros tantos países y en diversas circunstancias, contemplados a lo largo de muchas décadas, no han bastado para convencer a algunas personas indiferentes a la realidad. ¿Por qué? Tal vez porque el marxismo, aunque falso, aporta un diagnóstico sencillo, elemental y comprensible de los males sociales; un diagnóstico al alcance de cualquier persona, por limitada que sea su educación o por escasa que resulte su capacidad de análisis. Tal vez, porque la disparatada terapia que propone posee esas mismas características. También, porque las utopías, causantes de las mayores catástrofes de la historia, son siempre seductoras para un porcentaje de la sociedad que prefiere delirar a observar y reflexionar. Sin embargo, el hecho de que algunas personas insistan en un error no es una forma indirecta de validarlo. Es, simplemente, una muestra de terquedad irracional, de la que hay otros miles de ejemplos en la historia. En todo caso, no olvido una triste observación que me hizo Yuri Kariakin, marxista en sus años mozos y demócrata en su vejez, mientras esperábamos a Yakovlev: “¡Qué raro y desproporcionado es el marxismo! Durante nuestra juventud -me dijo-, en pocos días nos llenamos la cabeza de porquerías e insensateces ideológicas, pero luego nos toma muchos años sacarlas del cerebro”. Hay gente que no lo consigue nunca. |
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Message 3 de 44 de ce thème |
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De: 02ManuelA |
Envoyé: 31/08/2005 21:53 |
Esta es la fuente del largo artículo de Montaner que expongo a la consideración de los marxistas del foro. Espero poder leer argumentos. Los insultos a Montaner también lo son; avalan su tesis. Si alguien aún no se ha enterado de por qué este señor es la bestia negra por excelencia de los serviles devotos fidelistas, debería tomarse la molestia de leerlo íntegramente y comprobar que realmente tienen motivos para odiarlo. Saludos. |
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Message 4 de 44 de ce thème |
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De: mfelix28 |
Envoyé: 31/08/2005 21:53 |
Es muy largo el discursito del "ilustre" dirigido a los polluelos peperos y del Opus del San Pablo-CEU. Menos mal que no tiene razón. Si lees, sin reverennciar, lo que dice, pinta la naturaleza humana de egoista. Voy a comentra lo del mensaje "2" , porque criticar los comentarios del ilustre sobre Marx, me llavaría mucho tempo a base de decir " esto no lo dijo Marx", la frase esta "sigue" no se corta aquí etc. y no tengo ganas ni el ilustre me merece tanto tiempo. Será él, espero que la mayoría de la gente no sea así. Fijate en los diez motivos por los que el comunismo no triunfa ( por cierto el "ilustre" no cambia, esto no lo escribiño "antes" del fracaso del comunismo en la Europa del Este, sino "despues" Bueno, primera causa del fracaso: . El colectivismo y la represión al ego ( el ilustre se forma un lío con "totalitarismo" y "comunismo" se nota que de donde lo copió hablaba de regimenes totalitarios) negaban o reprimían la pulsión egoísta radicada en la psiquis de las personas sanas. ( ojo con "negar o reprimir" y "personas sanas") ¿y que negaban o reprimían?: el reclamo de prestigio y distinción personal -uno de los grandes motores de la acción humana- Ya, la humanidad montaneriana se mueve impulsada por obtener prestigio y reconocimiento, la "pulsión egoista", y como más adelante rechaza por inutil los premios y condecoraciones, queda el dinero .Nada de palmaditas en el hombro, sino billetes en la cartera. Si eres médico curarás a quien más te pague, si maestro enseñaraas al que mas te pague, etc. Espero que no haya educado a sus hijos en esa doctrina, pues la venta de drogas deja mucho dinero e igual tiene un día un disgusto. La humanidad avanza por el deseo de obtener dinero. segunda causa del fracaso El altruismo universal abstracto contra el altruismo selectivo espontáneo O sea que hay que dejar de pensar que los problemas