El estilo de esa confitería se inscribió en el siguiente contexto histórico y social: Viajeros de élite y arquitectura a su medida.
Clase alta y burguesía viajera : A fines del siglo XIX y principios del XX, los trenes eran el medio preferido por las clases acomodadas para trasladarse desde sus estancias en el interior hacia Buenos Aires. Las estaciones eran su primer contacto con la ciudad, y debían estar a la altura de sus expectativas.
Estilo europeo para un público europeo: Muchos de estos viajeros eran inmigrantes enriquecidos o descendientes de europeos, acostumbrados a la elegancia de las terminales de París o Londres. Por eso, se adoptaron estilos como el Beaux-Arts, el neorrenacentista y el academicismo francés.
Experiencia de viaje como ritual social : Viajar en tren no era solo moverse de un punto a otro, sino un acto social. Las estaciones ofrecían salones de espera refinados, cafeterías con vajilla de porcelana y hasta servicios de maleteros, todo pensado para una experiencia distinguida.
Jerarquización del espacio urbano : Estas estaciones no eran solo funcionales, sino también símbolos de prestigio. Su ubicación estratégica y su monumentalidad reflejaban el poder económico de quienes las usaban.
En resumen, el lujo arquitectónico no era un capricho: era una forma de seducir y servir a los sectores más influyentes del país.
El estanciero llega temprano, quizás en un coche tirado por caballos o en un flamante automóvil — símbolo de su posición.
Es recibido por un maletero que carga sus valijas de cuero y por empleados que lo llaman “Señor” con reverencia.
Lujo en la estación.
La estación resplandece con mármoles europeos, vitrales coloridos y un reloj monumental que marca la hora exacta del embarque.
Se dirige al salón de espera exclusivo para la primera clase, con sillones tapizados, lámparas de araña y un ambiente digno de la élite porteña.
Puede disfrutar de una taza de café servido en vajilla de porcelana inglesa, leer el diario o conversar con otros hacendados sobre precios del ganado o los últimos chismes del Jockey Club.
A bordo del tren.
Aborda el tren en un coche de primera: asientos de terciopelo, cortinados gruesos y calefacción.
El vagón tiene servicio de camareros que ofrecen bebidas, y el viaje se realiza en un silencio señorial.
En el trayecto, disfruta del paisaje pampeano: campos infinitos, molinos y gauchos a caballo.
Llegada a la estación rural.
Al llegar a su destino, lo espera un peón con un sulky o un carruaje para llevarlo hasta su casco de estancia.
Allí lo aguardan tareas productivas, recepciones sociales y, por supuesto, el asado como cierre de jornada.
Era una experiencia pensada no solo para moverse, sino para reforzar el estatus y estilo de vida de los grandes terratenientes.