
El corazón humano no se atreve a alejarse durante mucho tiempo de
aquello que más lo lastima. Hay un viaje de vuelta a la angustia que
muy pocos pueden permitirse hacer.
Al igual que un diente roto atrae nuestra lengua, los rechazos, las
afrentas y las criticas dolorosas, pasadas y presentes, atraían mi
mente. Cortejaba a la autocompasión amándola y odiándola. Pero
pude cambiar este patrón. En primer lugar debo decidir que
estoy lista para hacerlo. Y después debo pedir que se me libere de ese defecto.
El deseo de empantanarme en las injusticias de la vida llegó a volverse habitual. Consumía muchas horas de mi tiempo e influía en
mi percepción de todas las demás experiencias. Debí estar
dispuesta a sustituir esa actividad que tanto tiempo me quitaba por
otra que fuera positiva y saludable.
Tuve que prepararme para los cambios que sufriría mi vida. La
autoconmiseración que había practicado empañaba tanto mis
percepciones que quizás nunca había experimentado todo lo bueno que
la vida me ofrecía. ¡Con qué frecuencia veía el vaso medio vacío en
lugar de verlo medio lleno!