de los demás son nuestros problemas, que si mañana echan al de la empresa de al lado, yo no me voy a poner en huelga, total yo no soy, cuando me echen a mi, tampoco se pondrán en huelga los otros, total, no son ellos. Se lo pne muy fácil. La fuerza del explotado consiste en que tiene que haber muchos para que haya un explotador y su arma es la unión. Destrúyanla, hijitos de peperos y opusdeistas y tendrán una vida más tranquila. Miren a los rojos, no lo hicieron y así les fue. tercera causa del fracaso La desaparición de los estímulos materiales como recompensa a los esfuerzos. Aquí el ilustre se me repite, es la causa primera con otro nombre cuarta causa del fracaso La falsa solidaridad colectiva y el debilitamiento del “bien común” ¡Ilustre! que los polluelos peperos son críos, pero no tontos.¡ estamos de vuelta en la segunda causa. quinta causa del fracaso . La ruptura de los lazos familiares Advertencia a los hijos ahí presentes que la ruptura de lazis familiares lleva al fracaso, ahí tienen el comunismo sovietico. Lástima que se haya pasado mucho tiempo el ilustre hablando de nepotismo y privilegios familiares en Cuba, pero los peperitos no se habrán enterado. Mezcla Pol-Pot con el comunismo ( olvida que fue derrotado comunistas: los vietnamitas) y equipara la vida rural a la ruptura de los lazos familiares. ¿...? Juraría que es al revés, pero si el ilustre lo dice... El ilustre sabía que a esta hora los angelitos oyentes estaban ya bostezando y aceptaban de todo. Tambien dice: En Cuba, por ejemplo, desde los años sesenta el castrismo decretó el fin de cualquier contacto con familiares “desafectos” o exiliados Pero para no aterrorizar a los oyentes olvida que la operación Peter Pan gusana separó mediante engaños a los hijos de los padres y de su patria. Por un lado dice que los cubanos viven de las remesas familiares de Miami y por otro dicen que deben desconocer a los exiliados, ¿ como se come eso? Voy al banco y digo al empelado ¿ oiga, no habrán ingresado en mi cuenta, no se de donde ni quien, un dinerito, del cual yo no se su origen? Y con los "miles " de disidentes... buenoooo ilustre, que te pasas sexta causa del fracaso Las instituciones estabularias Ya, la cosa son dos partidos, un par de sindicatos que no puedan hacer nada,.pero tu puedes votar por quien quieras ( hagas lo que hags en USA va a ser republicano o democrata en España pepero o sociata, etc) tradición histórica, el comunismo era un sistema conscientemente dedicado a desatar lazos y a disgregar las estructuras espontáneas y naturales de vinculación generadas por la sociedad Ya instituciones espontaneas como la esclavitud, el feudalismo, donde el "espontaneo" siempre era el mismo: el dueño de esclavos, el señor feudal. El no disgregar y conservar lo que haya se llama derecha conservadora. En cambio los comunistas encierra a la gente cuando nace en hospitales para que haya menos indices de mortalidad infantil, luego les encierra en colegios, para que aprendan, ademas, y aquí está la aberracion : GRATIS. Porque un estadio de futbol en el que se paga la entrada, NO es una institución estabularia ( de establo con bestias dentro) las innumerables fiesta y dias del "maestro" del pade, de la madre, del tíom, de la suegra, de la bandera, del gallo tuerto, etc, en USA no son impuestas por los dueños del dinero y establecimientos, los "espontaneos" surgen directamente del pueblo llano septima causa del fracaso . Del ciudadano indefenso al ciudadano parásito Aquí debe hablar de aquellos ancianos indefensos que pusieron sus fondos de pensiones en manos de ENRON, por ejemplo, y al estafarles, se quedaron sin pensiones, ¿NO? no, me dicen que eso no fue en la URSS. Parásito debe ser ese que estando el paro debe ver moriri a sus hijos por no tener dinero para pagarles un medico si están enfermos. Ya dijo Putin que ese logro está próximo, va a corregir se defecto de permitir vivir a parásitos, mira: ..jubilados verán que ventajas sociales herederas de la época