Hace unos días conocí a una persona que acaba de salir del hospital porque estuvo internada por una fuerte depresión. Mientras la escuchaba me ví reflejada en ella cuando estuve igual o peor de enferma y también tuvieron que hospitalizarme. Por una parte pensé: si supiera que todo esto se lo ha causado ella a sí misma; y por otra me dije: cuán agradecida estoy de ya no ser esa persona que fui.
En sus palabras se reflejaban la ira, la falta de aceptación de las personas y de la realidad, la conmiseración (pobrecita de mí), muchísimo resentimiento, frustración y odio.
Estaba enfocada totalmente en eventos que la hicieran sentir deprimida, infeliz, derrotada, débil. En determinado momento me dijo:" de nada sirven las pastillas porque no quitan los recuerdos".
Así pensaba yo también, no tenía ni la menor idea de que los recuerdos son un don de mi Poder Superior y que podía aprender a recordar sin dolor.
Para salir de ese abismo tuve que aprender, con la ayuda de Dios como yo lo concibo y de mis compañeros, a transformar la ira en aceptación, la intolerancia en comprensión, la conmiseración en agradecimiento, el resentimiento y el odio en perdón, la frustración en madurez.
En mi caso tuve que recorrer un largo y doloroso camino para desaprender lo que ya no me servía, pero conforme avanzaba se volvía cada vez menos difícil y más liberador.
Ahora, si esta persona lo desea, me toca extenderle la mano para mostrarle la salida, como lo hicieron otros conmigo alguna vez, sin olvidar que lo que se recibe en la recuperación va a ser en proporción exacta a lo que se está dispuesto a trabajar para cambiar.