soviética, como asistencia médica y transporte gratuitos, y rebajas en los pagos de la luz, calefacción y teléfono, serán cambiadas por una cantidad en rublos que no cubrirá, en ninguna medida, los beneficios sociales actuales que recibe este grupo de la población, compuesto por unos 35 millones de pensionistas en toda Rusia. octava causa ( ya cansa el ilustre) El miedo como elemento de coacción y la mentira como su consecuencia Debe hablar de un país que decía que había que invadir a otro porque tenía unas armas que nos iban a hacer desaparecer a todos. NO, otra vez me equivoco. No alcanzo nunca la altura del ilustre. Mentir es la especialidad de las sociedades regidas por el comunismo. ¡Bush Infiltrado! ¡Los gusanos son procastristas, mienten todos los 'días! ¡Vaya scoop del ilustre. Patético. novena causa La desaparición de la tensión competitiva Ilustre, eso ya lo dijiste en la primera decima causa ¡ llegué, llegué, no creía llegado este momento 10. La necesidad de libertad Pero sucede que la libertad para informarse, examinar la realidad y proponer cursos de acción no es un lujo espiritual prescindible, sino una de las causas de la prosperidad en las sociedades modernas. Bien ilustre, bien, dejas claro que hay libertad para informarse , tu escoges la información que quieres oir, debe ser distinta según el lector y el que la ofrece-vende, pero en eso debe ocnsistir la "libertad de prensa" en informasr de lo que me de la gana, para eso soy el dueño del periódico y me muevo por estímulos materiales, . ¿Que quieren oir mis lectores? ¿Que Fidel Castro tiene rabo y cuernos? Pues foto al canto y que paguen. Si uno dice que no, es castristas, seguro, coarta mi libertad de información. Yo creo que el ilustre defiende la libertad del "informante" no la del informado. cambio constante en los peligros que acechan y en las oportunidades que surgen. ¡Carajo! Un libro abierto el ilustre, eso explica que hoy los talibanes son buenos porque derrocan a los comunistas, pero mañana son malos porque los arabes sauditas me vuelan dos torres en Nueva York. Eso nos dá la oportunidad de invadirles Bueno, Manuel A. mucha paja, mucha repetición para decir lo de siempre, el comunismo es malo, yo preveía que no podía ser, porque los que somos egoistas y nada solidarios tenemos el mago de la sartén "espontaneamente" por derecho natural. El intentar cambiar eso es malo, el intentar reprimir esos impulsos, es malo, si nosotros somos los que reprimimos, es bueno. el dejar sin ayuda a los parasitos : viejos sin opensiones, parados , enfermos etc, es ley de vida y bueno para el desarrollo de la sociedad si quiere triunfar. Hitler hubiera firmado entusiasmado esto. Saludos |
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Message 5 de 44 de ce thème |
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De: cuencallica |
Envoyé: 01/09/2005 02:59 |
nada va peor en contra de la naturaleza humana que la explotacion del hombre por el hombre, nada es peor que mientras personas que viven en una ofendente riqueza, otros no tienen para vestir o peor aun para comer, la utopia de la sociedad se da cuando consideras que todos somos iguales, y no solo ante la ley, la cual unos compran, sino de una manera social y una igualdad educativa ya que la educacion es la verdadera riqueza y un derecho de todo ser humano y no solo de unos pocos que en el capitalismo pueden acceder a ella a un nivel de preparatoria o universitario. si me permite una opinion le recomendaria que no se dejara de influenciar tanto por los medios de comunicacion ya que estan por demas comprados por el imperialismo yanqui, y si fue usted a rusia, no se deje llevar por la primera impresion y recuerde que malos hay en todas partes para muestra la judicial en Mexico o los ahora tan de moda los Minute Man que resguardan la frontera Mexico/EUA, o bien el ARMY. gracias por su tiempo y disculpe usted si le provoco una contrariedad. |
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Message 6 de 44 de ce thème |
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De: llabrada |
Envoyé: 01/09/2005 05:59 |
Y cree usted que no hay explotacion del hombre por el hombre en el socialismo? Que no hay quienes tienen o han tenido ofendentes riquezas y otros sin apenas que comer o que ponerse? Como mismo usted dice, buenos y malos hay en todos lados y muy pocas cosas en este mundo son absolutamente negras o blancas, hay muchas tonalidades de grises. Saludos, Luis |
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Message 7 de 44 de ce thème |
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De: lealtad |
Envoyé: 01/09/2005 08:59 |
Me extraña dijo la araña y yo , Manuel vos tienes nivel educativo, como para saber quién firma ese escrito, no te digo autor, porque sería mucho pedir. No me digas que al desrojizarnos y adquirir malas compañías perdemos nuestros valores y nuestra formación. Mira que me pondré a pensar muy seriamente. Resulta mejor leer lo que escribes que lo que sacas de la prensa gusana, recuerda es puro veneno y de tanto tomarlo perdemos cualidades y las mismas se transforman en habilidades mentirosillas. Lealtad |
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Message 8 de 44 de ce thème |
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De: matilda |
Envoyé: 01/09/2005 11:59 |
Bueno si este señor se atiene a la tesis del neo-darwinismo, o funcionalismo, es de asumir que adhiere o se sustenta en la misma,así que hay algunas cositas para deir (sin insultos,porque no son necesarios) III. La naturaleza humana Durante buena parte de los siglos XIX y XX psicólogos, sociólogos, filósofos y biólogos discutieron apasionadamente sobre la esencia de la naturaleza humana. El núcleo del debate era muy escueto: unos opinaban que, fundamentalmente, el hombre era el resultado de la influencia externa, mientras los otros se decantaban por explicarlo como consecuencia de factores genéticos. Por un tiempo, un sector tal vez mayoritario del mundo académico, seguramente horrorizado por la experiencia del nazismo, negó con vehemencia que los seres humanos tuvieran instintos o tendencias innatas, y hasta se consideró “reaccionario” y “racista” suponer que la herencia y la biología jugaban un papel preponderante en la conducta de las personas. Por un tiempo no, huelga decir que hasta la actualidad, se lo pasan refutándolos, y tal vez la mayoría tampoco innegablemente, la MAYORIA, que aún no estando cerca del marxismo reconoce en teoría el gen de la reacción y el racismo (y más totalitarismo que esto...) comprender sin embargo, que el hombre no se acaba en sí mismo...al decir de Ortega y Gasset " el hombre es él y sus circunstancias".- No obstante, en la segunda mitad del siglo XX, con la concesión del Premio Nobel en 1973 al etólogo austro-alemán Konrad Lorenz por las investigaciones y reflexiones volcadas en su libro On Agression, en medio de un agrio debate académico que dura hasta nuestros días, se fortaleció una especie de neodarwinismo que tuvo otro hito fundamental en los postulados de los sociobiólogos, capitaneados por Edward O. Wilson desde la publicación de sus libros Sociobiology (1975) y On human nature (1978). A partir de ese momento fue creciendo exponencialmente el número y la importancia de quienes pensaban que los seres humanos, como todas las criaturas, estaban sujetos a las fuerzas de la evolución, lo que permitía explicar la conducta, los sentimientos y las actitudes como formas de adaptación a esa misteriosa urgencia de perpetuación de las especies que gobierna a todos los seres vivos. A esa visión neodarwiniana, en general contrapuesta a la postura de los científicos sociales más cercanos al marxismo, también se le llamó “funcionalismo”: la existencia de instituciones como el matrimonio y la familia, de creencias religiosas o de comportamientos agresivos frente a los extraños podían explicarse como estrategias innatas de supervivencia de nuestra especie, involuntariamente aprendidas y aprehendidas durante cientos de miles de años de constante evolución. Nada de instituciones innatas , de creencias religiosas o comportamientos agresivos involuntarios, esto es un recorte de la realidad que niega él accionar del hombre ,niega la posibilidad de rebelarse ante las circunstancias injustas. Desconoce o inteta ignorar que el hombre produce , su cultura, su filosofía y su religión , dentro de su propio ámbito cultural. Lo ineherente al ser humano es la libertad de la acción,y no reafirma su condición mediante la propiedad privada, en todo caso lo único que reafirma es su egoísmo.Está comprobado desde hace siglos que tener o no tener no nos hace libres ,porque de esta manera aquellos que no son poseedores "felices"cómo serían considerados y no ya dentro de un cuerpo social comunista o socialista sino dentro mismo del capitalismo, qué hacemos con los desposeídos??cómo salvamos su ego?Partiendo de la base de que la realidad nos demuestra una y otra vez que sin desposeídos no habría poseedores,ya sea en el orden personal o en el orden social mundial. Si aceptamos esta premisa teórica, y si convenimos en que la clave del éxito en cualquier sociedad es el capital humano de que se dispone, sus virtudes cívicas, la disposición que se muestre para el trabajo y la coherencia y adecuación entre el sistema de convivencia y los rasgos psicológicos de quienes deben habitarlo, ¿qué elementos de los planteamientos marxistas y del modelo de organización comunista del Estado contradecían la naturaleza humana y afectaban negativamente a la sociedad y, por ende, al proceso de creación de riquezas? A mi juicio, varios, todos ellos vinculados a la psicología profunda de la especie, y para facilitar su comprensión creo que vale la pena consignar diez de los más importantes, aunque sea de manera esquemática: Y si aceptamos esta premisa, si acudimos a la "psicología profunda" de la especie, la conclusión es que somos todos depredadores del resto,y entonces , que se salve el más fuerte, el que pueda.... saludos Matilda |
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Message 9 de 44 de ce thème |
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De: mfelix28 |
Envoyé: 01/09/2005 14:59 |
Luis: Como mismo usted dice, buenos y malos hay en todos lados y muy pocas cosas en este mundo son absolutamente negras o blancas, hay muchas tonalidades de grises. Mira por ahí vas bien, eso es la diferencia entre un gusano bicolor( en blanco y negro además) y un anticastrista multicolor. Saludos |
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Message 10 de 44 de ce thème |
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De: mfelix28 |
Envoyé: 01/09/2005 17:59 |
¡Manuel A.! Me has hecho leer tres hojas del ilustre. ¡Tres! Y sin dibujitos, todo letra. Dirigida a un publico entregado y aplaudidor: alumnos del Opus( y ricos porque es muy caro) No le insulté ni una sola vez, ironía sí, pero sin faltarle al "ilustre" a quien tanto aprecio. Y no me has dicho nada, ni un comentario ni me has llamado ¡ castristaaaaaa! Nada. ¡ No hay derecho! |
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Message 11 de 44 de ce thème |
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De: llabrada |
Envoyé: 01/09/2005 20:59 |
mfelix, no me conviene que me diga que voy bien, mi reputacion gusana esta en juego:) Una pregunta, esos multicolor que se refiere, seran los llamados mariposas, porque cuando van a Cuba, ya nadie los llama gusanos y todos los quieren y esperan? Saludos, Luis |
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Message 12 de 44 de ce thème |
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De: 02ManuelA |
Envoyé: 01/09/2005 20:59 |
Bueno, en primer lugar, saludos a todos y gracias por leerse el artículo, que es largo, realmente. Antes de seguir la sugerencia de Manuel, centrándome en la parte III, la naturaleza humana, quisiera llamar la atención sobre un aspecto que Montaner toca más arriba y que me parece crucial: " Cuando llevamos a cabo un experimento en un laboratorio, y luego podemos repetirlo en las mismas condiciones y los resultados son similares, de esta experiencia extraemos reglas y conclusiones. Por la otra punta, cuando intentamos obtener unos resultados previstos y realizamos el mismo experimento, pero variando las circunstancias, y en ningún caso logramos esos resultados la conclusión obvia debería ser que la premisa científica estaba equivocada. Test, por cierto que el propio Marx recomendaba vivamente, como se puede leer en su conocido ensayo Tesis sobre Feuerbach, firmado junto a Engels, en el que el pensador alemán afirmaba: “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico”. Para mí es éste el punto clave. El marxismo ha reclamado desde siempre el carácter científico, pero los regímenes teóricamente basados en él se han pasado siempre el método científico por el arco del triunfo, sustituyendo la realidad objetiva por la propaganda voluntarista. Si es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, el comunismo en la práctica ha demostrado hasta la saciedad, caso por caso, país por país, que es un sistema erróneo, abocado al fracaso por la intrínseca falsedad de sus tesis. No hay ni un sólo país comunista que haya sido capaz de construir una sociedad ni medianamente justa, al nivel de las democracias occidentales, ni mucho menos con un nivel comparable de prosperidad para su clase trabajadora. La explotación del hombre por el hombre no sólo no ha desaparecido, sino que en algunos casos se ha elevado a términos solamente comparables a los del antiguo modo de producción asiático, como en Corea del Norte, potencia nuclear donde millones de ciudadanos perecen de hambre bajo el yugo de una nueva dinastía imperial. |
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Message 13 de 44 de ce thème |
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De: lealtad |
Envoyé: 02/09/2005 05:59 |
Está usted seguro Luis? Lealtad |
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Message 14 de 44 de ce thème |
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De: mfelix28 |
Envoyé: 02/09/2005 12:00 |
Coño Luis! Que te tenga yo que poner al día ya es el colmo. Mira, hay: Gusanos. El mayor apoyo del gobierno cubano en el exterior. Son payasetes. Anticastristas.Apoyan, pero menos. Son más serios. Hilvanan alguna idea que otra. Gusañeros. Tienen desesperados a los gusanos, que no les entienden, y como los niños, a lo que no conocen le temen. Además de Cubanos castristas infiltrados que se enteran que comió el gusano antes de que lo encargue a la tienda. De los que van a Cuba quieren sus dolares, Luis, y mientras más rápido los gasten mejor, son las nuevas "vacas lecheras" y además como siempre ven miseria, malas calles, casa destruidas, no encuentran que comer, salen baratos, les clavas bien a la entrada y a la salida y en paz. De paso miras con quien va y con quien habla , a quien regala, a quien invita y ya tienes unas pistas para saber de di$idente$. Ya en el colmo de la utilidad le metes como amigo a un futuro infiltrado que cuando se "escape" en una lancha tendrá al gusano esperandolo en Miami y dando buenas referencias de él y que le situará pronto en las altas esferas gusaniles. Como ves es un elemento del que se aprovecha todo. Cosas del capitalismo castrista, " del gusano se aprovecha todo, hasta el andar", mira los vietnamitas, aprovechaban las ruedas de los aviones yanquis que tumbaban para hacerse sandalias y de los paracáidas impermeables. No hay que desperdiciar los recursos que la madre naturaleza pone a nuestro alcance, hay que cuidarlos, usarlos y tirarlos cuando no valen, aunque en esto se nos adelanta el yanqui, que siempre envidió nuestras riquezas naturales. No te preocupes, Elpidio dijo de si mismo el otro día que era "revolucionario", así que el que yo diga que estamos de acuerdo no tiene importancia. Además una paja no hace pajar. Saludos |
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